Populistas sobrevalorados
El triunfo de Macron pone a la extrema derecha de Marine Le Pen en su sitio
El ánimo en vilo y los oscuros presagios dominaban los periódicos europeos tras las elecciones presidenciales francesas. Y eso que todo había salido conforme a las mejores esperanzas: el entusiasta europeísta Emmanuel Macron resultó ser el brillante ganador; Marine Le Pen, la derrotada.
Los líderes de opinión europeos que en un primer momento no vieron venir el populismo de derechas, pero que luego lo inflaron instantáneamente hasta hacerle alcanzar las proporciones de un terror apocalíptico, perseveran ahora, en un anhelo de muerte colectivo, en considerarlo imparable. Le Figaro, en París, considera que “Macron solo representa en realidad a una cuarta parte de los franceses. Casi la mitad de los ciudadanos es partidaria de Le Pen o del izquierdista Mélenchon, que son enemigos de los valores de Macron”. En Berlín, Die Welt advertía que Macron tiene poco tiempo para enderezar el rumbo del país: “La nación está demasiado dividida, la oposición es demasiado destructiva y está a la expectativa de su fracaso”. Y desde Zúrich, el Tages-Anzeiger prevenía: “El hecho de que un tercio de los electores haya votado por Le Pen es la última advertencia. Si el proyecto reformista de Macron fracasa, en cinco años alcanzará la mayoría”.
Una cosa es segura: el pesimismo es el deber supremo del que opina. La catástrofe nos acecha en todas partes y nadie quiere dejarse sorprender por una. Pero la elección de Macron es una señal clarísima de lo resistente que es Europa occidental a tribunos del pueblo de la ralea de Le Pen: su derrota ha sido la quinta debacle electoral consecutiva del populismo de derechas.
A ojos de muchos este hecho queda oculto por el Brexit y la elección de Donald Trump. Pero en cualquier caso: por muy seriamente que haya que tomarse la conmoción que han provocado estas decisiones populares, no sirven como augurio. En Reino Unido los votantes se inclinaron por el abandono de la UE por el margen más estrecho concebible. Y a Trump ni siquiera lo respaldó la mayoría de los electores. Contribuyó a su victoria una disposición de la legislación electoral estadounidense venerable, pero muy extraña. En el sistema francés, Trump no habría sido presidente.
En el décimo año de la Gran Recesión, la eurozona percibe algo semejante a un despegue sostenido
En estos dos casos, por tanto, se estuvo en un tris de detener el avance de los populistas. Ni entonces ni ahora puede darse por sentado que se vaya a conseguir pararles. Hacen falta el personal y la estrategia adecuados. Y en ambos aspectos Macron es, mal que les pese a los que dudan, un ejemplo esperanzador. Con la audacia e insolencia de un Astérix, ha dejado en fuera de juego a todos los exhaustos caballos de batalla de la Quinta República. De este modo colmó el anhelo de una mayoría por romper con la política al uso. También prometió al pueblo lo que resulta impopular: que tendría que hacer sacrificios en la jornada laboral, en la protección contra el despido, en el estratosférico gasto público.
Qué duda cabe de que al presidente más joven de la república le falta, de momento, el poder parlamentario. Pero en cualquier caso, en Francia gran parte de la política sigue haciéndose y decidiéndose en la calle. A este respecto hay que confiar más en el talentosísimo organizador de un movimiento popular y una máquina electoral que en Sarkozy y Hollande, escurridizos tácticos de partido.
Y, finalmente, el destino del presidente Macron se decidirá menos por sus capacidades que por las circunstancias económicas en las que le toca gobernar. También en este aspecto las señales son favorables: en el décimo año de la Gran Recesión, la eurozona percibe algo semejante a un despegue sostenido. En el primer trimestre, las proyecciones anuales de crecimiento económico rondan el 1,8%; los economistas esperan incluso una aceleración que lo acerque a un sólido 2%. El paro empieza a descender de forma lenta pero continuada. En las últimas semanas la recuperación ha alcanzado incluso a Francia.
La reactivación y la redistribución del éxito económico al mayor número de personas posible son las claves para que un liberal triunfe en política. Y son también el veneno para los populistas.
Edgar Schuler es jefe de la sección de Opinión del Tages-Anzeiger.Traducción de Jesús Albores Rey. http://elpais.com/elpais/2017/05/14/opinion/1494772967_430024.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario