martes, 13 de enero de 2015

Geopolítica sin territorio? - por Dr. Alberto Hutschenreuter

Publicado: 13 ene 2015 13:02 GMT | Última actualización: 13 ene 2015 13:02 GMT

¿Geopolítica sin territorio?

Una inserción internacional adecuada implica elaboraciones de hipótesis o "imágenes" adecuadas sobre el rumbo internacional, y estas solamente pueden ser trabajadas desde las realidades y las tendencias "que cuentan", es decir, desde aquellas no basadas en anhelos o en buenas o correctas intenciones.
Es habitual que toda vez que se inicia un nuevo año abunden trabajos relativos al escenario internacional venidero. Es muy positivo que ello sea así, pues siempre será beneficioso disponer de previsiones sobre el posible curso del mundo. Una inserción internacional adecuada implica elaboraciones de hipótesis o "imágenes" adecuadas sobre el rumbo internacional, y estas solamente pueden ser trabajadas desde las realidades y las tendencias "que cuentan", es decir, desde aquellas no basadas en anhelos o en buenas o correctas intenciones.
No es propósito en esta breve apreciación presentar escenarios, sino detenernos en algunas hipótesis que tal vez merezcan (a manera de cautela) ser un poco más reflexionadas.
Es indudable que el fenómeno cibernético es una de las "nuevas realidades" en la política internacional. Prácticamente no existen documentos relativos a la seguridad nacional que no incluyan la Red como un espacio desde el que se pueda llegar a poner en riesgo dicha seguridad. Hace tiempo que los actores preeminentes (y algunos intermedios) vienen desarrollando lo que se denomina "cuerpo mundial de ciberguerreros", esto es, expertos de élite cuya tarea consiste en reducir al mínimo el reto que implica un eventual acceso de actores estatales o no estatales al espacio cibernético nacional (ECN).
Desde hace tiempo los ataques cibernéticos se multiplican e incluso han provocado crisis mayores entre Estados (basta con citar el conflicto chino-estadounidense durante 2014, que implicó que por primera vez se presentaran cargos contra actores estatales). Por ello, en absoluto puede sorprender que los informes de inteligencia sobre escenarios de crisis siempre consideren la posibilidad de ataques de escala, por caso, el difundido "Informe sobre Tendencias Globales", entregado  por el Consejo Nacional de Inteligencia al presidente estadounidense tras su elección, considera que entre los principales "cisnes negros" o hechos inesperados de los próximos años, un conflicto bélico de nuevo cuño en forma de ciberataque es altamente posible.
Definitivamente, la cibernética se ha convertido en una de las dimensiones más importantes de la seguridad internacional. Una dimensión que hoy forma parte de la clásica "alta política", es decir, "temas de preeminencia estratégica" para los Estados.
Ahora bien, es excesivo afirmar que en el siglo XXI todo sucederá en el entorno digital, es decir, en ese "espacio no mensurable", difuso o de límites imprecisos del que hablan Joan Font y Joan Rubí en una interesante obra sobre geopolítica, identidad y globalización.
Sin duda que existen cambios importantes, pero es prematuro considerar que entidades como los propios Estados se han devaluado, dando lugar a nuevas formas de relaciones mundiales. En este sentido, quizá es pertinente recordar la tesis de Richard Rosencrance sobre el advenimiento del "Estado virtual", es decir, una nueva forma de Estado que, como consecuencia de la relocalización de la producción y la actividad económica, sería cada vez menos central y territorial y cada vez más más descentralizado y virtual; por tanto, con la gradual desaparición del Estado geográfico y territorial también iría desapareciendo una de las causas históricas de los enfrentamientos, la pugna por la tierra.
Esta hipótesis, que fue precedida años antes por otra del mismo autor que anunciaba una configuración (y paz) internacional en base a la profusa interdependencia de "Estados-comerciales", fue escrita hace casi dos décadas; y si bien es verdad que el fenómeno de la relocalización de la producción es concluyente, ello no ha implicado la desaparición gradual del Estado.
Sin duda que desde hace tiempo opera un fenómeno de "relocalización" de la autoridad del Estado "por arriba, por debajo y por sus laterales" como consecuencia de la actividad de grupos económicos, grupos fácticos, etc., incluso en actores poderosos. Pero desde la creación de la ONU, en 1945, el número de Estados pasó de 51 a más de 200 en la actualidad, y es posible que continúen surgiendo nuevas entidades políticas organizadas (ello sin considerar las múltiples formaciones casi estatales como los denominados "Estados-regiones" y las "microrregiones")
Por otra parte, las actividades globales del terrorismo transnacional y los requerimientos de las denominadas "guerras de cuarta generación", no dejan margen para otra alternativa que no pase por la revitalización de las funciones de los Estados (siempre hablamos de preeminentes aunque es imperativo también para aquellos "anémicos") en relación con el fortalecimiento de las capacidades estratégico-militares como pilares de la seguridad e interés nacional, es decir, lo que se denomina autotutela.
De modo que así como aquellas "imágenes" no acabaron siendo predominantes en la configuración del mundo que vivimos hoy, argumentar que los principales acontecimientos del globo como así los éxitos, los fracasos, las victorias y las derrotas tendrán lugar en el entorno de la Red es, cuanto menos, exagerado.
Es más apropiado considerar que existirá una suerte de mixtura en la que cuestiones que tendrán lugar en la Red coexistirán con cuestiones que sucederán en el espacio visible y concreto del que se ocupa (cuando sobre dicho espacio se concentran intereses políticos) la geopolítica.
Más todavía, si bien lo que en Europa denominan "nube geopolítica", es decir, el entorno o geografía del ciberespacio, podrá ser cada vez más predominante en materia de acontecimientos, es posible que la actual crisis en Ucrania, que resulta inabordable si se deja de lado la geopolítica y el proceso interestatal que siguió tras el final de la contienda bipolar, llegue a ser una de las "compuertas geopolíticas" del siglo XXI, esto es, un hecho de cuño centralmente espacio-territorial y precursor de acontecimientos mayores o trascendentales.
Cabe recordar que el siglo actual se inició bajo acontecimientos concluyentemente geopolíticos como la segunda ampliación de la OTAN, el ataque perpetrado por el terrorismo en el espacio nacional más protegido del mundo, que se fundó en una reorientación geopolítica de ese actor no estatal, y el establecimiento estadounidense en la región del Golfo Pérsico y Asia Central. Pero antes, cuando para incluso expertos la geopolítica pareció morir junto con el final de la Guerra Fría, la globalización implicó un régimen de poder que se basó en la captación de espacios estatales a escala global con fines de poder centralmente comercio-económicos. Y antes de la globalización, el despliegue militar de una coalición de casi treinta países liderados por Estados Unidos en el área del Golfo Pérsico, a principios de los años noventa, estuvo menos relacionada con el amanecer de un nuevo orden punitorio internacional que con intereses políticos volcados en una "plaza global selectiva", dada su alta densidad estratégica, geoenergética y geoeconómica.
De manera que si a estos acontecimientos sumamos los hechos de naturaleza geopolítica que predominan hasta hoy, por caso, los principales conflictos y tensiones mayores que tienen lugar en las tres placas geopolíticas sensibles del planeta, Asia-Índico-Pacífico, Oriente Medio y Europa Central, o la profusa y firme actividad de los Estados en (los ingenuamente denominados) "globales comunes" como el Ártico, el Atlántico Sur, el Mar de la China Meridional y la Antártida, o las actividades de los Estados en el espacio ultraterrestre con fines militares, o los violentos arrestos de los grupos confesionales extremistas cuyos fines apuntan a crear un gran espacio o Califato, etc., bien podemos afirmar que existe una prolongación (en materia de relación política-interés-territorio) entre el siglo anterior, un "siglo de geopolítica total" (parafraseando a Raymond Aron) y el siglo XXI.
Por ello, está bien considerar que los "territorios no mensurables" como el ciberespacio o el propio espacio del crimen organizado han pluralizado el concepto de la geopolítica. Pero no debemos subestimar la importancia del territorio real como espacio de interés mayor de los Estados, puesto que es en el territorio visible y tangible donde muy posiblemente se someta a prueba, una vez más, el equilibrio interestatal. Tal vez después llegue el tiempo de la muerte de las distancias, de la "tierra plana" y del fin de la geopolítica.
http://actualidad.rt.com/opinion/alberto-hutschenreuter/163120-geopol%C3%ADtica-territorio



Dr. Alberto Hutschenreuter

Dr. Alberto Hutschenreuter Ciudad de Buenos Aires Argentina www.equilibriumglobal.com
  • Conflicto y exclusión: una situación poco conveniente en política internacional

    El reciente anuncio hecho por los mandatarios de Estados Unidos y Cuba sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, que tal vez sea seguido del levantamiento del embargo unilateral que se mantiene sobre la isla, resulta pertinente para abordar una situación internacional crítica y no siempre considerada en las relaciones internacionales: aquellas situaciones de conflicto y exclusión entre Estados.
  • 2020: el año estratégico

    Una de las realidades más concluyentes del escenario internacional actual es la relativa a las inversiones militares, fenómeno que tiene lugar a escala global
  • La OTAN: Una anomalía desestabilizadora

    Una de las principales consecuencias que ha tenido la crisis actual de Ucrania es que ha recentrado cuestiones que se consideraban perimidas y aun superadas en las relaciones internacionales, por caso, la geopolítica.
  • El Estado Islámico y el contexto internacional

    En pocos meses, el avance del Estado Islámico ha concentrado la atención y preocupación de los países de la zona, como así de aquellos actores no regionales que más lo perciben como una creciente amenaza en relación con sus intereses nacionales.
  • Ucrania: sin respeto geopolítico no hay solución política

    Considerar el conflicto de Ucrania subestimando o desatendiendo las inquietudes geopolíticas de Rusia es casi como analizar una situación relevante en el espacio mexicano, centroamericano o caribeño despreciando los reparos geopolíticos de EE.UU.
  • Irak: la historia vuelve a repetirse

    Entrevista a Alejandro Sánchez Camacho, secretario general del PRD de México.
  • Las impotencias de Europa

    En primer término están las “impotencias internas” o “propias”, es decir, aquellas que favorecen la empresa de la integración aunque ésta no necesariamente implica la eliminación de todo margen de soberanía nacional.
  • Estados Unidos, Rusia y China: datos del pasado para la crisis del presente

    Aunque improbable, es posible que la de Ucrania sea la última de una serie de crisis que desde mediados de la década del noventa afectan las relaciones entre Rusia y Estados Unidos.
  • Rusia y Ucrania: atrapadas en la geopolítica

    El mundo de hoy ofrece dinámicas geoeconómicas y geopolíticas, y existe una pluralidad de cuestiones en la que ambas están entrelazadas. Pero en otros hay primacía de una sobre otra

Conflicto y exclusión: una situación poco conveniente en política internacional

Publicado: 1 ene 2015 20:06 GMT | Última actualización: 1 ene 2015 20:06 GMT
El reciente anuncio hecho por los mandatarios de Estados Unidos y Cuba sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, que tal vez sea seguido del levantamiento del embargo unilateral que se mantiene sobre la isla, resulta pertinente para abordar una situación internacional crítica y no siempre considerada en las relaciones internacionales: aquellas situaciones de conflicto y exclusión entre Estados.
El reciente anuncio hecho por los mandatarios de Estados Unidos y Cuba sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, que tal vez sea seguido del levantamiento del embargo unilateral que se mantiene sobre la isla, resulta pertinente para abordar una situación internacional crítica y no siempre considerada en las relaciones internacionales: aquellas situaciones de conflicto y exclusión entre Estados.
La experiencia señala que tales situaciones generalmente ocasionan consecuencias desfavorables en las relaciones internacionales: el Estado excluido acaba cooperando con otro u otros insatisfechos o marginados, e impugnando el orden establecido sin ellos; en otros casos, la exclusión de un actor se torna incongruente para el orden vigente; también puede suceder que la exclusión adopta formas de irrespeto o falta de deferencia con un actor preeminente al que se considera un posible retador del orden entre Estados; igualmente, es posible que la exclusión se vuelva una amenaza para la misma seguridad regional y global; en otras circunstancias, la exclusión fuera de determinado contexto internacional  acaba siendo una medida perimida o insensata.
Existen numerosos casos contemporáneos en los que claramente conflicto y exclusión implican más inconvenientes que soluciones en las relaciones internacionales. Consideremos brevemente los más relevantes.
Después de la Primera Guerra Mundial, Alemania y Rusia fueron degradados a una condición de "rogue states" (para utilizar una expresión actual) en el orden interestatal de entonces. Uno por haber provocado una gran perturbación entre Estados no fue invitado a ser parte del "pacto interestatal" del cual resultó la Sociedad de las Naciones, otro por encontrarse en guerra con los promotores de dicho pacto.
En otros términos, existió entonces un conflicto con exclusión cuya principal consecuencia, aparte de viciar y vaciar el intento de un nuevo orden internacional, fue el acercamiento entre los "actores paria": en 1922 ambos iniciaron en Rapallo, Italia, una colaboración que se extendió hasta poco tiempo después del pacto de agresión soviético-germano de 1939, y que posibilitó, entre otros, que fuerzas de la Wehrmacht se entrenaran en territorio soviético, burlando así las severas restricciones impuestas por el Tratado de Versalles.
No es propósito aquí analizar las razones ideológicas-estratégicas que llevaron a que la Rusia soviética pactara con Alemania, cuestión que ha sido muy bien analizada por el autorizado historiador Sebastian Haffner en una obra indispensable. Lo que resulta sin duda concluyente, es que el "destierro" de ambos actores implicó fragmentación y desconfianza creciente en el ya frágil sistema de poder interestatal de entonces.
Otro caso relevante de conflicto y exclusión interestatal, esta vez resuelto con pragmatismo, fue el que involucró a China como actor central, ya en tiempos del régimen de la Guerra Fría.
Dicho régimen giraba en torno a Estados Unidos y la entonces Unión Soviética. Sin embargo, a principios de los años setenta la República Popular China, hasta entonces no reconocida por Estados Unidos, que reconocía a Taiwán como la China legítima, era un actor casi preeminente que desnaturalizaba y tornaba incongruente dicha política de no reconocimiento que se mantenía desde 1949.
Tal situación anómala, sumada al compromiso estadounidense de acabar con la guerra en Vietnam (para lo cual China era clave) y afectar al "contendiente principal", la Unión Soviética, determinó la inclusión de China en un orden interestatal que, como bien señala Kissinger en su excelente obra 'China', demandaba un reajuste en el equilibrio mundial.
En palabras del propio exsecretario de Estado: "La visita de Nixon a China constituye una de las pocas ocasiones en que una visita de Estado estableció un cambio fundamental en los asuntos internacionales. La incorporación de China al juego diplomático mundial y el aumento de las opciones estratégicas para Estados Unidos inyectaron una nueva vitalidad y flexibilidad al sistema internacional".
En breve, a la luz del sitio que ocupa actualmente China en las cuestiones internacionales y de la poderosa dinámica del espacio Asia-Pacífico que la tiene como "primer actor", sin duda se trató de una inclusión estratégica la de aquellos tiempos.
La actual situación de tensión entre Occidente y Rusia puede ser contemplada desde una perspectiva de negación de reconocimiento estratégico, es decir, consideración y deferencia de "particularidades geopolíticas" por parte del primero hacia el segundo.
Esa falta de reconocimiento obedeció (y obedece) a la implementación (o continuación) de una política de poder que Occidente ejerce en detrimento de los intereses geopolíticos históricos rusos desde el mismo final de la Guerra Fría, con la finalidad de evitar una eventual restauración de poder en Rusia que desafíe una vez más a Occidente.
El caso es más que pertinente, pues deja en evidencia que en la política interestatal el ejercicio de falta de reconocimiento u oclusión estratégica entre Estados preeminentes siempre conduce a situaciones de perturbación; en este caso, en el segmento de actores mayores del orden interestatal, del cual dependen varias cuestiones críticas para la estabilidad global, por ejemplo, armamento estratégico, cooperación ante amenazas de "actores-armas", etc.
Existen otros casos de menor escala que los referidos en materia de conflicto y exclusión interestatal que podemos destacar; por ejemplo, Turquía, Irán y Cuba.
El caso de Turquía es uno de los mejores ejemplos en relación con la inclusión en base al tránsito de una condición geopolítica a una geoestratégica, es decir, desde una situación en la que el actor suma a su carácter de "pivote" por su localización regional, la de actor con capacidad para proyectar poder regional.
En otros términos, si la construcción de poder nacional y su ubicación geopolítica clave determinaron que hace tiempo sea incluido en la OTAN, hoy Turquía amplió su papel en base a su ascendente estratégico en espacios que dirime en materia de influencia con otros actores ascendentes, por caso, Arabia Saudita, Irán, etc., en zonas adyacentes a su territorio pero también en áreas más distantes como la de Asia Central.
Este ascenso e inclusión es tal que en Europa han surgido voces de advertencia sobre la inconveniencia geopolítica de ejercer una política de discriminación hacia un actor que se proyecta sobre regiones selectivas clave en las que Occidente no logrará nada, o logrará muy poco, sin su apoyo.
El caso de Irán es bastante similar al de Turquía: un actor que ha construido poder y que, por tanto, demanda reconocimiento, ecuanimidad y deferencia regional y global. Sin duda, si la tensión se ha incrementado en la región de Oriente Medio y Golfo Pérsico, en buena medida ello obedece a políticas de doble rasero y dinámicas de asedio geopolítico que han provocado un desequilibrio de poder o en la región.
Dicha región presenta una peculiaridad estratégica: la estabilidad (siempre relativa) es alcanzada cuando el nivel de insatisfacciones de los principales actores se reduce sensiblemente. Ello requiere de una delicada y paciente diplomacia que no podrá desplegarse mientras Teherán se sienta no solamente excluido del orden interestatal, sino señalado como la causa de las crisis.
No ha sido casual que expertos como el desaparecido Kenneth Waltz, insospechado de idealismo alguno en el análisis teórico de las relaciones internacionales, o el mismo Martin van Creveld, hayan sugerido que no solamente deberían cesar las sanciones sobre el país persa, sino considerar seriamente la posibilidad de permitir que Irán acceda… al arma nuclear.
Para Waltz, que propone el equilibrio de la amenaza al equilibrio de poder, un Irán nuclear restaurará el necesario balance estratégico en la región y, contrariamente a lo que advierten en Occidente, difícilmente ello arrastrará a la región a una carrera por la bomba.
Más allá de este interesante debate, es inviable y contraproducente continuar manteniendo un conflicto y una exclusión con un actor que, como Turquía, reúne la condición de actor geopolítico y geoestratégico. Desde algunos "grupos de reflexión", se considera que una de las posibles tendencias del escenario interestatal venidero será el inicio del reconocimiento de Irán como actor preeminente intermedio, es decir, apertura de negociaciones.  
Finalmente, el reciente anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba representa otro caso de inclusión en las relaciones interestatales.
Si bien los mandatarios de ambos países realizaron dicho anuncio, existen dudas si la apertura diplomática será seguida del tema crítico: el levantamiento del embargo comercial impuesto por Estados Unidos hace más de medio siglo.
Desde una perspectiva centrada en técnicas de maximización de poder, el embargo a Cuba tenía cierta justificación, puesto que Washington afectaba a su contrincante directo, la URSS, a través de políticas de debilitamiento a uno de los aliados clave de esta exsuperpotencia en el hemisferio americano.
Pero finalizado el conflicto, dicha política dejaba de tener sentido. Más todavía, la continuación de la lógica del "cerrojo económico" fungía como una situación que restringía las "capacidades y potencialidades" de isla y de la propia administración de La Habana, y colocaba a Estados Unidos como el causante de las carencias y penurias sufridas por el pueblo cubano.
Por otra parte, el mantenimiento del embargo unilateral ya no guardaba relación alguna con las verdaderas capacidades de la dirigencia cubana para producir desestabilizaciones en América Latina. Por el contrario, dicho mantenimiento aumentaba los descontentos de la región con los Estados Unidos y se convertía la relación con Washington en un punto muerto que acababa por frustrar encuentros en cumbres regionales y hemisféricas.
Asimismo, el embargo apartaba del espacio económico a las compañías estadounidenses, situación que era aprovechada por compañías de otros países interesados en ganancias económicas y no en cuestiones políticas e internas estadounidenses.
Por último, el mantenimiento de la exclusión de Cuba acabaría por favorecer la defensa y promoción de intereses de Rusia en la isla y en la región (de hecho ya hubo anuncios de ampliación de vínculos comercio-económicos e incluso de pactos de seguridad).
En breve, mantener un conflicto y una exclusión con Cuba no producía ganancias para nadie. Seguramente, el conflicto persistirá pero dentro de una lógica de negociaciones, y, más tarde o más temprano, el impacto de la apertura económica podrá crear condiciones para un gradual o "suave" cambio político en la isla.
La coexistencia de conflicto y exclusión entre Estados es una situación que la mayoría de  las veces no reporta beneficios. Por el contrario, la experiencia demuestra que generalmente las sanciones y bloqueos alcanzan un muy estrecho margen de éxito en relación con los propósitos deseados.
Pero, acaso lo más inconveniente, la mantención del conflicto y exclusión entre Estados puede llevar a que el actor afectado acabe adoptando decisiones mayores en relación al amparo de su interés nacional, una suerte de "fuga" o "apuesta hacia adelante" que  escale el conflicto y lo torne incontrolable.
http://actualidad.rt.com/opinion/alberto-hutschenreuter/162061-conflicto-exclusi%C3%B3n-situaci%C3%B3n-conveniente-pol%C3%ADtica 


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  • ¿Geopolítica sin territorio?

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2020: el año estratégico

2020: el año estratégico

Publicado: 31 oct 2014 19:18 GMT | Última actualización: 31 oct 2014 19:18 GMT
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Una de las realidades más concluyentes del escenario internacional actual es la relativa a las inversiones militares, fenómeno que tiene lugar a escala global
Una de las realidades más concluyentes del escenario internacional actual es la relativa a las inversiones militares, fenómeno que tiene lugar a escala global.  

No se trata de una tendencia sino de una realidad; y, más que una realidad, significa una regularidad, es decir, una situación habitual en el orden internacional, que puede aumentar o disminuir pero jamás desaparecer. 

Existe una pluralidad de causas que explican dicha regularidad, desde la misma ausencia de autoridad global interestatal hasta las protohistóricas razones de interés, temor y honor, pasando por las tensiones presentes y latentes entre Estados, particularmente aquellas que tienen lugar en lo que el geopolítico estadounidense B. Cohen denominaba "cinturones de fragmentación", es decir, aquellas "placas geopolíticas" regionales pasibles de crear situaciones "out of control". 

En breve, más allá de lecciones de la historia y pautas o regímenes de cooperación sin duda indiscutibles e indispensables que han hecho posible que crisis regionales no hayan causado deterioros globales mayores (al menos hasta ahora), la afirmación de Thomas  Hobbes, respecto a que los Estados están, "a causa de su independencia, en una situación de perenne desconfianza mutua, en un estado y disposición de gladiadores, apuntándose con sus armas, mirándose fijamente, es decir, con sus fortalezas, guarniciones y cañones instalados en las fronteras", mantiene plena vigencia. 

En este marco, y considerando lo primeramente anunciado, el año 2020 se presenta como un "año estratégico", pues para entonces los Estados ("que cuentan" o preeminentes) habrán alcanzado metas relativas al fortalecimiento de sus instrumentos militares, es decir, la principal característica de la autoayuda en el orden interestatal. 

En efecto, para entonces Estados Unidos habrá completado programas militares (principalmente aéreos y marítimos) que le permitirán amparar y promover su interés nacional en su "nuevo espacio selectivo": el Pacífico-Índico, según los claros términos geopolíticos de la "Doctrina Obama" (para aquel año se estima que el 60 por ciento de la Armada estadounidense se encontrará desplegada en dicho espacio). 

Para el año 2020, dichos programas mejorarán significativamente las capacidades militares de Estados Unidos relativas a la proyección a distancia y a lo que se denomina "violencia de precisión". 

Por su parte, Rusia habrá cumplido el ciclo de modernización militar en casi todas sus fuerzas, particularmente en aquellas en las que predominan activos de los años ochenta. Actualmente, el país se encuentra embarcado en un programa de modernización de sus capacidades aéreas, con resultados que se verán incluso antes del "año estratégico". 

Asimismo, para el 2020 se habrán cumplido las etapas de modernización naval, situación que posibilitará que Rusia pueda proyectar fuerzas a "espacios perdidos", por caso, el Mediterráneo Oriental. 

China también alcanzará entonces metas militares, particularmente en relación al amparo y promoción de intereses en su espacio de compromiso mayor: el Mar de la China. Los esfuerzos de Pekín, es este sentido, están orientados a dar cobertura a lo que los expertos chinos denominan "defensa activa de la costa" y "zona de identificación para la defensa aérea", es decir, espacios de interés chino en los que existen situaciones de confrontación con otros actores. 

La necesidad de modernización militar de China es un imperativo, pues se encuentra retrasada en la carrera: sus activos, por caso, misiles balísticos, datan de los años setenta e incluso de antes. En gran medida, ello explica que el país ocupe, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, el segundo lugar en materia de gastos militares. 

Otros actores "menores" de la región Asia-Pacífico-Índico también merecen destacarse. 

Por caso, Japón, que para el 2020 habrá alcanzado un estado de amparo militar nacional que le permitirá afrontar los retos que desde mediados de los años noventa lo obligaron a modificar la orientación geopolítica de sus hipótesis de enfrentamiento, para priorizar las que provienen de Corea del Norte y China. Precisamente, las permanentes fricciones con este último país han impulsado un programa de reorganización militar para el período 2014-2020. 

Como dato relevante, el primer ministro sostuvo que en 2020 Japón revisaría su Constitución, que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial restringe sus actividades militares. 

Por su parte, Australia se encuentra en pleno desarrollo de su plan 2010-2020, que le permitirá disponer incluso de "misiles inteligentes" de origen estadounidense. 

También para el año 2020, Corea del Sur e India habrán completado planes relativos a la creación de un sistema preventivo de defensa antimisiles, el primero, y la modernización de su ejército, el segundo (descontando que la potencia nuclear ya realizó importantes adquisiciones en su segmento aéreo). 

En la "placa geopolítica" de Medio Oriente las inversiones en el rubro militar son constantes, de manera que casi carece de importancia hablar de metas para el 2020. Basta tener presente que junto con China e India los países de Medio Oriente y los del área del Golfo Pérsico son los que más gastan en el segmento militar. 

Europa puede ser una excepción pues la crisis y la condición subestratégica que ostenta explican la "contracción militar". No obstante, hay actores que mantienen planes de renovación militar a ser alcanzados en 2020, por caso, Reino Unido ("Army 2020"). 

En cuanto a otros escenarios, en América Latina hay varios países con planes a ser completados aquel año; por ejemplo, México, que mantiene un Programa Estratégico de Industria Aeroespacial 2012-2020 (si bien es un programa de ventas). Por su parte, Brasil aguarda disponer de la mayor fuerza naval regional para el 2020 (cabe destacar que ha adquirido un importante lote de aviones caza, cuya primera entrega será en 2018). 

En breve, es una regularidad que los Estados consagren recursos al segmento estratégico-militar. Pero esa regularidad se puede volver un hecho alarmante cuando el orden interestatal carece de pautas firmes de convivencia que lo hagan previsible, al tiempo que existen tensiones concretas y latentes que resienten la concordia entre los poderes mayores. Estas dos características están presentes en el mundo de hoy. 

No ha sido casual que importantes expertos hayan reclamado que en 2019, cuando se cumplan cien años del Tratado de Versalles, se celebre una gran conferencia internacional en la que se establezcan para las próximas décadas normas de convivencia y cumplimiento efectivo entre los Estados. Aunque esto último siempre será un hecho relativo, es imperativo intentarlo.  

La alternativa es que se afirme y acabe predominando el patrón interestatal militarista con las consecuencias por demás conocidas.
http://actualidad.rt.com/opinion/alberto-hutschenreuter/view/145441-2020-ano-estrategia-mundo-inversiones-militar

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  • ¿Geopolítica sin territorio?

    Una inserción internacional adecuada implica elaboraciones de hipótesis o "imágenes" adecuadas sobre el rumbo internacional, y estas solamente pueden ser trabajadas desde las realidades y las tendencias "que cuentan", es decir, desde aquellas no basadas en anhelos o en buenas o correctas intenciones.
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