Barro toca los principales puntos en su artículo. La austeridad canadiense en la década de 1990 estaba compensada por un enorme movimiento positivo en la balanza comercial, debido a la caída del dólar canadiense y a las exportaciones de materias primas. Dado que no todos podemos devaluar y conseguir un superávit comercial, esto significa que la historia canadiense en la década de 1990 no tenía la menor relevancia en el debate sobre la austeridad de 2010.
Además, todo el debate sobre la austeridad frente al estímulo venía motivado por el problema de que los tipos de interés eran negativos o casi negativos, lo que implicaba que no existía una manera fácil de compensar los efectos de la austeridad. ¿Canadá en la década de 1990? No tanto.
Sin embargo, a Barro se le olvida un truco. Cuando tratas con afirmaciones de gente de derechas sobre datos económicos, no solo no deberías aceptar sus aseveraciones, sino que deberías dar por hecho que lo que dicen es probablemente erróneo en cualquier caso.
Barro escribe: “Presionado por los elevados tipos de interés, un Gobierno de centro-izquierda llevó a cabo importantes recortes del gasto en la década de 1990; como consecuencia de ello, el nivel de gasto público canadiense como proporción de su economía se ha reducido hasta equipararse al de EE UU”.
Observen el gráfico en esta página con datos del Fondo Monetario Internacional. La diferencia entre el gasto público canadiense y el estadounidense disminuyó durante la recesión porque fue mucho peor en EE UU.
Esto significaba que cualquier nivel de gasto dado era más grande como proporción del producto interior bruto (PIB), y también dio lugar a un repunte temporal en el gasto en EE UU, principalmente en el seguro de desempleo y en otros programas de ayudas sociales, pero también brevemente en el estímulo.
Pero todo eso es agua pasada y hemos vuelto otra vez a la situación normal en la que el gasto canadiense como proporción del PIB es bastante más elevado que el nuestro, e incluye mucho más gasto en la disminución de la pobreza.
Por tanto, los conservadores se han enamorado de un Canadá imaginario, cuya historia y cuya realidad actual no se parecen en nada al lugar real.
¿Les sorprende?
Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times
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