Macron y la "paradoja Hollande"
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PARÍS.- Ha sido el presidente más detestado de la V República. Sus decisiones han batido récords de impopularidad. Y sin embargo, no había candidato que encarnase mejor el ideario político del presidente saliente François Hollande que Emmanuel Macron.
No se trata sólo de que la línea socioliberal defendida por Macron se inscriba en la impulsada por Hollande en sus cinco años en el Palacio del Elíseo: es que fue su ministro de Economía y arquitecto de varias de sus reformas como estrecho colaborador.
Imposible obviar aquí el cúmulo de circunstancias que han conspirado para su triunfo. El alineamiento de planetas ha sido de tal calibre que decir que Macron es un hombre con buena fortuna sería quedarse corto.
Pero, además de injusto, sería torpe olvidar que si ha ganado las elecciones, ello se debe también a su capacidad para convencer a los franceses de que era, como mínimo, el candidato menos malo.
Es decir, justo lo contrario de su otrora jefe, el presidente más denostado.
¿Cómo puede ser que el aspirante que, de alguna manera, mejor representaba el continuismo haya conseguido una contundente victoria en la primera y en la segunda vuelta?.
Esta incógnita tiene 20 millones de respuestas, tantas como el número de franceses que votaron ayer por Macron, pero muchas parecen apuntar a sus propias personalidades y a su imagen a ojos del electorado.
Donde uno es percibido como un "apparatchik" del Partido Socialista, con poco respeto a la palabra dada y sin fuerza para imponer sus ideas, el otro se presenta como un hombre que no debe nada a nadie, con afán genuino por reformar el país y el carácter necesario para sacar adelante sus proyectos.
La mitología gaullista atribuye al fundador de la V República la definición de la elección presidencial como "el encuentro de un hombre y un pueblo".
Ese carácter eminentemente personalista de la jefatura del Estado francés quedó de relieve con el paseo en solitario de Macron bajo la Explanada del Louvre para dirigir su primera arenga como presidente a sus seguidores: la escenografía del hombre solo frente a los retos insuperables está en los orígenes de la historia política de Francia.
Macron ha demostrado un ojo certero para aprender de los que considera los grandes errores que han lastrado el mandato de Hollande.
El socialista proclamó en 2012 que con él llegaba la figura del "presidente normal". Su sucesor ya ha dejado algunas pistas de que recuperará la grandilocuencia que muchas veces ha acompañado a los inquilinos del Palacio del Elíseo.
Sus críticos han lanzado los primeros dardos a quien catalogan de "monarca republicano" o -en la aguda expresión del líder ecologista Yannick Jadot tras su aparición bajo la Pirámide del Louvre- de "TutanMacron".
En su lista de tropiezos a evitar figuran, por ejemplo, el contacto permanente que Hollande mantuvo con periodistas o la exposición pública en los asuntos cotidianos. En suma, lo que Macron sintetizó así: "No quiero gobernar, quiero presidir".
Pero, por encima de todo, Macron ha puesto especial esmero en esquivar el pecado original del quinquenio "hollandista": las promesas no cumplidas y las esperanzas quebradas.
"(Con Hollande) nos quedamos en la ambigüedad, el contrato no estaba claro. Quiero romper con esa idea de la reforma escondida: propongo a los franceses un contrato muy claro de reformas", explicó el nuevo presidente a Efe en una reciente entrevista.
En su primer discurso a la nación tras ganar las elecciones, tuvo un recuerdo tibio para su antecesor, de quien dijo que "ha trabajado durante cinco años por nuestro país".
Hoy, Hollande aclaró que Macron "se emancipó" al salir del Gobierno en agosto pasado para lanzar su candidatura, pero que él no se sintió "traicionado".
Preso de la "paradoja Hollande", Macron mantendrá distancias con el todavía presidente para evitar que la identificación entre uno y otro pueda perjudicar sus aspiraciones de alcanzar una mayoría gubernamental tras las elecciones legislativas del próximo junio.
No se trata sólo de que la línea socioliberal defendida por Macron se inscriba en la impulsada por Hollande en sus cinco años en el Palacio del Elíseo: es que fue su ministro de Economía y arquitecto de varias de sus reformas como estrecho colaborador.
Imposible obviar aquí el cúmulo de circunstancias que han conspirado para su triunfo. El alineamiento de planetas ha sido de tal calibre que decir que Macron es un hombre con buena fortuna sería quedarse corto.
Pero, además de injusto, sería torpe olvidar que si ha ganado las elecciones, ello se debe también a su capacidad para convencer a los franceses de que era, como mínimo, el candidato menos malo.
Es decir, justo lo contrario de su otrora jefe, el presidente más denostado.
¿Cómo puede ser que el aspirante que, de alguna manera, mejor representaba el continuismo haya conseguido una contundente victoria en la primera y en la segunda vuelta?.
Esta incógnita tiene 20 millones de respuestas, tantas como el número de franceses que votaron ayer por Macron, pero muchas parecen apuntar a sus propias personalidades y a su imagen a ojos del electorado.
Donde uno es percibido como un "apparatchik" del Partido Socialista, con poco respeto a la palabra dada y sin fuerza para imponer sus ideas, el otro se presenta como un hombre que no debe nada a nadie, con afán genuino por reformar el país y el carácter necesario para sacar adelante sus proyectos.
La mitología gaullista atribuye al fundador de la V República la definición de la elección presidencial como "el encuentro de un hombre y un pueblo".
Ese carácter eminentemente personalista de la jefatura del Estado francés quedó de relieve con el paseo en solitario de Macron bajo la Explanada del Louvre para dirigir su primera arenga como presidente a sus seguidores: la escenografía del hombre solo frente a los retos insuperables está en los orígenes de la historia política de Francia.
Macron ha demostrado un ojo certero para aprender de los que considera los grandes errores que han lastrado el mandato de Hollande.
El socialista proclamó en 2012 que con él llegaba la figura del "presidente normal". Su sucesor ya ha dejado algunas pistas de que recuperará la grandilocuencia que muchas veces ha acompañado a los inquilinos del Palacio del Elíseo.
Sus críticos han lanzado los primeros dardos a quien catalogan de "monarca republicano" o -en la aguda expresión del líder ecologista Yannick Jadot tras su aparición bajo la Pirámide del Louvre- de "TutanMacron".
En su lista de tropiezos a evitar figuran, por ejemplo, el contacto permanente que Hollande mantuvo con periodistas o la exposición pública en los asuntos cotidianos. En suma, lo que Macron sintetizó así: "No quiero gobernar, quiero presidir".
Pero, por encima de todo, Macron ha puesto especial esmero en esquivar el pecado original del quinquenio "hollandista": las promesas no cumplidas y las esperanzas quebradas.
"(Con Hollande) nos quedamos en la ambigüedad, el contrato no estaba claro. Quiero romper con esa idea de la reforma escondida: propongo a los franceses un contrato muy claro de reformas", explicó el nuevo presidente a Efe en una reciente entrevista.
En su primer discurso a la nación tras ganar las elecciones, tuvo un recuerdo tibio para su antecesor, de quien dijo que "ha trabajado durante cinco años por nuestro país".
Hoy, Hollande aclaró que Macron "se emancipó" al salir del Gobierno en agosto pasado para lanzar su candidatura, pero que él no se sintió "traicionado".
Preso de la "paradoja Hollande", Macron mantendrá distancias con el todavía presidente para evitar que la identificación entre uno y otro pueda perjudicar sus aspiraciones de alcanzar una mayoría gubernamental tras las elecciones legislativas del próximo junio.
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