viernes, 20 de enero de 2017

Virgilio Almánzar, hijo de un capitán caído en la batalla: “Mi papá trató de agarrar con vida a Amaury pero Nivar Seijas no quiso”

Virgilio Almánzar, hijo de un capitán caído en la batalla: “Mi papá trató de agarrar con vida a Amaury pero Nivar Seijas no quiso”

Cuando entré a la casa en medio del aquel revuelo mi mamá me dice sin titubear: ´Ese es tu papá Virgilio, yo estoy segura, yo me lo soñé anoche´.
Aquella noche Mercedes Alcántara tuvo un sueño premonitorio. Había un ataúd en su cama que de repente empezó a moverse. El féretro estaba vacío. A los pocos segundos la caja cayó al suelo por un costado de su lecho. Entre las neblinas del sueño y la frontera de la vida y la irrealidad, Mercedes divisó el rostro de su esposo, que estaba envuelto en una blancura inusual y tenía un brillo que no era de este mundo. “Era la muerte que me rondaba la casa”.
En las primeras horas de la mañana los vecinos fueron con la noticia de que su esposo, el capitán del Servicio Secreto Virgilio Félix Almánzar Fernández, había sido herido al inicio de enfrentamientos con los integrantes de los Comandos de la Resistencia que, según los noticiarios, se encontraban rodeados en una cueva del kilómetro catorce y medio de la autopista Las Américas.
El oficial era parte activa de la persecución desatada contra Amaury Germán Aristy y sus compañeros y a la hora suprema del combate, el 12 de enero de 1972, fue abatido a pocos metros de la cueva que sirvió de refugio a los perseguidos. Durante la batalla recibió un disparo en una mano y otro en el hombro derecho, ninguno mortal por necesidad. Murió desangrado ocho horas después, tirado sobre la superficie rocosa y habiendo fracasado todos los intentos de rescatarlo de aquel torbellino de fuego y de plomo.
Virgilio Almánzar, su hijo mayor, hoy es presidente del Comité de los Derechos Humanos. Al momento de aquellos acontecimientos, contaba con diecisiete años y era activista de los Comités Revolucionarios Camilo Torres (Corecato), una de las agrupaciones relacionadas con el proyecto al que estaban adscritos los Comandos de la Resistencia.
En la víspera de su muerte, el capitán Almánzar Fernández llegó a la casa a descansar y le comunicó a su hijo mayor que Amaury y sus compañeros habían sido ubicados siguiendo a un integrante del grupo que le llevó comida.
Amaury Germán Aristy
Amaury Germán Aristy
Amaury Germán Aristy y Los Palmeros andaban organizando la resistencia para la llegada del coronel Francisco Alberto Caamaño, y el padre de Virgilio era uno de los policías encargados de impedirlo. El hijo ha tenido que acomodar en el mismo altar a dos héroes tan contradictorios como Amaury y el agente policial, que se batieron a tiros por causas encontradas y que tenían maneras tan disímiles de ver el mundo.
El capitán fue enterrado como un héroe por el presidente Joaquín Balaguer a las once de la mañana; a las cinco de la tarde fue enterrado Amaury. Virgilio Almánzar hijo asistió, hecho jirones, a los funerales de su padre y seis horas después se fue a llorar a Amaury. “Fue un dilema emocional”. En un país donde el pasado está lleno de puertas cerradas y de candados, Virgilio Almánzar tiene que remover a veces aquellos recuerdos y siempre lo hace con ahínco, pero con un dejo de nostalgia en las palabras.
Tras la muerte de su padre, los hermanos Almánzar Fernández, seis varones en total, iniciaron un calvario de muerte y dolor. Víctor, el cuarto hermano, siendo militante emepedeísta (Movimiento Popular Dominicana), tuvo que salir del país con la Policía pisándole los talones para ponerse fuera del alcance de una acusación de subversión que le hacía el Gobierno. Más adelante murió en una calle de Nueva York en un extraño accidente de tránsito. Virgilio, el mayor, tuvo que afrontar una  cantidad de arrestos de los que perdió la cuenta. En los tiempos de aquel calvario ya no contaban con la mano protectora de su padre.
¿Cómo fue la labor policial de su papá en los años más duros del gobierno de Balaguer?
Mi papá entró a la Policía para ser instructor. Él era inspector de Educación y entró porque le gustaba la milicia. En 1971, estando de instructor en la academia, lo trasladaron para el Servicio Secreto, para investigaciones.
Mi papá fue el que apresó a Andrés Ramos Peguero a mediados de 1971 en un allanamiento. Andrés Ramos Peguero fue aquel revolucionario que quedó vivo de la insurrección de Fidel Castro, fundador del MPD. Cuando mi padre lo apresa le dice a mi madre: ´Mercedes, yo apresé a un hombre esta tarde muy diferente a los demás. Me llamó mucho la atención la actitud de mucha firmeza, pero de mucha paciencia, de mucha tranquilidad, de mucha seguridad. Es una persona extraordinaria´.
Mi papá contó que siguieron a Dionisio Martínez, del MPD, y llegaron a través de él donde una persona que visitaba. En ese tiempo Dionisio parece que tenía una función de enlace entre los dirigentes emepedeístas.
Él vino a la casa y durmió como de ocho y media de la mañana hasta la una de la tarde y fue de nuevo al Palacio de la Policía. Me contó que iba a solicitar que le permitieran interrogar a Ramos Peguero. Al otro día, cuando llega al Palacio de la Policía a las siete y media de la mañana, le dice al oficial del día que le manden a buscar a Andrés Ramos Peguero. El tipo, nervioso, le hace una seña, le dice que no hable de ese asunto porque era peligroso. Mi papá le insistió y él le dijo: lo mataron pero no se puede decir nada, esto es un lío grande. Mi papá no se sintió tranquilo y expresó su desacuerdo porque lo habían asesinado. Averiguó que lo mataron un coronel y un cabo.
Según el relato que me hizo mi papá, lo estaban interrogando y el coronel se le puso en la espalda, le pasó un nylon por la garganta, entre él y el cabo le hicieron fuerza, hasta que se fue desvaneciendo poco a poco. Después que lo mataron lo tiraron al mar amarrado bien de madrugada en un saco.
Estando mi papá en el Servicio Secreto cayeron presos los emepedeístas Moisés Blanco Genao, Julio de Peña Valdez, Fafa (Rafael) Taveras, Onelio Espaillat, Edgar Erickson Pichardo. Mi padre había sido profesor de Moisés Blanco Genao siendo civil en Dajabón. Él había sido director de la escuela primaria y profesor del liceo. Casi todos los días sacaba a Moisés Blanco de la solitaria en que fue confinado. La excusa fue que era el jefe del grupo y era el más importante para interrogarlo y saber sus planes y que Julito parecía ser de los más militantes. Era, realmente, un acto de solidaridad con sus antiguos alumnos.
Otro caso fue el de Homero Hernández. Lo ubicaron en una bomba Esso. Mi papá no estuvo involucrado, pero a Alcántara, su chofer, lo utilizaron para ubicar a Homero. Lo vistieron de bombero, quitaron a los bomberos de verdad y lo pusieron a él. Lo tuvieron ahí dos o tres días. Ese día él echó gasolina a su carro, un cepillito Volkswagen. Lo siguieron por un rato y cuando llegaron al frente de la escuela de Artes y Oficios entraron en acción. Lo mataron frente a su esposa Elsa. Según me contó Alcántara, Homero era muy temido entre los policías. Decían que había sido entrenado en China, que era un guerrillero.
¿Qué papel jugó su papá como oficial del Servicio Secreto en la persecución y muerte de Amaury y sus compañeros?
El 11 de enero de 1972 mi papá llegó como a las tres de la tarde. Llegó muy cansado. No había dormido nada. Ese día se durmió en la mecedora que está frente a la puerta. Después que despertó me dijo: ´Ya sabemos dónde está Amaury y el grupo. Seguimos al que le llevó la comida y ya tenemos la información. Es camino al aeropuerto´. Esa persona era César Félix, que fue detenido ese día.
Según mi papá, habían seguido a César Félix días antes, pero se les había perdido. Al rato lo llamaron. Tuvo que ponerse ropa; estaba en chancletas, sin camisa. Cuando me dijo lo de Amaury yo traté de ver cómo me comunicaba con alguien. Fui al local del BRUC (Bloque Revolucionario Universitario Camilista) en la universidad. No estaban ni Leo (Mercedes) ni Celedonio (Jiménez).
En la mañana del 12 de enero me fui temprano a la universidad en la guagua de los empleados. Tenía una clase a las siete. A esa hora ya se sentía un ambiente raro, mucha vigilancia en los alrededores. El profesor no va y había guaguas para los barrios. Me monto en la que iba para Cristo Rey. Me desmonto en la Máximo Gómez con Ovando y oigo la primera noticia: en un enfrentamiento que se dio en el kilómetro catorce y medio de Las Américas murieron dos dirigentes de los Comandos de la Resistencia. La noticia daba cuenta de que había un tiroteo muy fuerte y una gran militarización. Yo estaba doblemente inquieto porque además de los muchachos del grupo, sabía que mi padre estaba ahí.
En la Máximo Gómez con Ovando también me entero que hay un oficial de la Policía que está muerto. Las primeras noticias fueron muy confusas y contradictorias. No dieron nombre, unos decían que era un capitán, otros que no, otros que estaba muerto, que sólo estaba herido. Cuando llego a mi casa todo estaba revuelto.
Ya alguien le había dicho a mi mamá que mi papá había sido herido en el tiroteo. La gente del barrio vino a la casa, vinieron los hermanos de la iglesia, el padre Guillermo, los familiares. Cuando entré a la casa en medio del aquel revuelo mi mamá me dice sin titubear: ´Ese es tu papá Virgilio, yo estoy segura, yo me lo soñé anoche´. En su último sueño ella vio un ataúd moviéndose en su cama, que cayó al suelo, el rostro de mi papá estaba en la caja.
Llegan mis hermanos del colegio a las doce del mediodía. Yo me doy cuenta de que la situación está muy difícil y me reúno con mis hermanos. Comienzo a hablar con ellos. Les digo también que es posible que mi papá esté muerto y que teníamos que prepararnos para eso y ser fuertes.
Queríamos mucho a papá porque era un ser muy especial. Se acostaba con sus seis hijos varones en la espalda como un caballito y se llenaba las manos de llagas haciéndonos carritos con cajas de arenque y ruedas de javilla. Tenía muchos de esos detalles que no se olvidan nunca en un niño. Era un papá ejemplar, un hombre que lo llenaba todo. Teníamos un choque muy fuerte porque mi padre era la persona que más queríamos en este mundo. Le contábamos nuestras travesuras y era siempre comprensivo, nunca nos reprochaba, nos aceptaba como éramos.
Estábamos muy tristes, pero estábamos, en cierta medida, muy amarrados por lo raro de la situación, sintiendo a Amaury como un compañero, y a mi papá como aquel ser especial que era. Yo no quería que ninguno de mis hermanos viera a Amaury como responsable de la muerte de mi papá. A pesar  de que él era mi padre y nosotros lo queríamos mucho, jamás podríamos culpar a un hombre como Amaury que estaba defendiendo su vida. Mi mamá estaba muerta de dolor, pero también entendió la cosa.
¿Cómo transcurrieron los acontecimientos con su papá a su alrededor y que has investigado de sus últimos momentos de vida?
Por el periodista René Fernández Almonte, que transmitía en ese momento para radio Cristal o radio Comercial, nos enteramos después que mi papá había planteado cerrar la zona y hacer una gran lanzamiento de bombas lacrimógenas, con el fin de capturarlos vivos para que sean fuente informativa en las indagaciones sobre los Comandos de la Resistencia. Todo el mundo escuchó por la radio en un momento la voz del general Nivar Seijas diciendo que qué era lo que jodía tanto el capitán Almánzar Fernández, que dejara de hablar y empezara a pelear, que a eso fueron. Eso fue muy temprano en la mañana.
Mi papá sabía que los Comandos de la Resistencia estaban vinculados a lo del Royal Bank y que era un grupo de cuidado. Me dijo también que era un grupo con muchas condiciones militares, con mucha experiencia, que tenían la información de que eran buenos militares y que casi todos tenían entrenamiento en Cuba.
¿Qué información tiene su familia sobre el enfrentamiento?
En un primer enfrentamiento que muere La Chuta y Ulises Cerón Polanco, mueren dos policías. Uno de esos policías había sido compañero de mi papá de gallos y de tragos. La Chuta y Cerón Polanco mueren muy cerca de mi papá y sus compañeros, que estaban escondidos entre los matorrales y tenían todo el perímetro cercado. Al encontrarse con ellos, mi papá le pidió la contraseña que se había acordado para esa operación a La Chuta, que iba delante, La Chuta no la respondió. Él le pidió la contraseña porque llamó la atención que tenía el cabello largo. La Chuta tenía el pelo muy negro y muy lacio.
La mañana comenzaba y ellos los vieron en medio de la tenue oscuridad. Le dieron la contraseña a ver si eran policías igual que ellos y se la respondían. Todos estaban vestidos de militares, con chamacos, también los muchachos. Al no responder la contraseña, ellos se ponen inmediatamente en posición de combate, pero no logran hacer casi nada.
Después de la contraseña vino un silencio corto y de inmediato los militares abrieron fuego. La Chuta y Ulises no lograron organizar una gran defensa, aunque lo intentaron. Estaban en desventaja, eran demasiados policías a su alrededor, y además, estaban a cuatro o cinco metros de distancia de los policías. Los mataron a quemarropa.
Ellos habían amanecido en la cueva, pero fueron tempranito en la mañana a la casa a buscar los obuses de la bazuka y a ver cuál era la situación que había para podérsela informar a Amaury y a Virgilio que estaban en la cueva.
Mi papá andaba en ese momento con el sargento Juan de la Cruz Alcántara Oviedo, que era su chofer, y tenía una radio en la espalda. Luego va aclarándose el día y van muriendo algunos policías. Al ver que La Chuta y Ulises están vestidos de militares, dondequiera que suena un tiro, los otros policías disparan. No había control, todo estaba desorganizado, había un desorden, el mando aún no estaba claro, este grupo tiraba, del otro lado los mismos policías respondían. El resultado es que los policías se dispararon entre sí. Según los agentes con los que hablamos posteriormente, algunos de los heridos y muertos fueron provocados por los mismos policías.
Cerca de las ocho de la mañana mi papá ve que hieren un policía y el fuego lo están haciendo debajo de dos matas, una de olmos y otra de almácigos. Las raíces producían un pequeño triángulo. Hay como una hondonada y muchas rocas. Él le dijo a Alcántara: mira es debajo de aquella mata que están tirando, pero las matas tienen unos troncos bien grandes. Por el pequeño triángulo se podía sacar el cañón de un fusil y medir bien el objetivo. La cueva era hacia abajo y estaba protegida por las raíces de los árboles. Ellos estaban bien posicionados y para hacer contacto con ellos había que sacar la cabeza hacia ellos.
Mi papá se va acercando a ellos por ese lugar. Trata de ranear, pero lo hace con dificultad porque el terreno es muy rocoso y tiene muchas enredaderas. Cuando se acerca y levanta un poco el cuerpo le dan en el hombro. Con el impacto de la bala dejó caer la cabeza sobre una roca y se hizo una herida en el medio de los dos ojos, sobre el hueso de la nariz. Alcántara, su chofer está detrás de él, y le dice: “Almánzar, devolvámonos que estamos muy cerca”. Pero se da cuenta que ha sido herido. Trata entonces de arrastrarlo, jalándolo por los pies, el esfuerzo que tiene que hacer es muy grande, porque no puede levantarse, en ese momento había una lluvia de balas muy fuerte que viene de la cueva. Entonces, a Alcántara le dan un tiro en la radio que lleva en la espalda y ahí decide irse y deja a mi papá en el lugar. Había comenzado a desangrarse y el tiempo estaba corriendo.
Un hijo de un oficial cuando vio que mi papá se mueve un poco, ya herido, trata de llegar donde él, se manda a correr en forma oblicua, tratando de llegar rápido, pero le dan un disparo también. El disparo se lo dan debajo del brazo derecho y le cruza el omoplato. Cayó al lado de mi padre, yéndose en sangre. Él quiso rescatar a mi papá porque lo vio moverse con mucha dificultad; él profesaba mucha admiración por mi papá y además fue su alumno en la academia. Fue la última persona que habló con mi papá. Mi papa le habló en un palabrerío muy confuso y además, el estruendo de los disparos, que en ese momento había aumentado, impidió que se escuchara totalmente. Lo que sí recuerda son estas palabras: “cuiden de mis hijos”.
Él hizo un gran esfuerzo y pudo retirarse, pero no pudo llevarse para atrás a mi papá, quien aun estaba con vida y seguía desangrándose. Mientras él se retiraba arrastrándose hacia atrás, escuchaba el zumbido de los disparos sobre su cabeza. Había muchos disparos en dirección a la cueva y muchos disparos en dirección contraria, los balazos que tiraban los muchachos. La batalla estaba en un punto muy alto.
Más tarde el primer teniente Rodríguez Brito, que era de Dajabón y había sido alumno de mi papá como civil y como militar, trata de rescatar a mi papá. Cuando se acercó sacó la cabeza en la pequeña hondonada que estaba frente a la cueva y le dieron un tiro en la cabeza. Murió instantáneamente.
Luego se supo que Amaury murió por el impacto de las esquirlas de los morteros que les lanzaron. Fue cuando llegó el Ejército. La Policía no pudo controlar la situación y entonces llegó un batallón del Ejército y tropas especiales. Llegaron con morteros, tanques y muchas armas, pero no pudieron tampoco controlar la situación de inmediato.
Los tanques llegaron como a las diez u once de la mañana. Nosotros estábamos aquí en la casa, esperando informaciones sobre la suerte de mi papá cuando pasaron los tanques por ahí por la Ovando, en dirección a Las Américas.
Los tanques no pudieron hacer casi nada porque el terreno era muy difícil para su desplazamiento. A las dos de la tarde, con la situación fuera de control, el Ejército baraja la posibilidad de tirar una bomba de 500 libras, pulverizar la zona y dar por terminada de esa manera la situación. A mi mamá la llamó por teléfono el general Eligio Bisonó Jackson y le dijo: ´Mercedes, es posible que no se recupere el cadáver de Virgilio porque la situación está fuera de control y vamos a tirar una bomba de 500 libras ya para salir de ese asunto´. Mi mamá quedó desconsolada.
Según la información que recabamos entre policías amigos de mi papá y con Alcántara, el chofer, cuando el Ejército empieza a tirar con morteros, ellos mueren por las heridas que les producen las esquirlas. Virgilio, que estaba con Amaury, salió de la cueva disparando. Estaba muy herido y sangraba por todas partes. Entonces, lo agarraron vivo, le dispararon todos a la vez ráfagas interrumpidas y lo mataron. Después quemaron el cadáver con un lanzallamas disparado a distancia. Aparentemente, su salida fue una maniobra desesperada para desconcentrar el fuego que había sobre la cueva y abrir otro frente.
Cuando a mi papá lo recogen, ocho horas después de ser herido, el primer policía que intentó rescatarlo y que fue herido en el intento, dice: el capitán está vivo, pero inmediatamente le dicen: no, acaba de morir. Tenía dos balazos, uno en la mano derecha, entre el índice y el anular, y otro en el hombro derecho, debajo de la clavícula. Fue una bala de fusil pero el tiro no era para morir.
Mi papá murió de hemorragia. Duró ocho horas tirado en el suelo desangrándose y no lo rescataron. En ese momento, la Policía no tenía interés de rescatar a nadie. Tenían interés algunos particulares, que eran sus amigos. La orden que tenía la Policía era matar a Amaury, salir de ellos a cualquier precio, no importaba las consecuencias. A ellos no les importaba si tenían que sacrificar a veinte policías o guardias.
Yo fui al Marión, el hospital militar, como a las cinco de la tarde, pensando que a mi papá ya lo habían llevado. Llegan los cadáveres y los ponen en la morgue. Llegaron en la parte de atrás de una camioneta, desnudos. Estaban tirados uno arriba del otro. Estaban tirados en forma indigna del honor con que murieron. Nunca he podido olvidar esa imagen de mi papá y sus amigos. A mi papá lo cambió Bolívar Belliard Sarubi, relacionador público de la Policía, que era su amigo.
Lo velamos aquí. La Policía quería llevarlo a una funeraria. Mi mamá dijo que no, que ella quería tenerlo sus últimos horas aquí, para que su gente lo viera y lo despidiera, sus amigos, sus vecinos, los hermanos de la iglesia. Mi papá tenía un mes y medio que había hecho un cursillo de cristiandad. Se hizo una gran misa.
Cuando llegamos al cementerio estaba el presidente Joaquín Balaguer con sus generales. Nos abrazó a mí y a mi mamá y nos dijo que mi papá había muerto por la patria, y que cualquier cosa que nosotros necesitáramos, se lo dijéramos. Mi mamá le pidió una casa porque tenía miedo de que sus hijos quedaran desamparados. Balaguer se la dio y encargó de los trámites al general Eligio Bisonó Jackson, jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares. Bisonó Jackson se quedó con ella, nunca se la entregó.
Enterramos a mi papá en medio de esa situación. Fue muy duro para nosotros despedirlo, dejarlo en su tumba, desprendernos de ese cuerpo querido. Fue un gran dolor. También fue enterrado Rodríguez Brito, el oficial que murió tratando de rescatar a mi padre. Se hizo una misa por los dos. Los otros seis policías se los llevaron para sus pueblos. Regresamos cerca del mediodía a la casa. Mi casa sin mi papá nunca volvió a ser la misma.
¿Cómo ha logrado acomodar en el mismo altar a dos héroes tan contradictorios como Amaury Germán Aristy y a su papá que, además se batieron a tiros entre sí?
Amaury era un gran revolucionario y mi papá era un policía diferente a los demás. Por caminos distintos, los dos buscaban el bienestar de la humanidad. Por eso pueden convivir en el mismo altar.
Mural conmemorativo de Amaury y el grupo Los Palmeros
Mural conmemorativo de Amaury y el grupo Los Palmeros

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