El Estado dominicano ha sido siempre la guarida de grupos que han buscado el enriquecimiento rápido y la impunidad, desde el 1844. Asombra que la práctica política reinventa palmo a palmo todo lo que desde el siglo XIX ha configurado el accionar del liderazgo nacional. Y no es mala suerte, ni designio, ni naturaleza. Es ideología, “ideología dominante”, o sea la idea cuando domina; de la que no se han podido zafar la enorme mayoría de nuestros gobernantes. El imaginario de los políticos dominicanos es la concepción patrimonial del Estado. Ulises Francisco Espaillat se desengañó de la política porque el pobre hombre soñó que era posible gobernar este país con los artilugios del sentido común, y cuando se topó con la dura realidad de los intereses, proclamó airado que “somos un país que vive exiliado de la razón”. El pobre hombre quería gobernar con un “ejército de maestros”, y los generales despanzurrados sobre la dulce carga de la patria pedían su tajada, se regodeaban en la angurria que hace natural, ante los ojos del partidario, el “derecho al botín de guerra”. La Patria es un botín, la patria es la fisura entre lo que amamos y lo que deseamos; y toda la historia de este país ha ido de caída en caída porque quienes nos han gobernado, en una inmensa mayoría, la golosean, la ven, y la viven como un botín.
La corrupción es una sombra tutelar omnipresente, un espigón clavado en el corazón mismo de la historia dominicana. Somos nosotros, los ciudadanos, los contribuyentes, los que tenemos que reaccionar frente al despojo. La historia contemporánea es una violenta lección de corrupción en acto que nos ha robado un cúmulo inabarcable de felicidad ciudadana. ¿Qué es la corrupción, esencialmente? Una negación de derechos, porque lo que el corrupto se roba afecta a todos. El Estado tiene el compromiso de mejorar las condiciones de existencia de sus ciudadanos, lo que el corrupto obtiene en confort individual y riqueza, se lo sustrae al bienestar del pueblo. Es la negación de derechos más plena y rotunda, porque la acumulación de capital del corrupto no supone más que el aprovechamiento de la oportunidad de administrar el Estado. La desconstrucción de la corrupción como fenómeno social, deja al desnudo todo el desamparo de una forma de organización de la convivencia social que favorece el dolo, el cinismo, y la defraudación. Si esta sociedad no le pone un límite al gobierno corrupto y al Estado clientelar, las normas civilizadas de la convivencia terminarán colapsando.
De Pedro Santana a Rafael Leónidas Trujillo Molina. De Balaguer a Danilo Medina, la corrupción se ha convertido en el prototipo inmóvil de nuestra existencia dentro de la cual todos los límites son posibles. Y lo que ahora ocurre, en el gobierno de Danilo Medina, es tan solo la hipérbole de un gesto despótico de un grupo económico que ha convertido el Estado en su finca particular. Si la corrupción es una constante histórica, ¿por qué hemos reaccionado frente al caso ODEBRECHT, con tantos bríos y disposición ciudadana? Simplemente porque en la actualidad la corrupción ha dado un salto cualitativo. No se trata únicamente de que nos veamos en el centro de una red internacional de corrupción, sino del hecho inocultable de que todo el Estado es una maquinaria de negocios. Concursos fingidos, comisiones, compañías de carpetas, organizaciones de extorsión a contratistas, asignación de exoneraciones para importación, pago de nóminas a militantes del partido con los fondos públicos, adulteración de precios para obtener altos dividendos; en fin, una verdadera estructura política económica destinada a la exacción del Estado. Nos hemos topado de golpe con la hipercorrupción, un hito sociológico de la historia dominicana atribuible a los gobiernos del PLD, particularmente al de Danilo Medina.
Es por ello que el contribuyente dominicano debe salir a las calles cívicamente, y denunciar lo que ocurre. El domingo 22 a las diez de la mañana los que pagan impuestos, los pobres de solemnidad, los contribuyentes dominicanos estamos en la obligación de gritar: ¡Basta ya de corrupción e impunidad!
La corrupción es una sombra tutelar omnipresente, un espigón clavado en el corazón mismo de la historia dominicana. Somos nosotros, los ciudadanos, los contribuyentes, los que tenemos que reaccionar frente al despojo. La historia contemporánea es una violenta lección de corrupción en acto que nos ha robado un cúmulo inabarcable de felicidad ciudadana. ¿Qué es la corrupción, esencialmente? Una negación de derechos, porque lo que el corrupto se roba afecta a todos. El Estado tiene el compromiso de mejorar las condiciones de existencia de sus ciudadanos, lo que el corrupto obtiene en confort individual y riqueza, se lo sustrae al bienestar del pueblo. Es la negación de derechos más plena y rotunda, porque la acumulación de capital del corrupto no supone más que el aprovechamiento de la oportunidad de administrar el Estado. La desconstrucción de la corrupción como fenómeno social, deja al desnudo todo el desamparo de una forma de organización de la convivencia social que favorece el dolo, el cinismo, y la defraudación. Si esta sociedad no le pone un límite al gobierno corrupto y al Estado clientelar, las normas civilizadas de la convivencia terminarán colapsando.
De Pedro Santana a Rafael Leónidas Trujillo Molina. De Balaguer a Danilo Medina, la corrupción se ha convertido en el prototipo inmóvil de nuestra existencia dentro de la cual todos los límites son posibles. Y lo que ahora ocurre, en el gobierno de Danilo Medina, es tan solo la hipérbole de un gesto despótico de un grupo económico que ha convertido el Estado en su finca particular. Si la corrupción es una constante histórica, ¿por qué hemos reaccionado frente al caso ODEBRECHT, con tantos bríos y disposición ciudadana? Simplemente porque en la actualidad la corrupción ha dado un salto cualitativo. No se trata únicamente de que nos veamos en el centro de una red internacional de corrupción, sino del hecho inocultable de que todo el Estado es una maquinaria de negocios. Concursos fingidos, comisiones, compañías de carpetas, organizaciones de extorsión a contratistas, asignación de exoneraciones para importación, pago de nóminas a militantes del partido con los fondos públicos, adulteración de precios para obtener altos dividendos; en fin, una verdadera estructura política económica destinada a la exacción del Estado. Nos hemos topado de golpe con la hipercorrupción, un hito sociológico de la historia dominicana atribuible a los gobiernos del PLD, particularmente al de Danilo Medina.
Es por ello que el contribuyente dominicano debe salir a las calles cívicamente, y denunciar lo que ocurre. El domingo 22 a las diez de la mañana los que pagan impuestos, los pobres de solemnidad, los contribuyentes dominicanos estamos en la obligación de gritar: ¡Basta ya de corrupción e impunidad!
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