viernes, 20 de enero de 2017

Teoría política de la esperanza | Eduardo Jorge Prats

Teoría política de la esperanza

Eduardo Jorge Prats - 20 de enero de 2017 
ejorgeAlgunos -en ese inútil ejercicio de “honestismo” que, como nos recuerda José Carlos Nazario, no es más que pensar que todos nuestros problemas “son producto de la corrupción en general y de la corrupción de los políticos en particular” (Martin Caparrós) – presentan la posición de que la indignación per se es políticamente estéril, como un llamado hipócrita -por parte de los sectores nacionales más oscuros, perversos y corruptos- a la inacción. A pesar de que “fue la guerra contra la hipocresía lo que transformó la dictadura de Robespierre en el reinado del terror” (Hannah Arendt) y que se trata de argumentos infundados y descartables por ser ad hominem, reitero lo que siempre he pensado: la protesta pacífica es el “primer derecho”, pues es el que nos permite preservar los derechos que tenemos y “luchar por los que no tenemos” (Roberto Gargarella).
Pero insisto: la indignación es políticamente estéril.  Solo la utopía le da a esta emoción direccionamiento y sentido. Utopía, como la entiende Pedro Henríquez Ureña: no como algo quimérico, inalcanzable, irreal, una vana ilusión que es imposible concretar en el mundo real, sino como lo que verdaderamente es, es decir, como “inquietud del perfeccionamiento constante”, convicción de “que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir mejor de cómo vive”, permanente búsqueda de “toda mejora, de toda perfección”, experimentación, critica, comparación de ideas y sistemas políticos y sociales.
Como es obvio, no es al quietismo político que convoco. Solo pido llenar el espacio de la desilusión con la luz de la esperanza. Y es que, como decía Ernst Bloch, “sin esperanza no hay acción, pero sin acción no hay esperanza”. De ahí que no basta con mostrar nuestra indignación y denunciar los males que nos aquejan. Hace falta algo más para cambiar la sociedad: se requiere soñar un mundo mejor. Y soñarlo como colectivo pues “no es posible soñar y cumplir el sueño si no se comparte ese sueño con otras personas” (Paulo Freire). En otras palabras, el pensamiento utópico en tanto pensamiento profético nos vuelca al mundo, a nuestros congéneres, pues “anuncia un mundo mejor”. El mejor ejemplo de ello: las movilizaciones de la comunidad jurídica dominicana por una reforma judicial y mejores condiciones de carrera para los jueces en los 10 años de Balaguer (1986-1994) no se quedaron ahí, sino que implicaron organizaciones, seminarios, discusión pública, propuestas, renovación del tren judicial y cambios constitucionales (1994 y 2010) que, mal que bien, han mejorado notablemente la situación de nuestro Poder Judicial. ¡Qué contraste con la “revolución low cost” por la que lucha ahora cierta “izquierda exquisita”, que “es sólo de izquierdas en el estilo”, pues “en el fondo forma parte de la buena sociedad y de sus tradiciones” (Tom Wolfe).
La utopía está inscrita en el sistema operativo del Estado Constitucional, pues la Constitución es tarea de renovación: en la medida en que contiene programas de transformación social, plasma legítimas aspiraciones de los pueblos, por lo que no es el pasado sino el futuro el problema de la Constitución. Muchas de las instituciones y derechos (emancipación de la esclavitud, los derechos de la mujer, el propio sistema democrático, etc.) que hoy disfrutamos fueron utopías que muchos descartaron por irrealizables. Ello explica por qué las constituciones son verdaderas “utopías de derecho positivo” (Ferrajoli). Como “el más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta” (García Lorca), los constitucionalistas necesitamos de las utopías: porque el ser humano, “necesita la esperanza como el aire que respira” (Häberle). Se habla así del elemento utópico como el “ingrediente cultural del constitucionalismo” (De Cabo Martin), ya que “la historia enseña que el Estado constitucional, en especial, se ha convertido en ‘conquista cultural’ también gracias a las utopías, las ‘fantasías’, las visiones y ‘sueños’ de sus clásicos”, por lo que “debe haber apertura en lo futuro para nuevas utopías o para las utopías clásicas transformadas como ‘catalizadores’ o ‘fermentos’” (Häberle). El Derecho Constitucional necesita de los soñadores pues la Constitución es fruto de la imaginación “y no sólo de una imaginación individual, la de los autores o ‘padres’ de la Constitución, sino también de un imaginario colectivo que en ella se condensa y desde ella se proyecta para penetrar en toda la vida social” (Martínez García). Es por ello que “debemos crear nuestro propio imaginario, para ver si de una vez y por todas eliminamos de la faz de nuestra historia esa herencia caudillista, autoritaria, excluyente y discriminatoria” (Mu-Kien Sang Ben) y logramos que “la imaginación [llegue] al poder”.
La política, por tanto, es ejercicio de esperanza utópica, el instrumento para hacer realidad, no una utopía maximalista que requiere una ingeniería social totalitaria, sino utopías concretas y posibles, que se alcanzan mediante una ingeniería social fragmentada, que procede paulatina pero progresivamente, en sucesivos experimentos de ensayo y error (Karl Popper). Se trata de utopías minimalistas, que buscan “lo posible viable” (Freire), cosas poco ambiciosas pero importantes como las transferencias monetarias a los más pobres, el acceso a la propiedad inmobiliaria titulada, el seguro de salud para todos. Como afirma Leonardo Boff, “la consecución de estas utopías minimalistas crea la base para utopías más altas”, tales como, por ejemplo, la renta básica universal.
“Las rebeliones se construyen con esperanza” (“Rogue One: Una historia de Star Wars”). No temamos a la esperanza por temor a ser defraudados. Ya lo dice Bloch: una esperanza que no se defrauda “no sería ya esperanza”. Mejor aún, como afirma el Papa Francisco, “¡el optimismo defrauda, la esperanza no!”.  Por eso, junto con Junot Diaz, creo que “la esperanza radical es nuestra mejor arma contra la desesperación, aun cuando la desesperanza parece justificable”. http://acento.com.do/2017/opinion/8420601-teoria-politica-la-esperanza/
ejorge

Eduardo Jorge Prats

Ius Politicum

Licenciado en Derecho, Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM, 1987), Master en Relaciones Internacionales, New School for Social Research (1991). Profesor de Derecho Constitucional PUCMM. Director de la Maestría en Derecho Constitucional PUCMM / Castilla La Mancha. Director General de la firma Jorge Prats Abogados & Consultores. Presidente del Instituto Dominicano de Derecho Constitucional.

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