“La socialdemocracia alemana oficial, que era el partido más fuerte, el partido dirigente, en el seno de la II Internacional, asestó el golpe más sensible a la organización internacional de los obreros. Pero también en la socialdemocracia alemana resultó más poderosa la oposición. Es el primero de los grandes partidos europeos en el que alzaron su vigorosa voz de protesta los camaradas que permanecen fieles a la bandera del socialismo. Hemos leído con alegría las revistas Lichtstrahlen y Die Internationale. Y con mayor alegría aún nos hemos enterado de la difusión en Alemania de llamamientos revolucionarios ilegales, como por ejemplo el titulado "El enemigo principal está dentro del propio país". Esto demuestra que el espíritu del socialismo vive entre los obreros alemanes, que en Alemania hay todavía hombres capaces de defender el marxismo revolucionario.” (Lenin, El socialismo y la guerra en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, IPS-CEIP, 2014)
En mayo de este año se cumple un siglo del manifiesto del que habla Lenin. Su autor, oficialmente apócrifo para evitar las represalias del régimen militar, aunque todos sabían de quien se trataba, fue uno de los dos principales dirigentes del ala revolucionaria del socialismo alemán, Karl Liebknecht. Circuló como una octavilla ilegal por las calles, las fábricas, los barrios obreros, los círculos socialdemócratas alemanes. Su título pasó a la historia y se convirtió en un símbolo, en una síntesis del internacionalismo obrero en una guerra imperialista.
Este folleto, fue traducido por primera vez al castellano y publicado en la compilación que publicamos desde Ediciones IPS y el CEIP León Trotsky el año pasado, “Marxistas en la Primera Guerra Mundial”, que además de textos del propio Liebknecht incluye otros de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg y Franz Mehring, también en su mayoría previamente inéditos en nuestro idioma. Se pueden leer dos trabajos introductorios al libro aquí y aquí.
Aquí desarrollaremos algunas ideas más para entender el significado de este documento de Karl Liebknecht y su importancia en medio de la Primera Guerra Mundial, como parte de sus actividades revolucionarias.
Ya declarada la guerra, el 4 de agosto de 1914 se realiza una sesión en el Parlamento alemán donde el gobierno pide la aprobación de los primeros créditos necesarios para la campaña militar. Sectores de las clases dominantes aún temían por la posible reacción de los socialdemócratas. Este partido tenía la mayor bancada en el parlamento, era poderoso, tenía detrás suyo al movimiento obrero organizado y una antigua tradición antimilitarista. Repetidamente había amenazado con usar todo ese poder para frenar una guerra imperialista europea y poner en crisis al capitalismo alemán. Sin embargo, el 4 de agosto, la bancada socialdemócrata votó por unanimidad contra su propio programa y su propia historia, aprobando los créditos de guerra. En los días siguientes, la mayoría de los otros partidos socialistas europeos hicieron lo mismo en sus respectivos países en los dos bandos. Todavía se sigue discutiendo qué es lo que llevó a la organización socialista fundada por Marx y Engels, parte de una Internacional obrera formidable, formalmente bajo la bandera del marxismo, a traicionar tan miserablemente en el momento más decisivo de su historia y para el que en teoría se había preparado. Historiadores contemporáneos sostienen que en realidad la actitud de la Segunda Internacional no fue más que hacer lo que sus bases le pedían, que una ola de nacionalismo recorría a la clase obrera de los distintos países y que, de haber actuado de otra manera, los trabajadores socialistas habrían barrido a sus dirigentes. Por lo tanto, no habría habido “traición” alguna. El principal argumento es que no hubo una oposición de masas obrera.
Sin embargo, las masas obreras solo se podían expresar colectivamente a través de sus organizaciones. Pero había solo una: la socialdemocracia, que también incluía a los sindicatos. Cinco décadas previas de construcción lenta y afirmación de una “identidad” partidaria. El 4 de agosto los dirigentes decidieron, sin consultar con sus bases, por encima de ellas, apoyar la política del gobierno. Una poderosa burocracia se había ido enquistando en el partido y quitándoles a las masas el control sobre sus propias organizaciones. Luego de la traición del 4 de agosto, ¿cómo podría manifestarse la oposición de las masas? Hay una metáfora de Lenin que puede servirnos para entender esto. Tres años después, en medio de la Revolución Rusa, propuso cambiar el nombre de su partido, quitándole el nombre de “socialdemócrata”.
Lenin decía que era necesario cambiar la vieja ropa ya demasiado sucia por las traiciones de la Segunda Internacional. Pero en 1914 la socialdemocracia era la única ropa con que contaban los obreros alemanes. Incluso el ala izquierda del SPD, que tenía como sus principales referentes a Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg, Franz Mehring y Clara Zetkin, a diferencia de la fracción de los bolcheviques rusos, ni siquiera estaba demasiado organizada al interior del partido como una tendencia o una fracción que peleara por la dirección del partido. La razón de esto parecería residir en la concepción de partido que levantaban y que Rosa Luxemburg formuló más claramente, según la cual el partido revolucionario debía agrupar a la clase obrera en su conjunto y en todo caso las corrientes de izquierda a su interior tenderían a confluir naturalmente con la espontaneidad revolucionaria en la lucha de clases, a diferencia de la idea del partido de vanguardia que sostenía Lenin. Esta falta de organización permanente de la izquierda socialdemócrata hizo que también fuera más difícil el proceso, luego del 4 de agosto, de construir una organización alternativa.
Lenin decía que era necesario cambiar la vieja ropa ya demasiado sucia por las traiciones de la Segunda Internacional. Pero en 1914 la socialdemocracia era la única ropa con que contaban los obreros alemanes. Incluso el ala izquierda del SPD, que tenía como sus principales referentes a Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg, Franz Mehring y Clara Zetkin, a diferencia de la fracción de los bolcheviques rusos, ni siquiera estaba demasiado organizada al interior del partido como una tendencia o una fracción que peleara por la dirección del partido. La razón de esto parecería residir en la concepción de partido que levantaban y que Rosa Luxemburg formuló más claramente, según la cual el partido revolucionario debía agrupar a la clase obrera en su conjunto y en todo caso las corrientes de izquierda a su interior tenderían a confluir naturalmente con la espontaneidad revolucionaria en la lucha de clases, a diferencia de la idea del partido de vanguardia que sostenía Lenin. Esta falta de organización permanente de la izquierda socialdemócrata hizo que también fuera más difícil el proceso, luego del 4 de agosto, de construir una organización alternativa.
El partido en su conjunto se había acostumbrado a una situación de décadas de nadar a favor de la corriente, de éxitos relativamente fáciles y obtenidos en forma gradual y pacífica. Un par de generaciones de dirigentes obreros y socialistas se habían formado bien lejos de los ecos de las barricadas y de la época de las persecuciones. Se habían desarrollado organizaciones del proletariado que llevaban a cabo su actividad en forma independiente en su territorio y que no se adaptaban a una unificación a nivel internacional sino de una manera muy laxa. En ese sentido, la Segunda Internacional era una unión débil de partidos obreros, predominantemente limitada a Europa. En 1890, todavía con Friedrich Engels vivo, esta organización introduce la celebración anual del 1° de Mayo para ir preparando el terreno para esa unificación. Las consignas que se levantaban en los distintos países en el Día Internacional de los Trabajadores sirvieron a la causa de obtener reivindicaciones de las clases obreras nacionales, pero muy poco a que cerraran filas como una organización cohesionada mundialmente. Es decir, tenía un aspecto positivo, por el cual se unía a los trabajadores a nivel nacional, pero al mismo tiempo generaba tendencias conservadoras, presiones a ligase muy estrechamente a la suerte de cada Estado en particular. Estas presiones iban aumentando en los principales países desarrollados en la medida en que se arrancaban cada vez más conquistas, sin una fuerte lucha de clases y con regímenes políticos que se iban “democratizando” permitiendo que los socialistas crecieran electoralmente y ganaran grandes bancadas legislativas, incluso avizorando la posibilidad de llegar al poder por esa vía. Los socialistas, como vanguardia de los trabajadores, debían ir por delante de estas presiones y contraponer sus tendencias revolucionarias a las presiones conservadoras que sufría el movimiento obrero y expresar los intereses del conjunto de los trabajadores, particularmente los de las capas más bajas y desorganizadas, contra la burocracia sindical que expresaba a los sectores más altos. La ideología del “tránsito pacífico al socialismo” brotaba de esta integración cada vez más creciente de los partidos socialistas a sus propios Estados capitalistas, en paralelo al debilitamiento de los lazos reales con la Segunda Internacional, que se terminó transformando en una federación de partidos nacionales. La izquierda revolucionaria surgida de la socialdemocracia sacaría estas conclusiones y fundaría la Tercera Internacional en 1919 como un partido obrero internacional de combate, centralizado, que tenía como objetivo ya no la preparación de las condiciones para la emancipación del movimiento obrero en el largo plazo sino la revolución como tarea práctica, dado que las convulsiones de la época imperialista sacudían violentamente las fronteras nacionales.
En la época de las leyes anti-socialistas el Partido Socialdemócrata alemán no tenía un aparato de imprentas propias porque estaba sujeto permanentemente a la persecución estatal y podía perderlas. Tras la derogación de las leyes represivas de Bismarck hasta la debacle de 1914, formalmente la estrategia de los socialistas podía resumirse en valerse de la democracia capitalista para desarrollar al movimiento obrero, pero al mismo tiempo luchar contra ella, en pos de un orden social superior, el socialismo. Pero ahora en la mitad de la segunda década del siglo XX, con un aparato partidario enorme, con 91 periódicos y 65 imprentas propias, algunos dirigentes llegaron a argumentar su apoyo a la burguesía guerrerista alemana con el argumento de que haberse opuesto a la guerra hubiera significado perder todo aquello conseguido tan pacientemente. Estas presiones hacían perder de vista a la socialdemocracia el sentido estratégico de todas esas posiciones conquistadas, transformándolas en un fin en sí mismo en vez de un medio para hacer avanzar la organización y la conciencia revolucionaria de los trabajadores. “Para el partido son más importantes sus imprentas y su organización que sus principios y su dignidad”, escribía amargamente Trotsky en octubre de 1914 sobre la socialdemocracia alemana (La guerra y la Internacional, en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, IPS-CEIP, 2014).
Una vez que los dirigentes socialdemócratas traspasaron el límite, justificaron su apoyo a la guerra en la defensa “frente a la barbarie del despotismo zarista” de las conquistas de los trabajadores alemanes. Plantearon que, mediante su colaboración patriótica y en agradecimiento por sus servicios, la burguesía lo gratificaría con el mantenimiento de la democracia, los sindicatos, sus periódicos y sus logros. Sin embargo, 1915 fue terrible para los trabajadores, y a un año de comenzada la guerra los sindicatos estaban militarizados, reinaba la ley marcial, la censura y el avasallamiento de las conquistas que se suponía que se mantendrían.
Como dijimos más arriba, la gran desventaja de la izquierda del SPD era que prácticamente no estaba organizada como fracción, más allá del prestigio de sus dirigentes y su relación más estrecha con un grupo muy reducido de cuadros y el hecho de que ocuparan algún puesto importante en la estructura del partido. Según Pierre Broué “es significativo que la resistencia a la colaboración de clases y a la ‘paz civil’, lo que se conoce como mantener la lucha de clases proletaria, tuvo su expresión en la Alemania de 1914 solo donde los sectores de izquierda tenía responsabilidades efectivas, controlaban sectores del aparato o posiciones en la prensa, y donde una organización o una parte de una, podían expresar la oposición de los activistas y parte de las ‘masas’ a las políticas nacionalistas de los dirigentes nacionales.” (La revolución alemana 1917-1923, Primera parte, ed. original 1971). Karl Liebknecht, que como diputado había mantenido la disciplina y el 4 de agosto, contra sus convicciones, había votado a favor de los créditos de guerra, asume que había cometido un error e ese entonces y en la sesión de fines de 1914, donde el gobierno solicita la aprobación de nuevos créditos, declara: ”Como protesta contra la guerra, contra sus responsables y quienes la dirigen, contra la política capitalista que la originó, contra los objetivos capitalistas que persigue, contra los planes de anexión, contra la violación de la neutralidad belga y luxemburguesa, contra la dictadura militar, contra el abandono de las obligaciones sociales y políticas, de los que siguen siendo culpables el gobierno y las clases dominantes, ¡voto en contra de los créditos de guerra requeridos!” (Fundamento del voto contra la aprobación de los créditos de guerra en la sesión parlamentaria del 2 de diciembre de 1914, en Marxistas en la Primera Guerra Mundial)
Este hecho que fue silenciado por todos los periódicos alemanes y europeos, y por lo cual sus amigos de la izquierda del SPD tuvieron que imprimir un volante ilegal que hicieron circular por las calles para que se conociera su posición y alentar los trabajadores que se resistían a la guerra pero estaban desmoralizados por la traición de su propio partido. Rosa Luxemburg defenderá la valiente actitud de su camarada: “Cada corporación, cada comunidad importante basada en la participación de varios individuos, requiere de la disciplina, es decir, de la subordinación del individuo, sin la cual es imposible la cooperación. Sin disciplina, no serían posibles ni las fábricas, ni la educación, ni el ejército, ni el Estado. ¿La disciplina en la que se basa el Partido Socialdemócrata es esta misma? ¡No, en absoluto! Hay un contraste directo entre la naturaleza y las raíces de nuestra disciplina socialdemócrata y la disciplina de la fábrica o la militar. La disciplina militar y la del capitalismo industrial se basan en la coerción externa, mientras que la socialdemócrata se basa en la subordinación voluntaria (…) Lo que para todo ciudadano y soldado es la compulsión de la ley, para cada socialdemócrata es la fuerza vinculante del programa del partido. Y ningún grupo de un centenar de camaradas (…) tiene la atribución de obligar a una persona a traicionar al partido. La disciplina de todo el partido, es decir, ante todo su programa, está por delante de toda disciplina de cuerpo, y sólo ella puede investir de autoridad a esta última, y naturalmente constituir su límite”.
El documento distribuido ilegalmente del que en estos días se cumplen 100 años amplía y continúa su declaración de guerra contra la guerra imperialista del Parlamento:
“El principal enemigo del pueblo alemán se encuentra en Alemania: el imperialismo alemán, el partido alemán de la guerra, la diplomacia secreta alemana. El pueblo alemán debe combatir este enemigo interno en una lucha política, cooperando con el proletariado de otros países cuya lucha es en contra de sus propios imperialistas (…) ¡El enemigo principal está en el propio país!”
El actor Otto Sander representando a Karl Liebknecht dando un discurso, durante la revolución de 1918-1919, en la película “Rosa Luxemburg” de Margarethe von Trotta (1986)
http://www.laizquierdadiario.com/A-100-anos-de-El-enemigo-principal-esta-en-el-propio-pais
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