domingo, 23 de octubre de 2016

Haití. Muerte por mil cortes | Eduardo Sanz Lovatón

Puntos de vista domingo, 23 de octubre de 2016
Haití. Muerte por mil cortes
Eduardo Sanz Lovatón
Hace pocos días se estrenó en nuestros cines la película Muerte por Mil Cortes que trata el drama de la producción de carbón vegetal en República Dominicana para ser consumido en Haití y para ser exportado de manera comercial a países donde es considerado perjudicial. Este documental producido por ambientalistas preocupados por la situación del medio ambiente en nuestra isla, debería ser visto por todos los dominicanos y haitianos de buena voluntad. El mismo narra con arte varias historias paralelas, pero en resumen retrata una realidad cruda sobre Haití, nuestra frontera y las relaciones entre ambos países.
Haití es el país más pobre del hemisferio. Además, sus instituciones han quedado maltrechas luego de décadas de crisis políticas sucesivas. A esa realidad, con la que debemos convivir en nuestra misma isla, debemos sumarle una muy marcada diferencia cultural e histórica entre los dos pueblos. 
Como si todo esto fuera poco, recientemente vivimos una gran disputa por la sentencia 168-13 que generó todo un tema internacional por las políticas migratorias que de ella se han derivado.
Estos temas generan pasión y por lo tanto se han convertido en parte del debate político a ambos lados de la frontera. Algunas realidades deben ser aceptadas para que podamos encontrar un camino que nos permita convivir con aspiraciones de felicidad. Haití y República Dominicana nunca podrán ser uno. La pobreza crónica que vive Haití generará flujos migratorios indetenibles. No puede haber análisis del futuro dominicano sin atender la presión que genera una migración constante en todos nuestros servicios, recursos y medio ambiente. ¿Qué hacer? Lo primero es reconocer que no hay solución fácil ni popular. Es un problema de mucha ponderación, colaboración internacional  y de una necesaria continuidad de políticas públicas.
Una propuesta que nos aventuramos a asumir, como ya lo ha hecho una parte de la clase empresarial dominicana, es que esto debe ser visto desde un prisma económico, más que político. Si los haitianos no tienen cómo comer, trabajar o vivir en su país, no se quedarán allí. El problema económico de Haití no es nacional de ellos que no nos compete, es también un problema de supervivencia para nosotros. Tenemos que asumir sus desafíos. ¿Cómo hacemos eso sin intervenir en un país soberano? Lo hacemos con creatividad y con empatía. Es un trabajo de todos. 
El gobierno y el Congreso pueden y deben, sin demora, establecer políticas impositivas que incentiven la inversión en el país vecino. Debemos hacer los acuerdos comerciales que sean necesarios y reclutar el apoyo de países como Estados Unidos y Francia, para que ejerzan sus influencias sobre Haití para que los inversionistas extranjeros (como los dominicanos) tengan amplias ventajas para hacer sus negocios. Solo con un gran imán de rentabilidad se podrán vencer las justas aprensiones que se tiene a la hora de llevar un peso a un país en esa situación. 
Debemos asumir su reconstrucción. La historia nos demuestra que no valen muros, fuerzas armadas, leyes o poses políticas. La miseria moviliza y lo hace de manera irracional y hasta suicida. Si Haití no genera una mínima economía e instituciones viables, en algunas décadas viviremos en un caos total y nosotros que, por poco que tengamos, tenemos más, seremos los grandes perdedores, pues somos los únicos con algo que perder.  
Debe haber un esfuerzo multipartidario, multidisciplinario y que sobre todo tenga al sector privado dominicano a la cabeza, garantizando así su continuidad al margen de los vaivenes políticos. Las opciones son simples: Haití progresa o perecemos.
http://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2016/10/23/440177/haiti-muerte-por-mil-cortes

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