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Es demasiado pronto para valorar, en su justa dimensión, el daño provocado por el ingeniero Miguel Vargas Maldonado al PRD, pero no hay dudas de que merece el calificativo de sepulturero del mas antiguo partido de la democracia dominicana que le han endosado sus antiguos compañeros de andanzas políticas. Las primeras señales de ese daño, sin embargo, son un claro indicador de su gravedad, como se ocupa de señalar un oportuno reportaje de la colega Degnis de León en el periódico El Día, pues por primera vez en su historia, desde que fue fundado el 21 de enero de 1939, el PRD comparecerá a unas elecciones sin candidato presidencial propio. Y es que, como partido mayoritario que fue (no olvidemos que resultó el mas votado en las pasadas elecciones), siempre encabezó las alianzas electorales en las que participó, como la que derrotó a Joaquín Balaguer en 1978 encabezada por Don Antonio Guzmán Fernández, pero ahora como partido de segunda no tendrá ni siquiera delegados en las mesas electorales. ¿Cómo pudieron los perredeístas caer tan bajo? Si esa pregunta se la hacen a Guido Gómez dirá que todo fue fríamente calculado por Vargas Maldonado, en su propósito de convertir al PRD en un partido chiquito con el que pudiera hacer grandes negocios. Pero como en la política dominicana siempre hay gente dispuesta a defender lo indefendible o justificar lo injustificable, no han faltado los que han encontrado la explicación al “infame” pacto entre el PRD y el PLD rubricado por Vargas Maldonado en los supuestos desplantes de los dirigentes del PRM, ni tampoco los que han proclamado, cínicamente, que Vargas Maldonado no tenía otra opción, si quería seguir recibiendo dinero público de la JCE, que arrojarse en brazos del presidente Danilo Medina y el PLD. Será el tiempo, insisto, el que finalmente se ocupará de aclarar las aguas y definir culpas y responsabilidades por esa muerte prematura. Mientras tanto, que siga el entierro…
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