OPINIÓN
24 ENE 2015 - 00:00 CET
Demasiado responsables
Europa pagará por su moralina complaciente durante los próximos años, quizás décadas
Mario Draghi, el pasado día 22 de enero.
Estados
Unidos y Europa tienen muchas cosas en común. Los dos son
multiculturales y democráticos; los dos son inmensamente ricos; los dos
poseen divisas con un alcance mundial. Los dos, por desgracia, experimentaron burbujas inmobiliarias y crediticias entre 2000 y 2007 y sufrieron dolorosas recesiones cuando las burbujas estallaron.
Sin
embargo, desde entonces, la política a ambos lados del Atlántico ha
seguido rumbos diferentes. En una de estas grandes economías, las
autoridades han hecho gala de un fuerte compromiso con la virtud fiscal y
monetaria, y han hecho extenuantes esfuerzos para equilibrar los
presupuestos y al tiempo mantenerse alertas frente a la inflación. En la
otra, no tanto.
Y la diferencia de actitud es la principal razón por la que las dos economías van ahora por caminos tan diferentes. El manirroto y desprendido Estados Unidos está
experimentando una recuperación sólida, una realidad reflejada en el
enérgico discurso sobre el Estado de la Unión del presidente Obama.
Mientras tanto, la virtuosa Europa se hunde cada vez más en
las arenas movidizas de la deflación; todo el mundo confía en que las
nuevas medidas monetarias anunciadas el jueves rompan la espiral
descendente, pero nadie que yo conozca espera realmente que sean
suficientes.
En
cuanto a la economía estadounidense: no, no es el amanecer de Estados
Unidos, por no hablar ya de una prosperidad similar a la que alcanzamos durante el Gobierno de Clinton.
La recuperación podría y debería haber llegado mucho más deprisa, y la
renta de los hogares sigue estando muy por debajo del nivel anterior a
la crisis. Aunque nunca lo adivinarían a juzgar por el debate público,
la gran mayoría de los economistas coincide en que el estímulo de Obama
en 2009 y 2010 contribuyó a limitar el daño derivado de la crisis
financiera, pero fue demasiado pequeño y su efecto dejó de notarse
pronto. Así y todo, si comparamos los resultados de la economía
estadounidense a lo largo de los dos últimos años con todas esas
predicciones pesimistas de los republicanos, pueden entender por qué
Obama se muestra un tanto altanero.
Por otra parte, Europa —o, más concretamente, la zona euro, es decir, los 18 países que comparten una moneda común—
se ha equivocado prácticamente en todo. En el aspecto fiscal, Europa
nunca ha aplicado muchos estímulos, y se ha apresurado a volver a la
austeridad —con recortes de gastos y, en menor medida, aumentos de los
impuestos— a pesar del elevado desempleo. En el aspecto monetario, los
funcionarios se han dedicado a combatir la amenaza imaginaria de la
inflación, y han tardado años en reconocer que la amenaza real era la
deflación.
La austeridad europea reflejaba la obstinación en hacer un diagnóstico erróneo de la situación
¿Por qué se han equivocado tanto?
En
cierta medida, el giro hacia la austeridad reflejaba la debilidad
institucional: en Estados Unidos, programas federales como la Seguridad
Social, Medicare y los vales de alimentos contribuyeron a dar apoyo a
estados como Florida, donde el desplome del mercado inmobiliario fue
especialmente grave, mientas que países europeos que atravesaban apuros
similares, como España, quedaban a su suerte. Pero la austeridad europea
también reflejaba la obstinación en hacer un diagnóstico erróneo de la
situación. En Europa, como en Estados Unidos, los excesos que
desembocaron en la crisis afectaban abrumadoramente más a la deuda
privada que a la pública, con Grecia como principal anomalía. Pero los
altos cargos de Berlín y Bruselas decidieron hacer caso omiso de la
evidencia y se decantaron por una narrativa que atribuía toda la culpa a
los déficits presupuestarios, y, al mismo tiempo, negaron las pruebas e
insinuaron —con razón— que intentar atajar los déficits en una economía
deprimida agravaría la depresión.
Mientras
tanto, en 2011 los gobernadores de los bancos centrales europeos
decidieron preocuparse por la inflación y subir los tipos de interés,
incluso cuando era obvio que era una estupidez hacerlo. Es cierto que ha
habido un repunte de la inflación general, pero las medidas de la
inflación subyacente eran demasiado bajas, y no demasiado altas.
La política monetaria mejoró mucho después de que Mario Draghi se
convirtiese en presidente del Banco Central Europeo a finales de 2011.
De hecho, casi con total seguridad sus heroicos esfuerzos por procurar
liquidez a los países que se enfrentaban a ataques especulativos
salvaron al euro del colapso. Pero no está claro en absoluto que tenga
las herramientas para combatir las fuerzas deflacionarias de más amplio
alcance puestas en marcha por años de políticas equivocadas. Es más,
tiene que actuar con una mano atada a la espalda, porque Alemania sigue
oponiéndose terminantemente a cualquier cosa que pueda hacer la vida más
fácil a los países endeudados.
Lo
terrible es que la economía europea se ha hundido en nombre de la
responsabilidad. Es cierto que ha habido épocas en las que ser fuerte
significaba reducir los déficits y resistir la tentación de emitir
moneda. Sin embargo, en una economía deprimida, la fijación con el
equilibrio presupuestario y la obsesión por la moneda fuerte son
profundamente irresponsables. No solo son perjudiciales para la economía
a corto plazo, sino que pueden —y en Europa así lo han hecho- infligir
daños a largo plazo, menoscabando el potencial de la economía y
llevándola a una trampa deflacionaria de la que es muy difícil escapar.
Tampoco
fue un error inocente. Lo que me sorprende de los arcontes europeos de
la austeridad, de sus decanos de la deflación, es su autocomplacencia.
Se sentían cómodos, tanto emocional como políticamente, exigiendo
sacrificios (a otros) en un momento en el que el mundo necesitaba más
gasto. Todos ellos han sido demasiado propensos a pasar por alto la
evidencia de que se estaban equivocando. Y Europa seguirá pagando el
precio de su autocomplacencia durante los próximos años, o quizá
décadas.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía y profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.
© The New York Times Company, 2015.
Traducción de News Clips.http://economia.elpais.com/economia/2015/01/23/actualidad/1422029476_740654.html
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