EL SECUESTRO DE JACQUELINE Y YUDELKA
Viernes 14 agosto , 2015 ·
-XII de Refugio en la Cumbre-
La misma mañana en que ocurriría el sonado y repentino secuestro de Yudelka y Jacqueline, que convertiría en un verdadero infierno su vida, estaba Fausto con el oído puesto en la radio de su celular, escuchando los sucesos del día, como el acontecimiento de un presunto asalto a mujeres en la terminal área de Puerto Plata; pero se sobresaltó, poniéndosele los pelos de punta, oyendo el avance noticioso sobre un horrendo crimen en el pueblo de Moca, donde un hombre celoso mató a su mujer, su tía y una hija de ésta.
Un estremecimiento de horror recorrió su cuerpo, sintiendo un golpeteo pernicioso de amargura circundándole el corazón. Se concentró al instante en una reflexión de la alarmante cantidad de femenicidios perpetrados en el país en los últimos cinco años, relegando el autoanálisis que venía haciendo en torno a la aguda criticidad de sus adversarios a su gestión administrativa recién finalizada, que había sido una experiencia traumática de emociones frustrantes, que le enseñaría a convivir con el miedo, a controlar su angustia, en medio de la dificultad del insomnio; ya que, desde que abandonó la Gobernación, pasaba noches enteras despierto, empeñado en armar una defensa para salir con bien de los ataques de sus adversarios después del desventurado papel desempeñado en el proceso electoral más reciente.
-¿Qué te pasa, hijo? –Le preguntó su madre.- Te veo muy triste.
-Nada que no tenga solución. Estaba oyendo la noticia de la Z-101 y me ha conmovido un triple asesinato ocurrido en Moca. La gente está como loca, no entiendo tanta violencia.
-De seguro que estás escuchando el Gobierno de la Mañana. Es un programa de mucha audiencia, pero algunas noticias se magnifican, en la voz de un Alvarito, que por sus agudezas teatrales ha llegado a convertirse en un showman, a lo Teo Veras, o don Paco Escribano en su tiempo –dijo Aura.
Sin embargo, esa tragedia contrajo su ánimo en las primeras horas de la mañana, transfigurando y entristeciendo su semblante, vulnerando su paz interior, originándole una sensación devastadora de miedo que no había sentido en su corazón desde que éste se quebró a la muerte de su padre, el patriarca Leonel Pitágoras Gómez Martínez; pues lo alarmó el presagio de acercarse a una vivencia futura llena de pavor sombrío, fatigando su cuerpo y empequeñeciendo su espíritu, bajo el golpe constante del estrés que pone a la gente a agonizar por el susto, aproximándola a un colapso nervioso; que en su caso, obstruiría el armamento de una buena defensa de absolución, para librarse de la furia despiadada de sus antagonistas, a causa de los viciados programas sociales que efectuó en la Gobernación.
Fausto no tenía una fórmula mágica para deshacerse de unos rivales aborrecibles que con obsesiva malicia maquinaban mil y una travesuras, alentando con solapado gozo la creación de un estado excepcional de “pan y circo”, divirtiéndose de manera picarona con la sola idea de arruinar su vida. Tenía poco residiendo –de nuevo-en casa de su madre Aura, y se había trasladado allí buscando un espacio más cómodo y tranquilo donde poder realizar un estudio y análisis de la situación política, y preparar una serie de conferencias para el esclarecimiento de los puntos grises de su gestión administrativa. Yudelka estaba a su lado, en el papel de asistente y secretaria, y había hecho en su favor una labor formidable de recopilación de datos. Ella con entusiasmo había podido reunir en tiempo record la información que requería, remitiéndosela a su correo electrónico, para que la analizara tranquilo en sus horas de lectura e investigación en la biblioteca de su nuevo hogar. Ahora se encontraba sereno y atento, prosiguiendo el conversatorio con su madre:
“Permítame devolverle un email a Yudelka y seguimos hablando”.
-Ahí te mando la exposición de motivos. Dime, ¿qué te parece? –decía el texto remitido por Yudelka y que contestó Fausto en la misma mañana del secuestro, cuando ella se dirigía en su yipeta negra marca Lexus hacia el Aeropuerto Internacional Gregorio Luperón para buscar a su tía Jacqueline, que llegaba de España, a evaluar en Santo Domingo -de forma directa- el desenvolvimiento de la firma “Decoración y Arte Moderno”, entre otros negocios de diseño de interiores y comunicación moderna, de su propiedad. Ella leyó el email de Fausto montada en el vehículo, el cual decía:
“¡Está fabuloso! Es un gran trabajo. Vamos bien, ¡adelante!”.
Luego del intercambio de correos electrónicos, él comenzaría a trabajar con el material recibido, sin que pasara por su pensamiento, que un poco más tarde, o quizás en ese mismo momento, Yudelka estaría inmersa en un ambiente exacerbado por el ruido originado por individuos belicosos, que llegarían a la terminal aeroportuaria de modo repentino, desordenando el ambiente de paz, como bestias indomables en confabulación ruin con la muerte; ya que, efectivamente, algo grande estaba por suceder allí.
A 250 kilómetros de distancia, en la costa norte dominicana, en circunstancia de peligro, estaba la chica que venía apoyando a Fausto en su defensa. Lucía sus 22 años cumplidos, atractiva y tierna…en la flor de su juventud: soltera, independiente, profesional con intereses bien definidos; además, empresaria exitosa y con buena valoración en su incipiente vida política. Se exponía al mundo sin miedo, pues había atesorado un excelente rating de popularidad; fundamentalmente, entre los postulantes de la región oriental de Santo Domingo, que conocían su labor social y ejecutiva, hecha en la breve etapa de asistente de su padre; potenciando su imagen con contundencia en el escenario mediático, para convertirse en una magnífica precandidata de amplios sectores populares y juveniles para un cargo de diputada al Congreso al cumplir los veinticinco años.
Aunque en la vida de Yudelka habían sucedido incidencias desagradables que les afectaron políticamente, Fausto estaba convencido de que eso era una contrariedad superada. Ningún cuestionario tendría en ese instante la credibilidad suficiente para condicionarle su meta; pudiendo superar, con un poco de esfuerzo, cualquier deficiencia reciente, bastándole con hacer un papel administrativo aceptable.
Sin embargo, no podía prever que el azar se constituiría en un enemigo al acecho de la chica, en su mejor época reflexiva, cuando experimentaba un proceso de reconstrucción de su vida; templando su carácter, equilibrando su personalidad, actuando de modo consciente, absolutamente racional; aprendiendo a disfrutar la vida en calma, buscando la superación individual, de manera tenaz; pues su roce con la política le habría de encender la chispa de la fe en el desarrollo humano, pulsando sus fibras más sensibles para abrirle su corazón a la gente.
Fausto estaba complacido y alegre por el desarrollo de una personalidad mesurada y ordenada en Yudelka; valorando incluso, como un paso correcto, su hobby de periodista, luego de que se le metiera entre ceja y ceja la idea de ser comunicadora; lo que había logrado ya, al poseer su propio medio digital: un diario noticioso de perfil renovador, con novedosa ilustración y una leída página de opinión, resaltando la cultura popular, plasmando el tecleo de palabras, con su pensamiento elocuente para concientizar a la gente sobre asuntos de actualidad, como el martirizante tema de la corrupción que había sido el calvario de su familia por el golpe infligido a la reputación de Fausto en la última campaña electoral. No había duda de que estaba revelando al público que su nueva vocación por el periodismo había surgido al margen de sus críticas pasadas a las reseñas de prensa del famoso videoclip artístico donde la vieron desnuda y desafiante.
El ex gobernador hizo una pausa mental, para leer detenidamente la exposición de motivos del documento que le remitiera Yudelka, conteniendo explicaciones claras que demostraban fehacientemente la inocencia suya en la acusación de peculado formulada por el departamento anticorrupción del Estado, aunque admitiendo con franqueza la falta -compartida con su ex secretario- por haber confiado en exceso en un ayudante, de apellido Ávila, señalado como único responsable del manejo doloso de una serie de compras multimillonarias de alimentos, ropas y electrodomésticos realizadas durante su gestión, que decretaron la salida y renuncia del gobierno del licenciado de la Rosa.
El escrito era un análisis sobre el daño moral infligido a su carrera política por la crítica de mala fe, explicando que tuvo que hacer un gran esfuerzo electoral para evitar el apabullamiento plebiscitario, como castigo popular a su inobservancia administrativa mientas ocurría el zarandeado dispendio de recursos públicos. Yudelka se había esmerado en hacer un documento orientador y aclaratorio para que se supiera la verdad, quedando así su padre exonerado de responsabilidad en las operaciones económicas dolosas que se realizaron con dinero presupuestado para la construcción de apartamentos.
El día del secuestro, y cuando Fausto se aprestaba a fijar la fecha de la primera conferencia que proyectaba dictar en el paraninfo de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UASD, para demostrar su inocencia plena, había recibido una llamada en su celular de un número desconocido, y no bien respondía a la mujer que lo había saludado, indagando su nombre y el motivo de aquel telefonazo, cuando todo su cuerpo se crispó de inquietud, al escuchar a su interlocutora decir:
“Le estamos llamando desde la jefatura nacional de la policía”.
Su primera impresión fue creer que lo requerían para hablar en torno al peritaje contable que se había hecho a la entidad que había dirigido durante cuatro años constitucionales; pero grande fue su sorpresa cuando le oyó agregar:
– Ha ocurrido un secuestro donde hay una pariente suya entre las víctimas.
-¡Cómo! ¡No puede ser!- casi gritó.
-Tenemos la evidencia de que una de las personas secuestradas pudiera ser su hija Yudelka- le dijo la mujer que hablaba desde el cuartel policial; añadiendo: “La matrícula de la yipeta abandonada es la suya y su perfil encaja con la descripción hecha por testigos del hecho”.
La noticia lo haría palidecer. Estaba absolutamente impactado, meditando en que pudiese pasar lo peor, y se alistaría para acudir a la policía, lo más rápido posible, para obtener una información clara de lo que estaba aconteciendo. Se le ocurría pensar que aquello era una información contaminada por la política, por su condición de líder de una organización electoralista, ya que se le hacía difícil creer que algo así pudiera pasar dentro de un conglomerado encantador y tranquilo como la República Dominicana del siglo veintiuno. En eso pensaba cuando entró Aura a la sala, y entonces se preparó en ponerla al corriente del suceso, ocultando algunos detalles sobre lo acaecido esa mañana en el aeropuerto de Puerto Plata. Ella ya había alcanzado a oír el nombre de la policía y quiso saber con quién hablaba.
-Dime, ¿qué estás tratando con la policía?
-Me llamaron para informarme de un secuestro esta mañana en el Aeropuerto Internacional Gregorio Luperón, en el que presumen – y ojalá sea una falsa alarma- que entre las víctimas pudiera estar un miembro de nuestra familia.
-No puedo creerlo -dijo Aura-. Aquí no pasa un hecho de esa naturaleza desde la Era de Trujillo, cuando fue traído desde Nueva York, un día 12 de marzo de 1956, el secuestrado escritor español Jesús de Galíndez, que fue asesinado en el país por el servicio secreto del jefe.
-Usted no debe olvidar que en el régimen de los doce años de Balaguer, entre 1966 y 1978 ocurrieron varios secuestros políticos –dijo Fausto.
-Es cierto -reconoció ella-. Ahora que hace ese señalamiento, me viene a la mente dos secuestros políticos, ambos fueron consumados contra funcionarios norteamericanos; de seguro por la fobia que se les tuvo a los yanquis después de la segunda intervención norteamericana del 28 de abril de 1965. El primero ocurrió en la mañana del 24 de marzo de 1970, contra el agregado militar de la embajada de los Estados Unidos, coronel Donald Joseph Crowley. Y el segundo, el 27 de septiembre de 1974, contra la encargada de los asuntos culturales del consulado de esa misma representación diplomática, señora Bárbara Hutchinson. Tú eras un muchacho entonces.
-No importa que hayan sido comisionados estadounidenses -dijo Fausto-. Lo que cuenta es que eso pasó en el país y que los autores no eran cubanos, ni libios, ni sandinistas, ni revolucionarios de otras nacionalidades extranjeras, sino netamente dominicanos –expresó Fausto.
Ella ilustró que el secuestro de Crowley transcurrió en horas de la mañana, mientras él se ejercitaba en el campo de polo del Hotel Embajador; y fue planeado por el dirigente del Movimiento Popular Dominicano (MPD), Otto Morales, y ejecutado por un comando militar izquierdista encabezado por el ingeniero Amín Abel Hasbún, cuyo objetivo era la liberación del secretario general de esa agrupación política, Maximiliano Gómez (El Moreno), así como de otros veinte presos políticos; entre ellos, Winston Franklin Vargas Valdez (Platón), Daniel Valdez Vizcaíno, Clodomiro Gautreaux, Efraín Sánchez Soriano (Pocholo), Farouk Miguel Castillo, , José Ignacio Marte Polanco, Juan Pablo Gómez, Freddy Díaz (Manolo Plata) y Miguel Reyes Santana (Santanita).
Agregó que el secuestro, en 1974, de la dama norteamericana, fue planeado y ejecutado por otro comando de izquierdistas encabezado por Radhamés Méndez Vargas junto a Rolando Barinas, Frank Santana, Colombino Pérez, Nicolás Contín, Jesús María Pacheco y Fernando Antonio Peña. Méndez Vargas tenía en su haber la ejecución de un hecho similar, pues el 19 de julio de 1968, portando una granada, había tomado por asalto un avión de la compañía VIASA con 75 pasajeros a bordo, desviándolo hacia Cuba. Pero en esta ocasión había actuado por mandato del Movimiento Liberador 12 de Enero, reclamando la puesta en libertad de varios presos políticos, a la cabeza del dirigente Plinio Matos Moquete. La señora Hutchinson fue trasladada de la embajada americana hasta la sede del consulado de Venezuela en la avenida Bolívar de la capital, donde permaneció secuestrada durante 12 días, junto al cónsul venezolano Jesús Gregorio del Corral, el vicecónsul Valdemar Alvarado Ríos y las secretarias Ambrosina Ares y Dulce María Mejía, aparte de un mensajero dominicano, de nombre Dionisio Figueroa, el sacerdote español Santiago Fuertes y el ciudadano chino Pablo Chao.
También relató que un acto parecido con implicaciones políticas trascurrió de manera fugaz al cumplirse el primer aniversario del triunfo electoral del presidente Antonio Guzmán, el día 16 de mayo de 1979, contra varios periodistas del noticiero Noti-tiempo, en las instalaciones de la antigua Radio Comercial, en la calle Emilio Morel casi esquina avenida Tiradentes, del ensanche La Fe, de la ciudad capital; siendo realizado por un ex militar llamado José Danilo Sánchez Pineda. Éste tuvo la respuesta sobresaliente y atrevida del entonces subdirector del Departamento Nacional de Investigaciones, un civil de apellido Gobaira, quien dirigió el operativo de liberación de los rehenes, penetrando con sigilo, habilidad y valentía, hasta el área donde se encontraban, abriendo una teja en el cielo raso y desplazándose con destreza increíble, situándose en el punto exacto de la mira del cuerpo del secuestrador, que cuando se percató de su presencia le disparó, metiéndole un tiro en el pecho; reponiéndose éste de inmediato y ripostando la ofensiva, embistiendo a mano limpia, o con sus puños cerrados, de modo incesante, y asestando golpes demoledores que lo derribarían, para culminar aquel trágico espectáculo con la emersión de un héroe pasajero, que era aquel agente del DNI, defensor de la democracia, que sometía a la obediencia a un militar rebelado y golpista, y a su vez rescataba a los siete rehenes periodistas, que habían sido consecuentes con las ideas del cambio social; a saber, la señora Rosario Tifá, para ese tiempo esposa del brillante corrector de estilos y titulista de diarios, Manuel Hernández Villeta; la reconocida directora de medios escritos y digitales, señora Margarita Cordero; y los comunicadores, Jesús Manuel Jiménez, quien se destacaría como un gran columnista del periódico HOY; Rafael Polanco, Pedro Familia, Negro Martínez y Antolín Montás.
Pero a juicio de Aura, los hechos de esa naturaleza más espectaculares, habrían sido ocultados por la gran prensa dominicana, debido a que hubo entre los rehenes influyentes empresarios, diplomáticos y militares, y acontecieron en el gobierno de los doce años de Balaguer, entre 1973 y 1978, siendo ventilados con un secretismo impresionante en los tribunales de la República, donde fueron juzgados los autores de secuestros en perjuicio de los empresarios José Luis Corripio Estrada (Pepín) y Ernesto Vitienes Colubi, a la sazón, presidente de la Cámara de Comercio de Santo Domingo, propietario de la Casa Vitienes y principal accionista de Industrias Lavador.
Los autores se hacían pasar por militares, montando a sus víctimas en helicópteros que aterrizaban en la pista del desaparecido aeropuerto de la zona industrial de Herrera, haciéndoles creer que era la Base Aérea de San Isidro. Algunos habían sido soldados, vistiendo el uniforme de la aviación, como los hermanos Julio César, Rafael Antonio y Enrique –Quico- Sánchez Tejada, que eran parientes muy cercanos del mayor general Tunti Sánchez, un antiguo jefe de la Fuerza Aérea de la dictadura de Trujillo; los demás implicados eran absolutamente civiles: los señores Rafael Rolando Blanco y José de las Mercedes Angustia Morbán (Chiquilín), hermano de los reconocidos abogados y políticos Frank y Pedro Julio (“Chichao”) Angustia Morbán.
Los hermanos Sánchez habían sido dueños de un taller de mecánica situado en el sector de Villa Consuelo, en la calle Juan Pablo Pina casi esquina Barahona, al lado de la sede de la Confederación Autónoma Sindical Clasista (CASC), dirigida entonces por Gabriel del Río Doñé, uno de los más antiguos sindicalistas dominicanos. Ellos eran parte de una familia muy influyente por su vínculo con Ramfis Trujillo, ya que el general Tunti Sánchez, antes de ser jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea Dominicana, se había desempeñado como el principal lugarteniente del hijo de Trujillo. De ellos, el apodado Quico, era el más popular y osado, por su ligazón con el barrio y su característica de no barajar pleito alguno; era amigo personal del mentado Chiquilín, por cuya indiscreción los organismos policiales lograrían develar las operaciones de este grupo armado, rastreando su inexplicable y sorprendente enriquecimiento económico, tras una labor previa realizada por la Organización Internacional de Policía Criminal, mejor conocida por sus siglas de INTERPOL; que lo estuvo chequeando largo tiempo, empeñada en descubrir el origen de su fabulosa e inacabable fortuna.
La dirección de la INTERPOL se habría preguntado, cómo era que Chiquilín, siendo de origen humilde, muy humilde, se gastaba miles de pesos todos los días, de manera caprichosa; tirando la casa por la ventana, realizando gastos superiores a los acostumbrados, sin que se hubiera sacado el premio mayor de la Lotería Nacional, ni hubiera hecho algún tipo de negocios para generar la enorme cantidad de dinero que botaba junto a sus amigos en sancochos y verbenas, en festejos y francachelas.
Chiquilín era hijo del señor Cecilio Angustia, que se dedicaba a la venta de arena, en un solar ubicado en la calle Teniente Amado García Guerrero esquina Juan de Morfa, al lado de la Farmacia Campis, en la frontera de los barrios San Carlos y Villa Consuelo; y vivía en la calle Carlos Nouel casi esquina Luis Manuel Cáceres (Tunti), de ese último sector, próximo al mercado. Los sitios que más frecuentaba eran la Barra Altagracia, ubicada en la calle Idelfonso Mella esquina Tunti Cáceres, de gran afluencia de parroquianos moderados -pero alegres- en busca de unos tragos; asimismo, la Barra Yoli, en la calle José Joaquín Puello, esquina Teniente Amado García Guerrero; el muy reconocido restaurante Vizcaya, de la avenida San Martín con María de Toledo, donde preparan comidas españolas gourmet y con sus amigos degustaba suculentos banquetes de fabadas y langostas. También, el centro cervecero La Ceniza, en el Malecón; y el más famoso cabaret del Caribe, que era el Night Club Herminia, un negocio con decenas de mujeres, jóvenes, hermosas y complacientes, donde tocaban –a veces- orquestas de calidad como el combo show de Johnny Ventura y Félix del Rosario y sus magos del Ritmo, que era frecuentado entonces por individuos de todas las clases sociales; entre ellos, empresarios, artistas, profesionales, diplomáticos, políticos, funcionarios del gobierno, etc. Normal era allí la presencia del productor de televisión, Rafael Corporán de los Santos; el maestro de la comunicación oral y destacado publicista, Yaqui Núñez del Risco, acompañado casi siempre de su entonces esposa, la cantante Sonia Silvestre; así como también, Tito Campusano, Rubén Darío Aponte (El Gordo Gordo), entre otros.
Recordó haber leído un reportaje del periodista Joseph Cáceres, acerca de una entrevista realizada por Ercilio Veloz Burgos al ex presidente de la Cámara de Diputados, licenciado Hatuey De Camps, en el programa “El Pueblo Cuestiona”, en la que hizo referencia al parentesco muy cercano entre la propietaria de aquel centro de diversión, señora Herminia Domínguez y el ex presidente Hipólito Mejía, a propósito de justificar la visita que ésta le hiciera a su despacho legislativo, donde le pidió -de favor- que interpusiera su influencia en la reapertura de su local, cerrado al momento por la Secretaría de Salud Pública, alegando que no presentaba la higiene requerida en un negocio de su tipo. Dicho cabaret estaba situado en la calle Pedro Livio Cedeño, y era donde Chiquilín terminaba -casi todas las noches- su imparable francachela junto a bellísimas chicas alegres.
Aura recordó, además, que cuando el mentado Chiquilín regresaba al país, luego de viajar a los Estados Unidos y África, donde se había divertido en grande, asistiendo a la más famosa y dramática velada boxística (denominada la “Pelea del Siglo”), celebrada el 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, capital de Zaire, actual República Democrática del Congo, ante una concurrencia estimada en cerca de 100 mil fanáticos, en la cual se disputaron el título mundial de los pesos pesados, el legendario Muhammad Alí y el campeón George Foreman, había sido detenido en la terminal norte del Aeropuerto Internacional de las Américas, José Francisco Peña Gómez, por la Interpol y entregado luego a la Policía Nacional, que lo interrogó con la dureza que lo hacía el temible jefe del Servicio Secreto, coronel Moncho Henríquez, dándole una demoledora paliza para que cantara y diera a conocer de dónde había sacado tanto dinero para gastar en aquel tiempo. “Le dieron una galleta para que hablara, y dos para que se callara”, indicó. Y así fue que se pudo saber de la existencia en el país de un grupo armado que realizó múltiples secuestros entre 1973 y 1978, como consta en la sentencia No. 18 de la Suprema Corte de Justicia, emitida el 17 de junio de 1983, firmada por el doctor Manuel Bergés Chupani, presidente, y por los jueces Fernando Ravelo de la Fuente, Leonte Rafael Alburquerque Castillo, Luis Víctor García de Peña, Hugo H Goicochea S., Máximo Puello Renville y Abelardo Herrera Piña. Fue una lástima que el Tribunal Criminal se declarara posteriormente incompetente para conocer los cargos de secuestros contra los señalados inculpados, aunque éstos fueron condenados a la pena de tres años de trabajo público y al pago de las costas penales, por asociación de malhechores y porte de armas de fuego.
Concluido el relato de Aura, Fausto fue a la policía donde se puso al tanto del secuestro ocurrido esa mañana en el exterior de la terminal principal del Aeropuerto Internacional Gregorio Luperón de Puerto Plata, ante la presencia atónita de un grupo de personas, algunas de cuales habían sido investigadas por separado, aportando detalles diversos sobre la rapidísima sucesión de los hechos. Luego de leer el informe policial, revisando el teléfono móvil, Fausto se dio cuenta que tenía un mensaje reciente de voz que provenía del celular de Yudelka, hecho en el mismo momento en que estaba siendo atacada en el Aeropuerto, y que decía: “Estoy con Jacqueline, rodeada de militares en el parqueo de la terminal”.
Fausto leyó el mensaje. Ya no tenía duda de la posibilidad de un secuestro y de que los atacantes podían ser militares, como decían las noticias que ya estaban fluyendo en las redes sociales; y si no lo eran, lo aparentaban, con el uso del uniforme verde olivo y la pintura de guerra en sus rostros, de manera idéntica a los miembros de las patrullas antimotines que ocasionalmente el gobierno lanzaba a las calles con el propósito de contrarrestar y controlar a los participantes en movilizaciones y protesta callejeras.
Los agresores eran cinco hombres fuertemente armados a bordo de dos yipetas negras; una de las cuales había sido estrellada contra la Lexus propiedad de Yudelka, quien lucía ropa deportiva y estaba muy asustada y nerviosa -según los testigos-, cuando fue subida a empellones en una de las yipetas de sus captores, junto a otra dama con traje azul formal, hasta entonces no identificada, provocando pavor colectivo entre decenas de personas que se movían como tiradas por resortes, cayendo al suelo para protegerse, mientras los secuestradores escapaban en los vehículos con placa oficial robada por la avenida General Gregorio Luperón, del Malecón, seguidos a distancia a distancia por dos patrullas de policía que se habían propuesto protegerlos, porque los agentes confundieron el móvil del asalto creyendo que lo ocurrido en el Aeropuerto era una operación militar o de drogas, y ello posibilitó que se escabulleran y se perdiera su rastro en la zona, de modo que cuando vinieron a percatarse de la realidad del secuestro, ya era demasiado tarde, no teniendo otro camino que recomenzar la búsqueda con disposiciones específicas para la captura de los raptores, que ya iban lejos, escapando sin mayores dificultades, olvidándose –incluso- de sus rastreadores, y concentrándose en revisar los bolsos de sus víctimas, comprobando sus identidades, ya que sólo querían a una de ellas. A Yudelka, que era el objetivo de aquella operación. De manera, que al dejar muy atrás a sus persecutores, se detuvieron un instante en una zona escasamente habitada, colocando las yipetas a un lado de la pista y obligando a Jacqueline a descender, diciéndole en tono exasperante:
“¡Váyase a casa, y no nos obligue a lastimarla!”.
Jacqueline quiso negarse, quería también que liberaran a Yudelka, creyendo que su vida corría peligro, y trataba de ganar un poco de tiempo, porque tenía la esperanza en el efecto que pudiese tener la alarma de un localizador que tenía colocado en su brazo izquierdo, que le fuera inyectado como chip antisecuestro en una clínica de Miami, y por el cual su esposo Felipe había pagado una fuerte suma de dinero en euros a una compañía venezolana, con el objetivo de resguardar su integridad física ante el incremento de los actos terroristas en Europa. Este minúsculo instrumento era del tamaño de un grano de arroz, envuelto en una cápsula de vidrio, que su médico colocó entre la piel y el músculo de su brazo, y por ello tenía la ilusión en que –después de casi media hora del secuestro- la señal de auxilio hubiera sido captada por vía satélite, y la policía tuviese el control de la situación, antes de que sus captores se deshicieran de ella. Pero al parecer ya era tarde, pues fue bajada del vehículo y arrastrada hasta la acera de la carretera, donde fue abandonada.
-¡No me dejen aquí! –gritó: “Quiero seguir con ella”, volvió a gritar, impotente y molesta, cuando vio arrancar la yipeta y contempló a su hija con la mirada aterrada, como si le estuviera pidiendo no dejarla en desamparo, reclamándole hacer algo rápido para liberarla.
Jacqueline se dio cuenta de que estaba sin su bolso y sin celular; todos sus documentos y el teléfono móvil se quedaron entre la yipeta de Yudelka y las de sus captores, y no tenía nada que hacer, que no fuera seguir el camino hacia el sur tomado por éstos, con el deseo de llegar pronto a algún sitio poblado donde se le prestara atención y permitieran hacer una llamada a su familia para dar otra voz de alerta, distinta a la del chip mencionado. Comenzó a caminar hacia el sur, y al cabo de veinte minutos divisó una hilera de casas de maderas; se acercó a una de ellas, donde había varios chiquillos jugando debajo de una mata de limoncillo, y a unos metros de distancia, pudo ver también a una muchacha muy joven, de aspecto físico descuidado, vestida con un gastado pantalón rojo desteñido, con su cabeza llena de rolos y un bebé en sus brazos. Se le aproximó y le dijo:
-Necesito un teléfono de urgencia. Estuve secuestrada junto a mi hija y fui abandonada en el lugar; debo avisar a la familia y la policía.
-Venga, señora. Entre a la casa y tome el celular que está encima del viejo televisor. Esta mañana le puse algunos minutos de recarga por si se me presentaba una emergencia. Y mire usted a ver. Haga su llamada.
En poco tiempo, Jacqueline estaría a salvo, comunicándose con su familia, mientras la policía comenzaba su trabajo, analizando las evidencias encontradas en el vehículo de Yudelka, tomando huellas en el equipaje lleno de ropas y objetos personales de las víctimas, y en los dos bolsos sobre los asientos; encontrando un pasaporte español a nombre de Jacqueline Gómez Collado, que tenía el registro de la oficina de Migración de haber entrado esa mañana a territorio nacional en un vuelo aéreo desde Madrid.
Yudelka continuaba con sus captores presintiendo lo peor. Estaba recapitulando los acontecimientos y rememorando las imágenes del suceso, que les producían un fuerte escalofrío; algo más intenso que el miedo. Estaba temblando asustada, en el momento que sintió la mano de uno de sus captores, tocando la suya, mientras le decía: “Prepárese, que está llegando a su destino”. Unos minutos después, sería apeada con los ojos vendados y conducida con su mano derecha esposada a la de la izquierda de su interlocutor, quien la llevaría hasta un lugar situado a unos trescientos metros del sitio donde parquearon los vehículos. Ella oiría las voces de sus captores, sin verlos, aunque deduciría que serían hombres muy jóvenes; tal vez aún mozalbetes, los actores de aquel drama ejecutado con innegable precisión y rapidez.
Unas dos horas después, los secuestradores volverían a sacarla vendada, recorriendo un estrecho camino, al parecer empedrado, o lleno de obstáculos que hacían bambolear de un lado a otro la yipeta, haciendo bien incómodo el cortísimo tramo hasta la ciudad de Santiago, y luego avanzaron un par de cuadras, hasta llegar al estacionamiento de un establecimiento comercial, donde le quitaron la venda, obligándola enseguida a marcar el número celular de su padre, con quien sostendrían una breve y drástica conversación, fijando el valor del rescate en 10 millones de pesos y advirtiéndole que debía seguir al pie de la letra sus instrucciones, con cero intervencionismo de la policía y los organismos de seguridad.
-¡Hola, papá! Estoy bien. Me han tratado con cierta cortesía, pero me han metido en un sitio tenebroso.
-Muy bien, hija. No te desesperes. Estamos al tanto de todo. Jacqueline nos contó lo ocurrido y vamos a pagar el rescate reclamado para que regreses sana y salva.
Uno de los secuestradores interrumpió el dialogo, diciendo que volverían a llamar oportunamente para establecer el cronograma del rescate, el lugar y la hora del intercambio, que se haría con suma discreción para evitar la ocurrencia de situaciones que pudieran hacer peligrar la integridad física de su rehén. La policía recibió una copia de aquella llamada, por parte de una de las compañías telefónicas encargadas del servicio, y a poco rodearon con sus patrullas y efectivos policiales el estacionamiento del centro comercial de Santiago, de donde se produjo la llamada, pero llegaron tardíamente, pues los secuestradores se habían desplazado hacia otro lugar y sería inefectivo el rastreo dispuesto.
Esa noche, los secuestradores montaron una vigilancia extrema con tres hombres custodiando a Yudelka, los cuales se turnaban cada dos horas, revisándole las ataduras y dándoles agua y comida cuando estimaban que requería alimentación. Ella no tenía la menor idea de dónde estaba, pues cuando la sacaban afuera del refugio tenía los ojos vendados y las manos atadas, siéndole prácticamente imposible darse cuenta de adónde la llevaban; pero no podía quejarse del trato dispensado, y por ello había cedido su temor en aquellos hombres, pese a la humedad y quietud que se sentía en aquel lugar donde no se escuchaba mayor ruido que el sórdido abejeo de una caterva de mosquitos implacables nutriéndose de su sangre.
Al día siguiente del secuestro, llegó a Santo Domingo el marido de Jacqueline, procedente de Miami, dejando en España a sus hijos con su madre. Al momento de la llegada de Felipe, la dama ya había sido liberada, ofreciendo un relato pormenorizado de los hechos, tanto a la familia como a la policía y lamentando el fallo ocurrido con la alarma del Verichip de parte de la compañía venezolana responsable; la cual dio un informe tardío a las autoridades dominicanas del secuestro. De haberlo hecho a tiempo, otra hubiese sido la situación, y posiblemente la policía tuviera conocimiento del paradero de la rehén, disponiendo el acordonamiento y control del refugio.
Estando reunión familiar permanente, Fausto tranquilizó un poco a su madre y demás presentes, informándoles que la policía tenía una pista fidedigna del refugio donde estaría la chica secuestrada, presuntamente en un barrio de Santiago, y de que en las próximas horas darían con el lugar exacto donde la mantenían cautiva. Señaló que se habrían tomado las medidas preventivas para arrinconar a los secuestradores, impidiéndoles moverse con libertad; y que previamente, dieron una alerta, intensificando la vigilancia, en todos los puntos de registros de la provincia, y difundiendo una foto de la víctima en las áreas de negocios.
Seguía hablando del plan de rescate, cuando repiqueteó su celular, creando un silencio total en la sala. Eran los secuestradores que llamaban, quejándose de que con la intervención policial se pusiera en peligro la vida de la chica. Esta llamada fue bien amenazante, originando crispación en el ambiente, sobresalto y temor; percibiendo Fausto con claridad absoluta que el secuestro podía derivar en tragedia si se aferraban a los juegos detectivescos de la policía; y por tanto, debían olvidarse de las autoridades, si querían verla de regreso, sana y salva. De ahí que se acordara una vez más la marginación policial, y el depósito de un maletín con diez millones de pesos, que debía de ser colocado en un depósito de basura ubicado en el lateral izquierdo del supermercado Nacional de la urbanización El Millón, en la capital; llevándolo personalmente, sin custodia de ninguna clase; quedando claro lo errados que estuvieron -él y Aura-, presumiendo originalmente que ese drama tenía un matiz político; cuando había sido en realidad un rapto por dinero, con autores aparentemente militares, usando instrumentos propios de los institutos castrenses.
Fausto recibió del gobierno la seguridad de que no habría intervención policial para el rescate de Yudelka, iniciándose un accionar coordinado en medio de la más amplia solidaridad jamás sentida; y fue así como acudió a la cita para el canje de la prisionera que sería liberada en Santiago esa misma mañana y a la misma hora en que depositara el maletín con el dinero. Entraría al área del supermercado muy nervioso, con su rostro demacrado y mirando de reojo de un lado a otro, divisando el basurero. Luego parquearía su yipeta a poca distancia de éste, desmontándose con el maletín en mano; avanzando hasta el sitio indicado, dejándolo allí con disimulo. Al instante se retiró y no bien había pasado quince minutos cuando le llamaron para informarle que podía mandar a procurar a Yudelka, que había sido dejada libre en el parqueo de un supermercado similar ubicado en la avenida Estrella Sadhalá de la ciudad de Santiago.
Sintió un gran regocijo, sabedor de que a poco Yudelka regresaría a su casa. No tenía como ubicarla, pues ella no cargaba celular; enterándose luego que, antes de regresar, había hecho una visita al hogar de unos amigos suyos en la zona residencial de Santiago, aprovechando para darse allí un buen baño, derrotando el cansancio que la agobiaba, después de dos días de secuestro. En la casa de sus amigos se habría duchado y vestido con ropa nueva que ellos les suministraron; y luego iría al destacamento de la policía, donde informaría lo poco que podía decir sobre ese triste acontecimiento; y finalmente, daría una declaración a la prensa, agradeciendo a su familia y a todas las personas que se preocuparon por su caso. Hablaría en presencia del general jefe del comando norte de la policía, quien aseguró que se mantendría el operativo policial hasta dar con los responsables del secuestro.
Epílogo
Dos semanas después del secuestro, como para aquietar la crítica por la evidente insuficiencia policial, la dirección de relaciones públicas de esa entidad, con asiento en Santiago, dio una sorprendente e increíble información de que habrían sido ultimados en un célebre intercambio de disparos tres de los secuestradores. De acuerdo al informe policial, varias unidades combinadas de esa institución y el ejército sitiaron una vivienda en el sector La Herradura, de Santiago, siendo atacados a tiros por tres individuos, apostados en su interior, fuertemente armados, en el momento en que intentaban detenerlos de manera pacífica; no teniendo más remedio que responder el ataque, lo que devino en un “intercambio de disparos”, resultando acribillados tres de los delincuentes, mientras un policía salía herido de gravedad. Para avalar el hecho, presentaron varias armas incautadas, entre ellas dos ametralladoras Uzi y tres pistolas nueve milímetros.
Con el cierre del caso por parte de la policía, Fausto y Yudelka recobraron la vida normal. En los primeros cinco meses, ella fue paciente forzosa de sicólogo, para recuperarse de aquella horrenda experiencia; buscando vencer el síndrome del miedo que le originaba el recuerdo involuntario de aquellos dos días de cautiverio atroz, en un lugar inhóspito, donde aunque no la torturaran físicamente, habría sido víctima de una prolongada violencia sicológica, causándole suma angustia y severa crisis nerviosa, que se traduciría en noches seguidas con pesadillas alucinantes, soñándose con toda su familia atrapada y perseguida dentro en un túnel sin fin; lo cual le creaba una gran confusión al despertar, entre lo soñado y su propia realidad. Con el ánimo cubierto de negatividad y pesimismo, buscó apoyo médico para aliviar la ansiedad y el nerviosismo, pero los sedantes recetados sólo tuvieron efectividad pasajera, teniendo que armarse de una fuerte voluntad para vencer el miedo, disponiéndose a convivir y lidiar con los contratiempos, con un diario seguimiento a la temática del terrorismo internacional.
Nunca confió en la veracidad de la versión policial sobre el destino de su secuestro. La historia de los intercambios de disparos era muy antigua y la policía dominicana había tratado el asunto siempre de manera superficial, calificando de “ejecuciones” muchos asesinatos. De tal modo que la Comisión de los Derechos Humanos, reportaría al respecto, la muerte de unos cinco mil individuos en “intercambio de disparos”, en menos de diez años; versión secundada en un reputado programa de televisión sabatino -de investigación-, en que mostraron incontables testimonios de parroquianos que presenciaron estos hechos, comprobándose que la mayoría de los casos se habían producido crímenes de gentes desarmadas que transitaban las calles cuando se hacían los operativos policiales.
Luego de esta triste experiencia, Yudelka reencausaría su vida, continuando con entusiasmo el proyecto político de su padre, participando en todas las conferencias que se darían en los centros universitarios del país, especialmente en la universidad del Estado. En cada actividad, se vería controlada, aunque con el rostro contraído porque la gente le pediría siempre contar su historia; lo cual hacía sin ocultar que aún sentía miedo, confesándose viva por mandato divino, y calificando el secuestro como una experiencia inolvidable que le había dado madurez y fortaleza para su próximo paso, que sería el matrimonio y su lanzamiento en la actividad política militante.
Más tarde, escribiría una larga crónica para ser publicada en su blog digital y en su muro de Facebook, siguiendo el consejo de decenas de amigos y admiradores que les habían sugerido escribirla, para que diera más detalles de su gran experiencia de vida. Pero aparte de eso, lo más importante en su agenda era un proyecto de cine ecologista, que haría a modo de reportaje para crear conciencia pública de la escasez de agua y los largos períodos de sequía que afectaban el país. Necesitaba para ello ciertos recursos, pero no estaba de acuerdo con su amiga Amparo que le había propuesto crear una organización no gubernamental sin fines de lucro. Su reparo estaba en que, si bien es cierto que un proyecto de cine ecologista iba a requerir de muchos recursos difíciles de obtener; no menos cierto era que meterse en este proyecto de ONG, podría ser como una camisa de once varas, porque ese instrumento de servicio había sido desacreditado por la clase política, dándole mal uso, incluyendo lavado dinero y encubrimiento de obscenidades financieras en instituciones públicas.
De otro lado, estaba convencida de que había llegado el momento de la separación del proyecto político de su padre, pues sentía que había trabajado ya lo suficiente y debía comenzar a construir lo suyo propio, con un código distinto, dándole cabida al movimiento social; y a sugerencia de Jacqueline, que conocía muy bien la nueva ola española, acogió el recomendado nombre de “¡Podemos, Ciudadanos!”, con una meta cívica clara para renovar y adecentar el Estado, propiciando el aglutinamiento de los jóvenes indignados, en un esfuerzo incesante de cambio, promovido a través del Facebook y otras redes sociales. http://www.ultimasnoticias.com.do/2015/08/14/el-secuestro-de-jacqueline-y-yudelka/#.VopS-xXhDIX
FIN
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