1 Abr a las 2:46 PM
Desde el año 1954 somos Estado-Parte del Concordato, tratado religioso, cuyo artículo primero dispone que la religión oficial de la nación (dominicana) es la Católica, Apostólica y Romana.
Aunque somos un país eminentemente católico, no siempre las constituciones han establecido la naturaleza religiosa del Estado dominicano.
La primera Constitución de 1844, articulo 38, instituía la religión católica, apostólica y romana como la religión oficial. De la misma manera, se consagró el Estado confesional en las constituciones de 1858, 1888 y 1884, entre otras. Sin embargo, otros textos fundamentales, como el de 1924, 1947, 1961, 1963, 1966, 1994 y 2002, adoptaron la libertad religiosa y la tolerancia de cultos.
La Constitución de la República de 2010, en el artículo 45, consagra como un derecho fundamental la libertad de conciencia y de cultos.
El texto constitucional sólo impone una condición: que se sujeten al orden público y a las buenas costumbres de la sociedad.
La tendencia de las democracias contemporáneas es consolidar Estados laicos o seculares, en donde los ciudadanos asuman creencias religiosas en base a sus dogmas, prácticas y vivencias.
Esta libertad religiosa la reconoce el Derecho Internacional en varios documentos, como el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
También la ha planteado la propia Iglesia Católica, al adoptar la declaración “Dignitatis Humanae” (Dignidad Humana), durante el Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, que habla sobre la libertad social y civil en materia religiosa.
Estos planteamientos fueron una constante del Papa Benedicto XVI, cuya cruzada por la libertad religiosa se convirtió en uno de los ejes históricos de su pontificado, tal y como se manifiesta en múltiples conclaves y sínodos (reuniones del Papa con los Cardenales).
En enero de 2012, ante los 178 embajadores acreditados en la Santa Sede, manifestó: “La religión no constituye un problema para la sociedad, no es un factor de perturbación o de conflictoÖ ¿Cómo negar la aportación de las grandes religiones del mundo al desarrollo de la civilización? La búsqueda sincera de Dios ha llevado a un mayor respeto de la dignidad del hombre”.
Ciertamente las creencias y posturas religiosas han sido ampliamente fragmentadas, la mayoría surgidas a partir de las grandes religiones establecidas y consolidadas. De hecho, en la actualidad existen unas 10.000 corrientes religiosas diferentes y esto requiere, recíprocamente, respeto, tolerancia y una permanente búsqueda hacia un cauce de entendimiento común.
No obstante, el Cristianismo, vivencia religiosa que adopta las enseñanzas de Jesús de Nazaret, sigue siendo la primera religión mundial, integrando más de la tercera parte de la población y de este porcentaje global, más de la mitad es católico.
En el país no contamos con registros públicos o privados confiables que permitan una estimación aproximada de la práctica de las diversas religiones. Fuentes diversas plantean que un 95.2% de la población dominicana es cristiana y que los cristianos católicos alcanzan más de un 80%. (World Christian Encyclopedia, 2001, Vol. 1: p 243).
Para el gran pueblo católico, la celebración de la Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. La Semana Santa, también llamada tiempo de Pascuas o Semana Mayor, es considerada como la festividad más importante del año cristiano católico.
Se puede decir, sin dudas, que es núcleo esencial y tradicional del cristianismo católico y conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo y su celebración representa grandes acontecimientos con tradicionales rasgos religiosos y culturales.
Es también la fiesta más antigua de la Iglesia Cristiana y el vínculo que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Se apertura con la Cuaresma, conocida como el tiempo de preparación, donde se recuerdan los cuarenta días de Jesús en el desierto, ayunando y resistiendo las tentaciones del enemigo.
La Semana Santa inicia con el domingo de Ramos, que recuerda la entrada triunfal e impactante de Jesús a Jerusalén, aclamado con vítores y palmas, como se hacía con los grandes reyes de la época. Los ramos indicaban la llegada de la primavera, después de largos y crudos inviernos. El jueves Santo abre el Triduo Pascual, que son los tres días en que los católicos celebran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Se realiza el lavatorio de los pies, dejándonos una enseñanza sobre la humildad y el amor a los demás. Muchos acostumbran después de esa misa, salir a visitar los museos o monumentos de las distintas iglesias.
El viernes Santo inicia el luto de los creyentes católicos. Comienza con un Viacrucis, el cual simula los pasos de Jesucristo hasta llegar a la Cruz y su muerte.
El sábado Santo se medita sobre el misterio de la pasión de Cristo y ya, finalmente el Domingo se celebra la resurrección de Jesús con el júbilo que nos trae una nueva vida, plena y eterna.
Recordemos que esta fiesta tradicional católica también conlleva un tiempo de descanso. Por lo general no se labora y llegan unos ansiados días de asueto colectivo que se aprovechan para un poco de esparcimiento y diversión familiar: visitar los museos, monumentos, playas y balnearios; también compartir otras manifestaciones no religiosas, pero inherentes a la festividad religiosa, como las habichuelas y habas con dulce o el insuperable chacá de San Juan.
Su celebración es trascendente porque nos permite vivir el sacrificio de Jesús, celebrar la esperanza de la resurrección, que es la victoria definitiva sobre el pecado y recibir una y otra vez la promesa cumplida de vida eterna. Ninguna situación propia del ser humano, tales como dificultades, penurias, enfermedades, calumnias, irrespeto, oprobios, adversidades, se compara con el sufrimiento de Cristo crucificado por amor a nosotros; todo lo contrario, rememorar este dolor nos prepara y nos condiciona para el perdón, la paciencia, la comprensión y el amor a nuestros semejantes.
Vivamos la Semana Santa en reflexión, reforzando los valores religiosos, espirituales y familiares.
Aprovechemos este tiempo para crecer espiritualmente. Que sea un espacio propicio para la reflexión y que nos permita replantearnos el valor esencial de la vida y la muerte. Escoger ser luz, no oscuridad. Fortalecernos ante la adversidad. Amar y perdonar, en vez de odiar.
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