La pifia del canciller Navarro
MARGARITA CORDERO - LA OPINIÓN DE LA DIRECTORA
El canciller Andrés Navarro acaba de cometer una pifia imperdonable y potencialmente costosa: decidir que los miembros del cuerpo diplomático y los representantes permanentes ante los organismos internacionales deberán someter antes a su consideración “cualquier publicación en periódicos y medios de comunicación”, como se informara en circular del pasado día 21 firmada por la viceministra Alejandra Liriano.
Como quiera que se mire, la decisión cataloga como censura previa y no encaja en un Estado que se pretende democrático. Pero además, recorta de manera inconveniente las atribuciones de quienes lo representan ante sus pares. Entre ellas, la de responder opiniones vertidas por terceros sobre cualquier asunto interno que, siempre en el marco de los lineamientos de política exterior, se consideren improcedentes.
Lo que necesitamos no son muñecos de ventrílocuo, sino embajadores que sirvan para algo. Encontrarlos sí que es tarea urgente. Ojalá se ponga a ella sin dilaciones.
Ni siquiera las muchas y fundadas quejas por la calidad de los diplomáticos justifican que Navarro filtre anticipadamente sus opiniones. Con una burocracia enferma de elefantiasis, el país andará siempre a la zaga en encarar asuntos que le atañan, cual que sea su naturaleza, porque para que la medida tenga sentido habría también que tamizar las declaraciones verbales.
Si bien es plausible el propósito de unificar criterios –argüido por Liriano en una segunda circular correctiva de la anterior—, el medio para lograrlo no es infantilizar a los embajadores y representantes ejerciendo sobre ellos una autoridad patriarcal, ni muchísimo menos afrentar sus inteligencias (escasísimas, lo admito) haciendo pasar sus opiniones por el filtro de la censura.
Nadie en su sano juicio puede omitir que hay embajadores hace mucho tiempo pasados de la raya, ora porque orillan desequilibrios mentales, ora porque sufren, entre sus varias incontinencias, de no saber callar, ora porque son producto de alquimias indigeribles. Mas para estos casos la solución no es la mordaza institucional sino el despido puro y simple.
El servicio exterior dominicano no logrará ser digno ni coherente mientras Gobierno y Cancillería sigan pagando reales o supuestas facturas políticas. Ni mientras continúen haciéndose los suecos frente a inconductas de fulanos con decreto de diplomático en la billetera que sí degradan la imagen del país y cuyos deslenguamientos no han tenido mayores consecuencias porque –vergüenza exponencial— no merecen respeto alguno de los gobiernos frente a los cuales ejercen.
Navarro no tiene por qué llorar sobre la leche derramada, pero convendría que pensara de manera más detenida en los alcances de su decisión. Lo que necesitamos no son muñecos de ventrílocuo, sino embajadores que sirvan para algo. Encontrarlos sí que es tarea urgente. Ojalá se ponga a ella sin dilaciones.
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