¡Qué punta!, la de Catalina
Al informe de la comisión de Punta Catalina le nació moho. Llegó tarde al debate, cuando ya no había sorpresas. Su publicación no arrancó ni un suspiro, quizás un concierto de aburridos bostezos. Me pareció oír un cuento de cama infantil en el que siempre hay un final feliz que el sueño se empeña en malograr.
La prensa le dio un despliegue señorial, pero su futilidad fue tal que ni a los mismos voceros del Gobierno les animó resonarlo. El informe perdió lo que lo motivó: utilidad propagandística y pertinencia política. No convenció ni a sus autores; basta advertir las sensibles inconsistencias entre las comprobaciones y las conclusiones: un divorcio claro. Pero se impuso el mandato político implícito de concluir como lo hicieron; los notables tenían la obligación de reciprocar la distinción de su escogencia por un presidente en apuros. Desde ese ángulo, más que complaciente, fue humanitario. Los comisionados pueden marcharse satisfechos, cumplieron con su inútil trabajo; al menos le quedaron bien al presidente. ¡Buenas noches!
El informe concluyó como todos esperábamos: agua cuando llueve y calor en verano. Algunas “fallas” y hallazgos que pudieron ser denunciados fueron disimulados en forma abstracta, algunos bajo un pliego de propuestas genéricas. Confirmó también ciertas cosas que el sentido más común nunca consentiría, como que la obra pública más costosa de la historia se construye en ¡terrenos privados!, mediante un arrendamiento enfitéutico. ¡Cuánto daría por ser Vicini! Ese es apenas el comienzo de lo que nunca se contó ni se contará. Secreto de tumba…
El informe más creíble nace del correlato enredado en la comisión que lo emitió: su presidente, con graves conflictos de intereses corporativos; un miembro guardando prisión por aceptar sobornos de la empresa constructora; otro, en pleno desarrollo de la “investigación”, denunció que el Ministerio Público debía intervenir en algunos descubrimientos y, para rematar, la obra fue incluida dentro del expediente de los sobornos. Ahora nada raro pasó, excepto que el precio estaba por debajo de lo razonable y que no hubo fraude en su adjudicación. Total, eso le bastaba al presidente. Debiéramos entregar la condecoración más alta a Odebrecht y quizás un bono extra por su pulcritud. Juzgue usted.
No obstante, aun de este bagazo el Gobierno hará un jugo para refrescar la atosigante propaganda de Punta Catalina. Es increíble lo que está malgastando en publicidad. Punta Catalina es omnipresente: sale en la radio, en la televisión abierta y por cable, en las redes, en los diarios impresos, en el cine y hasta en los jueguitos virtuales que por ocio se descargan. Esta saturación demencial está creando un efecto contrapuesto de repulsión masiva. La desesperada necedad del Gobierno es tal que no comprende una realidad ostensible: la gente no se queja ni reclama por la obra ni cuestiona incluso su necesidad; el problema obstinadamente eludido es la corrupción que se anidó en su ejecución y construcción y la reticencia del presidente para hablar la verdad. No es cuestión de los empleos ni la energía que genera, sino del costo que agregó como otro pasivo a las viejas deudas institucionales. Es como destacar, frente a un posible comprador, las ventajas y atributos de un vehículo robado.
Ahora el presidente usará el informe de su comisión para dar por cerrado el caso, como si se tratara de una sentencia absolutoria; algo parecido a lo que hizo con las declaraciones de Joao Santana y Mónica Moura en Brasil respecto del financiamiento de su campaña por parte de Odebrecht. Después de este cierre pedirá a la nación concentrarse en el trabajo y atender los retos apremiantes, con unos cuantos comunicados de apoyo de otros notables de igual estirpe para que el vulgo calle su estridencia populista. Lo demás será un fino y retribuido trabajo de las bocinas de distintos tonos y cuños. Piñatas de papeletas. Un festival de coloridas distracciones matizarán las expectativas de justicia y el sol se pondrá sobre la rutina, calentando la ruda sobrevivencia de cada día… (Suénalo, Martín… ¡eso!).
.http://acento.com.do/2017/opinion/8471388-punta-la-catalina/
José Luis Taveras
Letras Libres
Abogado corporativo y comercial, escritor y editor.
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