21 de septiembre de 2015 - 7:00 am -
Este es el tercer estreno mundial de “Olivia y Eugenio”, que en España protagonizó con rotundo éxito la veterana actriz Concha Velasco, en el Teatro de Bellas Artes de Madrid, dirigida en aquella ocasión por José Carlos Plaza.
Cecilia García, la primerísima actriz que esculpe personajes con conmovedora sinceridad y naturalidad, que revivifica al drama en cada gesto, en cada inflexión de voz; la actriz de présence en scene, a cuyo encuentro vamos el próximo 1º de octubre en el Teatro Nacional, se entregará a su público otra vez, en una producción de “Primera Memoria Producciones & Films”, en la obra “Olivia y Eugenio” del dramaturgo peruano Herbert Morote, dirigida por Carlos Espinal.
La propuesta escénica que trae Cecilia García, en la plenitud y apogeo de su carrera, y en la madurez de sus condiciones para la actuación, marcará su consagración definitiva como nuestra inmensa y gran Diva de las tablas.
Cecilia García ha escogido para presentar ante su público que la idolatra, una obra diferente, de la cual se desprenden situaciones profundamente humanas. No es posible escribir un simple perfil de la actriz, que ciertamente admiramos. Su director Carlos Espinal, nos ha confesado: “¡Cecilia es única! Además de su talento muy natural, es intensa, trabajadora, versátil, amorosa, leal. En escena es muy respetuosa del director”.
Cecilia es nuestra primera actriz, multifacética, que pocas veces se encuentra en una época, y que ocurre generacionalmente una sola vez en la vida, de exquisita femineidad, de excelentes caracterizaciones, dueña de la escena, con un repertorio de actuaciones que ha hecho que el espectador de teatro profesional la asuma como una estrella del arte.
Cecilia es muy cuidadosa en la selección de los roles protagónicos que escoge; obsesiva con la perfección; se apropia con recelo del texto dramático, del lenguaje escrito, y comunica, comunica desde un lenguaje interior la trama, los umbríos recovecos del ser, lo que le preocupa, lo que subyace en el inconsciente de la creación original del autor del libreto, y que sólo la intérprete, como una extraña paradoja, puede nombrar, alcanzar a darle forma, inspirar con sus actitudes a que los otros sienta la atmósfera, los meandros de esa trampa de la ficción que trae la irrealidad como desdoblamiento de la realidad.
Cecilia ha entregado a su público actuaciones inmemorables; ella sabe que el teatro no es algo fortuito en su vida, sino un destino del cual se ha hecho dueña, un destino que llena de acontecimientos, porque nada es accidental. Su virtuosidad es impecable; es una actriz de excepción para distintos géneros, viene de viajar por Europa, de enamorarse en España de una obra que por su ritmo, por la manera en que su autor describe la realidad y los momentos difíciles de la vida, hará que Cecilia asuma una interpretación impecable, irrepetible, fuerte y sublime, a la vez, que nos hará aproximarnos al sentimiento de la emoción colectiva.
¡Quién no recuerda a Cecilia García, la actriz de mucho charme, en su magnífica interpretación de María Callas! Ahora la eximia artística de fructífera trayectoria en las tablas nos trae un drama donde actúan sólo dos personajes: “Olivia y Eugenio”, una obra pródiga para la reflexión, para que la humanidad escuche los latidos del corazón de los niños con síndrome de Down, y aprenda a recoger los frutos del amor que puede entregar a ellos, y entregarnos ellos.
MEMORIA DE UNA ESPECTADORA EN UN ENSAYO DE “OLIVIA Y EUGENIO”
Cecilia García, nuestra gran Diva del teatro, nos invitó entre bastidores a presenciar y ser testigo en la Sala de la Cultura del Teatro Nacional, de un ensayo de la obra que protagoniza “Olivia y Eugenio”. Estuve allí a las cinco y punto de la tarde, como me indicaron. No podía llegar después. Compartí desde la segunda fila de butas del lado derecho de la Sala con Henry Otto Castillo Pulgar impresiones, luego con Carlos Espinal, un director cuya inteligencia, sensibilidad y elaboración de la puesta en escena de “Olivia y Eugenio” hace que su estatura se alce a la dinastía de un creador notable en la dramaturgia. Carlos sabe manejar cada contingencia que se presenta en el trayecto de la obra; es un director que estimula, que conoce cómo expresar los valores tácitos de la obra, inducir a los actores a adentrarse en el ritmo conveniente en el cual deben desempeñar sus caracterizaciones.
A José Ricardo (Jochy) lo sentimos en su actuación extraordinariamente feliz, alegre, asumiendo su personaje, entregado a esta oportunidad de trascender como un artista privilegiado, con un debut estelar en el teatro profesional.
Cecilia es una actriz de estupenda memoria. Jochy es el joven de los ojos que desata la ternura, que hace posible con ella, que la acción dramática se llene de imágenes, de imaginarios, de tránsitos lingüísticos, de evocaciones, de fe en la placentera cotidianidad que se vive si nos disponemos en el trayecto de la vida a hacer vibrar el alma.
Jochy ama a Cecilia, y Cecilia lo ama a él. Ambos viajan juntos por esta maravillosa y extraordinaria puesta en escena, donde se hace el milagro de lo bello: la magia de la espontaneidad en la actuación de ambos que se respira allí, con una intensidad comunicativa.
Aquel plan de la puesta en escena de “Olivia y Eugenio”, me hizo tener viajes colectivos en mi memoria, y captar que hay variaciones de sufrimientos, de reclamos que no se pueden describir de amor, porque hay un solo amor que estremece, que se reserva para todos los sentidos, que se teje y teje sin metamorfosearse, que viene de todas las vueltas por todas las esperanzas y las ilusiones, las impaciencias, las soledades, las inocencias, y que por igual se mantiene puro en el corazón: el amor de una madre.
Y, así, mirando, viendo, las individualidades de actores que son Cecilia y Jochy, el estímulo que se dan el uno al otro para revestir sus personajes de naturalidad, la fórmula innata de asumir las situaciones en este drama, de asumir como propias las vicisitudes de la existencia que nos muestra la historia, comprendo que aunque me deje llevar por la emoción, ambos, Jochy y Cecilia, son dos héroes del teatro, dos héroes sin desdoblamientos ficticios, dos héroes conmovedores, dueños de la escena, de cada instante donde la mansedumbre que trae su dulzura de relación filial, los hace dignos de los mayores elogios y los consagran en el teatro, en el arte de “la metáfora visible” como ha llamado José Ortega y Gasset a ese mundo de sentidos, de palabras, que al verlo de manera vigilante desde la sala del teatro la hacemos nuestra.
Este es el tercer estreno mundial de “Olivia y Eugenio”, que en España protagonizó con rotundo éxito la veterana actriz Concha Velasco, en el Teatro de Bellas Artes de Madrid, dirigida en aquella ocasión por José Carlos Plaza.
En Santo Domingo, República Dominicana, “Olivia y Eugenio” bajo la dirección de Carlos Espinal, es una dramaturgia de una puesta en escena envidiable, cuya estética técnicamente es irreprochable, y a partir de la cual tendremos la complicidad interior como espectadores de decirnos las verdades humanas con una mea culpa. Cecilia encarna a Olivia de manera perfecta, siente, mira, respira, camina, se mueve alrededor de un escenario donde no puede evitar ser la voz de sí misma, la voz de otras, que se convierte en la voz de otras muchas mujeres.
José Ricardo (Jochy) Gil Ostreicher debuta como actor de reparto, actúa siguiendo línea a línea el libreto, con confianza; cargado de una sensibilidad artística que se asemeja a los meandros de la verdadera poesía, articula sin timidez y se conecta perfectamente con el desarrollo de la historia, da vida a Eugenio. Tiene su oído puesto en las palabras de su madre (Cecilia), en sus reacciones. En escena se crece; no es un aprendiz-actor, es más aún: es un ser maravilloso que capta las instrucciones y señales de imágenes del director y colabora con él. Jochy no tiene ninguna dificultad para asumir su papel en esta pieza de teatro, porque se entrega al arte, y estudia la escena del día. Es un alumno paciente.
Al finalizar el ensayo Jochy avanza hacia el proscenio, toma de la mano a Cecilia y su coach Ramona Rodríguez, y a seguidas les aprieta las manos con desbordante emoción, luego se las lleva hacia sus mejillas, y en lo inmediato besa las manos de las dos mujeres que les enseñan que ser un niño con síndrome de Down no es un obstáculo para ser lector, para aprenderse todos los parlamentos de una obra, y actuar. Acto seguido espera tener la aprobación del director, que le exprese cómo le pareció su trabajo. Jochy plasma en la tranquilidad de sus gestos la espera que tiene de hacer realidad su sueño; sumergido en su inocencia su corazón late con sobresaltos histriónicos, tiene la magia de toda mirada inquieta, y el pensamiento contenido; escruta con su alma lo que desea escuchar, el aire lo respira como una renovación interior de su espíritu, evoca con los ojos apretados cada pasaje de la tarde. Entonces, el original director, Carlos Espinal, le dice: “Jochy, lo hiciste muy bien, maravillosamente bien”. Jochy le besa las manos de nuevo a Cecilia y a Ramona, y le dice a Cecilia: “Mami, Te amo”, y le plasma un beso en la mejilla. Y ella le responde: “Yo también, ángel mío”.
El intercambio de miradas de Olivia y Eugenio es la esencia de lo más hermoso que podrá ver el público, que desde la primera hasta la última butaca colmará la Sala Ravelo del Teatro Nacional, a partir del próximo 1º de octubre.
El binomio Cecilia & Jochy nos atrapa, porque entrecruzan sus vidas, las memorias de su presente inmediato con la misma respiración, con el mismo sentir de quienes se necesitan el uno al otro. Madre & hijo, hijo & madre celebran la vida, el tesoro de quererse. Es admirable la empatía, entre dos actores, que recién se conocen; conmueve verlos entrelazados en un abrazo, de madre a hijo, expresándose un desbordante amor y cariño con una actitud tan real y sincera, que ya muchos quieran poder sentir, si reaccionaran a tiempo de su indiferencia hacia el amor y se dieran la oportunidad del amor verdadero.
Sé que a ambos les espera con esta obra un triunfo rotundo, y lo decimos porque a medida que el desarrollo de la obra va in crescendo nos maravillamos de la labor de su director Carlos Espinal, para que la caracterización llegue a su clímax, juntos ellos (Olivia y Eugenio) cuando los aplausos llenen la sala de vítores y de ¡Bravos, bravos!
El estar presente en un ensayo de “Olivia y Eugenio” me ha permitido reflexionar que las obras dramáticas se escriben para que aprendamos a escucharnos, para que estemos delante de nuestras propias representaciones; algunas nos transmiten lecciones de vida, nos enseñan que las dificultades son para entender –no muy tarde en la vida- cómo debemos procurar subir la escalera del tiempo y los peldaños de la vida.
Nadie quiere tener por decisión propia un destino de infelicidad, pero tampoco deseamos hacer conciencia que la vida es una esfera que no es estática, que debemos asumir como un conjunto de proyectos donde coexistimos con losotros.
La vida tiene sus decorados interiores y exteriores, pero los exteriores lo creemos ser los únicos auténticos y reales por el absurdo de las convenciones sociales. Los hacemos nuestra segunda piel, no importa que no indaguemos por qué las cosas se asumen así, de una manera en que sólo nos rebelamos cuando alguien nos desprecia o nos corta la fantasía que trae la idealidad de los sueños.
Todos llevamos un esqueleto muy frágil por dentro, y ahora lo entiendo más, luego de ser espectadora de “Olivia y Eugenio”. Un esqueleto cubierto por un frío temor de que nos pida cuentas de lo que hacemos o dejamos de hacer. Es por eso que siento que las lágrimas –porque no pude contener las lágrimas en silencio aquella tarde- son las consecuencias (dulces o amargas) que traen nuestras representaciones en la vida, interpretaciones que son las respuestas a esa manera de sentir cuando nos derrumbamos ante el engaño. No obstante, nos negamos a ver que hay lágrimas que no se derraman, que se mantienen calladas, reprimidas en el corazón, y que sólo una lanza, un estremecimiento que nos lastime, las arranca con los labios temblorosos.
Todos queremos vivir con parches en el alma o con la arrogancia infeliz, rebosante, de no mirar ese esqueleto de alabastro que duerme corrompiéndose y venciendo de manera cobarde las cenizas que somos. Por ejemplo, nadie confesará públicamente por qué hay días en se siente derrotado, por qué huye de su majestad-el-asombro cuando su vida queda a la intemperie. Entonces, sólo entonces, advertimos quizás, que hemos hecho de nuestra existencia una farsa llena de infortunios, de frecuentes convenciones sociales sustentadas en la apariencia, y sobrevienen los recuerdos, la desventura de reconocer con sinceridad que nos dejamos sorprender por la caverna ronca de las mentiras, dejando como huellas el dolor y el eco de la conciencia.
Cuando esto sucede nos proyectamos en un soliloquio; entonces no podemos hacer una invención de nosotros, sino una pieza interior de lo que somos ¿Qué somos en el soliloquio?- Una cadena de conflictos que no aprendimos a echar de lado, a matar si se quiere; ceremonias de desamor que dejamos olvidadas en el ilimitado mar, la prisión extravagante que nos construimos para que llegada la hora de la luna blanca ni siquiera pudiéramos contemplarla. Insisto ¿qué somos cuando nos negamos a escucharnos, cuando ni en un momento de flaqueza, de golpe, rompemos el espejo de espanto donde nos vemos como una viñeta a la cual no se le pueden arrojar objetos, porque es irreal?
El afán de creernos eternos, sujetos que la muerte no corrompe, no nos hace –a muchos- interpretar el papel para el cual fuimos escogidos por el destino, y de ahí que sólo nos interese “El gran teatro del mundo” de Calderón de la Barca, porque Dios en ese teatro es una idea espiritual, a quien ni siquiera le conferimos el privilegio de la razón, puesto que fingimos hacerlo nuestro, y escasamente “los creyentes” comprenden su piedad.
Todos, o casi todos, nos arrojamos al gran teatro de la vida, ¡qué pena! Huimos, no entiendo, de que somos como las rosas: hoy amanecen bellas, mañana marchitas, y a los días siguientes ¡muertas!, no por falta de rocío sobre sus pétalos, sino porque el final de todo lo viviente es el monstruo real del laberinto de la muerte.
Al ver en primera fila a “Olivia y Eugenio” reflexioné muy adentro de mí, que el gran teatro de la vida nos empuja a “negar” que al nacer acumulamos vuelos de libertad, momentos que se abren hacia el mundo. El milagro de la vida es conocer, aprender qué debemos y qué no debemos arriesgar en este sueño cuando el decorado por doquiera no es un jardín de apacibles encantos, sino una selva de antojadizas pasiones, cuyos accesorios y ropajes debemos escoger con éxito para no sucumbir de dolor, decepción, frustración o desamor cuando en la fiesta de las máscaras alguien pretenda imitar antojadizamente ser el Dios de la vida, que todo lo puede y todo nos dará, si sólo nos afanamos por la apariencia exterior, apariencia exterior que nos hará olvidar el interior.
Siendo la vida cotidiana una complicadísima puesta en escena, el arte dramático nos permite conocer sus matices, las piruetas que trae ese enredo de provocarnos la suerte o la desdicha, los tropiezos de esas tragedias del alma que traen los equívocos. Melodrama o tragedia, es tan difícil no ser parte de ellas, porque el decorado del mundo nos sorprende con el revuelo que trae la desesperación cuando el amor se hace un fugitivo o nos deja en el desamparo. Por ello, la mayor inseguridad que trae el alma humana es la de la angustia, la angustia que llega sin itinerario, y sólo una angustia se hace enloquecedora: la angustia maternal, la angustia del amor materno como desesperación.
Cuando suba el telón, el próximo primero de octubre en la Sala Ravelo del Teatro Nacional, estaremos como espectadores ante una tragedia moderna; veremos a una criatura que es un ángel al lado de una madre que asume la barca de la vida de ambos. Cuando suba el telón las entrañas de muchas madres tendrán la sensación de que sus criaturas pueden sufrir, y ellas no saber cómo contestarles antes de nacer. Y, nosotros, tendremos la oportunidad de escuchar a Olivia (Cecilia García) pronunciar con devoción amorosa a su hijo, Eugenio (José Ricardo Gil Ostreicher): “¡Ángel mío! ¡Eres un ángel de bueno, Eugenio! Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Haremos una gran fiesta. La mejor de nuestra vida”.
Le he preguntado a Cecilia García ¿qué siente al interpretar esta obra? Y su respuesta ha sido: -“¡Pasión!, una gran pasión. La misma pasión que tuve cuando hice Master Class”.
“OLIVIA Y EUGENIO” DE HERBERT MOROTE. FICHA TÉCNICA
CECILIA GARCÍA (Olivia)
JOSÉ RICARDO GIL OSTREICHER (Eugenio)
CARLOS ESPINAL (Director)
Milton Cruz (Banda Sonora)
Lillyanna Díaz (Diseño de Iluminación)
Eduardo Lora y Carlos Lora (Escenografía)
Hatuey De Camps García (Decoración de Interiores)
Eilen Marmolejos (Diseños Gráficos & Producción de Videos)
Reynado Infante (Voz comercial)
Lourdes López (Asistente de Cecilia García)
Helis Cruz (Asistente de Carlos Espinal)
Amaury Esquea (Regidor Escénico)
Dinorah Céspedes (Utilería)
Camelia Almonte (Maquillaje y Peinados)
Henry Castillo (Coordinador de Producción)
Severo Rivera (Prensa & Relaciones Públicas)
Escobar & Company (Redes Sociales)
PRIMERA MEMORIA PRODUCCIONES & FILMS (Producción)
http://acento.com.do/2015/cultura/8285366-cecilia-garcia-la-vehemente-voluntad-de-una-primerisima-actriz/
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