Por qué los autoritarios atacan las artes
En 1937, los líderes ascendentes del Tercer Reich organizaron dos exposiciones de arte en Múnich. Una de ellas, la “Gran exposición de arte alemán”, tenía arte que Adolf Hitler consideraba aceptable y reflejaba una sociedad aria ideal: representativa, con gente rubia en poses heroicas y paisajes pastorales del campo alemán. La otra presentaba lo que Hitler y sus seguidores denominaban “arte degenerado”: obras modernas o abstractas, y arte producido por personas que los nazis desaprobaban (judíos, comunistas o sospechosos de serlo). El “arte degenerado” fue presentado con desorden y caos, acompañado de etiquetas despectivas, grafiti y entradas de catálogo que describían “los cerebros enfermos de aquellos que usaron el pincel o el lápiz”. Hitler y sus allegados controlaban estrictamente cómo vivían y trabajaban los artistas de la Alemania nazi, porque entendían que el arte podía desempeñar un papel clave en el ascenso o la caída de su dictadura y su visión para el futuro de Alemania.
En marzo, el gobierno de Trump propuso un presupuesto nacional que incluye la eliminación de la Fundación Nacional para las Artes. La NEA, por su sigla en inglés, opera con un presupuesto de cerca de 150 millones de dólares anualmente. Como lo han señalado los críticos, esta cantidad es aproximadamente el 0,004 por ciento del presupuesto federal estadounidense, lo cual convierte esta decisión en un enfoque bastante ineficiente para recortar el gasto público. Muchos estadounidenses han estado protestando por los recortes y han señalado las muchas maneras en que el arte enriquece nuestras vidas… algo que se debe hacer. Las artes nos traen alegría y entretenimiento; pueden ofrecer un descanso de las dificultades de la vida o una forma de entenderlas.
Sin embargo, como Hitler comprendió, los artistas desempeñan un papel distintivo en el desafío del autoritarismo. El arte crea vías para la subversión, el entendimiento político y la solidaridad entre los creadores de coaliciones. El arte nos enseña que las vidas distintas de las nuestras también tienen valor. Así como el bufón proverbial puede burlarse abiertamente del rey en su propia corte, los artistas que ocupan posiciones sociales marginadas pueden usar su arte para desafiar las estructuras del poder de maneras que de otro modo serían peligrosas o imposibles.
A lo largo de la historia, los líderes autoritarios han intuido este hecho y han actuado en consecuencia. El gobierno estalinista de los años treinta impuso que el arte cumpliera con estrictos criterios de estilo y contenido para asegurarse de que sirviera exclusivamente a los propósitos del gobierno. En sus memorias, el compositor y pianista Dmitri Shostakovich escribe que el gobierno estalinista asesinó sistemáticamente a todos los poetas folclóricos ucranianos de la Unión Soviética.
Cuando Augusto Pinochet asumió el poder en Chile en 1973, hubo muralistas que fueron arrestados, torturados y exiliados. Poco después del golpe de Estado, el cantante y artista teatral Víctor Jara fue asesinado; su cuerpo estaba baleado y se exhibió públicamente como advertencia para los demás. En su libro Arte brasileño bajo la dictadura militar, Claudia Calirman escribe que el director de museo Niomar Moniz Sodré Bittencourt tuvo que esconder obras de arte y aconsejar a los artistas que abandonaran Brasil después de que las autoridades entraron a su museo, bloquearon la exposición y exigieron que la obra fuera desmantelada porque contenía imágenes peligrosas, como la fotografía de un miembro del ejército que caía de una motocicleta; lo consideraron algo vergonzoso para la policía. Una intervención así de extrema parece estar muy alejada de Estados Unidos hoy en día, hasta que recordamos episodios como el regaño público del presidente al elenco de Hamilton en Broadway después de que los actores le hicieran un comentario bastante mesurado a Mike Pence.
En su última ronda de subvenciones, la NEA le dio 10.000 dólares a un festival de música en Oregon para que hiciera un espectáculo de danza presentado por personas en sillas de ruedas, así como clases de baile para personas que usan dispositivos de movilidad. Un centro cultural en California recibió 10.000 dólares para organizar talleres encabezados por artistas musulmanes, entre ellos un artista de hip-hop, un comediante y cineastas. Un coro en Minnesota recibió 10.000 dólares para organizar un concierto que destacara las experiencias de los jóvenes de la comunidad LGBT, el cual se presentaría en las escuelas públicas de St. Paul. Cada una de estas subvenciones apoya las voces de las mismas personas que la actual administración presidencial ha ignorado, de las que se ha burlado y a las que ha dañado. Los jóvenes, las personas queer, los inmigrantes y las minorías han utilizado durante mucho tiempo el arte como medio para desmantelar las instituciones que nos silenciarían primero y nos matarían después, y la NEA es una de las pocas instituciones de gran alcance que respaldan ese trabajo.
Observadores estadounidenses expresaron su desaprobación cuando el artista Danilo Maldonado fue arrestado y encarcelado por criticar el régimen de Castro, y cuando el gobierno demolió el estudio del escultor y fotógrafo chino Ai Weiwei y lo puso bajo arresto domiciliario.
Pero en Estados Unidos, es crucial que entendamos de qué se trata realmente el ataque de Trump a las artes. No se trata de hacer que Estados Unidos sea un lugar monótono y miserable, ni de creer en la austeridad o negar recursos a las comunidades necesitadas. Al igual que la desaparición de información de los sitios del gobierno y la exclusión de reporteros que critican al presidente de los informes de la Casa Blanca, esta decisión indica algo más grande y más amenazante que la incapacidad de un grupo de personas para hacer su trabajo. Se trata del control. Se trata de crear una sociedad en la que reine la propaganda y la disidencia se acalle.
Necesitamos las artes porque nos hacen seres humanos completos. Pero también las necesitamos como factor de protección contra el autoritarismo. Al salvar las artes, nos salvamos de una sociedad donde la producción creativa es permisible solo mientras sirva a los instrumentos del poder. Cuando el pájaro deja de silbar, debemos tener mucho miedo, no solo porque su melodía era muy hermosa, sino porque era la única señal de que aún teníamos la oportunidad de ver la luz del día otra vez.
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