martes, 18 de agosto de 2015

“El amor como alas, no como ataduras” | Tony Raful

Tony Raful
En memoria de Luis Raúl González García
“¡El fin y el principio sólo son sueños...! Sin nacer, sin morir y sin cambiar, el espíritu siempre permanece...” (Mahabharata).
Nada es uniforme. Nada cumple un programa exacto de prevenciones. Nadie puede predecir su vida entera. Todo sucede en cascadas, instrumento de la casualidad, de lo aleatorio. Uno mismo, ¿quién es? ¿Acaso no somos una sumatoria de reacciones químicas y fisiológicas condicionantes en un porcentaje importante de la conducta humana? ¿Y la conciencia, ese alto estado de diferenciación y escogencia, no es una frágil permanencia de variables, alteraciones, y elucidaciones coyunturales? Cuando la tragedia asoma todo parece derrumbarse. Todo lo que soñamos, todo lo que amamos, lo que hemos ido construyendo con la ternura, con lo mejor de nosotros, con el crisol de la infancia, con el desarrollo de las potencialidades, los proyectos, la idílica imagen de la familia como ente de cohesión y valor humano. Todo lo que vivimos interiormente, esa riqueza del alma. Lo que tocamos con nuestras manos, lo que besamos, el índice celeste de una luz vivificante. Pero el espíritu siempre permanece. ¿El espíritu? Quizá no podemos definirlo, pero lo sentimos, es como una cálida presencia del amor divino. El espíritu no infiere, no entra en las cavilaciones filosóficas, en el entorno subjetivo de las carencias y demandas del ser social. Es una energía trascendente. Es una fuerza esencial que te conecta con el espíritu mayor que danza en las dimensiones infinitesimales, y en los grados insuperables de expansión de la materia y la creación de nuevos mundos.
El Ing. Emilio González y Helen García de González, una pareja excepcional, dos seres hermosos espiritualmente, virtuosos para el trabajo creador y productivo, para el verdadero amor en espacios intensos de fe, acaban de sufrir la pérdida de uno de sus hijos, de apenas 25 años, profesional lleno de futuro, que ya se disponía a regresar a su país, cuando un accidente torpe, absurdo, le arrancó la vida. Uno podría cuestionar todo el entramado vital. Uno podría desgañitarse de horror. Uno podría desgarrarse, negarse, consumirse en el dolor. La voz alta de esta pareja, no sufrió la crisis de la fe. Aferrados al amor, el único sentimiento por el cual vale la pena vivir, defendieron la vida de su hijo Luis Raúl, con estoicismo cristiano, con la imperturbabilidad de una convicción sostenida en la certeza de la vida espiritual.
El joven que acompañaba a Raúl cuando éste perdió la vida, escribió uno de los testimonios más bellos de su vida. Un relato de sus últimos días, de las últimas horas. Es la fe viviente asegurando que Raúl articuló todas las palabras y todo el estado de su certidumbre de joven cristiano, en su forma de vivir, en sus oraciones, en su pálpito sereno, en la idea de que todo es transitorio menos el espíritu, que todo es vano menos la pujanza de la creencia en el Dios vivo.
Escribe el amigo de Luis Raúl: “Luis me enseñó muchas cosas durante su vida y me la recalcó grácilmente con su despedida. Me dijo que tengo que ser feliz, disfrutar la vida, dejar que la energía me mueva y hacer todo con alocada pasión. Que la felicidad y la libertad sean los medios, pero cambiar el mundo será mi objetivo. Luis es para mí un símbolo, una sonrisa morena que me recuerda que tengo un corazón y debo usarlo. Me recordó que soy un Guerrero de la Luz, y que debo ser todo lo mejor que puedo ser, para seguir luchandoÖ que en el mundo hace falta belleza y armonía, por lo que debemos aportar el arte que pueda salir de nuestros corazones. Que la vida es un regalo hermoso y fugaz y por ello debemos comprometernos a vivirla intensamente y dar todo lo que podamos. Que la alegría se crea compartiéndola. Que existen fuerzas mucho más allá de nosotros que tenemos que comprender y unirnos a ellas. Y, sobre todo, que el amor y la amistad son eternos y que ningún acontecimiento sobre esta tierra puede acabarlo... Es por eso que Luis será mi amigo por siempre, lo querré como a un hermano por la eternidad y portaré su espíritu como un arma de paz con la cual, él y yo ayudaremos a salvar este mundo”.
Nada permanece tanto como el llanto, escribió el poeta Jacques Viau, pero nada trasciende tanto como el amor. Nada perdura tanto como el amor, ese amor que Raúl veía como alas, no como ataduras. En la puntuación inequívoca del tiempo todo se deshace menos el amor. El tejido del universo es amor. Las múltiples formas de vivir se forjan en el amor. Luis Raúl es ahora amor puro. Como el amor que creó los cielos y la tierra. Como el Padre universal, cósmico, vibraciones y gozo de la vida eterna, por siempre.
http://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2015/08/18/384605/el-amor-como-alas-no-como-ataduras

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