“Vete a la luna, vete a cualquier sitio, pero aquí no vengas…”
¿Cuántos hombres salvó el Dr. José L. R. Castellanos (Pocholo) en Vietnam y Laos de la muerte, y del triste infortunio de no tener consuelo para su llanto de quedarse sin hijos y sin familia?
Al Doctor José L. R. Castellanos (Pocholo).
“En tiempos de revolución, de cambios rápidos, la victoria de la juventud es cierta, porque la juventud se adapta más rápidamente, sus reflejos son más vivos. En el tiempo de la Revolución Francesa, la juventud comprendió lo que era la guerra de masas, mientras la vieja generación estaba todavía en la guerra de la profesión. […] La juventud representa ahora la única fuerza que sostiene a los profetas que, proponiéndole fines sencillos, le ofrecen grandes e ingenuas esperanzas”. ANDRÉ MAUROIS [1]
“La vida no es una enfermedad, pero hay épocas que sí lo son, y esas épocas casi siempre son políticas, y le amargan a uno la existencia”.
HILMA CONTRERAS [2]
Santo Domingo, junio de 1959. “Vete a la luna, vete a cualquier sitio, pero aquí no vengas…”.
El mundo se hizo asfixiante, y la atmósfera de piedra; los milagros solo eran una idea inocente, un abandonarse al tiempo que avanzaba. La historia la conocemos todos, y creemos conocerla, puesto que vivir, a veces, es una manera de apostar a la sobrevivencia, a que la luz no pueda cubrir un apretón de manos, porque la oscuridad vestía las garras del tirano. No había mirada que no fuera hermana de otra mirada de espanto, de presentimientos, de desdicha. El sacrificio fue de muchos, la angustia una costumbre; llorar o reír podía ser una muestra de temor.
Cuando la desgracia se vuelve no sólo de una, sino del prójimo, es necesario destruir lo que causa ese mal. Ayer a esa lucha se le llamó resistencia, esperar a que llegaran al infierno los que encarnaban los dardos de los ideales quebrados. Ahora que, el mundo continúa siendo oscuro, y a la “autoridad” no la obedece nadie, que el desprecio a los débiles se ve en el semblante de los verdugos, que nadie puede decidir su destino o su libertad, que no hay bosque ni parque tranquilo donde ir a mitigar la soledad, que se vive en duelo constante ante la impotencia, solo queda en los labios el gesto de que “cada quien está en lo suyo”.
“Vete a la luna, vete a cualquier sitio, pero aquí no vengas…”. Contra el poder político, en ocasiones, luchan los menos afortunados, los que no se obligan a acatar las órdenes de quienes ostentan la “autoridad” usurpada. Hay muchas maneras de usurpar la “autoridad”; una forma simple es la compra de lealtades, y cuando esto sucede surge el peligro de un caudillo. En la Era una confidencia de manera ingenua, podía exponerte ante un delator; un cálido abrazo significar una despedida, o la señal con frialdad de que era éste a quien se debía matar.
Vivir sobre el filo de la navaja se da en tiempos de dictadura y en tiempos de democracia fingida. Las enemistades familiares de antaño, ahora se sostienen por la hipocresía de los intereses económicos y de poder. Ya lo había dicho Hilma Contreras: “Ir por el camino correcto, luchar honestamente, es más largo y cuesta más. Los que van por las curvas no lo hacen con hipocresía, no lo esconden; lo hacen con desfachatez. Sí, desfachatez… ésa es la palabra”. [3]
Todos, lo de ayer y los de hoy, [los que “lo hacen con desfachatez”] se forran y se han forrado de distintas pieles. Ayer eran las ideologías las que se hicieron impulso para salir del cautiverio. Hoy son los entretelones de la simulación construidos los que arropan todo. Se simula ser líder de hombres; se simula ser el padre de un pueblo; se simula ser el patriarca de un partido; se simula tener una tropa de choque lista para atacar ante la desobediencia civil; pero lo que no se puede simular es el aniquilamiento de la dignidad de un pueblo.
“Vete a la luna, vete a cualquier sitio, pero aquí no vengas…”. Ante el peligro, ante el peligro de estar en un camposanto como víctimas de infames disparos, víctimas de la miseria, o encerrados en mazmorras que no son solo una prisión física, sino el recinto de la desesperanza, no es desafortunada esa expresión de una madre.
¿Cuántas madres han enloquecido ante la pérdida de un hijo? ¿Cuántas madres lloran el horror del vil asesinato de un hijo o de una hija? Sobre la Erase han oídos numerosas historias de desapariciones, y cuando convenía al patriarca de turno, ungido por la gracia de Dios, se le escuchaba decir que “cumplía con su pueblo el designio de ser elegido por Dios”.
Esta es la razón por la cual, la representación de nuestros héroes nacionales en óleos o en estatuarias no portan una espada adornada con piedras preciosas, porque al parecer no estaban “ungidos por la gracia de Dios”; sin embargo, el patriarca de la Era, en el imaginario del pueblo, sí lo estaba, por eso la salvación o liberación que nos dieron los expedicionarios se fue al olvido en la memoria colectiva, y ni siquiera ellos (los héroes) tienen interés de levantarse de sus lechos de muerte.
La “heroicidad” ahora se construye a través de los privilegios que da el poder, por tanto, se ha acordado [desde las alturas de la historiografía oficial y las estructuras del Estado], que es insolente enaltecer las virtudes de los héroes, porque todos los nuevos “héroes” están a los órdenes de quien más tiene, del que posee la proporción numérica para ser envidiado desde sus habitaciones hasta la entrada del mausoleo patriarcal donde erige su permanencia.
No olvido nunca, que la juventud es el gran guerrero que se espera en cada época y en cada circunstancia, y, que en el pasado está el remedio al presente y al porvenir. Los jóvenes sólo esperan a un insigne profeta, a alguien donde apoyarse, y con quien concertar las esperanzas. No puedo aun imaginarme sus rostros de ira, y el momento de la gloria que les aguarda cuando derrumben la ilimitada vanidad de los mandantes. No es cierto que la indiferencia esté en los huesos de los jóvenes. Si no luchan ahora, veremos que en cualquier punto del planeta llegado el tiempo, ellos harán lo necesario para aliviar del dolor a los afligidos, para curar con sus manos las heridas de la barbarie de la guerra y de la destrucción, para que la angustia no permanezca en los rostros ni el frío acero del golpe mortal de un arma.
No creo que exista posibilidad de disuadir a la juventud cuando decide actuar por los dictados de su conciencia, ni que se le pueda hacer “entrar en razón” cuando tiene la certeza de que llegó la hora de actuar contra las ignominias ni calmar sus anhelos de justicia y libertad.
No es extraño escuchar la oración de una madre cuando en una época incierta, le dice al hijo amado: “Vete a la luna, vete a cualquier sitio, pero aquí no vengas”. Muchas madres con un dolor desgarrador guardado en su alma, y desde el silencio de su corazón, continúan despidiendo al hijo cuando se marcha al exterior de esta manera, y si no lo dicen ellas, sin importar la clase social, muchos jóvenes lo declaran: “Me voy a la luna, a cualquier sitio, pero a aquí no vuelvo…”, como queriendo decir: “Aquí no se puede vivir ya”.
Esa expresión “Aquí no se puede vivir ya”, la proclaman profesionales con vocación de servicio, honestos, que tenían confianza en la posibilidad de que las cosas se enderezaran, con conocimiento de lo que acontece en las cabezas de quienes tienen complicidades mal sanas en todas las esferas del poder, y que procuran no dejarse vencer por el lodo encontrado a su paso, por lo que afirman: “Ya toda la pus salió, brotó, y está haciendo metástasis”.
Son estos profesionales los que a sus amigos de universidad y a sus amigos de secundaria, le dicen también: “Vete a la luna, vete a cualquier sitio, pero aquí no vengas”. Esta es la única expresión de salvación de una generación que se siente atrapada, y que ahora, se hace un grito de estallido en la mente de muchos.
“Vete a la luna, vete a cualquier sitio, pero aquí no vengas…”, le dijo la madre, a través de una carta clandestina, al hijo que concluía su especialidad en EE. UU., preocupada por los acontecimientos políticos que continuaban ocurriendo en Santo Domingo, y temiendo el grave riesgo que corría si regresaba, como una manera de apartarlo de las garras de la dictadura. Era el año de 1959, y la visa de estudiante ya se le vencía.
… Y así, lo hizo el hijo.
El joven médico dominicano José L. R. Castellanos (Santiago, 1932), a quien sus amigos llaman Pocholo, estando en Washington de visita, en casa de la familia del pintor Mariano Eckert, escuchó en el programa que se transmitía por televisión “Cuál es mi línea”, al Dr. Thomas A. Dooley [4] que estaba procurando donaciones y fondos en New York, pedir la incorporación de médicos a los hospitales para refugiados en Vietnam que estaba fundando.
Recordando la advertencia de su madre, Pocholo realizó un viaje de Washington a New York para entrevistarse con Dooley; lo llevó un hermano de Marino Eckert en automóvil, y luego de aplicar en una entrevista, obtuvo un contrato para laMedical International Cooperation Organization (MEDICO). Pocholo se había graduado de médico en 1957 en la Universidad de Santo Domingo, y pudo salir al exterior a hacer la especialidad en EE.UU., a Maryland. Él escogió no irse a la luna, pero se fue a Vietnam del Sur, a la ciudad de Quang-Ngai, en 1960, aun cuando se dijera a sí mismo: “Detesto hacer planes por temor a las decepciones, pero tampoco lo puedo evitar”.
Sus amigos que se encontraban fuera de la República, le enviaban correspondencias y recortes de periódicos informándoles de lo que acontecía en el país, pero que tardaban en llegarle. En Quang-Ngai las oficinas de correos carecían del sistema de cables. Pocholo estuvo como médico en Laos, en el Hospital de la Provincia, que estaba a medio kilometro de su casa. El primer año fue médico cirujano, y el segundo año ascendido a Jefe de Grupo.
Durante la guerra de Vietnam, Pocholo pasó parte de esta devastadora confrontación bélica allí, así como la Ofensiva del Tet en 1968, en Quang-Ngai. Aquel consejo de su madre de crianza, Esperanza Fernández de Espaillat, hizo que él escogiera como destino ir a servir a Vietnam a un hospital para refugiados de guerra; cruzó el océano detrás del espíritu de la libertad, y se encontró con lo que describe en el reverso de una fotografía enviada a una amiga, posterior a su llegada cuando visitó “Khai-Dinh Park”, en la escribió un mensaje a máquina: “Khai-Dinh fue uno de los últimos y más pretenciosos reyes que tuvo Vietnam, quien como el anterior, se construyó su propio palacio, pagodas, sitios de esparcimiento y meditación (exceptuando los lagos y pabellones de pesca, pues lo hizo en la cima de una montaña), y por último, su tumba y la de su esposa. La riqueza de oro de 24 k. y piedras preciosas que se encuentran aquí, es para dejar boquiabierto al más rico y poderoso de los seres! y a mí especialmente ya que desde mi llegada aquí un año atrás, no he encontrado otra cosa más que miseria”.
¿Cuántos hombres salvó el Dr. José L. R. Castellanos (Pocholo) en Vietnam y Laos de la muerte, y del triste infortunio de no tener consuelo para su llanto de quedarse sin hijos y sin familia? ¿En cuántos rostros de soldados conoció del horror de la guerra? ¿De cuántos conoció su historia, y escuchó como un susurro en sus oídos sus últimos suspiros? El consejo de su madre, hizo que Pocholo cumpliera en otro lugar su misión de salvar vidas, y que su corazón comprendiera la angustia de quienes ven a los otros perecer sin poder hacer nada, o poco, aun se ponga todo el empeño.
Día y noche, y en las madrugadas en la Era, las madres tenían el temor que detrás de las sombras de la noche se desataran los demonios del tirano. El país vivía el espanto de una terrible pesadilla; no había, al parecer, manera de despertar. Muchos jóvenes tuvieron el dolor de ver a sus amigos sucumbir, desaparecidos sin que la arcilla roja como una losa cubriera sus frentes, al ser amordazados, torturados sin misericordia, y esperar el final en el mayor espanto que alma humana pudiera conocer. En la Era la sensación de desasosiego rápidamente se expandía en las familias, y como me ha dicho Pocholo, entonces, era la época más dura de la tiranía, y como ha testimoniado Hilma Contreras: “En esa época mucha gente perdió la fe. Pero, a la vez, los jóvenes que luchaban clandestinamente tenían una fe grande en que acabarían con la tiranía. El dominicano siempre ha tenido fe. La fe es indispensable; sin ella no se puede vivir sin caer en la desesperación”. [5]
NOTAS
]1] André Maurois, Un arte de vivir, 11 ed. (Librería Hachette, S. A.: Buenos Aires, 1943): 190-191.
[2] Hilma Contreras, entrevista concedida a Lorena María García Zambrana, para su tesis de grado “El Dominicano a través de la cuentística 40-60”, UNPHU, 1989: 404.
[3] Ibídem, 403.
[4] Thomas Anthony Dooley (Saint Louis, Missouri, 1927- New York 1961) se graduó de médico en St. Louis University School en 1953. Fundó en 1958 Medical International Cooperation Organization (MEDICO), y estableció un primer hospital para refugiados de guerra en Nam Tha, Laos. Es autor de loslibros Deliver Us from Evil: The Story of Viet Nam´s Flight to Freedom(1956), The Edge of Tomorrow (1957), y The night they burned the mountain (1960).
[5]Hilma Contreras, entrevista concedida a Lorena María García Zambrana, para su tesis de grado “El Dominicano a través de la cuentística 40-60”, UNPHU, 1989: 404. http://acento.com.do/2016/cultura/8314368-vete-a-la-luna-vete-a-cualquier-sitio-pero-aqui-no-vengas/
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