Regeneración de la decencia o el colapso
Aflora el sopor del colapso de la sociedad. Una sociedad donde muchos hacedores de opinión pretenden colocarnos a todos “somos iguales”; donde “todos somos ladrones”.
Esta sociedad se encuentra en el difícil tránsito donde el contenido, la esencia de lo fundamental se confunde con la más ladina rama de la raíz misma. El espectáculo ya no es su definición, el simulacro quedó truncado en el manto permanente de la mentira. La hojarasca de la dermis constituye el epicentro de la mirada micromapeada de la realidad. El crisol de los llantos es tan variado que el ruido se esparce sin escuchar la voz.
Sencillamente, la mera decencia se esparció como rayos de estiércol que brotan de un loco, enajenado por la misma sociedad que lo incubó. No hay forma, mucho menos contenido. La degeneración de la sociedad “coloca” a un mismo nivel a la persona crudamente desviada que al individuo entregado por completo a la decencia, a la honradez y al honor. En una perfecta combinación de vida personal, profesional.
La degradación es tan acusada y fiel a su esperpento que sitúa a los extorsionados y desalmados, no importa la profesión y más si es abogado, en personaje ladino, del monte sin frutos, quedando desnudo en medio de la oscuridad de la visibilidad mediática. Desgarbado y ruin queda evidenciado, lanzando improperios, propio a su estatura larga; contrastes, al fin, de su lesa laxitud pírrica, de un léxico que guarda solo relación con su estatura ética –moral.
La ausencia de decencia los lleva a tomar todas las armas para tratar de descalificar, denostar, destruir, desvirtuar, negar, desinformar, manipular, “corregir” y recoger todo aquello que dijeron. Más que estrategias de defensa, utilizan máscaras de estratagemas para chantajear, desviar la razón de ser de la diferencia, del problema principal y sus actores para meter miedo. Ganar, no importa como, si con ello destrozo y descompongo todo de lo que es humano se haya podido construir. El dinero es mi cliente. Mi cliente es Dios, es San Pedro, es Jesuscrito, es Mandela Panegírico, entrecortado, en su voz, que no se escucha. Porque nadie le cree. Los usas porque saben de que son capaces y las patentes de que se prodigan para alcanzar sus fines.
“Su profesionalidad” es solo el alcance y dimensión de la descomposición de la sociedad y los niveles de institucionalidad en que nos encontramos. Juegan al manto claroscuro del ozono, del azufre y el vinagre, en perfecta combinación, para derramar sangre coagulada de sus garras draculadas.
Dramatizan y ladran con tan corta imaginación que la ausencia de Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Víctor Hugo, Octavio Paz, García Márquez, Mario Benedetti, Juan Rulfo, Rómulo Gallegos, Miguel Ángel Asturias,
Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Nicolás Guillén y Pedro Mir se escudan y excusan en el manto freáctico de sus cerebros lodazados.
Entonces, la cultura del tigueraje lo vislumbra todo: la esencia y la apariencia; la diafanidad y la opacidad; la transparencia y la oscuridad; la nitidez y lo nebuloso. Su modus vivendi no alcanza límites. Lo trascienden todo para encontrar su nido destrozado en la falsedad de sus argumentos. Más que el derecho son teatreros panfletarios. Conspicuos representantes de la sociedad banalizada.
Con sus egos y alter ergo combinados proyectan en los demás el retrato de su realidad, contoneada en el zipper del bolsillo adinerado. Se dibujan a sí mismos, lanzando pinceladas en el espejo que sale su propia figura y no se ríe. Se preguntan por qué se encuentran en el espejo con la mueca devastada en pedazos de su rostro.
Se aceleran sus memorias en el doble tripolar de sus mentiras. El juego de palabras y sus calabazas de cinismo los llevan a no reconocerse a sí mismos No hay memoria al no reconocer la realidad, al destruir verdades en su solo esperanza del cliente que es dinero. Su simbología social frente a la sociedad lo atormenta, son resentidos. Desean el campo fértil de la descomposición social: crimen organizado en sus topologías más variadas: narcotráfico, lavado de activos, sicariato, corrupción. Esas son las bateas donde lavan el juego refrescante de su profesión, de su exhibición y de sus galas. Es su legalidad, sin la legitimidad, que se acomoda en la jerarquía social.
Aflora el sopor del colapso de la sociedad. Una sociedad donde muchos hacedores de opinión pretenden colocarnos a todos “somos iguales”; donde “todos somos ladrones”. La sutura por la regeneración es el canto que urge para no sucumbir en el fango cargado de miseria. La vida social, la vida pública, requiere respirar un aire nuevo, para no contaminarnos más en estas aguas purulentas de cianuro. En la regeneración, excavar estas roturas del colapso, no genera tan grande desafío, pues la perfidia y la falta de escrúpulos es tan visible que logran dibujarse por completo. http://acento.com.do/2015/opinion/8305998-regeneracion-de-la-decencia-o-el-colapso/
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