Grecia necesita cauces
Alexis Tsipras y sus socios europeos deben seguir el espíritu pactista de la minicumbre
La minicumbre sobre la situación de Grecia celebrada en Bruselas será seguramente útil para reducir la creciente tensión entre el conjunto de la eurozona y el nuevo Gobierno griego de izquierda radical de Alexis Tsipras. Pero no basta con ella para encauzar de forma más ágil la sustancia de la controversia: es imperioso que todos se atengan a los códigos de conducta propios de quienes son socios de una empresa común, la Unión Europea.
Como lamentó el presidente francés, François Hollande, se ha perdido mucho tiempo desde el acuerdo de principio del Eurogrupo de 20 de febrero —en el que se dio el visto bueno a la extensión del segundo rescate durante cuatro meses, bajo estrictas condiciones— hasta esta semana. Y el uso eficiente del tiempo es imprescindible en este caso, en el que se trata de restaurar la devastada economía de la República Helénica.
Durante el mes transcurrido desde entonces se han sucedido una serie de sobreactuaciones y provocaciones que deben erradicarse completamente. En círculos oficiales y gubernamentales europeos se ha dejado traslucir la amenaza de una salida de Grecia de la moneda única, algo que perjudicaría extraordinariamente a los griegos y que amenazaría la estabilidad del área del euro como proyecto irreversible. En algunos medios la tensión se ha disparado hasta el punto de trucar una comparecencia pública del ministro griego de Economía, Yanis Varoufakis, aparentando que hacía la peineta a los alemanes.
Desde Atenas, la insensatez ha ido pareja. El propio Varoufakis flirteó irresponsablemente con la exclusión del euro y la celebración de un referéndum; su colega de Justicia amenazó con la expropiación de bienes alemanes en Grecia, alegando una sentencia local sobre reparaciones de guerra; y el Gobierno torpedeó la continuación del debate técnico al regatear datos e informes a las instituciones europeas.
No es extraño que los mercados, y sus protagonistas más volubles, reaccionasen a la tremenda: la recaudación fiscal griega siguió cayendo en barrena, los depósitos bancarios capotaron, aumentaron los créditos fallidos y las inversiones internacionales siguieron hibernadas.
Es esa la peor situación negociadora —la de asfixia propia— que pueda imaginarse para el Gobierno griego. Entre otras razones porque cualquier deterioro de la coyuntura le forzaría a pedir más ayuda, y nadie prestará nuevos apoyos con un cheque en blanco, ayuno de condiciones, garantías y contrapartidas estrictas.
Entre unas y otras torpezas, no hay que olvidar tampoco la anemia de quienes parecen actuar como si el reto no les afectase, a guisa de convidados de piedra. Será mejor para todos —incluido el Gobierno español— que sigan la senda proactiva marcada por el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, que acaba de improvisar un apoyo de 2.000 millones de euros a Grecia para atemperar asperezas entre políticos y aliviar sacrificios de los ciudadanos.
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