Carmen Natalia, Macorís del Mar, 1917
Alfarero celeste:
yo soy un pobre trozo de barro no cocido…
Pero al través del barro pasa mi voz de lluvia,
y la arcilla está blanda para el contorno vivo.
Seré como tú quieras que sea:
ánfora de fino cuello, esbelta y suave,
o una de esas vasijas toscas y sin belleza,
donde a sorbos cansados
bebe calladamente la pobreza… [1]
Era el 19 de abril de 1917, fecha en que el alfarero celeste, desde el barro, traía a la luz y hacía llegar al presente de la vida, quien traería una nueva sensibilidad para poetizar en el momento que sobre nuestro terruño las minorías pensantes se acomodaban ante el interés foráneo y se envilecían ante las botas de la soldadesca extranjera. Entonces, el ambiente criollo solo ofrecía como panorama telúrico la realidad del letargo. Las mentes estaban prófugas para la reflexión, y guardaban como muy suyas ciertas reminiscencias al pasado hispánico. Los “intelectuales” llevaban en su “yo” las bastardías del siglo XIX, cuando las luchas fratricidas no hacían posible la construcción de una identidad nacional. Así, también, la que sería nuestra poeta profeta del siglo nacía en un tiempo donde los estereotipos sobre lo femenino estaban asociados al mundo androcéntrico y falocrático, el mismo que marcó el nacimiento de la República en 1844, cuando el poder político se ejercía desde las más oscuras cavernas, y las insurrecciones estallaban en el Norte, en el Sur o en la línea fronteriza, en el Cibao o en el Este para reevaluar los mitos del mesianismo, de los héroes o vencedores ungidos por la Providencia.
Carmen Natalia nació en medio de esa “metáfora”, la misma que lanzaba hacia el abismo los ideales de libertad, que se erigía a través de la espada o el hierro que da la fuerza, y por consiguiente, desemboca en el poder absoluto. Ese cuadro mísero, grosero, que encarnaba sufrimientos, era el marco de la ventana desde la cual se puede ver la arbitrariedad de la historia, intercalando con mayúsculas un rompecabezas que traía una crisis de valores, un quehacer colectivo de inseguridad, actitudes hedonistas, sumisión, reclamos despreciables de protección a potencias extranjeras, ambiciones políticas, engañosas apariencias de progreso, el idilio con lo exótico y el consumismo, y el surgimiento de depredadores del patrimonial nacional, puesto que, la Historia, por sí misma, se repite, se recicla, se hace fácilmente predictible un siglo después.
Además, la Historia se hace evidente, se recupera, comparece ante el presente, nos visita, ser virtualiza, no se automargina, se hace la eficaz alternativa de los pueblos para aprehender de sus vicisitudes y vincularse entre sí ante el inquietante fracaso de los paradigmas y de las ideologías.
Carmen Natalia, en 1917, abría sus ojos y se encontraba de frente ante el gigantesco falo del poder ancestral masculino, ese que procrea y continúa procreando a caudillos, que tiende las trampas amorales y de decadencia espiritual para que su permanencia tenga la “bendición” de todos, de la masa ágrafa, y de elementos de la “intelectualidad” dominicana. Era ese falo, el mismo dedo índice que señala que las mujeres tienen que ser perseguidas por él, igual como el dedo del Mariscal de los Campos, el general Pedro Santana, persiguió a la mártir María Trinidad Sánchez hasta ejecutarla en 1845. Era el falo, el mismo falo, siempre estando en la cúspide del Estado, hecho dedo anular, además, para desvirgar a las conciencias ocupándose de que la pirámide del poder perteneciera a él, que fuera sacralizado como aquel en el cual se sostiene todo, todo lo inherente al mundo, allende al útero materno.
En medio de ese interregohistórico, donde la memoria de los nacidos entre 1890 a 1916 sólo recuerda guerras civiles, insurrecciones, enfrentamientos, sangre, genocidios y miseria, donde la poesía local necesitaba la fertilidad del modernismo y del postumismo, y los poemas se ofrendaban a los labios de la amada, o eran arrojados al jardín de la Patria, donde el hastío se hace impotencia o inútil devenir, cuando nace la que hoy celebramos en su centenario de nacimiento: Carmen Natalia.
Nació ella mirando hacia el azul-verdoso del mar, contemplando a las olas, y su curioso devenir, desde el vientre del ensueño, en el extremo de la isla, hacia el sur, donde se siembra la caña de azúcar, y se cosechaban los gritos de redención; donde la conducta honesta del brasero y su explotación sostenían a la industria más pujante de la región del Caribe. Nace Carmen Natalia en Macorís del Mar, en la Sultana del Este, en el municipio marítimo donde el hambre no cosecha odios sino solidaridad, donde las nubes desde lo alto con sus figuras humanizan al alma, donde la esperanza no tenía disfraces ni máscaras, donde la muerte no era acarreada por finales trágicos, donde la simpatía por la hermandad se expandía como el humo de las chimeneas del ingenio. Allí, en ese terruño donde no se conocía de cementerios clandestinos, donde los dedos del falo habían sido mutilados por los gavilleros del Este, y los abyectos no nacían, vio la luz del mundo Carmen Natalia.
En Macorís del Mar, a orillas del río Higuamo, a la una de la madrugada, cuando la luna aun despierta con sus encantos a las hadas viajeras, nació nuestra poeta profeta, la criatura que llevaba en su «alma adentro» las alas ceñidas a sus espaldas para alzarse contra los horrores que hallaría en su niñez, adolescencia y adultez.
No obstante, el mundo encontrado por Carmen Natalia, al nacer, tenía latente otra forma inerte de sumisión: la ignorancia como sinónimo de genuflexión y parálisis de la población. Sin embargo, era llevado sobre sus hombros por una generación que se encontraba ante los extremos de la supervivencia: el destierro, el exilio voluntario o buscar mecanismos de acción para destruir los rencores, la perversidad, la avaricia y la corrupción de los hombres públicos, políticos o dirigentes que no fueron capaces por sus ambiciones personales de salvar a la Nación de su desmoronamiento y a la patria de su desintegración, reconstruyendo, desde las lecciones y experiencias del pasado inmediato, a la República con la esperanza de que la Historia con su dialéctica no se “cerrara” o se “abriera” para oscurecer el destino del pueblo.
La patria en la cual nace Carmen Natalia -satíricamente- era una puesta en escena, una pantomima, una farsa, puesto que estaba golpeada en su dignidad, en su libertad, en su autodeterminación. Tenía el rostro cansado, no era optimista con su presente; estaba inmóvil, en medio de la hecatombe de la disolución de su identidad. Estaba sofocada en un reductio ad absurdum, encarnando las sombras, el miedo, la vehemencia y la ansiedad de entender cómo romper con el dominio y la humillación que trae el vasallaje colonial.
Preocupada ya Carmen Natalia, en 1934, por el destino de su pueblo, por la aterradora tortura de ser “gobernados” por un ser primitivo abominable, empieza su historia personal que se entrelaza con su lucha contra la barbarie, contra la violencia, el poder de una dictadura feroz y las más aberrantes prácticas de un sistema sórdido, de un Estado aplastante, ideológicamente fascista, donde la sumisión al régimen era un agregado plus para la sobrevivencia, entre la opción de morir o ser satanizado como traidor.
Cuando Carmen Natalia la «muchacha noruega enamorada de los mares antillanos» [2] empieza a ir con ímpetu detrás de su destino, a trazar con equilibrio su agenda de vida, ya el almanaque marcaba el año de 1942, y a las mujeres- ¡Oh, ironía del destino!-, nos permitía el Estado patriarcal el derecho a la ciudadanía, pero a la vez nos robaba la identidad. Desde entonces sus caminos se bifurcan entre la poesía y la política, y la metáfora entre la luz y la oscuridad se convierte como un aviso en los cantos de nuestra poeta. Sus versos, su visión poética, ya había empezado a entristecerse, a resistirse a la conspiradora furia de la destrucción de sus sueños y anhelos, como lo expresa en su poema «De regreso»: Aquí estoy de regreso, muy triste y cansada. / Aquí estoy de regreso, con mis viejas nostalgia, / con los mismos ensueños de antes, / con idénticas ansias… [3]
Carmen Natalia trajo, quizás, su alma cargada de dolor, pero creó una actitud diferente – al volver del polvo, del barro, del descanso cósmico-, para enfrentar con una visión poética su encuentro con la vida, con los horrores que interroga, y que llama «el misterio que oculta mi destino» [4]. En ese destino estaba su enfrentamiento al oprobio de la tiranía de Trujillo, a ser perseguida, a escribir conmovedoramente a su pueblo y a sus mártires, a dejar en su obra su autobiografía sincera, confesional, desde la soledad, el desahogo, el desamparo, el confinamiento, la clausura, la marcha triste, y el apego a la naturaleza, versos compuestos para que el que se sintiera capaz de hacer la hazaña de romper las cadenas y alcanzar la libertad los hiciera suyos.
Ninguna escritora de su época tiene la personalidad literaria que su obra fecunda revela, hecha desde las entrañas mismas de su ser que nacía día tras día a la vida, que consagraba su intelecto y su labor a despertar los auténticos valores en que se funda la narración de la existencia como circunstancias o como destino.
La obra poética de Carmen Natalia, a partir de la década del treinta, es de denuncia. Sus labios y sus manos trenzan revelaciones para que las almas silenciadas por la muerte prematura levanten sus alas y llenen el aire de esperanza, y derramen sobre los pechos la valentía, no el temor; para que su prójimo -que es su pueblo- se deje atraer por un lenguaje puro que se hace eco en todos los puntos de la geografía de la isla. Ella, que no amó propiamente a la quimera, que no puso en fuga su mirada, que no descansó ni un instante en subvertir el orden político impuesto, que fue libre, libre en su conciencia, que fue víctima de la tortura psicológica, emergió de ese “eclipse” de la tiranía de Trujillo con su Alma Adentro (1939), para darle a la patria una nave con unos remos fuertes que rompieran los dientes demoníacos del monstruo parido por el odio, para que volvieran a nacer de raíz árboles sanos, robustos, donde se posaran las palomas que traen las buenaventuras del cambio social, económico, político y humano.
Seis décadas comprendió la existencia de Carmen Natalia; seis décadas sin apariencias, sin rentabilidad, haciéndose preguntas, contestándolas, sin dejarse vencer por la inercia, por la genuflexión, siendo vigilante con la vida y de la vida, enfrentando el ambiente opresivo de una dictadura que aguijoneaba los ojos y quemaba la carne, o la destrozaba.
Seis décadas de conciencia llevaba entre sus sienes, la poeta que hizo de su palabra un porvenir, que estuvo sobreviviendo entre los extremos de la desintegración psíquica y los vejámenes, proscripta, confinada al anonimato, secuestrada en su propio territorio, vigilada estrictamente por los esbirros, pero íntimamente ligada a la resistencia, a ese bastión de valor que fue la Juventud Democrática.
Seis décadas donde tuvo que ser, y fue; donde tuvo que cantar, y cantó a la vida; donde hizo del amor a la humanidad un himno de sabiduría, de heredades, de optimismo.
Un símbolo vivo, un vivo símbolo de la resistencia es Carmen Natalia. Ella, que no se enojó con su destino, que hizo de la libertad del decir y del pensar un huerto donde creciera la esperanza en este país flotante donde aun estamos como huéspedes de la incertidumbre, entre la desilusión y la alienación que persiste para que se quede congelado el tiempo en que nacen del útero terrestre, de los abismos cloacales, tiranos vestido de ovejas. No en vano escribió el poema «Las inciertas palabras»: Como gotas de acíbar cayeron lentamente/ -cada gota un gemido- las inciertas palabras…/ Cada gota un gemido y una fibra al alma…/ ¡Cómo sentí la angustia retorcer mis entrañas/ con sus garras de acero!/ ¡Cómo sentí romperse cada fibra del alma/ al golpe inesperado de unas cuantas palabras!… [5]
Y así, un siglo después de que naciera, su melancolía la siento como compañera en mí desde su alma. Me encuentro a solas con Carmen Natalia de nuevo, en introspección, yendo a su libro primerizo de Alma Adentro para revalorizar la trascendencia de su obra, para cerrar el círculo que dejó su muerte en 1976. Es como si recordara lo escrito por el poeta Freddy Gatón Arce, al referirse a su poema «Diálogo con mi Alma», cuando escribió: «Al memorizarte así hoy, Carmen Natalia, ¿quién de tú y yo podría decir que no dialoga con su propia y ajena alma compartida? ».
Es el alma de Carmen Natalia que debemos conocer para compartir nuestra alma con la de ella, y la de ella con la nuestra.
El alma de Carmen Natalia no requiere de una narrativa compleja para conocerla ni un bosquejo de claves o precisiones con datos biográficos extensos. Ella está ahí, ante nosotros, ante las circunstancias, vuelta del pasado, en la síntesis del «más acá» y «el ahora», en el eco de la voz de los caídos a destiempo, y en los huesos de los muertos que en las tardes- al llegar el crepúsculo- renacen con las alas abiertas. Ella está presente en la fluidez del agua, al lado del «alfarero celeste» que nos hizo barro, y nos recupera para ser barro a sus pies, indagando, reconociéndose con regocijo en la naturaleza. Por eso escribió en el poema «Canción de la vida insólita» esta Oración Final:
Yo te bendigo, Vida, porque me hiciste renacer
de entre mis propias fútiles cenizas.
de entre mis propias fútiles cenizas.
Porque me diste la verdad sin lacerarme.
Porque me hiciste comprender lo abstruso
y aceptar el dolor sin rebeldía.
Porque me diste la alegría
de las cosas pequeñas y de las grandes cosas.
Porque sembraste en mi apretado surco
encima de la duda: una esperanza,
Porque sembraste en mi apretado surco
encima de la duda: una esperanza,
y encima de la angustia: una sonrisa. [6]
NOTAS
[1] Carmen Natalia, Alma Adentro. Obra poética completa. 1939-1976. (Santiago: Universidad Católica Madre y Maestra, 1981): 123. Edición con un Prólogo Altamente confidencial ¿«A dónde, a dónde fueron tus gritos vegetales»? de Pedro Mir; «A Manera de Epílogo. C. N. En dos notas telegráficas y dos poemas» por Alberto Baeza Flores y «Carmen Natalia. Datos biográficos» de O. M. (Maricusa Ornes), publicado por Danilo de los Santos, Director de la Colección de la PUCMM, corregido por José Alcántara Almánzar.
[2] como le llama Néstor Caro (Ultima Hora (5-I-1976); 10,
[3] Alma Adentro (Editorial Plus Ultra, s/n: 1939): 63.
[4] Ibídem, 75.
[5] Ibídem, 79.
[6] Carmen Natalia, Alma Adentro. Obra poética completa, 137. El pasado mes de abril los herederos de Carmen Natalia Martínez Bonilla (1917-1976), a través de su hermana Isabel (Isabelita) Martínez Bonilla, autorizaron una edición escogida de la obra poética de esta autora, en ocasión de cumplirse el centenario de su nacimiento para que pudiera afirmarse, tener un nuevo impulso, para que se conozca su indiscutible corpus, identidad, unidad, relación con el lenguaje, sin desdoblamientos, fragmentaciones, o equívocos; y a los fines de evidenciar que su ausencia, su olvido y sepultura, así como su exclusión del canon literario tradicional y oficial, se debe a que las “intelectualidad” de hoy se erige en el afán del fugaz reconocimiento mediático, haciéndose éste una postura banal para construir los laudos del “triunfo”.
La selección la titulamos Poemas, y al llevarle la edición a la declamadora y Directora de Teatro Maricusa Ornes, amiga entrañable de Carmen Natalia, además depositaria de sus versos, nos expresó el pasado 27 de mayo: «Seleccionaste lo mejor de su obra». Nos unimos para este proyecto a la Editorial Santuario, que anteriormente había acogido otras propuestas nuestras sobre obras perdurables de autoras dominicanas, entre ellas, Hilma Contreras (1910-2006), por lo cual es de honor reconocer la cálida acogida que el editor, publicista y escritor Isael Pérez, su Presidente, tuvo con nuestra solicitud, y el empeño puesto en realizar una impresión sobria de esta antología que comprende solo siete poemas de Carmen Natalia que, podríamos decir la consagra como una creadora de largo aliento, de inmensa resonancia y de una grandeza que deja constancia de la factura perfecta de su lira, son estos: «Alfarero Celeste», «Canción de la vida insólita», «No Fue Porque Yo Quise… », «La Miseria está de Ronda», «Grito», «Llanto sin Término por el Hijo Nunca Llegado» y «Un Hombre tras las Rejas».
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