Los cubanos varados en México: “Estamos en las manos de Trump”
Isleños atrapados en la frontera sur del país cuentan su viacrucis tras la cancelación de la política de “pies secos, pies mojados”
Tapachula
Sin salida. Sin dinero. Sin ninguna certeza. Noslen Brito se tiende sobre el piso del albergue 'Jesús El Buen Pastor' de Tapachula, en la frontera entre México y Guatemala, y clava su mirada en el vacío. Está exhausto. Esta era la última parte del viaje antes de pisar territorio estadounidense y aspirar a un futuro mejor fuera de la isla. Y de repente el sueño americano se desmoronó. La suspensión de la política de "pies secos, pies mojados" lo sacudió, al igual que a cientos de inmigrantes cubanos en tránsito hacia Estados Unidos que han quedado varados desde el pasado jueves cuando el presidente, Barack Obama, tomó la decisión de retirar ese privilegio migratorio a los cubanos. La última esperanza yace en los confines más oscuros de Washington. "Estamos en las manos de Donald Trump, sólo él puede revertir este cambio", afirma resignado Brito, de 30 años.
"Me duele porque sólo nos faltaba un pedacito para lograrlo, sólo queremos trabajar y sacar adelante a nuestras familias", cuenta Israel Pozo, de 25 años, quien era vecino de Brito en el barrio de Alamar en La Habana. Pozo muestra un tatuaje de su madre, Marielen, en su hombro derecho. Ella murió en 2014. Desde ese momento, él decidió dejarlo todo e ideó el plan para ofrecerle mejores oportunidades a su hijo de cuatro años. "No quiero que mi niño pase por las mismas carencias que yo y mantengo la esperanza de que llegaré o si no me quedaré en México", comenta.
La expulsión masiva de cientos de cubanos de Ecuador a mediados del año pasado cambió la ruta más recurrente que los cubanos seguían rumbo a Estados Unidos. El camino más común comienza ahora en Guyana. El vuelo cuesta casi 1.000 dólares, una cifra exorbitante para alguien que gana el salario mínimo de ocho dólares al mes, pero se ha afianzado como una alternativa atractiva porque es uno de los pocos países que aún no exigen visado a los ciudadanos de Cuba.
Brito, Pozo y otros cinco conocidos se encontraron de casualidad en el aeropuerto y decidieron hacer el recorrido juntos. Cada uno pagó unos 1.200 dólares a un pollero en Guyana para que los cruzara en lancha a Venezuela. Después eludieron a los paramilitares en Colombia. Sobrevivieron a la selva del Darién en Panamá, ante el acecho de los animales salvajes y las bandas criminales. Un albergue les alivió el camino en Costa Rica. Sufrieron en Nicaragua al ser detenidos y deportados. Retomaron fuerzas en una iglesia que los abrigó y alimentó en Honduras. Apretaron el paso y atravesaron rápidamente Guatemala hasta llegar finalmente a Tapachula.
Fueron nueve países en 40 días. Brito logró documentar el viaje en su teléfono móvil, que ha sobrevivido los atracos contra todo pronóstico. Es el que usan todos en el albergue para llamar a casa o para dejar un mensaje en Facebook cuando hay Internet. Ninguno repetiría el viacrucis. "Cuando ves todos los abusos, las cosas horribles, las muertes, a las mujeres y a los niños que viajan solos... te carcome por dentro, te destruye", zanja Eduardo Nápoles, uno de los siete inmigrantes, y hace una pausa. "Y después esto de Obama...".
— Estamos embarcados
— ¿Cómo?
— Que estamos jodidos—, dice entre risas Marlo, de 21 años, uno de los más inmigrantes jóvenes.
Rigoberto Marro, de Holguín, al sur de la Isla, camina hacia el círculo de conversación que se había formado en el patio. También quiere desahogarse. "Mi esposa y yo pagamos 11.000 dólares entre ambos para hacer esto, llegar en balsa es más peligroso que esto", comenta. "Creo que Trump nos va ayudar porque los cubanos le dieron el triunfo en Florida y eso lo llevó a la Casa Blanca", asegura convencido.
Marro es uno de los más voluntariosos en el debate, pero ni él ni nadie pueden explicarse el porqué de la decisión de Obama. Lo que sí saben todos es que volver a Cuba no es una opción para ellos y su siguiente gran batalla es conseguir un salvoconducto para seguir hacia el norte sin complicaciones y sin nuevas deportaciones.
Es una carrera contra el tiempo. Jesús El Buen Pastor aloja a 87 inmigrantes y uno de cada cinco son cubanos. Ya no cabe nadie más. Los que llegan sólo pueden quedarse 20 días en el albergue, después dependen de sí mismos. Trump llega al poder en seis y no hay tiempo para contemplaciones. "No importa lo que pase, continuaremos hacia arriba", dice Brito. "No nos van a deportar, ¿tú crees que el Gobierno de México pagaría 500 boletos de avión a Cuba?", desafía Marro. "La pregunta es que va a pasar con nosotros", agrega Nápoles.
Los ánimos se calman cuando el calor cede y cae poco a poco la noche en el albergue. La resignación se olvida cuando se comparte, aunque tiene ráfagas que a veces se hacen latentes. "Estamos muy preocupados, cuando la gente se enteró, lloraban, golpeaban las paredes, no lo podían creer", relata Yoandra Álvarez, que trabajaba como subdirectora de una escuela primaria en Camagüey, en el centro del país. "Si yo tuviera de frente al señor Trump, le pediría que revisara la decisión que ha tomado Obama antes de dejar la presidencia y que nos permitiera entrar porque todavía hay mucha gente en el camino que necesitamos salir de Cuba", confiesa y admite angustiada: "No sabemos qué hacer".
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