El caso de la nueva organización criminal descubierta en Roma y su capo, Massimo Carminati, revelan cómo lo esencial en la Mafia es el poder de intimidación.
DOMINGO 15 DE ENERO DE 2017
algUNOS ANTROPÓLOGOS han apuntado que la amabilidad y las sonrisas de la gente en países poco civilizados se pueden deber a que existe una posibilidad real de que si eres maleducado el otro saque una pistola. Se ve bien en las películas de vaqueros, donde la ley aún no estaba muy presente. En nuestras sociedades avanzadas, en cambio, uno se puede permitir el lujo de ser borde en la confianza de que no le va a pasar nada. Para comprobarlo basta pasearse por Madrid, por ejemplo. Ser antipático es una ventaja del progreso, cualquier idiota puede serlo aunque no tenga ni media bofetada. Hay unas reglas, una base común de legalidad, que impiden que cada uno se tome la justicia por su mano, y menos mal. Solo hay un país de la UE, que yo sepa, donde esto no es siempre así, y ese país es Italia.
En 2014 salió a la luz una nueva mafia en Roma, bautizada Mafia Capitale. Había vampirizado el Ayuntamiento: solo el 12% de los concursos eran públicos y casi todos se los llevaban ellos. Se espera que el juicio principal concluya antes de este próximo verano. Sería un gigantesco caso de corrupción si no fuera porque, para los fiscales, asoma la patita mafiosa. Es decir, se puede aplicar el artículo 416 bis del código penal italiano, el delito de asociación mafiosa, introducido en 1982 y clave en la lucha contra la Mafia. Su rasgo distintivo es la capacidad de intimidación. Simplificando, que sea una asociación delictiva que meta mucho miedo.
CARMINATI TIENE UN ARSENAL DE DOCUMENTOS PARA CHANTAJES. TODOS SUS PROCESOS JUDICIALES SE HAN IDO QUEDANDO EN NADA
Quien pone el miedo en Mafia Capitale es un tipo llamado Massimo Carminati. Su fama viene de que fue miembro de la Banda della Magliana, lo más parecido a una mafia que tuvo Roma en los años setenta y ochenta. Libros, películas y series no han hecho más que aumentar su aura legendaria, porque es una historia que lo tiene todo. Un grupo de delincuentes de barrio con especial talento para el crimen que acaba haciendo negocios con la Cosa Nostra, mezclado con los servicios secretos y en grandes asuntos sucios. Del secuestro de Aldo Moro al atentado de la estación de Bolonia en 1980, pasando por la logia masónica ilegal P-2. Carminati, además, era fascista y militó en un grupo terrorista de extrema derecha, los NAR (Núcleos Armados Revolucionarios). En 1981 perdió un ojo en un tiroteo con los carabinieri. De ahí su mote, Er Cecato o Er Pirata. Ha entrado y salido de la cárcel con sospechosa facilidad, lo que ha aumentado su fama de que conoce a gente importante. Es decir, que domina las cloacas, lo que en Italia se toma por dominar la superficie, en esa convicción general de que es lo real oculto lo que mueve lo aparente visible. Es en esta incertidumbre social donde actúa el miedo. Por eso en Italia es tan importante saber quién es la persona que tienes delante. El otro motivo es saber si te puede ser útil como amigo.
Carminati lo explicaba en una escucha que ya ha entrado en los manuales de la Mafia: “Es la teoría de la Tierra Media, los vivos encima, los muertos debajo, y nosotros estamos en el medio. Hay un mundo en medio donde todos se encuentran y dices: ‘Coño, ¿cómo es posible que yo un día pueda estar cenando con Berlusconi?’. La persona que está en el mundo superior tiene interés en que alguien del submundo le haga cosas que no puede hacer nadie, y todo se mezcla”. Ni que decir tiene que los que llama muertos son la gente normal, los pringados.
Todo esto se entiende a la primera con lo que hizo Carminati en el verano de 1999, el golpe a la Banca di Roma. No a una sucursal cualquiera, sino a la situada en el palacio de Justicia. Algo así como asaltar una oficina dentro de la Audiencia Nacional. El Pirata contó con la complicidad de cuatro carabinieri y desvalijó las cajas de seguridad, pero no al tuntún, sino con una lista: vació 147 de 900. Buscaba papeles, aunque también se llevó el equivalente a nueve millones de euros. Con ese misterioso atraco se supone que se hizo con un arsenal de documentos para chantajes de los que habría vivido hasta hoy. Es aún más inquietante si se piensa que en esas fechas se sentaba en el banquillo con Giulio Andreotti: estaba acusado de haber sido el sicario que asesinó a un periodista incómodo para el ex primer ministro. A los dos meses fue absuelto. El semanario L’Espresso publicó ese verano por primera vez la lista de los titulares de las 147 cajas de seguridad: 22 magistrados, 55 abogados, 17 empleados del tribunal, carabinieri, empresarios… Ninguno denunció y varios estaban relacionados con juicios de esos asuntos sucios en los que andaba metida la Banda della Magliana. Casualidad o no, los procesos que tenía en marcha Carminati se fueron quedando en nada.
Con este currículo no es de extrañar lo que Er Cecato gritaba en otra de las conversaciones telefónicas grabadas. Es un asunto trivial, uno de esos desesperantes bloqueos burocráticos que afronta a diario cualquier romano: no le ponían el teléfono. Al habla con un empleado, el malo malísimo berrea muy cabreado: “¡Apúntate mi nombre, busca en Internet quién soy yo, si no tengo el teléfono mañana voy a buscarte!”. Quien desdeñe como ventaja de un mafioso que te pongan el teléfono rápido es que no conoce Italia. Ah, cuántas veces uno quisiera decir eso, usted no sabe quién soy yo, pero el ciudadano corriente sabe que le tocará esperar sentado un mes, quizá dos. O empezar a pensar si conoce a alguien de la compañía telefónica, un amigo que le eche un cable. En Italia todo se arregla si conoces a alguien, porque a menudo en el sistema no puedes confiar. Alguien tiene que saber quién eres tú.
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