América Latina en 2016: terminó la hegemonía de la izquierda
A medio camino entre la juventud de los estados africanos o asiáticos y la longevidad de muchos pares europeos, la mayoría de países latinoamericanos cuentan con cerca de 200 años de edad. Dos siglos en los que prácticamente les ha dado tiempo a vivir todo lo que un Estado moderno puede acabar padeciendo: abundancia y pobreza, guerra y paz, integración y confrontación o democracia y dictadura.
2016, sin embargo, será extraño. La región latinoamericana ha perdido protagonismo y peso en la política y la economía internacional en favor del continente africano y, por supuesto, el asiático. Además, sus todavía palpables debilidades estructurales, como la inestabilidad política –marcado por un elevado nivel de conflictividad–, la desigualdad, la corrupción, las bolsas de pobreza y violencia, además de ser economías a medio camino entre la terciarización y la dependencia de los recursos naturales, hace que en muchos casos no se pueda establecer una senda de crecimiento sólida y estable que genere tanto riqueza como una redistribución adecuada de esta. América Latina debe, en muchos aspectos, repensarse a sí misma para no quedar en un rincón del mapamundi. Sin embargo, no parece que este vaya a ser el año en el que eso ocurra.
Un previsible cambio de color
Uno de los problemas de los regímenes personalistas, a menudo complementados por una legitimidad parcialmente basada en el carisma del líder, reside en la continuidad del movimiento una vez la figura central desaparece. América Latina, tanto por sus dictaduras como por la amplia mayoría de regímenes presidencialistas, es muy proclive a generar este tipo de dinámicas centradas en la figura presidencial. Incluso el hecho de que en la cultura política de muchos países se haya naturalizado esta situación ha motivado que por sistema se intenten reforzar a los líderes creando un movimiento a su alrededor, derivando irremediablemente en una polarización social y política entre defensores y detractores; “-istas” y “anti-istas”.
La etapa dorada de este tipo de lógicas políticas se dio en la primera década del siglo XXI con la aparición de varios movimientos de tipo populista –como concepto politológico– y las correspondientes victorias electorales en países como Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador o Bolivia. Así surgía un bloque que, de manera simplificada, podemos considerar de izquierdas, en respuesta a la década anterior, de marcada herencia neoliberal.
Sin embargo, los líderes políticos que llegaron al poder en aquellos años empezaron a desaparecer en la década siguiente, creando una crisis de legitimidad importante que sus sucesores no han sabido ni están sabiendo manejar. Así, la muerte del presidente argentino Néstor Kirchner en 2010, la salida del poder en Brasil de Lula da Silva en 2011 –31 de enero de 2010– o la muerte de Hugo Chávez en 2013 fueron tremendos revulsivos para los movimientos y dinámicas sociales que se habían formado a su alrededor, algo que como era de esperar no consiguieron heredar en su totalidad sus sucesores. La inercia del chavismo la ha conseguido mantener durante un tiempo Maduro en Venezuela, algo menos Cristina Fernández en Argentina con el kirchnerismo y Dilma Roussef con la gran aprobación que se tenía en Brasil de Lula, pero electoralmente han ido consumiendo con los años todo ese capital político.
Esto se pudo comprobar a finales de 2015 y será un claro indicador durante 2016. Mauricio Macri ganó las elecciones en Argentina en noviembre de 2015 frente al candidato oficialista Scioli, en una apuesta de los argentinos por dejar atrás, al menos durante una legislatura, el kircherismo, presente en el país desde 2003. Pocos días después, el Partido Socialista Unido de Venezuela sufría una contundente derrota en las legislativas del país, en lo que se consideró un más que evidentetoque de atención al presidente Maduro de cara a las presidenciales de 2018. Por aquellos mismos días, además, comenzó un proceso de “impeachment” contra Dilma Roussef en Brasil, algo que podría acabar en su destitución como presidenta.
Con esta situación, 2016 se antoja un año extremadamente difícil para la izquierda populista latinoamericana. Ha cedido una cantidad importante de poder a presidentes o formaciones que se podrían encontrar en un espectro que abarcaría desde la socialdemocracia a actores de inspiración neoliberal, con predominancia de los segundos. Así pues, gobiernos como el de Macri en Argentina o buena parte de la mayoritaria oposición venezolana en el Legislativo están más cercanos a los planteamientos político-económicos de países como Colombia, México o Chile que a los hasta entonces habituales y hegemónicos en sus países.
Por si esta situación fuese ya muy delicada para el movimiento bolivariano, este podría quedar seriamente tocado a lo largo del año si en febrero de 2016 el referéndum en Bolivia arrojase como resultado la prohibición para Evo Morales de un tercer mandato, así como la misma limitación para Rafael Correa en Ecuador de cara a las presidenciales de 2017, a pesar de que el presidente ecuatoriano parece tener cada vez menos apoyo popular. De ser frenadas ambas candidaturas, el desequilibrio ideológico y político en América Latina podría acabar siendo muy importante y el llamado “socialismo del siglo XXI” podría tener fecha de caducidad.
Con todo, al igual que ocurre con otras tantas dinámicas globales, este giro podría tener sus ventajas e inconvenientes para los países latinoamericanos, si bien, gobierne quien gobierne, el contexto internacional de este años es extremadamente complicado para la región, especialmente en el ámbito económico, donde la desaceleración china está haciendo caer los precios del crudo y de numerosos recursos naturales, algo de lo que dependen en buena medida las economías de la zona. De hecho, las previsiones no son nada halagüeñas, y es que según la CEPAL los países latinoamericanos crecerán un 0,2% durante 2016, una cifra claramente insuficiente teniendo en cuenta el potencial y la situación de estos estados.
Con todo, la región latinoamericana podría atraer nuevamente flujos de inversión importantes, que durante los últimos años habían sido mantenidos especialmente por China. Así, países como Argentina, que ya ha dado muestras de importantes giros liberalizadores durante los primeros días del gobierno de Macri, podría postularse como un interesante destino económico en detrimento de Brasil, que no está en uno de sus mejores momentos. Sin embargo, la hipotética apertura comercial y económica que podría vivir América Latina sería a costa de no abordar como se merece el problema que supone la pobreza y la desigualdad, todavía muy presente en prácticamente todos los países de la zona. Así, ese dilema, que por la escasez de recursos y la cultura política actual en la región se hace muy difícil de abordar de manera integral, seguirá muy presente en 2016.
Menos samba e mais trabalhar
En octubre de 2009, cuando en la sesión del Comité Olímpico Internacional celebrada en Copenhague Rio de Janeiro le ganó la partida a Madrid para celebrar los Juegos Olímpicos de 2016, las alegrías en Brasil eran evidentes por el espaldarazo que esta selección le daba al creciente estatus brasileño. El país, inserto en los BRICS, se postulaba sin tapujos a potencia latinoamericana y empezaba a dar que hablar de cara a una futura importancia global. Esos JJOO de Rio, en 2016, debían ser el momento preciso en el que el país culminase su despegue global.
Este año es aquella “hora de la verdad”, y lo cierto es que el mejor sueño para Brasil se ha acabado convirtiendo en la peor pesadilla. Históricamente, los Juegos han sido una oportunidad para poner una ciudad e incluso un país en el mapa global, aunque por regla general esto ha sido poco o mal aprovechado por quienes alojaban unas olimpiadas. Rio no va a ser una excepción.
Brasil se encuentra actualmente en una profunda crisis política, con una presidenta en mínimos de valoración y sometida a un intento de impeachment, lo que da buena muestra del clima que se vive en la política nacional. Del mismo modo, la desafección de la ciudadanía con la gestión del país es creciente. Ya se produjeron enormes protestas en el país –y en Rio– en 2013 cuando se subieron los precios del transporte, algo sin aparente relevancia pero que evidenciaron las prioridades del gobierno y hacia dónde iban a ir los recursos públicos: milmillonarios proyectos como la Copa Confederaciones de 2013, el Mundial de Fútbol de 2014 y los JJOO de este año. Posteriormente,importantes escándalos de corrupción como el de Petrobras han sido la puntilla para una clase dirigente que cada vez se nota más alejada de la realidad social de Brasil y más inmersa en las dinámicas elitistas que abundan en los estratos políticos de muchos países del planeta. Por si esto no fuera grave, la entrada del Partido de los Trabajadores en este juego ha supuesto una clara decepción en la sociedad brasileña, con la consiguiente pérdida de legitimidad de Dilma Roussef.
Económicamente, la situación del país es muy débil, y 2016 no apunta mejoría alguna. En parte, el grado de inestabilidad política va a impedir reformas económicas de calado que permitan, al menos, una mejora en el medio plazo, lo que en absoluto hace descartable el escenario de un Brasil perdiendo internacional y económicamente gran parte de lo ganado durante los últimos años. Y es que de cumplirse las previsiones que apuntan a un retroceso de alrededor de tres puntos y medio en el PIB para 2016, Brasil estaría encarando la peor crisis en décadas, en un momento además en el que tiene comprometidos importantes partidas de gasto e inversión para dar una imagen al mundo medianamente aceptable durante la celebración de las olimpiadas.
De hecho, el evento deportivo más importante del mundo podría suponer el descalabro definitivo del país. Rio esperaba con optimismo la cita olímpica para mejorar la imagen de la ciudad, hacer frente a las favelas y todos sus problemas derivados. En definitiva, ser la punta de lanza de una nueva Brasil sin pobreza, infraviviendas, delincuencia y corrupción. Sin embargo, todo se va a quedar en un simple deseo. La ciudad no va a conseguir atraer inversión por lo endeble del proyecto olímpico como reforma integral de la urbe y el país ha sufragado un proyecto totalmente faraónico que prácticamente va a ser de “usar y tirar”, todo esto mientras las inversiones en educación o transporte se estancan o decrecen, además de estar todavía pendientes varias promesas electorales de calado. Para la ciudadanía es incomprensible, y esto podría desembocar en fuertes protestas a lo largo de 2016, más todavía cuando el mundo tenga sus ojos puestos en Rio.
¿Terminará la Guerra Fría?
Aunque tenga su parte de cliché, asociar América Latina a las guerras asimétricas de la segunda mitad del siglo XX –el romanticismo de las guerrillas– es un buen vehículo para explicar algunas dinámicas regionales de ese periodo, e incluso para ejemplificar parte de la historia mundial de esa época.
La doctrina de la contención impulsada por Estados Unidos durante la Guerra Fría tuvo en la región latinoamericana uno de sus principales escenarios. A fin de cuentas, ese era el tradicional “patio trasero” estadounidense, y sus lógicas de la época apuntaban a defenderlo como fuera. Cuba, Guatemala, Chile, Granada o Panamá son algunos ejemplos de países en los que Estados Unidos intervino de manera más o menos directa. Igualmente, en otros países se generaron conflictos dentro de esa lógica Este-Oeste, y si bien muchos finalizaron, otros se han mantenido hasta hoy. Aunque la Guerra Fría muriese, algunos de sus “productos” no terminaron con ella, y han sido arrastrados hasta hoy, también en América Latina.
La doctrina de la contención impulsada por Estados Unidos durante la Guerra Fría tuvo en la región latinoamericana uno de sus principales escenarios. A fin de cuentas, ese era el tradicional “patio trasero” estadounidense, y sus lógicas de la época apuntaban a defenderlo como fuera. Cuba, Guatemala, Chile, Granada o Panamá son algunos ejemplos de países en los que Estados Unidos intervino de manera más o menos directa. Igualmente, en otros países se generaron conflictos dentro de esa lógica Este-Oeste, y si bien muchos finalizaron, otros se han mantenido hasta hoy. Aunque la Guerra Fría muriese, algunos de sus “productos” no terminaron con ella, y han sido arrastrados hasta hoy, también en América Latina.
Cuba y Colombia son dos de esos lugares donde a lo largo de 2016 se podría dar carpetazo a tensiones existentes desde que la Unión Soviética era un estado más. En el caso del estado insular y su conflicto con Estados Unidos, a lo largo de 2015 se produjo un importante deshielo, y por ambas partes hay una clara voluntad en culminarlo satisfactoriamente. La salida de Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo y la reapertura de embajadas supuso un avance importante, aunque todavía queda un obstáculo importante por salvar como es el del bloqueo económico estadounidense a la isla, y que aunque es voluntad de Obama retirarlo –o minimizarlo paulatinamente a cambio de concesiones por parte cubana– la mayoría parlamentaria republicana no tiene la misma opinión, haciendo de este aspecto uno de los mayores retos para ambas partes en este 2016.
Sea como fuere, la normalización definitiva de las relaciones, si bien es algo difícil durante este año, no se puede descartar totalmente, ya que otro de los movimientos de Obama está encaminado a cerrar Guantánamo –y quién sabe si acabar devuelta a Cuba. Aún así, cabe preguntarse, o al menos tener en mente, el hecho que supondría una apertura de Cuba a nivel internacional, ya que como oportunidad de negocio para infinidad de empresas norteamericanas, la isla caribeña sería un lugar ideal, pero ello también podría suponer abrir las puertas a fuerzas que son muy difíciles de controlar, menos aún por un país de discreto tamaño, poco peso político y escasa experiencia en un escenario totalmente nuevo.
Ya en Sudamérica, Colombia podría ver en 2016 el fin de un conflicto que ha durado medio siglo, siendo con diferencia el más dañino en toda América Latina en todas esas décadas. Es cierto que la guerra asimétrica vivida en Colombia tiene varios actores implicados y que no tienen los mismos objetivos ni motivaciones. Así, desde las guerrillas de inspiración comunista se puede pasar a los grupos narcoterroristas. Y lo cierto es que el posible acuerdo de este año sólo ponga fin a parte del problema, si bien constituiría un avance de indudable importancia.
Actualmente son el estado colombiano y las FARC quienes están sentados a la mesa de negociación, y aunque todavía quedan numerosos puntos y aspectos por discutir, el compromiso de ambas partes estipula que antes de marzo de este año se debe haber llegado a un acuerdo. Si bien es un límite ambicioso, no se puede descartar que se prorrogue si los resultados apuntan de manera satisfactoria –algo muy probable–, lo que haría que hasta mitad de año la cuestión siguiese abierta. Además, quedaría por cerrar el “post-tratado”, es decir, quién y cómo ratifica el acuerdo.
Las FARC defienden una Asamblea Constituyente con representantes de ambas partes, mientras que el estado colombiano prefiere optar por un plebiscito a nivel nacional. A no ser que el acuerdo se demorase en exceso, este y su votación deberían producirse dentro del propio 2016, por lo que para el año que viene este capítulo de la historia debería haber quedado cerrado.
No todo por tanto es la economía. Sea simbólico o real, durante este año se podrían producir numerosos y profundos cambios en el mapa latinoamericano, especialmente porque podrían suponer el inicio de nuevas dinámicas regionales que podrían llevar a la región por derroteros muy distintos a los que hasta ahora eran posibles. Quién sabe si en años venideros Colombia podría ascender como “potencia media” una vez deje pactado el fin del conflicto, o ver a Cuba otorgando mayores libertades políticas, civiles o económicas como consecuencia del deshielo con Estados Unidos –en la geoeconomía global capitalista, Cuba tendría un potencial envidiable. Y todo esto con otros escenarios que hemos ido arrojando. Económicamente no será un año alegre, pero en otros muchos aspectos América Latina va a merecer portadas y profundos análisis.
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