lunes, 18 de mayo de 2015

Pedro Henríquez Ureña y el cine, 2*.

Por Diógenes Céspedes. 16 de mayo de 2015 / Pedro Henríquez Ureña y el cine, 2*
PHU fue a ver ¡África habla! para estudiar quizá qué partido pedagógico podía sacarle para beneficio del estudiantado dominicano
dcespedes

Diógenes Céspedes

Crítico literario, analista de discursos, lingüista, escritor, periodista, hizo su doctorado en literatura general en la Universidad de París VIII en Francia. Galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 2007, el autor ha publicado una veintena de libros y ha colaborado en numerosas revistas nacionales y extranjeras.
Antes de comenzar a escribir esta serie sobre PHU y el cine, me dirigí a Miguel Collado, amigo bibliógrafo, para que me indicara, si tenía el dato, dónde podía yo encontrar referencias a este tema. Me contestó por mail lo siguiente: “Me alegra saber que recibiste bien el número telefónico y la dirección postal de doña Sonia.
“De lo otro no me había olvidado: tuve que salir urgentemente luego de concluida la conversación telefónica contigo. He aquí la segunda y última parte de la promesa: el afiche de la película documental vista por Pedro Henríquez Ureña (PHU) en un cine de la ciudad de Santo Domingo el 30 de diciembre de 1931, es decir, 15 días después de haber arribado al país. Se trata del film, de 1930, África habla! (Africa speaks!), del director y guionista estadounidense Walter Futter (1900-1958).
“Esa película es una denuncia del maltrato recibido por los animales y algunas tribus en África. El escenario es esa parte del continente negro que antes se llamaba Congo Belga, en las regiones habitadas por los Wassara y las famosas tribus Ubangi.
“Me referí a ese acontecimiento, como un modo de destacar la pasión del insigne humanista por el teatro y el cine, durante la conferencia que en torno él dicté, el 27 de junio de 2014, en la Biblioteca ‘Pedro Mir’ de la UASD. La actividad fue parte del homenaje rendido a PHU, de manera conjunta, por la universidad estatal, la Universidad Interamericana (UNICA) y el Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas (CEDIBIL).
“Como te hube dicho en la primera de las dos ocasiones en que conversamos, esta información, manuscrita, la obtuve de la agenda de PHU correspondiente al año 1931, y que me fuera enviada por su hija que le sobrevive, en abril de 2006, junto a otros objetos personales del humanista a los fines de ser preservados como piezas de museo en la Biblioteca [que] honra su memoria con su nombre.”
En otra comunicación Collado me envió el afiche de la película y lo verifiqué, con los créditos y la historia, en Internet. Quienquiera leer el argumento y quién organizó el safari a aquella región, le remito a la web y buscar Futter filmaker.
Con respecto a Doña Sonia Henríquez Ureña de Hlito, no pude establecer contacto telefónico con ella, pese a las varias llamadas que le hice con el objetivo de preguntarle por los títulos de las películas que ella había visto hasta 1946  junto a su padre. No insistí en las llamadas, pues a Doña Sonia, que frisa los 90 años debe respetársele su reposo. A ella la conocí en 2004 cuando me entregó personalmente, en mi calidad de director general de la Biblioteca Nacional “Pedro Henríquez Ureña”, la máquina que su padre utilizó para escribir la mayoría de sus artículos y libros cuando vivió en el extranjero. 
Y aunque las mujeres Henríquez son guerreras, preferí conformarme con la siguiente cita que trae el libro que Doña Sonia (nacida el 10-IV-1926), escrito para un intento de biografía de su padre. Cita que responde a una observación de Alfonso Reyes en el sentido de que a PHU nada le fue nunca indiferente, ni siquiera las frivolidades, y en esto quizá siguió el camino de Mallarmé, pues nuestro humanista incluso disertaba ante señoras porteñas acerca de los “principios que inspiraban el nuevo tipo de sombreros femeninos”, pero sólo ante el cine lo vimos retroceder francamente, desencantado de las historias y no compensado por el deleite fotográfico”.
A este señalamiento de Reyes, Doña Sonia responde de la siguiente manera: “Recuerdo que, al poco tiempo de morir mi padre, ya instaladas en México, Alfonso me preguntó si al fin el cine lo había conquistado. Le contesté que en sus últimos años llegó a ir con alguna frecuencia, pero lo hacía sobre todo para acompañar a mi madre. Pero llegaron a gustarle ciertos filmes como las comedias sofisticadas con Rosalind Russell o Kay Francis, aunque en general nunca llegó a atraerle demasiado.” (“Pedro Henríquez Ureña: apuntes para una biografía”. México: Siglo XXI, 1993, 134).
Es difícil que Sonia, que contaba con 5 años en 1931, guarde memoria de esta incursión de su padre a un cine de la Capital a ver ¡Afríca habla! Lo que deseo significar es lo siguiente: La reticencia de PHU con el cine es la misma que observaron los grandes intelectuales de América Latina cuando a su respectivo país llegó el cinematógrafo de los hermanos Lumière. A México llegó en 1896 y hasta Porfirio Díaz se dejó filmar. Seis meses después llegó el de Edison. PHU llegará en 1906 y saldrá en 1910 para volver en 1911, pero antes había vivido en Nueva York y allí quizá no fue ajeno al kinetoscopio o vistascopio de Edison, pero esto habría que documentarlo porque Phu era muy reservado y en la correspondencia, mucho más.
Según el Padre Sáez, el cinematógrafo de los Lumière llegó a Puerto Plata una noche de agosto de 1900 y se exhibieron once películas: “El programa, que luego recorrería las ciudades de Santiago y La Vega, para llegar al teatro ‘La Republicana’, de Santo Domingo, la noche del sábado 3 de noviembre del mismo año, era parte del enorme catálogo de cientos de películas con que contaba ya la empresa de los hermanos Auguste y Louis Lumière, que habían iniciado su producción en el verano de 1895 con el ‘primer documental’ de la historia del cine: Llegada de los congresistas a Nauville-sur-Saone.” (Libro ya citado, 1983, p. 25).
Aquel sábado 3 de noviembre de 1900, PHU se encontraba en la Capital, y lo más granado de la ciudad colmó el teatro ‘La Republicana’ para observar el nuevo invento. ¿Estarían PHU, Fran y Max entre los asistentes? PHU asistía con frecuencia en 1895 junto a Max a las veladas del teatro La Republicana (Memorias, 34-35), con disgustos de los padres. PHU lo dice en sus “Memorias” (México: FCE, 2000, p. 56).
¿Estuvo PHU en “La Republicana” el 3 de agosto de 1900? Este asunto  queda como tarea para los investigadores.
Cuando se instala el gobierno de Juan Isidro Jimenes el 15 de noviembre de 1900, PHU ya está en Santo Domingo procedente de Cabo Haitiano y salió para Nueva York el 16 de enero de 1901. Allí permanecerá hasta marzo de 1904, cuando embarca para La Habana (Memorias, 64) y de ahí se embarca para Veracruz, México, el 4 de enero de 1906 (“Memorias”, 98-99).
Aurelio de los Reyes, historiador del cine mexicano desde 1896 hasta hoy, apunta lo siguiente, con respecto al cinematógrafo y a la reticencia de los intelectuales mexicanos y latinoamericanos,: “Durante los primeros seis meses, después de su llegada a la ciudad de México, el cine fue aceptado por todos los círculos sociales, pero pronto literatos, científicos y algunos voceros de la sociedad lo menospreciaron por haberse convertido en un espectáculo ciento por ciento popular.” (“Los orígenes del cine mexicano”. 1896-1900. México: FCE, 2013, p. 91).
Más adelante De los Reyes da en el clavo con respecto al rechazo de las élites al cine: “al cine no se le trató de dar categoría de arte al momento de su aparición, pero no por ello los cronistas dejaron de emitir su juicio estético sobre él; sus opiniones, como veremos, están estrechamente ligadas a la escuela realista e inconscientemente asociadas a la tendencia nacionalista de pintura, propuesta por Ignacio M. Altamirano y otros pintores de tendencia política liberal.” (pp. 91-92).
Y De los Reyes concluye con los pros y los contras que originaron ese rechazo inicial al cine y posiblemente hasta que no fue sonoro y tuvo argumento, sobre todo literario o cultural, los intelectuales como PHU mantuvieron sus reservas: “Las primeras películas carecían de argumento, eran unas simples escenas fugaces que semejaban pinturas o grabados a una tinta, al ser proyectadas en la pantalla. Los camarógrafos necesaria y forzosamente se inspiraban en la Naturaleza para la elaboración de sus cintas, le daban una ojeada a la realidad exterior; por eso a las películas las llamaban vistas. Por exigencias químicas de la misma película, casi todas tenían que ser filmadas en los exteriores, a la luz del día. El cinematógrafo, inconscientemente heredaba la preocupación de artistas y literatos por captar el mundo exterior; en la forma más inocente cumplía las aspiraciones que durante siglos habían tenido los pintores por ver la Naturaleza a través de un cubo. Los problemas de la perspectiva estaban resueltos.” (p. 95).
PHU fue a ver ¡África habla! para estudiar quizá qué partido pedagógico podía sacarle para beneficio del estudiantado dominicano, el único costado del cine que recuperaron los intelectuales adversarios del nuevo invento. (Continuará)
(*) Publicado en el suplemento Areíto del periódico Hoy el sábado 16 de mayo de 2015 y reproducido con permiso del autor en Acento.com de la misma fecha. 
http://acento.com.do/2015/opinion/8249434-pedro-henriquez-urena-y-el-cine-2/

Pedro Henríquez Ureña y el cine*

Por Diógenes Céspedes. 2 de mayo de 2015
dcespedes

Diógenes Céspedes

Crítico literario, analista de discursos, lingüista, escritor, periodista, hizo su doctorado en literatura general en la Universidad de París VIII en Francia. Galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 2007, el autor ha publicado una veintena de libros y ha colaborado en numerosas revistas nacionales y extranjeras.
La serie de artículos que llevarán por título “Pedro Henríquez Ureña” y el cine” tiene el propósito de demostrar la relación del humanista dominicano con el nuevo arte surgido en 1895 con la invención del cinematógrafo por los hermanos Luis y Augusto Lumière, franceses.
El segundo propósito de mi mini-investigación es rectificar la tesis del silencio acerca del cine en Pedro Henríquez Ureña, sostenida en las páginas 161-169 por mi dilecto amigo el padre jesuita José Luis Sáez en su libro “Historia de un sueño importado. Ensayos sobre el cine en Santo Domingo” (SD: Taller, 1983.). En la portada del libro dice 1982, pero estimo que el editor de la obra le colocó este dato en alusión al año en que ganó el Premio Siboney.
Al obrar de esta manera, rectifico también cualquier otra afirmación, de dominicanos o extranjeros, en el sentido de que PHU guardó silencio con respecto al cine. La idea de la serie de artículos se me ocurrió cuando estudiaba el libro ya citado del padre Sáez para reconocerle su labor en esta área en el prólogo de mi obra publicada  con el título de “Método y práctica semiótica. Para la historia de la crítica de cine en Santo Domingo” (SD: Editora Universitaria de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 2015, 323p).
¿Cómo y por qué se me ocurrió la idea? Tuve la intuición de que un humanista de la dimensión y el entendimiento de PHU no podía ser  extraño a este nuevo arte con el que convivió durante 46 años de su vida, como mínimo. Y me dije, no es posible lo afirmado por el padre Sáez, pero algo debe de existir, y me acogí, para hurgar, a su afirmación siguiente: “El silencio de Pedro Henríquez Ureña, como el de tantos otros humanistas de la lengua castellana –Ortega y Gasset y el maestro Azorín probablemente son una verdadera excepción–, estaría justificado por las mismas razones que le llevaron a luchar contra el realismo teatral. Quizás para un espíritu exquisito y exigente como el humanista dominicano, el cine no había logrado satisfacer los requisitos del arte y, como cualquier otra ‘conquista’ de la técnica no conllevaría un verdadero progreso en la producción de la belleza o en la expresión de lo mejor del hombre.” (Ob. Cit., 168-169).
Screen Shot 2015-04-30 at 14.50.50Las últimas tres referencias cronológicas al cine dominicano documentadas por el libro de Sáez se sitúan en 1981 y aluden al documental de Agliberto Meléndez “El mundo mágico de Gilberto Hernández Ortega”, realizado en 1981, al cortometraje de Pedro Guzmán Cordero titulado “Carnaval y caretas” y al de Max Rodríguez y Martín López, titulado “Lumiantena”, premiado este último en la XV Bienal Nacional de Artes Plásticas.
La única explicación posible que hallo en el libro de Sáez para concluir en que PHU guardó silencio con respecto al cine es que su investigación terminara, y el manuscrito para concursar en los Premios Siboney fuera entregado,  antes de la salida en marzo y septiembre de 1981 de los dos primeros tomos del “Epistolario íntimo” entre PHU y su entrañable amigo mexicano Alfonso Reyes (SD: Universidad Nacional “Pedro Henríquez Ureña”), donde constan todas las referencias de  nuestro insigne humanista al cine. Y todavía muchas más referencias al cine contendrán el tomo tercero y último de dicho epistolario editado por Juan Jacobo de Lara.
Pero debo reconocer que en PHU hubo cierta resistencia a ir a ver películas y menos a escribir sobre ellas, pero silencio no hubo, sino una reserva debida a la justificación final que da el padre Sáez más arriba, puesto que un humanista clásico, un espíritu platónico, como se definía él, tenía raíces para sumarse a la mayoría de los intelectuales mundiales que se opusieron al nuevo invento del cinematógrafo en nombre de una identificación apresurada con el realismo artístico del siglo XIX en contra del cual lucharon.
Y en el decirse clásico y espíritu platónico existe ya una limitación extraña en un hombre tan abierto a las nuevas manifestaciones de final del siglo XIX y principio del XX como fue el modernismo de Martí, Casal y Darío y los seguidores de este movimiento en América hispánica. Pero cuando el modernismo llegó a sus últimos estertores incluso antes de la muerte de Darío en Nueva York, PHU se rehusó a ir a conocerle.
Pero, ¿qué vino después del modernismo en América Latina y Europa? Creacionismo con Herrera y Reissig y Huidobro, cubismo  con Picasso y Apollinaire y surrealismo con André Bretón y sus seguidores. Luego el existencialismo y la literatura del absurdo con Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Pero de estas “vanguardias” apenas si hay mención en PHU. Con respecto al existencialismo se justifica, pues su teoría del compromiso político de la literatura volvía a la repetición de un realismo caduco.
Screen Shot 2015-04-30 at 14.50.58Aunque el surrealismo se comprometió políticamente con el socialismo, mantuvo una especie de autonomía de la obra de arte, producto de la invención y el sueño, que fue por donde reventó la ruptura con el estalinismo. Y aunque PHU tuvo veleidades socialistas, el clasicismo y su adhesión al espíritu plantónico le obligó a separar la participación del escritor en la política y el rol de este como creador de obras puras.
En varias cartas a Reyes PHU abomina de la política, tanto en México, donde pudo haber alcanzados los más altos puestos en la burocracia cultural, como en la Argentina, donde no los alcanzó por no ser nativo. Vino a alcanzar al cargo de Superintendencia de Enseñanza, equivalente a Secretario de Estado de Educación con Trujillo porque, acicateado por su hermano Max que ocupaba ese puesto y había sido nombrado titular en Relaciones Exteriores, el maquiavélico hermano le convenció de que viniera a Santo Domingo y aceptara el cargo, a lo que PHU se decidió cuando creyó en los pajaritos que le pintó Max. Pero también PHU estaba presionado por la situación económica extremadamente precaria en Buenos Aires y las presiones de su mujer Isabel Lombardo Toledano por salir de la Argentina, país al cual nunca se adoptó totalmente.
El estrecho círculo de amigos de PHU en México era loco con el cine: Luis G. Urbina, José Juan Tablada, Campo y Valle y Amado Nervo, y sobre todo su amigo íntimo Alfonso Reyes, quien, como veremos por el epistolario y por el libro de su hija Sonia Henríquez Ureña de Hlito, “Apuntes para una biografía” (México: Siglo XXI, 1993), le presionaba para que cambiara su posición. Esta afición por el cine se la apropiarán amigos y desconocidos de PHU en el México del porfiriato y posrevolucionario: Torres Bodet, Villaurrutia, Novo, Revueltas, Huerta, Fuentes, y agrego a Paz.
Veremos también cómo al amigo íntimo, Reyes, se involucró  en la crítica de cine desde su estancia en Madrid (1914-16), donde adoptó el seudónimo de Fósforo para las crónicas de cine que escribió al alimón con el autor de “El águila y la serpiente”, Martín Luis Guzmán, contenidas en el libro de Manuel González Casanova “El cine que vio Fósforo”, (México: FCE, 2003), así como una lista de la filmografía del período en que PHU vivió en México y Argentina y que quizá pudo haber visto en compañía de su esposa o de sus hijas Sonia y Natacha.
Tanto Reyes en 1922 en “Simpatías y diferencias” y en sus obras completas de 1950 como Martín Luis Guzmán recogieron en sus obras completas las crónicas que escribieron en Madrid sobre películas y problemas del cine. (Continuará)
(-) Publicado en Areíto del periódico Hoy el 2 de mayo de 2015 y reproducido con permiso del autor en Acento.com de la misma fecha.
http://acento.com.do/2015/opinion/8245015-pedro-henriquez-urena-y-el-cine/

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