Singapur: la villa de pescadores
El pasado 9 de Agosto la República de Singapur cumplió 50 años como Estado independiente. Este dato es posible que haya pasado desapercibido para la mayoría, especialmente para aquellos que nunca hayan oído hablar de este país, pero también es muy probable que lleve al lector a preguntarse qué importancia puede tener la celebración de las bodas de oro de una república situada entre Malasia e Indonesia que apenas es un punto en el mapa – 697 km2 –.
La relevancia de esta fecha viene no sólo porque representa una fiesta nacional, sino porque también simboliza para los varios millones de singapurenses la consecución de un gran objetivo que muchos otros países del mundo todavía aspiran a alcanzar en el futuro: dar el salto del tercer mundo al primero.
El Singapur de hoy nada tiene que ver con la ciudad-Estado que alcanzó su independencia en 1965. Por ello, qué mejor momento que la celebración de este quincuagésimo aniversario para aprender un poco más acerca de la historia de esta peculiar nación, la receta que la ha conducido al éxito y los retos que se le presentan en su futuro más inmediato.
La historia del ascenso a la primera división mundial
Actualmente, Singapur es un centro financiero de primer orden; posee uno de los puertos más importantes del mundo y su población, caracterizada por la diversidad étnica – chinos 44,2%, malayos 13,3%, indios 9,2% y otros 3,3% –, ha superado los cinco millones de habitantes. Asimismo, la ciudad-Estado presenta hoy unos datos que la sitúan entre los países más prósperos del mundo, ya que en términos de Producto Interior Bruto per Cápita (PIBpc) ocupa el séptimo lugar; según su Índice de Desarrollo Humano (IDH) ocupa la 9º posición; de acuerdo con Transparencia Internacional es uno de los estados menos corruptos del mundo; su esperanza de vida es elevada, rondando los 82 años, y su tasa de desempleo, cercana al 2%, la aproximan a los países más desarrollados.
Sin embargo, cuando en 1819 el británico Thomas Stamford Raffles tomó posesión del territorio en nombre del Imperio británico, la realidad era bien distinta. El Singapur de entonces no era más que una pequeña isla en la que había una serie de pequeñas aldeas pobladas por pescadores que despertó el interés británico porque consideraron que podría ser un emplazamiento ideal para la construcción de un puesto comercial que compitiera con los enclaves de los otros poderes coloniales presentes en la región. Así, una vez que el territorio quedó bajo dominio británico, se inició la construcción de un puerto comercial con defensa militar que dio lugar al nacimiento del Singapur moderno, pues fue en este momento cuando se sentaron las bases para convertir al territorio en una parada de aprovisionamiento. Posteriormente, la metrópoli siguió ejerciendo su control sobre la isla asiática hasta que esta fue ocupada por el Imperio de Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras la guerra, Singapur volvió a manos británicas, pero para entonces la relación de la población local con las autoridades británicas ya se había desgastado, ya que la ocupación sufrida incrementó la desconfianza en un gobierno que había sido incapaz de protegerlos y despertó también un fuerte sentimiento nacionalista favorable a la independencia. En 1959 el Partido de Acción Popular (People´s Action Party o PAP), que tenía como objetivo poner fin al dominio británico, recogió este descontento de la población y ganó por primera vez las elecciones legislativas. Tras esto, las autoridades británicas se vieron obligadas a conceder completa autonomía a la isla – salvo en el ámbito de Defensa y Exteriores – y el líder del PAP, Lee Kuan Yew, se convirtió en el Primer Ministro de Singapur.
Una vez en el poder, este guió al país hacia la unión con Malasia que se oficializó el 9 de julio de 1963 dando lugar a la Federación de Malasia y marcó, a su vez, la independencia de Singapur del Reino Unido. Sin embargo, el experimento federal pronto se tornó en fracaso, ya que empezaron a surgir diferencias entre los gobiernos estatal y federal y se produjeron una serie de tensiones raciales entre los colectivos chino y malayo que llevaron a cuestionar la utilidad de la entrada de Singapur en la Federación.
Finalmente, el Congreso Nacional de la Federación de Malasia decidió someter a votación la expulsión de Singapur, que se materializó tras ser respaldada la opción de la salida por 126 votos a favor y ninguno en contra. De este modo, el 9 de agosto de 1965 nació la Republica de Singapur, cuya brusca independencia fue anunciada al mundo por Lee Kuan Yew, quien varios años atrás había sido uno de los impulsores la integración.
El pequeño país asiático, ya en solitario, empezaba ahora una nueva etapa marcada por la incertidumbre, ya que entonces era uno de los países más pobres. Carecía – y carece – de recursos naturales y tenía que hacer frente a la hostilidad de sus vecinos. Sin embargo, pese a estas adversidades, el país siguió la senda marcada por Lee Kuan Yew. Bajo su liderazgo Singapur entró en la Organización de Naciones Unidas el 21 de septiembre de 1965, ingresó en la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) el 8 de agosto de 1967 y se suscribieron distintos acuerdos políticos y comerciales para captar capital extranjero, que orientaron al país hacia la prosperidad.
Ya en 1990, tras haber ganado en siete ocasiones las elecciones, el padre fundador –como es considerado Lee Kuan Yew entre los singapurenses – dejó el cargo de Primer Ministro en manos de Goh Chok Tong, quien continuó las políticas de su predecesor a lo largo de su mandato e hizo frente a la crisis financiera asiática de 1997. Tras este, llegó al poder en 2004 Lee Hsien Loong, hijo del propio Lee Kuan Yew. Sin embargo, a diferencia de sus predecesores, en esta nueva etapa el gobierno si encontró una mayor oposición al modo de ejercer el poder, pues en las elecciones de 2011, aunque el PAP revalidó su triunfo, obtuvo el peor resultado de su historia – 60,1% de los votos – y perdió por primera vez una circunscripción frente a la oposición. Finalmente tras este cambio en el panorama político, que reveló cierta desconexión entre gobierno y gobernados, Singapur padeció la pérdida de su “padre fundador” en marzo de 2015, solamente unos meses antes del aniversario que sin duda marcará un antes y un después en el singular camino de este país asiático.
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Luces y sombras del modelo de Singapur
La transformación de un simple puerto de avituallamiento en una de las grandes metrópolis de la era moderna no sucedió por mera fortuna o por la confluencia de una serie de factores específicos, sino que se produjo por el impulso y el empeño de un sólo hombre: Lee Kuan Yew.
Durante su ininterrumpido mandato de 31 años, que abarca las etapas colonial, federal e independiente de Singapur, este premier combatió la corrupción con castigos severos e incrementando los salarios de los funcionarios, estableció distintos programas de empleo y vivienda, adoptó el inglés como lengua oficial para limar asperezas entre las distintas etnias y fomentó entre la población una identidad basada en el multiculturalismo. Asimismo, aprovechó la localización geográfica del país – situado en el Estrecho de Malaca – para establecerse como intermediario natural entre Asia oriental y Occidente y abrazó la economía de mercado para beneficiarse de los flujos comerciales.
Sin embargo, estas reformas – incorruptibilidad, multiculturalismo, cohesión social y libre mercado – que han contribuido a orientar a la joven nación hacia la modernidad fueron tan sólo son una parte del sistema construido por el padre fundador. La otra cara de la moneda del modelo, menos admirada y elogiada y más criticada, consiste en el control de todos los aspectos del Estado, ya que Lee Kuan Yew no sólo sostenía que el concepto de democracia occidental no podía aplicarse a países en desarrollo, sino que consideraba que para este tipo de naciones las libertades tenían que ser sacrificadas a cambio del progreso.
Así, durante su largo mandato también se procedió a la detención de opositores sin que estos fueran juzgados, se instauró la censura en los medios de comunicación y se detuvo a periodistas, se intervino en la vida de los ciudadanos a través de medidas de planificación familiar o penalizando determinados comportamientos y se introdujeron los castigos corporales que pasaron a ser una parte fundamental del sistema judicial, pues buena parte de los delitos pasaron a estar penados con este tipo de castigos.
Asimismo, a lo largo de las tres décadas en las que desempeñó el cargo de Primer Ministro, la joven república se convirtió en uno de los estados más regulados del mundo, pues se establecieron una serie de normas que prohibieron, entre otras cosas, mascar chicle – penado con multa y hasta un año de cárcel –, mostrar homosexualidad en público – sancionado con 2 años de arresto –, cruzar la calle de forma incorrecta –multa y hasta 6 meses de prisión –, abrazarse en público – cuya pena puede llegar hasta un año de cárcel –, beber y/o comer en el transporte público, escupir, fumar en lugares públicos y tirar desperdicios en la calle, todo ello sancionado con multa –.
Por tanto, a partir de lo anterior, se podría decir que la receta “milagrosa” que ha forjado un Singapur próspero, moderno y libre de la lacra de la corrupción combina una economía abierta con restricciones a las libertades. Ahora bien, si se centra la atención en los dos ingredientes citados – desarrollo económico y control –, se pierde de vista el elemento que ha favorecido la creación y consolidación del sistema ideado por Lee Kuan Yew: el régimen de partido único – en este caso el PAP –, legitimado por las urnas, en las que la oposición es prácticamente inexistente.
Desde que llegara al poder en 1959 de la mano del propio Lee Kuan Yew, el PAP ha gobernado en Singapur durante 56 años de forma ininterrumpida y ello ha permitido no sólo implantar las reformas citadas, sino también mantenerlas. Sin embargo, en la última década, esta “estabilidad” política parece haber empezado a sufrir cierto desgaste, ya que especialmente tras las elecciones de 2011, la oposición ha dejado de ser testimonial para recoger un 40% de los votos.
Este cambio en el panorama político, ahora más abierto, junto con la aparición de medios de comunicación no controlados por el gobierno, con especial atención de Internet y las redes sociales, y la pérdida de quien también es llamado por sus sucesores Primer Ministro Mentor el pasado 23 de marzo de 2015, empiezan a poner en cuestión la durabilidad de un sistema que, con sus claros y oscuros, ha guiado a Singapur hacia la prosperidad que reflejan las estadísticas.
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Los desafíos de futuro
La ciudad-Estado sigue todavía inmersa en los festejos de su 50 aniversario como estado soberano y no parece que los singapurenses tengan intención de querer despertar de este sueño alcanzado y enfrentar la nueva etapa que se abre para su país tras los resultados electorales de 2011 y la pérdida del “gran” líder. Sin embargo, cuando la música deje de sonar y las innumerables banderas y banderines sean retirados de las calles, será ya inevitable centrarse en los desafíos a encarar en los próximos años.
Estos retos y obstáculos sin duda serán muy diferentes a los que afrontó el país en el pasado, pues ya no es un estado en desarrollo que pretende convertirse en una economía avanzada, sino que es una economía moderna que pretende mantenerse en el primer mundo. En este sentido, una reciente encuesta revelaba que los principales desafíos a los que se enfrentará este país en opinión de su ciudadanía no serán ya de carácter económico – seguir siendo una economía competitiva obtiene un 24% –, sino que serán sobre todo de carácter social, donde la mayor preocupación es el aumento de la población con un 38% seguida del mantenimiento de la armonía cultural con un 19% y político, aspecto donde sobresale como reto el mantenimiento de la estabilidad con un 31%.
Ahora bien, aunque la sociedad singapurense parece percibir los distintos obstáculos a los que se podría enfrentar su joven nación en su futuro más inmediato, lo cierto es que la principal dificultad que encarará Singapur – aunque ya parece estar en ello – es la adecuación de su modelo de éxito al siglo XXI. Hasta ahora el PAP ha dirigido Singapur sin oposición y ha adoptado las decisiones, por el bien del país, sin tener en cuenta la opinión de los ciudadanos. Sin embargo, las nuevas generaciones, más ilustradas que sus predecesoras gracias al eficiente sistema educativo establecido décadas atrás, ya no se muestran dispuestas a dejar que el gobierno actúe sin considerar la perspectiva ciudadana y empiezan a demandar una mayor participación en temas que afectan a su sociedad como la creciente brecha entre ricos y pobres, la inmigración, el aumento del costo de vida, el desempleo, etc. Asimismo, estas nuevas generaciones, separadas de las dificultades que padeció el país durante los primeros años de independencia por varias décadas, no sólo no comparten el mismo sentimiento de gratitud o lealtad al PAP y al propio Lee Kuan Yew que las generaciones más veteranas, sino que también empiezan a cuestionar aspectos del sistema como la censura o la restricción de libertades y derechos.
Este distanciamiento entre gobierno y gobernados, que ya se viene produciendo desde las elecciones de 2011 en las que el PAP perdió buena parte de la confianza de los votantes, indica un cierto desgaste del sistema que ha conducido a Singapur hasta la prosperidad, pero también sugiere que los singapurenses parecen haber aprendido que se puede castigar al gobierno cuando este no responde a sus exigencias aumentando el peso de la oposición. Por ello, el mayor reto al que se enfrenta el Singapur del futuro, y en concreto el gobierno del PAP, es el de mantener al país en la senda de prosperidad asimilando las demandas de las nuevas generaciones.
Esta tarea, no obstante, no será nada fácil, pues no sólo implicaría construir un modelo nuevo en el que la democracia, entendida en el sentido occidental, y el desarrollo económico puedan coexistir, sino que supondría también contradecir al padre fundador, pues este sostenía que ambos aspectos, desarrollo y democracia, no podían darse juntos, ya que la primera requería, inevitablemente, sacrificar la segunda. Sin embargo, pese a que en los próximos años este oasis del primer mundo enclavado en el sudeste asiático se enfrenta al gran reto de reinventarse, su sociedad, quizá contagiada por la creencia de poder superar las dificultades como ya hicieran las generaciones previas en el pasado, se muestra en general bastante optimista con el futuro de la República, aunque esta vez ya no cuenta con el faro del Ministro Mentor.
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