Por
Luis R. Decamps R. (*)
SABORES
Y PICORES EN EL PLD DE HOY
El
gobernante Partido de la Liberación Dominicana (PLD), acaso en pleno hartazgo
de confianza por su ya largo sesgo de triunfos electorales y por las proclamas
de adhesión pública que les garantizan su portentoso aparato clientelar y su
casi absoluto control mediático, continúa avanzando en la adopción de formas de
“pensar” y accionar políticos que -debido a su lógica de “harakiri” y su
contenido “kamikaze”- bien pudieran terminar generándole desagradables
sorpresas en la consulta ciudadana de mayo venidero.
(La situación social y
económica del país es harina de un costal diferente: su peso en la decisión
electoral -como siempre- estará determinado por la manera en que los
contendientes manejen la “tensión” entre realidad y percepción, esto es, en
función de cómo los dominicanos terminen “sintiéndola” en las cercanías del día
comicial a partir de las tácticas que se pongan en marcha al tenor: todo se
reducirá a tratar de convencerlos de que están bien o están mal bajo el actual
estado de cosas y, por lo tanto, de si es o no pertinente un cambio de mando y
de rumbo en el Estado... Parece un asunto simple, pero -¡ojo!- no lo es: en ese
manejo de la realidad y la percepción es que se ha “guayado” más de un erudito
de la política).
La oposición, por su parte,
aunque todavía luce sin el empuje necesario para doblegar al oficialismo, cada
día ofrece muestras nuevas de adherencias, con la particularidad de que éstas
provienen mayoritariamente de las filas de sus adversarios, lo que en el
laborantismo partidario equivale siempre a un logro por partida doble: se suman
votos para el candidato que recibe el respaldo, pero también se restan al
candidato que pierde ese apoyo. Mal, pues, harían los actuales incumbentes de
la cosa pública si siguen ignorando una constante de la política de patio:
entre nosotros el “capú” ha sido siempre más productivo que el reclutamiento de
conscriptos.
La realidad del PLD de hoy
tiene mucho de paradoja “wildiana”: no ha resuelto uno sólo de los grandes
problemas nacionales con sus ejecutorias gubernamentales, a muchos de sus
dirigentes no les cabe más descrédito, ha sufrido sensibles bajas internas (los
congresistas y aspirantes son los más notorios, pero no los únicos), varios de
sus aliados tradicionales les han dejado el limpio, exhibe una precaria unidad
interna, etcétera, y sin embargo las encuestas y los muestreos del momento, aún
mostrándolo en descenso respecto de sus simpatías populares de la víspera, no
dejan dudas en cuanto a que está en condiciones de resultar electoralmente
victorioso... Lo que no está claro, naturalmente, es si esta bonancible
situación que pintan los estudios de opinión se mantendrá hasta el día de las
votaciones.
La advertencia respecto al
“mal camino” que ha tomado el PLD ya la han hecho sus propios “sabios”:
primero, algunos de los “barones” antediluvianos (a los que se les reputa
interesados porque en el gobierno actual perdieron sus influencias aunque
mantienen sus cargos); después, integrantes del grupo del ex presidente Leonel
Fernández (los que no sólo están “afuereados” sino que temen por su porvenir
político y personal); y últimamente, muchos que no son parte de las
confrontaciones intestinas de la entidad o que hasta hace relativamente escaso
tiempo operaban en los linderos del sector que encabeza el presidente Danilo
Medina.
(Los casos de Brasil,
Argentina y Venezuela -en cuyos modelos de políticas sociales y
comunicacionales el oficialismo ha “bebido” bastante bajo recomendaciones de
sus asesores extranjeros de campaña-, donde poderosas falanges políticas
engordadas socialmente por el paternalismo estatal y el clientelismo han
resultado increíblemente derrotadas por la oposición conservadora o liberal a
pesar de las largas “colas” de ésta, deberían ser objeto -guardadas las
diferencias de tiempo y circunstancias- por lo menos de furtivas miradas
precautorias por parte de los peledeístas... No es lo mismo ni es igual, pero
cuando la casa del vecino arde es siempre hora de poner las barbas propias en
remojo).
Los opositores no le han dado
suficiente “manigueta” al tema (al parecer están muy ocupados en sus ejercicios
de narcisismo interno y en sus desbocadas aspiraciones localistas), pero los
hechos son los hechos: la más reciente sinrazón política de PLD reside en que
acaba de "celebrar" en diciembre pasado el 42 aniversario de su
fundación de modo tan trágico como peligroso: estremecido por el ruido que produjo la muerte violenta
de dos de sus militantes en las querellas que se han desarrollado en su
congreso elector, y amenazado por la reanudación de las hostilidades entre
danilistas y leonelistas que inevitablemente supondrán -si los primeros no
sueltan un poco la soga a los segundos- los ya confirmados resultados finales
de éste.
(Los episodios de violencia
que se han producido en el evento peledeísta seguramente tomaron por sorpresa a
muchos de sus militantes de alma blanca que, atenazados por su pasada formación
boschista, aún se resisten a creer que la entidad ya no representa lo ético y
principista en el escenario político nacional, y que, antes al contrario, hace
rato que asumió los “valores” conceptuales y operaciones del balaguerismo y de
una parte del viejo perredeísmo... La nostalgia es legítima, pero por desventura es sólo
eso).
Los desenlaces concretos del
congreso elector (o sea, los que pueden objetivamente constatarse a partir de
las personas que se impusieron en la competencia interna de cada demarcación
específica) tienen, no obstante, un
“mérito” que debe ser destacado: el PLD se ha sincerado definitivamente,
presentándose ante el país como lo que realmente es: un híbrido entre el los
viejos PRSC (porque la mayoría de los balagueristas ahora son peledeístas) y
PRD (porque ha terminado adoptando la parte mala de su conocida “cultura” de
fracciones, representada por el luchismo desenfrenado, la quiebra de la
fraternidad y la propensión a los desmanes de todo tipo)... Un nombre luce
revelador de la esencia del nuevo peledeísmo: Abel Martínez, que derrotó en
Santiago -con una amplia profusión de recursos y con su conocido estilo de
“megadivo” de discurso pospolítico- a danilistas, jurásicos y “reformadores”
(juntos y reburujados para la ocasión).
Por otra parte, que nadie se
llame a engaño: más allá de las proclamas apoteósicas y los lamentos por las
graves peloteras entre militantes, la victoria del leonelismo frente al
danilismo en múltiples e importantes áreas del mapa peledeísta entraña una
revitalización del primero y un debilitamiento del segundo que, probablemente
más para mal que para bien, pudiera implicar -como ha quedado patente en los
gritos perentorios de dos de sus “padres fundadores”- una ruptura del precario
“cese al fuego” público que había normado la vida del PLD en los últimos
meses... El leonelismo está vivo, y no andaba de parranda, como alguna gente
suponía.
Más aún: si la reunión de
Juan Dolio del Comité Político determinó una rebalanceo de las fuerzas
interiores del PLD que terminó consagrando al danilismo como el grupo dominante
en la entidad (tal y como se comprobó con las posteriores negociaciones y,
sobre todo, con la proclamación de la candidatura reeleccionista del actual
mandatario), el tramo recién transitado del principal evento eleccionario del
peledeísmo se ha erigido en plataforma para un sorprendente y espectacular
relanzamiento del proyecto político que encabeza el doctor Fernández... Todo es
cuestión de si el ex mandatario agarra o no ahora el toro por los cuernos.
(De carambola, otra virtual
ley de la política latinoamericana se ha confirmado: un hombre que ha ejercido
la presidencia de su país jamás puede considerarse un “cadáver político”, y
yerran sus adversarios cuando, prevalidos de esta última suposición, se olvidan
de él o bajan la guardia respecto de su significación y sus expectativas. Entre
los electores de nuestro subcontinente, los ex presidentes son una alucinante
realidad que mora cotidianamente en la sesera del individuo sencillo y en el
anchuroso ámbito de las luchas partidistas... Sólo la muerte los deja fuera de
juego).
Por supuesto, hay que
insistir en que la violencia en las entrañas del PLD ha sido el resultado
simple de su transformación en un antro de inconductas y populismo clientelar:
las discrepancias internas han alcanzado registros inéditos porque son el
efecto de la pérdida de sus antiguos apegos morales e ideológicos, con sus
secuelas inevitables de relajamiento de la disciplina y disminución de la camaradería
(“virtudes” que son absolutamente ajenas a los apremios individualistas del
estómago y los bolsillos). En consecuencia, los muertos y los heridos de las
trifulcas entre peledeístas son hijas bastardas de la pérdida de identidad de
éstos.
Lo otro, naturalmente, es
pura lección de la Historia: los partidos de cuadros y de pensamiento sólo han
sido exitosos en el diseño y la ejecución de procesos revolucionarios de
contenido armado e insurreccional, y nunca ha sido posible transformarlos en
organizaciones de base popular o maquinarias electorales triunfales sin que
pierdan sus antiguas fragancias... Ni liberales ni cristianos ni socialistas ni
conservadores han podido superar este omnipresente sino del devenir: para
crecer cualitativamente y llegar al poder hay que pagarle el debido tributo a
la politiquería plebeya, esa que los alemanes -con su insufrible flema aria-
denominan “realpolitik”
La explicación de semejante
fenómeno no es, empero, tan complicada: la mecánica de la masificación y las
exigencias inmediatas de la lucha comicial casi siempre obligan a abandonar, si
se desea aumentar los prosélitos, creencias cerradas y proyectos radicales,
pues los pueblos no elucubran ni apuestan por el mañana, sino que simplemente
toman partido ante el hoy (en una rara dialéctica de odio y devoción) y
votan... Las doctrinas, los programas y los planes -como es harto sabido- han
sido siempre extraños a las muchedumbres.
Tal fenómeno, por otra parte,
no deja de tener cierto fundamento “práctico”: los partidos pequeños pueden ser
disciplinados y conceptuales, pero los de masas no (¿cómo “disciplinar” y
“educar” a la gente agrupada sin ejercer una autoridad basada en la violencia
institucional?), y obviamente para llegar al poder a través de elecciones, donde
los elementos decisivos son el mercado y el voto, es absolutamente
imprescindible descorrer los pestillos para que entren las masas... No se puede
negar que se trata de una disyuntiva con gran carga de lógica macondiana: se
decide por mantener sus esencias fundacionales o, a la inversa, se las
sacrifica para pavimentar el camino hacia el poder, y aunque la elección no es
fácil, deviene crucial en un momento dado de la vida de los partidos.
Los peledeístas, como se
sabe, no sólo eligieron derrotero cuando empezaron a saborear las mieles del
poder hace ya un cuarto de siglo, sino que lo confirmaron de la única manera
posible en este país: abriendo sus puertas para la “sapiencia” de los
prosélitos del desaparecido caudillo de Navarrete y asumiendo el “tigueraje”
levantisco y fraccionalista del viejo perredeísmo... Dejémonos, pues, de
cuentos: el PLD -en tanto institución- talvez no pueda ser en justicia
etiquetado filosóficamente como balaguerista o como perredeísta, pero una parte
de sus líderes, dirigentes medios y militantes parecen esforzarse en estos
momentos por demostrar lo contrario con su nueva mezcla de sabores y picores...
(¡Ay, don Euclides, sus premoniciones al canto!).
(*)
El autor es abogado y profesor universitario
12 de enero de 2016
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