3 de septiembre de 2015 - 8:30 am -
Ylonka Nacidid-Perdomo: A Luis A. Weber se lo llevó el ciclón
Luis Weber, desgraciadamente, murió al igual que su padre, en el mes de septiembre. Una crónica publicada por Luis E. Alemar, justo el 24 de septiembre de 1930, nos dice, sobre la suerte que corrió el padre del Maestro Normal
Nació un 3 de septiembre de 1870, y un 3 de septiembre de 1930, cayó malogrado y vencido en desigual lucha por la furia meteórica del triste recordado huracán San Zenón, para no levantarse jamás.
Belkiss Adrover de Cibrán sobre esta inexplicable muerte, sólo recuerda lo que escuchó decir a su padrino Américo Lugo, siendo adolescente, porque que tenía una cercanía casi familiar con Weber: “¡Cosas del destino! Nació huérfano de padre y murió huérfano de la gratitud nacional”.
Félix Evaristo Mejía, trémulo de dolor, por la pérdida de un amigo y apreciado ex discípulo, expresó en una Oración fúnebre: “… en tal día como aquel en que viniera al mundo, le arrebató impiadosa la vida el destructor meteoro (…) ¡Fatal y dolorosa coincidencia! Designio inescrutable de su destino adverso…!”.
El Maestro Normalista, el civilista discípulo de Eugenio María de Hostos, Luis A. Weber [1], vivió el apostolado de la enseñanza transitando por caminos polvorientos, cruzando ríos, subiendo a lomo de caballo las montañas de la augusta cordillera, para llevar el conocimiento racional a apartadas regiones del país. Era un peregrino, un sembrador más, que padeció los avatares de esa sentencia que se cumple cuando el devenir que trae la existencia nos agobia de sombras, y que el mismo comprendiera al escribir:“Quien… muestre sinceridad y la franqueza completa, será desterrado del escenario de nuestra vida política-social; sencillamente, porque nuestro estado sociológico es el peor de los estados del mal”.
Al parecer, Luis Weber tenía un aura de la cual, pocos tienen el privilegio: sabiduría, desprendimiento y bondad. Murió, mejor dicho desapareció con el viento, tratando de socorrer a los demás. Al salir de su vivienda de piedras y mampostería en la calle Arzobispo Meriño, esquina Luperón, que era la casa materna, fue cuando el ciclón se lo llevó, alcanzando solo a ver en el cielo gris, el ojo del huracán, cuando el sol se apagó como sus pupilas por las torrenciales lluvias, y la furia de los látigos inclementes que trajo consigo la lengua del ciclón que arrancaba gritos de desesperación y confusión a los lugareños de las casuchas de los barrios y vecindarios de las afueras que bordeaban la vieja ciudad amurallada.
Su viuda Josefa Pineda, en una entrevista que le hizo Belkiss Adrover, hermana de su discípulo en el Colegio “Hostos”, Sil Adrover, describió a Weber de la manera siguiente: “Era humilde, callado, sincero, de carácter recto, íntegro, que no le permitía comulgar con los devaneos y claudicaciones de los políticos. No claudicó, no negó sus caros principios morales, sociales y éticos. Tuvo debilidades, como todo ser humano, y le faltó voluntad para vencerlas. Hijas de las decepciones sufridas, del desengaño, de la ingratitud”. [2]
Todo lo sacrificó Weber, riqueza, bonanza y prestigio intelectual. Amaba enseñar, su vida era la escuela. Se desempeño como Director e Inspector Técnico de la Superintendencia General de la Enseñanza, donde laboró junto al pedagogo, escritor, reconocido abogado y poeta venezolano Alejandro Fuenmayor Morillo (Maracaibo, 1887-New York, 1947), y como editor de laRevista de Educación, Órgano del Departamento de Educación Pública y Bellas Artes. De esa experiencia quedaron en preparación, y el ciclón al parecer se los llevó con las aguas, los manuscritos de dos libros que estaba escribiendo: la “Geografía Evolutiva”, una “Historia Patria”, y un folleto Metodológico de Escuelas Normales. Sus artículos se encuentran aun dispersos en periódicos y revistas, esperando ser compilados, en especial en “Ciencias, Artes y Letras” que dirigía Rafael Justino Castillo.
Luis Weber, desgraciadamente, murió al igual que su padre, en el mes de septiembre. Una crónica publicada por Luis E. Alemar, justo el 24 de septiembre de 1930, nos dice, sobre la suerte que corrió el padre del Maestro Normal, el capitán holandés de marina John Weber, hijo del holandés Alfred Von Weber y de la curazoleña Pauline Silié, justo tres años después de su nacimiento:
“El día 24 DE SETIEMBRE DE 1873, la ciudad de Santiago de los Caballeros contempló atónita, como volvía a levantarse el cadalso para suplicar a dos hombres, cuyo único delito había sido combatir los desaciertos políticos de un gobernante errado y perversamente mal aconsejado por la eterna camarilla de áulicos que desde la fundación de nuestra nacionalidad a la fecha, han corrompido el corazón de los hombres buenos y arrastrado la República a los más grandes peligros.
“Ese día, repetimos, fueron extraídos de la prisión en la cual se encontraban en la fortaleza “San Luis” de Santiago de los Caballeros, el valiente general restaurador Fenelón Prud´ homme y el capitán holandés de marina John Weber, siendo pasados por las armas después de habérsele negado el recurso de gracia que para ellos fue solicitado por importantes personajes, repugnante espectáculo, que junto con otros, creyeron los amigos de Báez poder atemorizar y llenar de miedo por seis meses a los azules impenitentes.
“El general Fenelón Prud´ homme y el capitán Weber, revolucionarios contra Báez, había tenido la fatalidad de caer prisiones en una celada que les habían puesto los partidarios del gobierno en Monte Cristy, adonde se habían dirigidos enviados por el General Luperón en una importante misión revolucionaria. Hechos prisiones, se les condujo a Santiago, siendo fusilados el 24 de Setiembre”. [3]
La historia oral familiar dice que, John (Enrique) Weber, padre de Luis A. Weber, entró clandestinamente al país, en la goleta “El Anita”, estando desterrado en Curazao, y al ser descubierto fue fusilado por orden de Báez. Murió sin conocer al que fuera su segundo hijo, a Luis.
Tal vez, quizás, ese dolor guardado, de no conocer a su padre, fue la causa que impulsara a Luis Weber para que escribiera esta pieza de oratoria, leída ante la tumba de Santiago Guzmán Estrella (1879-1912), asesinado por la Guardia Republicana, con motivo de la colocación de una corona ofrendada por el General Desiderio Arias, el 31 de enero de 1914.
Este es un texto de extraordinaria valentía, y donde se puede apreciar lo que decía Luis Weber: de cómo “¡En nuestros medios se palpan densamente las tinieblas!”. Transcribimos este largo fragmento:
“Nuestro cuerpo social, es una masa en estado de descomposición; los elementos que pugnan por deshacerse de la corrupción para determinar otro compuesto, son las tristes individualidades cohibidas desde la cuna hasta la tumba por la presión del medio; por la podredumbre de las pasiones dominantes; por los intereses mezquinos del momento; por las conveniencias que hacen dioses y semi-dioses, de cuantos malvados sin escrúpulos, sin pudor y sin conciencia, han dirigido cínicamente los destinos de nuestra vida nacional. Y el modelo de la tiranía implantada por Santana, sustituido por la de Báez; y la de Heureaux monstruosamente ampliada por Ramón Cáceres; y los periodos anárquicos intercalados entre esas tiranías; y la indiferencia característica a la irreflexión social, siempre sorda, o ciega, o cínica, o cretina ante los destinos sacrosantos del concepto ideal de la civilización pura, en donde se encarnen los propósitos de una patria de felicidades, mataron a Santiago Guzmán Estrella Espaillat, trajeron a esta tumba al que fue bueno, al justo, al que fue hombre; al que deberíamos haberle enseñado a vivir como viven los humanos, esto es, armonizando por pasos y por grados la obra constructiva de su razón pura y de su conciencia incontaminada, con la obra necesariamente demoledora que ya se impone enérgicamente en nuestro estado de mal político-social, donde serpentinamente, medran nuestras tristes individualidades y colectividades, faltas de carácter, de pudor y de conceptos; y que como tales, son el juguete eterno de la eterna mentira, manifiesta en nuestra vida en la muerte, y en nuestra muerte en el seno de la vida”. [4]
Durante cuarenta y cinco años, sin importarle estar agobiado por la pobreza, Luis Weber, dejó sus huellas y la semilla de su pensamiento en los más inhóspitos y remotos lugares de la República. De una proverbial capacidad para la intuición y la oratoria improvisada, fue el hacedor de lo que se conoce como la escuela viva, influenciado por Hostos, el suizo Johann Heinrich Pestalozzi, y el pedagogo alemán Friedrich Froebel, el creador del “Jardín de la Infancia”.
En cada provincia que llegaba, imbuido por la entrega total al magisterio, dejaba establecidos los llamados Colegios “Hostos”. Fundó en 1900 la Escuela Normal de La Vega en la vieja Casa Consistorial, donde permaneció siendo su Director por seis años, para luego crear el Teatro de la Normal, dirigido por el Maestro Manuel Puello, cuando en 1905 la Escuela fue traslada a un local más amplio en la calle Riva número 12, donde graduó a los primeros Institutores Normalistas en 1904, entre ellos, Joaquín Ramos Gómez, F. Emilio Espínola A., Rafael Sánchez G., y Gustavo Moya G. Labor educativa que contó con el respaldo de los Maestros Luis Despradel P., Carlos M. Sánchez G., Tomás Peña G., Mazario Sánchez, Manuel B. Ramos G., Alfredo Escaroina y Mr. Manfredo Moore.
De La Vega se trasladó a Moca en 1907, regresando nuevamente a La Vega, después a Santiago, y, finalmente, a la Capital en 1912, para fundar el Colegio “Hostos” en la calle Mercedes esquina 19 de marzo, cambiándolo de local después a la calle José Reyes, frente a la Logia.
En los Colegios “Hostos”, además de las ciencias, enseñaba Weber el “Ramos de las Bellas Artes” a sus alumnos, a dibujar a la naturaleza, a las especies de botánica que abundaban por nuestros campos, y a las aves silvestres del más variado colorido que cantaban desde las copas de los árboles, y a la fauna autóctona que coexistían con el verdor de la maleza o el bosque, y aquellas pequeñas especies que se daban cita entre las hortalizas, que se preparaban en el patio de las escuelas del interior.
Esta es la razón por la cual le publica al Dr. Rafael María Moscoso Puello (1874-1951) el libro Las familias vegetales: representada en la flora de Santo Domingo, editado en la ciudad capital por la “Librería y Papelería Luis A. Weber”, en 1897, un folleto de 118 páginas que fue texto de consulta de sus alumnos, y la publicación pionera en este campo del saber dada a conocer por un dominicano, cuyo ejemplar único se encuentra en la Biblioteca Nacional “Pedro Henríquez Ureña” de Santo Domingo, en la Colección Libros Raros.
La escuela en la centuria que se inició en 1900, era la Patria, y la Patria era la extensión de la auténtica conciencia para forjar ideales en los párvulos y adolescentes, para crear las condiciones intelectuales en que la razón pudiera guiar los pasos de los que se iniciarían ante los avatares de la vida. Las mesas de trabajo de los Colegios “Hostos” eran los laboratorios donde los niños aprendían, además, la practicidad de la vida cotidiana, y el sentido de alianza del ser humano con especies vivas, que al igual que él traen sabias enseñanzas.
Luis Weber, al parecer, era un idealista, que creía que la escuela debía ser un “paraíso de felicidad” para el estudio, un faro de luz para no padecer la ceguera de la ignorancia, para que la ciencia le ofreciera a los demás la oportunidad de anhelar un porvenir cierto.
II. EL CICLÓN SE LO LLEVÓ…
… Y, un soberbio y violento huracán se llevó a este hombre bueno, de sabiduría innata, de estatura moral, que murió siendo pobre, y olvidado. Siendo su vida fecunda y ejemplar, nadie lo recuerda. No tuvo Capilla ardiente, ni misa, ni sepultura… Ni un epitafio o cenotafio.
De él, hasta ahora, solo se conoce la fotografía donde aparece con el Maestro Don Eugenio María de Hostos, junto a otros condiscípulos, publicada en la Revista La Cuna de América en marzo de 1924, de la cual conservaba un original el historiador Manuel de Jesús Mañón A., en sus archivos, y que fue cedida al historiador Juan Daniel Balcácer para la edición del libro “Papeles y escritos de Francisco José Peynado (1867-1933), que fue compañero de estudios de Weber en la Escuela Normal.
Por efecto del paso del ciclón San Zenón, los locales de los Colegios “Hostos” y de la Escuela Chile que impartían la enseñanza primaria, y servían una escolaridad completa en sus ochos cursos a importantes sectores de la ciudad, fueron arruinados por la furia del huracán. El edificio de la Escuela “Hostos” ubicado en la Avenida Independencia, al lado Este del Cementerio Metropolitano, quedó completamente destechado. Luis Alberto Weber impartía docencia allí.
Pero todo ocurrió como estaba escrito en el libro del tiempo para que ocurriera esa “¡Fatal y dolorosa coincidencia! ¡Designio inescrutable de su destino adverso…!”, como revelan estas dos estrofas del poema-premonición de su discípulo Sil Adrover (1892-1914), que bien pudo ser el Epitafio doliente para la tumba de su Maestro Luis Weber, desparecido por las furias del ciclón, sin saber aun hoy si su cuerpo inerte tuvo el desdichado destino de ir al crematorio de la Plaza Colombina.
NAUFRAGIO Y HURACÁN
“Envuelta la tarde en su mando de bruma; / rabiosa la mar sus olas agiganta, / y parece que en su lenguaje, canta/ la pavorosa canción de la desgracia. /
“Difundía el viento tétrico llamadas; /formaba el agua una y muchas trombas; y en el vértice inquieto de sus combas, / se vio a veces surgir una cabeza (…)”.
SIL ADROVER FELIZ, Baní, 1914.
Del huracán San Zenón, según una reseña publicada en el Listín Diario se hizo una película, que se anunció de la manera siguiente: “Película del Ciclón exhibida en Puerto Plata. La Empresa Carlos Ginebra proyectó en Puerto Plata, el jueves 13, una película del terrible huracán que tan despiadadamente nos azotara el inolvidable 3 de septiembre del cursante año.
“Escenas trágicas, vistas de edificios que fueron ayer ornato de la ciudad derribados en una hora; los Ensanches nuevos reducidos a escombros, el aristocrático Gazcue y la Avenida Bolívar, reducidos a escombros. Cuándo será proyectada aquí con fines benéficos?”. [5]
Transcurridos unos días, luego del siniestro que enlutó a miles de familias dominicanas, Ramón Lugo Lovatón inició la serie de “Escombros” sobre el ciclón San Zenón el lunes 22 de septiembre de 1930, en el Listín Diario. En la portada del viejo rotativo apareció su primera entrega sobre ese “Mare Nostrum” que se convirtió en muerte dantesca, titulada “La ciudad tranquila”. [6]
No es dudar que el ciclón se llevó a Luis Weber, mientras él corría hacia el Colegio “Hostos”, santuario de la enseñanza, añoranza de sus mayores sueños y empeños, temiendo lo peor para la estructura física de ese centro educativo.
Virgilio Hoepelman, Julio Jaime Julia, Jaime Lockward, Frank Roca F., y Belkiss Adrover de Cibrán, le rindieronpostmorten el único homenaje al cumplirse el centenario de su nacimiento 1870-1970 en un acto celebrado en el Ateneo, el 8 de diciembre, Día de Inmaculada Concepción. Virgilio Hoepelman dijo, en aquella ocasión de Weber: “Don Luis tuvo un mérito extraordinario. Fue uno de los pocos discípulos (de Hostos) que se dedicaron a la enseñanza, haciendo de ella su razón de ser. Lo hizo de una manera plena y consagrada, guiado siempre por la veneración que le inspiró su Maestro. No fue político, como la mayoría de sus condiscípulos, ni siguió una profesión liberal que le abriese senderos de prosperidad como a Francisco J. Peynado, Federico Velázquez, Arturo Grullón, Arismendi Robiou y otros. Se consagró a la enseñanza, la más ingrata, aunque si la más bella de las profesiones”. [7]
NOTAS
[1] Luis A. [Alberto] Weber era hijo de Juan (John) Enrique Weber y Rosa Rodríguez Fernández. Entró a la Escuela Normal que dirigía Hostos en 1882, graduándose en 1888. Perteneció a la tercera promoción de graduados. Casó en primeras nupcias con Dominga Herminia Medina con la cual procreó seis hijos (Luis Enrique, Carmen Rosa, Manuel Eugenio, Pedro Arístides, Hortensia Herminia y María Estela Weber Medina). Al quedar viudo contrajo matrimonio con Josefa Pineda. De esta unión nacieron Luis Alberto, Cibeles Josefina, y Rafael Weber Pineda.
Se graduó de Maestro Normal el 20 de enero de 1888, en la promoción de la Tercera Investidura de la Escuela Normal, junto a Federico Velázquez, F. Arismendi Robiou, R. Mejía Abreu, Juan R. Bazil y M. G. Pichardo. Posteriormente, estuvo como Maestro en Baní de Bayoán Lautaro Hostos, el hijo de Eugenio María de Hostos, y del hermano de Belkiss Adrover, Sil Adrover Feliz (1892-1914)
En 1916 fue nombrado por el Gobierno Militar de Santo Domingo, luego de la invasión norteamericana, Inspector Técnico de Educación, y laboró con Julio Ortega Frier en la Superintendencia General de Enseñanza. En 1930, Trujillo lo designó Secretario del Ayuntamiento de la Común de Santo Domingo, y es cuando le sorprende de manera siniestra la muerte. Trujillo trajo a su existencia la maldición de lo nefasto. No sé si fue declarado como desaparecido. Félix Evaristo Mejía leyó un “Panegírico a su memoria”, el 22 de octubre de 1930, en una velada fúnebre que se hiciera en la Escuela Normal en homenaje a Weber, junto al Director, Don Francisco Mejía.
Una sobrina de Luis A. Weber, Conchita (Concepción) Blanco Weber, se dedicó al magisterio, siendo la Directora del Colegio “Santa Teresa de Jesús” en Santo Domingo.
En su memoria existe la Escuela Primaria Luis Alberto Weber en la calle Libertad del Municipio Eugenio María de Hostos, Provincia Duarte, y en Castillo, Provincia Duarte, el Liceo Luis Alberto Weber inaugurado en el 2014.
[2] Notas mecanografiadas de Belkiss Adrover de Cibrán, sobre el “Centenario de un Maestro” (8 de diciembre, de 1970): 3
[3] Listín Diario, 24 de septiembre de 1930, p. 4
[4] Reproducido en el Listín Diario, el 9 de setiembre de 1930
[5] Listín Diario, 24 de septiembre de 1930, p. 4
[6] Listín Diario, 22 de septiembre de 1930, p. 1, Año XLII, Número 13, 123
[7] Notas mecanografiadas de Belkiss Ad
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