Con bastante antelación a la fecha fijada para la celebración del sufragio electoral donde el ciudadano deposita su voto para favorecer al candidato de su preferencia, aparecen las encuestas de firmas respetables que recogen el grado de credibilidad y aceptación que le merecen el gobierno, sus altos funcionarios, los ayuntamientos y diversos organismos: la Policía, la JCE, la SCJ, los políticos y partidos, e instituciones religiosas, entre otras, pero además su opinión sobre tópicos trascendentales de interés nacional.
Las encuestas son instrumentos útiles para los fines perseguidos. Sirven para detectar las preferencias y percepciones del futuro votante y descubrir cuáles son y dónde están focalizados los puntos fuertes y débiles donde los partidos, sus dirigentes y estrategas deben concentrar sus recursos, esfuerzos, la propaganda y movilizaciones para preservar y robustecer su posicionamiento o superar las desventajas. El gobierno y todos los partidos oficialistas o no, tienen sus propias encuestas. Cuando no coinciden con las que se suponen imparciales la objetan, critican, desbarran. Solo el aventajado y sus seguidores se muestran complacidos.
La opinión de una minoría privilegiada, por serlo, no cuenta. No altera resultados. Su criterio, más racional e independiente, pertenece a un nivel cultural, económico, social y político superior comparado con el resto de la mayoría de encuestados. Por tanto, no causa demasiado asombro saber que estos últimos favorezcan al candidato “menos malo” o prefieran “un malo conocido que un bueno por conocer” si dispone de mayor poder político y recursos disponibles. No así cuando inopinadamente se le pide su parecer sobre temas complejos de suma gravedad y trascendencia. Aquí surgen las más absurdas respuestas, contradictorias e incoherentes, que revelan incapacidad de análisis, falta absoluta de criterio, dependencia e ignorancia de la mayoría de nuestra población que compromete con su voto, “democráticamente” manipulado, prostituido, el presente y el fututo de la nación, siendo ellos los mayormente perjudicados.
Ni siquiera pertenecen a la pequeña burguesía, clase media o media baja, que ve y siente con temor creciente cómo se esfuma su ascenso social y económico, su calidad de vida. Por lo regular los encuestados forman el grueso de nuestra población, la que más duramente padece nuestros males ancestrales: pobreza, abusos, marginalidad, explotación, producto de gobiernos irresponsables, demagógicos, divorciados de la realidad social, prohijadores de una política clientelar, asistencialista, y donde las drogas, la criminalidad e inseguridad social y ciudadana hace estragos apostando a impunidad y la inmovilidad y tolerancia infinitas de un pueblo que habrá de rebelarse como ha sabido hacerlo contra la iniquidad, la injusticia y los abusos un día cualquiera, como escrito está en la historia.
Pero los resultados no son inventos de las encuestas. crean incertidumbre y desconcierto. Muestran una radiografía inquietante, perturbadora de lo que hoy somos como pueblo, incapaz de sobreponerse y enfrentar los grandes males que padecemos al revelar y difundir que “7 de cada 10 encuestados afirman sentirse felices.” ¿Es cierto o es la falsa imagen que se nos quiere vender con cristiana resignación. “¡Nadie puede liberar a un pueblo que no quiere ser libre!” http://hoy.com.do/opiniones/
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