sábado, 18 de abril de 2015

Respete, para que lo respeten / Por BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO

Por 
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La convención de un partido político no es un juego de niños. No se parece, al juego en el cual uno iba buscando una candelita y lo enviaban a la otra casita y al final si no encontraba silla tenía que repetir el reclamo de la candelita.
Como juego nocturno de niños que se movían alrededor del palo de luz eso estaba bien, pero una Convención para elegir un Candidato a la Presidencia de la República no es un juego de niños.
Y como se trata de una actividad de adultos, para decidir como adultos, tampoco se trata de jugar aquel desagradable episodio en el cual un niño recogía las bolitas del ron donde estaban depositadas al tiempo que arrebataba las canicas y gritaba: ¡Coca, mandó la ley!
Son las acciones de los partidos, la suma de las acciones de sus miembros, las que imponen la ley y ninguna ley manda a que se roben los votos, se sustraigan las urnas, a que no lleguen los materiales de inscripción en una inaceptable operación de coca.
En un partido sólo se necesita la coincidencia ideológica, la buena fe, la solidaridad, el reconocimiento al derecho universal a elegir y ser elegido, el derecho a la justa fama, el derecho a ser respetado en tus derechos, con eso basta.
Y algo más, la resistencia a la corrupción que invade las sociedades con el fin de aplastar las voces disidentes a papeletazos y la compra de conciencias en todos los niveles, en todas las instancias de la actividad humana, comenzando por quienes ejercen la labor de comunicadores y la posible complicidad de algunos dueños de medios.
El mejor modo de que conservemos la amistad es con cuentas claras, que no se desate el dime y direte, que no se suelte la conseja envenenada, que se hable la verdad de frente y a las espaldas. De nada vale tener una aparente ganancia en el episódico escenario de una provincia, de un municipio, de un distrito municipal.
Las diversas formas de hacer trampas en un certamen electoral, intrapartido o con la participación de otras fuerzas, son tan conocidas que tan pronto como crean un nuevo modo de trampear, ocurre como con el hablador y el cojo, que no van lejos antes de ser descubiertos.
Aquella canción sonaba en el silencio de las madrugadas plenas de estrellas titilantes: “que murmuren, no me importa que murmuren, que digan que no me quieres, que tú me estas engañando, ríete de pareceres y de lo que se figuren, pues mientras seas como eres, que murmuren, que murmuren”.
Pensar que las trampas no son previstas y descubiertas, es jugar con la inteligencia y la perspicacia de los demás. Y aquí todos somos inteligentes y maliciosos.

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