Opinión
Julio Cortázar, homo ludens
[Aida Gambetta N., de la Universidad Autónoma de Puebla, es la autora de un ensayo sobre Julio Cortázar que no tiene desperdicio, del cual se publica hoy sólo una pequeña pero enjundiosa primera parte. El título remite necesariamente al clásico “Homo ludens” (1938) de Johan Huizinga, que sacudió en su época el pensamiento occidental. “Homo ludens”, “hombre que juega” propone toda una teoría “sobre la función social del juego”, un nuevo elemento de definición del llamado homo sapiens (“hombre que sabe, hombre que conoce, hombre sabio”), y homo faber (“hombre que fabrica”).
El juego “es consustancial a la cultura humana”, dice Huizinga, y desde luego no se equivoca. Hay que definir, por supuesto, lo que significa juego y la importancia del juego, y nadie mejor que Cortázar lo hace al final del tercero de los epígrafes que encabezan el texto de Aida Gambetta N., aunque los dos primeros lleven las ilustres firmas de Schiller y Freud. No me parece, sin embargo, que “el trabajo, la obligación y el deber” deban ser siempre excluidos del “sentido lúdico”. Hay trabajo y trabajo y hay gente que sólo juega trabajando, cumpliendo con la obligación y el deber impuestos y no impuestos.
En fin, que hay mucha tela que cortar y este ensayo de Aida Gambetta N. arroja una luz intensa sobre el tema que dio fama a Huizinga y sobre la obra del bien llamado niño grande de la literatura latinoamericana, uno de los más admirados y queridos. PCS.]
Julio Cortázar, homo ludens
Aida Gambetta N.
Universidad Autónoma de Puebla
Sólo juega el hombre cuando es hombre en todo el sentido de la palabra y es plenamente hombre sólo cuando juega.
Schiller
En el adulto, la novedad constituye siempre la condición del goce.
Sigmund Freud
Claro, me sería absolutamente imposible vivir si no pudiera jugar. Cuando digo jugar no me refiero a jugar con un trencito de juguete, sino a jugar en el sentido en que el hombre juega. Si le da la gana de escuchar música está jugando, si quiere hacer un dibujo está jugando, si quiere hacer un paseo está jugando; ése es el sentido lúdico. Todo lo que no significa el trabajo, la obligación y el deber. Todo lo que sale de eso para mí es el juego y el hombre es un animal que juega.
Julio Cortázar
Introducción
Cuando el niño juega, señaliza y privilegia un espacio, unos personajes y un tiempo. La libertad le facilita el acceso a ese cosmos sagrado donde ciertas reglas –la espacialidad, la temporalidad, la causalidad- deben enunciarse y cumplirse. Sin desprenderse de la realidad en la que el juego se inscribe, el niño se autogratifica con la actividad del juego que, en ocasiones, lo aleja de la realidad, pero no pocas veces hace que la realidad sea más accesible, más comprensible, tamizada por la imaginación creadora y liberadora.
La práctica literaria en general tiene mucho de juego: la libertad, la gratuidad, y el hedonismo, amén de la capacidad de crear siempre nuevos sentidos.
La ficcionalidad del texto literario revela su carácter lúdico: el lenguaje da cuenta, lúdicamente de una realidad de otra naturaleza que la de él mismo, principalmente a través de la representación.
La fuerza de la representación surge de parte del autor, como una imagen del mundo que no es el mundo y el lector, que conoce las reglas, es decir, gracias al conocimiento de marcos de referencia socioculturales y al manejo de convenciones artísticas es capaz de leer y disfrutar el texto literario con cierta autonomía, pero como en el caso del juego, el plano de la realidad siempre está presente junto al del arte. Así, aún la narración más complicadamente fantástica, mostrará cierta mimesis, cierto efecto de realidad. Y, contrariamente, la narración más realista no es la realidad, sino una imagen ilusoria de la realidad, aún cuando las convenciones tan naturalizadas creen la confusión.
La práctica literaria cortazareana, en particular, exalta la fantasía, la libertad, la sensualidad, el juego y el hedonismo, frente a la represión del racionalismo, del escepticismo, del realismo y del naturalismo. Hay guiños, sonrisas traviesas y finísimo humor, en vez de los ríos de amargas lágrimas que venían inundando durante siglos la literatura latinoamericana. Cortázar la libera del hostigamiento, de la adustez, del pesimismo irremiso y desnuda su naturaleza -física y social- deleitosa y deleitable. Es común decir que Julio Cortázar ha conservado siempre algo de niño -la capacidad de eterno asombro, la mirada inédita y tierna sobre la realidad oscura y fatigada- y que su nostalgia por el paraíso perdido de la infancia está presente en sus personajes. Niños o adultos que siguen viendo las cosas que sólo los niños pueden ver y, también en las referencias a los juegos y sus reglas que, tan obsesivamente pueblan cuentos y novelas.
Sin embargo, esa nostalgia por el mundo maravilloso es en Cortázar, un acto de magia: el Gran Prestidigitador recupera ese mundo soñado para él y para sus lectores cómplices de manera insólita ajena a cualquier actitud lamentosa.
No hay en Cortázar el regodeo solitario de la herencia romántica, ni el refugio egocéntrico, sino la actividad lúdica compartida, ese juego que todos jugamos, el del texto literario, señalizando y privilegiando el espacio sagrado de la libertad y del placer. Las únicas reglas del juego son las del arte, las de la literatura.
El texto literario contiene y puede contener valores como son los saberes históricos, políticos y filosóficos, pero su principal valor, el que subordina a los demás; es el estético, de allí que la literatura como el juego, persiga un fin último: la recreación, el placer.
No hay una novela, un cuento de Cortázar, que no sea disfrutable: sólo un escritor tan honesto y seriamente preocupado por la literatura y por el destino social y político de los hombres -sobre todo de los latinoamericanos- pudo esquivar tan hábilmente los obstáculos que inhiben el deleite textual literario: el moralismo, las requisitorias didácticas, los vaticinios tremendistas y los bloques ideológicos.
En la temática cortazareana están al lado del amor, del juego, de la libertad y la creación artística, la muerte, el azar, la magia y el mundo onírico.
La herencia cultural de Cortázar consiste en legarnos una literatura diferente de la que él recibiera, tanto por el enfoque de los temas como por el uso de las técnicas literarias y por la cosmovisión.
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