martes, 8 de noviembre de 2016

El tigre, ¡primor de luz y horror! - Tony Raful

Puntos de vista martes, 08 de noviembre de 2016 
Tony Raful

El tigre, ¡primor de luz y horror!

El tigre, animal feroz y deslumbrante, de él encontramos datos escalofriantes; por ejemplo, son capaces de dar saltos  de hasta 5 metros de altura, o de 9 o 10 metros de longitud, lo que lo convierte en unos de los mamíferos que más alto pueden saltar, no soportan la presencia de otros machos en su territorio. Las hembras siempre son bienvenidas, de hecho se comportan como caballeros, llegan al punto de compartir una presa e incluso alimentarse después que  la hembra. Los tigres son oportunistas y no desprecian  presas de pequeño tamaño, pueden  matar a un rumiante  adulto de un solo golpe debido sus grandes garras, su gran tamaño no limitan su velocidad, pues los tigres pueden alcanzar velocidades de hasta 90 km/h. Su rugido contiene ondas sonoras de rango perceptible y ondas de infrasonido inaudibles para el humano pero con efectos aterrorizantes y paralizantes. Su crueldad  es ilimitada, una vez que el animal está en el suelo, el tigre muerde la parte posterior del cuello generalmente rompiendo la médula espinal o perforando la tráquea, dándole a su presa una muerte casi inmediata. Ante un cuadro descriptivo tan horroroso, refulge una belleza atónita, alucinada  captación de lo terrible en la armoniosa contextura de su creación. Los poetas no dejaron de asombrarse y de cuestionarse ante la maravilla de la vida múltiple y diversa. Hablemos de Jorge Luis Borges y de William  Blake.
El poeta Jorge Luis Borges tuvo una obsesión con la figura del tigre. Veía en el animal feroz una constelación de belleza, percibía una irradiación de luz celeste, una presencia  inigualable de poderío y colores. Borges danzaba sobre el tigre, y sus textos están llenos de referencias sobre esta fiera impresionante, hoy en extinción. No era escapismo en sus florecientes versos. Borges había desertado desde el inicio, al torbellino de los días y el tiempo. Era como un asombro prístino ante la aparición de esta tosquedad luminosa y brutal. El felino que salta sobre sus víctimas, y cuyas garras  destrozan a su presa en segundos. El príncipe de las selvas asiáticas, que entre sus variedades, alcanza en el tigre de Bengala de la India, su soporte más alto de horror y primor. No sé si Borges leyó el poema al tigre, de un alucinado inglés llamado William Blake, que habitó el “siglo de las luces”, y que era una extraña amalgama de poeta, de pintor, de grabadista, de vidente y de errante orate.
De Blake, se pueden citar innumerables rasgos y entorchados reconocimientos. Su mente era llama y desconcierto, donde siempre prorrumpía la poesía más alta, la inspiración más cultivada, el libre espíritu de sus tormentos y  sueños. De sus visiones se testimonia, en sentido figurado, que fue testigo del funeral de un hada, cuyo cuerpo yacía sobre el pétalo de una rosa. Decía conversar libremente con los espíritus, sin perder el sentido elitista, hablaba con Voltaire y Milton. Su mujer llegó a quejarse, de que pasaba mucho tiempo en el “Paraíso”.  La ofuscación engalanada de Borges por la imagen del tigre, debe venir de Blake. Estoy tentado a pensar que Blake, lo guió al tropiezo y la plenitud del tigre en sus versos. Borges no tuvo experiencias episódicas sino ontológicas, por ello pudo escribir poesía pura sin desmedro de su estro. Sus menciones, incluso las históricas, en sus versos y cuentos, son restauradas en el lenguaje hacia un desfiladero de hondura metafísica.  Pero el texto de Blake sobre el tigre, es infinitamente mayor en su dimensión espiritual. Es una queja de Blake, un desacuerdo con la divinidad, jamás tratado con la musicalidad y ritmo conceptual de la estructura poética. Confieso que leí este poema hace muchos años, y cada vez que algo me perturba, que me veo impotente para arbitrar mi desconsuelo, vuelvo a leerlo con fruición, lo busco en los anaqueles, donde  reina su poesía completa, que a pesar de ser traducción no pierde su fuerza lírica. El poema de Blake dice: “Tigre, tigre, que te enciendes en luz/ por los bosques de la noche/ ¿Qué mano inmortal, qué ojo/ pudo idear tu terrible simetría?/ En qué profundidades distantes, en qué cielos/ ardió el fuego de tus ojos/ ¿Con qué alas osó elevarse?/ ¿Qué mano osó tomar ese fuego?/ ¿Y qué hombro, y qué arte/ pudo tejer la nervadura de tu corazón?/ Y al comenzar los latidos de tu corazón/ ¿Qué mano terrible?/ ¿Qué terribles pies?/ ¿Qué martillo?/ ¿Qué cadena?/ ¿En qué horno se templó tu cerebro/ / ¿En qué yunque?/ ¿Qué tremendas garras osaron sus mortales terrores dominar?/ Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas/ y bañaron los cielos con sus lágrimas/ ¿sonrió al ver su obra?/ ¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?”.
William Blake, el iluminado versificador, insistió ante los aspirantes creyentes del paraíso, que allí, en la mansión de las almas redimidas, solamente se hablaba en tres lenguas, la poesía, la pintura y la música; quienes desearan  ir al paraíso y no cultivaran esas “lenguas”, serían analfabetos espirituales. El tigre, esa ventisca de espanto y hermosura que se pasea en la poesía invocada por Blake y Borges, desajuste de la naturaleza en su  maravilla y en su destino carnicero. ¿Quién nos hizo a nosotros, también hizo al tigre? http://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2016/11/08/442311/el-tigre-primor-de-luz-y-horror

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