sábado, 22 de octubre de 2016

Conceptos (anti) esenciales sobre la identidad cultural dominicana y otras herejías políticas

guloya
“Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad. ¿Sería acaso más sincero si amputara de mí una parte de lo que soy?” (Amin Maalouf: Identidades asesinas)
Introducción 
El objeto de este texto es discutir cómo la articulación de una herramienta política que responda a los intereses de la ciudadanía pasa por la deconstrucción y reconstrucción de un pensamiento crítico que ponga en tela de juicio las verdades coloniales sobre identidad y cultura que nos han servido para sustentar muchas de nuestras prácticas políticas. De manera específica busco tensionar y resignificar el concepto de identidad dominicana desde una lectura intertextual poniendo de relevancia la perspectiva intercultural que se viene desarrollando en el Caribe y América Latina con la impronta de los estudios emprendidos por el pensamiento descolonial.
Lo que me propongo demostrar es que existen insumos textuales sedimentados en nuestra historia reciente que nos pueden servir de referencia para desarrollar una propuesta discursiva contra hegemónica en el terreno cultural capaz de conectarse con la actualidad de las luchas sociales y políticas de las nuevas generaciones por la democratización y la efectividad de los derechos humanos, esto en el contexto de un régimen político autoritario como el que se ha ido consolidando en la República Dominicana desde el año 2004.
Los argumentos que desarrollo se inscriben en el marco de la narrativa que ha ido emergiendo de los debates de la Escuela Acción y Pensamiento coordinada por la Red Acción Política (Rap), organización que junto a otras similares se propone retar la hegemonía discursiva del PLD y sus aliados como gesto ineludible de la construcción de una democracia de rostro ciudadano en nuestro país.
En el juego de las identidades poscoloniales
Tras más de cinco siglos de dominación ideológica colonial nuestra identidad cultural aparece en la actualidad del imaginario político dominicano no como creación humana modificable sino como algo en el pasado, natural, dado e inmutable a través del tiempo.
Uno de los rasgos del texto cultural dominicano es el marcado desprecio de las élites por la gran masa empobrecida y negra, y por la población haitiana y sus descendientes en el país. Resultante de esa visión racista y de raigambre colonial es que todavía no hemos sido capaces de gestar un proyecto de país en sintonía con los intereses mayoritarios de la población.
Aunque la identidad desde una perspectiva intercultural viene ocupando espacios en revistas de ciencias sociales y en algunos medios de comunicación, en nuestro país el tema todavía se encuentra en pañales, razón por la cual, unido a la relevancia del pensamiento descolonial en la región, se convierte en un gran reto para el pensamiento crítico dominicano.
Mayor importancia adquiere su tratamiento antropológico y político dado que vivimos bajo la dominación de un partido conservador cuyo discurso tiende a afianzar los valores autoritarios y jerárquicos de nuestra cultura. Tengamos en cuenta que el PLD ha sido exitoso al mantenerse en el poder por 16 años controlando los ejes claves del Estado y encerrando a sus adversarios políticos en su propia narrativa. La hegemonía del PLD no puede explicarse sin tomar en cuenta cómo esa organización política devenida en red mafiosa ha instrumentalizado la cultura y los intelectuales. (Ver:Proyectos culturales del PLD: La genuflexión como deporte intelectual, artículo de Raquel Virginia Cabrera publicado en nuestrotiempo.com.do)
En ese sentido el objetivo de una democracia ciudadana solo es realizable en la medida en que seamos capaces de hacernos acompañar de un pensamiento descolonial que ponga de “patas pa’ arriba” al machismo patriarcal en el que se sustenta el Estado, y que a la vez nos posibilite repensar la política como un accionar ciudadano capaz de modificar la cultura, el ensamblaje social y las relaciones de poder.
Es importante precisar que la identidad o las identidades atraviesan procesos de crisis que van abriendo espacios a la identificación como categoría para analizar la estructuración de la voluntad política, de ahí la pertinencia de pensar el sujeto como configuración y destello de identidades culturales múltiples y en permanente tránsito.
No olvidemos que con la palabra identidad hemos denominado un conjunto de valores culturales inscritos en el cuerpo del sujeto que se reproducen a través del tiempo y constituyen un soporte de su memoria. Se trata de un repertorio de valores de origen mágico religioso y mundano que se muestran en símbolos y representaciones así como en patrones de conducta mediante los cuales los actores individuales y colectivos demarcan sus fronteras y se distinguen en la lucha por el reconocimiento; todo ello dentro de un tiempo y un espacio históricamente determinados.
Al cerrar el siglo 20 el escritor libanés Amin Maalouf escribió Identidades asesinas (1999), un apasionado ensayo donde condena la violencia y el asesinato por razones de identidad y donde reflexiona sobre el rol de este concepto en las guerras desatadas por las grandes potencias en Oriente Medio. Más que analizar Maalouf intenta comprender los crímenes cometidos por personas en nombre de su identidad religiosa, étnica, nacional o de otra naturaleza. Sostiene que la identidad no está hecha de compartimentos, no se divide en mitades, ni en tercios o en zonas estancas; “(…) y no es que tenga varias identidades (…) tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una dosificación singular que nunca es la misma en dos personas”. Pareciera que cuando nos preguntan quiénes somos se parte de la suposición de que en el fondo de cada uno de nosotros solo hay una sola pertenencia. La mayoría de las veces se indaga una supuesta ‘verdad profunda’, una‘esencia’, unas ‘raíces’, entendiéndose que la identidad está “determinada para siempre” desde el nacimiento y que no se va a modificar jamás; como si lo demás, todo lo demás, la trayectoria, las convicciones adquiridas, las preferencias sexuales, la sensibilidad personal, las afinidades, las rupturas, las continuidades, etc. no contaran.
Tanto en las comunidades “tradicionales” estudiadas por la antropología como en las sociedades“modernas” existen mecanismos de cohesión social (Weber) y de equilibrio emocional que les son propios. Y como suele ocurrir cuando se incita a las personas a afirmar su identidad, interpreta Maalouf, lo que resulta es que se levantan banderas desde el fondo de una supuesta pertenencia fundamental que suele ser la pertenencia a una religión, una nación o una etnia, las cuales son enarboladas con orgullo frente a los demás. En lugares donde las personas sienten amenazada su fe, es la pertenencia a una religión la que parece resumir toda su identidad. Por otra parte, cabe destacar que si bien en todo momento hay entre los componentes de la identidad de una persona una determinada jerarquía, la misma “no es inmutable” sino que cambia con el tiempo y al hacerlo se modifica profundamente la manera en que esa persona se relaciona con las demás.
Erróneamente se suele pensar que la identidad se reduce a los aspectos culturales y se pasa por alto que se trata de un concepto eminentemente político. La visión esencialista de la cultura examina la identidad como una cuestión de pertenencia a un determinado grupo social fundado sobre unos discursos de sangre, suelo y religión concebidos como razón y verdad por intelectuales al servicio del poder; en la política latinoamericana y caribeña esto se traduce en una práctica nostálgica y folclórica de la identidad remitida permanentemente a las “fiestas patrias” o efemérides del estado nación; en cambio, conviene considerar una concepción de identidad que incorpore su carácter relacional, lingüístico, biológico, afectivo y situacional y que vaya más allá de lo meramente observable prestando atención a los elementos del dominio cultural interiorizado.
Al tratarse de ‘repertorios de valores’ interiorizados, habría que hacer la distinción entre formas objetivadas y formas interiorizadas de la cultura. A partir de diferencias culturales observables etnográficamente no se puede inducir la definición de una identidad determinada. Empero, podemos analizar la forma en que los actores sociales seleccionan determinados elementos para diferenciarse de los demás. La voluntad de decisión y la autonomía son tan relevantes como la biología y los determinantes estructurales en la construcción de cualquier identidad. Así la relación social es el lugar privilegiado de la formación y disolución constantes de identidades culturales y políticas. Solo existe identidad en y para sujetos sociales en contextos culturales concretos.
Por otro lado, el concepto de interculturalidad refiere la relación entre culturas o identidades culturales diferentes. De ahí que para concebir un nuevo ciclo democrático en la sociedad dominicana los procesos de interculturalidad son imprescindibles, lo que implica repensar la identidad dominicana desde una perspectiva de lucha política por la construcción de una democracia ciudadana. En otras palabras, pensamos que hemos llegado a un momento político en el cual se impone tejer lazos, disipar malentendidos, generar confianza y articular comunidades culturales y políticas diversas para lo cual el concepto de interculturalidad es clave. Esta vocación de enlaces, puentes y mediaciones son la zapata o sostén de la democracia intercultural y ciudadana por venir.
La (des)colonialidad de la cultura política
El pensamiento político dominicano se ha nutrido de ideas y fuentes del saber universal más que todo europeo. Sin embargo, en distintos momentos el país ha contado con autores y actores ubicados en corrientes críticas que cuestionan los paradigmas coloniales presentes en nuestros procesos de modernización. Una teoría de la interculturalidad puede asumirse entonces como herramienta interdisciplinaria capaz de conectar con el pasado inmediato y con los textos de crítica cultural y literaria producidos en las últimas décadas por distintos centros de estudios del país y de varias universidades extranjeras. En esa narrativa precedente aparecen una serie de conceptos y categorías del pensamiento crítico con respecto a la colonialidad del saber y del poder que fueron sepultados y sedimentados por la industria cultural y la ideología neoliberal. En un artículo de Haroldo Dilla Alfonso publicado en el medio digital 7dias el 7 de febrero de 2016 con el título La bancarrota del pensamiento social dominicano, se plantea que la República Dominicana vive una profunda crisis de sus ciencias sociales que incide muy negativamente en la situación de su pensamiento social. Según el autor esto es un reflejo de la colonización mercantil de la vida cotidiana y de la academia, del consumismo que impulsa a la clase media a buscar la forma de adquirir los símbolos de un status superior. “(…) Y es también el resultado de una estrategia mundial de la dominación que limita los fondos de la investigación social a las universidades e instituciones del Norte desarrollado, y a lo sumo involucra al Sur como provisora de información empírica”. De acuerdo con Dilla en el caso dominicano “el proceso de investigar, de buscar e interpretar información a partir de un utillaje teórico y metodológico riguroso, es decir, generar conocimientos nuevos y socializarlos mediante publicaciones, docencia, etc. resulta obsoleto para la multiplicidad de estudios de consultoría que solo buscan información práctica y limitada a fines muy concretos”. Tal vez esto explique los retrasos del pensamiento crítico dominicano en reactualizar los conceptos de identidad y cultura que extendidamente se siguen manejando dentro de marcos narrativos esencialistas y coloniales.
En la región sociólogos como Raúl Zibechi (Uruguay) y Ramón Grosfoguel (Puerto Rico) comparten labores académicas con activismo político en un esfuerzo por reconstituir una praxis política que supere los límites del pensamiento colonial. Ambos se interesan por el concepto de identidad desde una perspectiva intercultural para explicar la realidad social y el legado de dominación colonial en el Caribe y América Latina. Reflexionan sobre la condición social de los campesinos, indígenas, las poblaciones afro y las mujeres. Tanto Zibechi como Grosfoguel se ocupan de la emergencia del racismo en el sistema-mundo y examinan sus implicaciones epistémicas a partir de las aportaciones del filósofo, psiquiatra y militante político nacido en Martinica Frantz Fanon, quien sostiene que la lucha organizada y consciente emprendida por un pueblo colonizado para restablecer la soberanía de nación constituye la manifestación más plenamente cultural que existe.
Fanon escribió dos textos ejemplares para entender los procesos de colonización cultural y racialización de nuestras poblaciones, Piel negra, máscara blanca en 1952 y Los condenados de la tierra en 1961 que sirvieron de referencia para la narrativa postcolonial, también estos textos nutrieron otras corrientes de pensamiento crítico como el feminismo. Fanon define el racismo como una jerarquía global de superioridad e inferioridad sobre la línea de lo humano que ha sido políticamente producida y reproducida como estructura de dominación. Así, las personas que están arriba de lo humano son reconocidas socialmente en su humanidad como seres humanos con subjetividad y con acceso a derechos humanos, ciudadanos, civiles y laborales. En contraste, las personas que están por debajo de la línea de lo humano son consideradas subhumanas o no humanos, es decir, su humanidad es cuestionada y, por tanto, negada. Para Fanon las élites occidentalizadas en países de África, Asia y América Latina reproducen prácticas de racismo contra grupos etno-raciales inferiorizados donde los primeros ocupan posiciones de superioridad sobre los últimos. Sin embargo, dependiendo de la historia colonial de cada país, la inferioridad o superioridad puede definirse o marcarse por la línea religiosa, étnica o del color de la piel.
En la conceptualización de Fanon los sujetos localizados por encima de la línea de lo humano viven en la “zona del ser” mientras que aquellos sujetos que se localizan por debajo de dicha línea viven en la“zona del no ser” (Fanon, 2010). Esto hace que la regulación y la negociación sean implementadas para los sujetos de la “zona del ser” al tiempo que la desposesión y el robo se aplican a los sujetos de la“zona del no ser”. De ahí que la violencia funciona como excepción para los primeros y como norma para los segundos. En la colonialidad la cuestión racial es constitutiva de la organización del Estado y de las relaciones de opresión y es al mismo tiempo transversal a las relaciones de clase y de género; fenómeno que el sociólogo peruano Aníbal Quijano denomina como “la colonialidad del poder”(Quijano: 2000). Por otro lado, el pensamiento crítico de Frantz Fanon influyó de manera determinante en el análisis de las feministas estadounidenses que condujo a la elaboración de la “interseccionalidad”étnico/clase social/sexualidad/genero para explicar las identidades desde una perspectiva intercultural.
La identidad dominicana desde una perspectiva intercultural
En el pasado dominicano inmediato podemos encontrar signos sedimentados de discursos que se aproximan a una visión intercultural de las identidades sociales y políticas. Tal es el caso del texto El Colonialismo Ideológico y sus consecuencias políticas, escrito por Maximiliano Gómez -El Moreno- hacia finales de los años sesenta del siglo pasado. En este ensayo Gómez asume una posición crítica sobre la epistemología colonial y trata de demostrar como las izquierdas del país habían caído en el elitismo y el seguidismo de ideologías europeas cuyos esquemas de análisis nada tenían que ver con nuestra realidad. “Existe en la izquierda dominicana la tendencia a encontrar soluciones que históricamente el país demanda en las citas del camarada Mao Tse Tung, los libros de Marx, Engels, Lenin, Stalin, y las aportaciones teóricas de la Revolución Cubana, como si nuestras experiencias particulares fueran materias primas que necesitan para ser elaboradas de las factorías de las metrópolis del pensamiento marxista-leninista”. Esto lo escribía Maximiliano Gomez en el año 1969 a la edad de 26 años momento en que la organización que dirigía abría su política a las masas populares que se encontraban enfrentadas al régimen autoritario de Joaquín Balaguer. Para entonces el pensamiento del joven intelectual que más tarde fue asesinado en circunstancias todavía por aclarar daba cuenta de una crítica contundente al “colonialismo ideológico”, lo que puede considerarse como un antecedente importante de la presencia del pensamiento descolonial en la Republica Dominicana de la década de 1970. Esa tendencia errada –decía Gómez- ha traído al mundo la peculiaridad práctica de una izquierda cuyo accionar consiste en organizarse a sí misma, dejando de lado al pueblo, y en disputarse entre unos y otros el carácter de vanguardia del proletariado (1969).
El pensamiento político de Maximiliano Gómez lo llevó a convertirse en uno de los principales líderes políticos dominicanos de su tiempo. Su sensibilidad discursiva conecta con la de Fanon en cuanto a considerar como “vicio congénito” de la mayoría de los partidos políticos de izquierda en las regiones subdesarrolladas el haber asumido como válidos los esquemas del marxismo oficializado, lo que hizo que orientaran su acción hacia las élites más conscientes, el proletariado de las ciudades, los artesanos y los funcionarios, es decir, a una ínfima parte de la población que no representa más del uno por ciento. Antes que Maximiliano Gómez publicara su tesis política, Juan Isidro Jiménez Grullón, sociólogo y médico marxista, había planteado que durante todo un siglo “hemos seguido a merced del pensamiento europeo o del pensamiento yanqui sin tratar de fomentar una ideología propia”. Aunque Jiménez Gullón ha sido silenciado por la comunidad académica dominicana puede decirse de él que se trata de uno de los pensadores más importantes y desafiantes del siglo 20 no solo del país sino de todo el Caribe y la región latinoamericana. Su influencia en Gómez es notable y sus planteamientos sobre la sociología política y su crítica a la historiografía metafísica pueden servir de referencia para un pensamiento descolonial dominicano que se entrecruce con la crítica de la razón latinoamericana (Gómez-Castro: 2011). Más recientemente en un horizonte intercultural parece inscribirse el filósofo jesuita Pablo Mella con su texto Los espejos de Duarte (2014), donde el pensador aborda desde una singular teoría de los juegos de lenguaje los discursos de la identidad dominicana construidos alrededor del padre de la patria. Espejos de Duarte intenta decirnos que no tenemos una sino varias figuras, una pluralidad discursiva del padre y la patria y que los relatos que se imponen al respecto tienen que ver menos con una verdad esencial que con la relación entre saberes y poderes. La lucha por la identidad es entonces la lucha por el relato que de ella se tiene o mejor la lucha en el terreno de los discursos y los significados que se tienen acerca de las cosas, y la crisis de la identidad cultural dominicana resultante de su marco narrativo colonial no es una cosa menor políticamente hablando. Tomando en cuenta lo dicho concluyo que el éxito de la herramienta de lucha política que estamos impulsando para desplazar al PLD del poder se juega y depende en no poco de cómo sea discursivamente planteado el tema de la cultura y la identidad dominicana en la era de la red tecnológica global.
Cesar Mieses

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Antropólogo, miembro de la Red de Acción Política (RAP).

http://nuestrotiempo.com.do/2016/10/21/conceptos-antiesenciales-sobre-la-identidad-cultural-dominicana-y-otras-herejias-politicas/

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