El actor, experto en hacer intemporales a los grandes personajes históricos como Gandhi, Moisés, Lenin o Pericles, se transforma ahora en el visir Ay, el poder en la sombra del faraón Tutankamón, en una miniserie que se acaba de estrenar en España.
El actor asegura que se siente obligado a contar historias (CORTESÍA) |
EL UNIVERSAL
sábado 26 de diciembre de 2015 10:21 AM
Madrid.- El actor Ben Kingsley es experto en hacer intemporales a los grandes personajes históricos. Ha sido Gandhi, Moisés, Lenin o Pericles y ahora se transforma en el visir Ay, el poder en la sombra del faraón Tutankamón, en la miniserie que se estrena en España estas navidades.
"Desde el Antiguo Egipto todo ha cambiado y nada ha cambiado. Seguimos los mismos patrones de comportamiento. Los celos, el poder, la traición o la lealtad están en nuestro ADN. Las pasiones humanas son las mismas desde hace 4.000 años", dice el ganador de un Óscar y caballero de la Orden del Imperio Británico en entrevista con Efe.
Kingsley, que ha trabajado con grandes directores como Steven Spielberg, Martin Scorsese o Roman Polanski y es uno de los actores más reputados de la actualidad, se define a sí mismo como un "contador de historias".
"Me siento obligado a contar historias, no sé el porqué, pero es así. Y creo que cualquier actor tiene que sentir esa pasión absoluta y convicción de que no podría hacer otra cosa: tiene que ser algo imperioso", opina.
"Leo muchos guiones a la semana. A la hora de elegir no me importan tanto el personaje como el guión, el director, los actores con los que voy a trabajar y si el mensaje que transmite la película es inspirador".
Intrigas cortesanas, batallas épicas, relaciones incestuosas y grandes dosis de exotismo son los principales ingredientes de Tutankamón, una ficción que trae al espectador contemporáneo la vida del faraón más joven del Antiguo Egipto.
Subió al trono con sólo 9 años, pero el control de su reino estaba en manos de su círculo más cercano, encabezado por el visir Ay, junto con el general Horemheb y el sumo sacerdote Amón.
Las tensiones políticas se desatan cuando Tutankamón alcanza la adolescencia -papel interpretado por Avan Jogia- y descubre que sus habitantes viven en la pobreza más absoluta, lo que le impulsa a encontrar la manera de hacer suyo el poder de facto.
"Ay es el poder en la sombra, un hombre muy importante que acabó siendo él mismo faraón", describe Kingsley en una conversación telefónica. "Su gran habilidad es convencer a todo el mundo de que dice la verdad. Es un superviviente político y, en ese sentido, muy actual".
"El poder domina el mundo y nuestra vida diaria, el poder decide desde en qué gastamos nuestro dinero a quiénes pensamos que son nuestros enemigos y nuestros amigos. Y son decisiones que vienen de un grupo muy reducido de gente, para bien o para mal", reflexiona.
Incluso en la relación de los antiguos egipcios con los dioses, Kingsley encuentra ciertos paralelismos con el mundo contemporáneo.
"Estaban completamente fascinados con la idea del despertar de la tumba y encontrarse con los dioses. Nosotros tenemos nuestra propia versión de la inmortalidad, con los avances médicos y esas cosas", apunta.
Y no deja de ser irónico -matiza- pensar que el éxito de esta serie, que en su estreno en Estados Unidos el verano pasado llegó a 1,7 millones de espectadores, implica que han alcanzado esa mortalidad ansiada, aunque de otro modo al que pensaban.
"Gracias a que dejaron tanto material en sus tumbas, hoy podemos saber algo de ellos, maravillarnos con su genio artístico y con el retrato de sus vidas; y también hablar de ellos, escribir libros y hacer películas como esta. Han conseguido ser absolutamente inolvidables", afirma.
Tutankamón murió en misteriosas circunstancias, sin dejar hijos varones, y fue Ay quien le sucedió en el trono. La causa de su muerte sigue siendo un misterio. Unos investigadores creen que fue la malaria, otros hablan de problemas de salud congénitos, al ser fruto de un probable incesto; y algunos apuntan a un asesinato.
"Desde el Antiguo Egipto todo ha cambiado y nada ha cambiado. Seguimos los mismos patrones de comportamiento. Los celos, el poder, la traición o la lealtad están en nuestro ADN. Las pasiones humanas son las mismas desde hace 4.000 años", dice el ganador de un Óscar y caballero de la Orden del Imperio Británico en entrevista con Efe.
Kingsley, que ha trabajado con grandes directores como Steven Spielberg, Martin Scorsese o Roman Polanski y es uno de los actores más reputados de la actualidad, se define a sí mismo como un "contador de historias".
"Me siento obligado a contar historias, no sé el porqué, pero es así. Y creo que cualquier actor tiene que sentir esa pasión absoluta y convicción de que no podría hacer otra cosa: tiene que ser algo imperioso", opina.
"Leo muchos guiones a la semana. A la hora de elegir no me importan tanto el personaje como el guión, el director, los actores con los que voy a trabajar y si el mensaje que transmite la película es inspirador".
Intrigas cortesanas, batallas épicas, relaciones incestuosas y grandes dosis de exotismo son los principales ingredientes de Tutankamón, una ficción que trae al espectador contemporáneo la vida del faraón más joven del Antiguo Egipto.
Subió al trono con sólo 9 años, pero el control de su reino estaba en manos de su círculo más cercano, encabezado por el visir Ay, junto con el general Horemheb y el sumo sacerdote Amón.
Las tensiones políticas se desatan cuando Tutankamón alcanza la adolescencia -papel interpretado por Avan Jogia- y descubre que sus habitantes viven en la pobreza más absoluta, lo que le impulsa a encontrar la manera de hacer suyo el poder de facto.
"Ay es el poder en la sombra, un hombre muy importante que acabó siendo él mismo faraón", describe Kingsley en una conversación telefónica. "Su gran habilidad es convencer a todo el mundo de que dice la verdad. Es un superviviente político y, en ese sentido, muy actual".
"El poder domina el mundo y nuestra vida diaria, el poder decide desde en qué gastamos nuestro dinero a quiénes pensamos que son nuestros enemigos y nuestros amigos. Y son decisiones que vienen de un grupo muy reducido de gente, para bien o para mal", reflexiona.
Incluso en la relación de los antiguos egipcios con los dioses, Kingsley encuentra ciertos paralelismos con el mundo contemporáneo.
"Estaban completamente fascinados con la idea del despertar de la tumba y encontrarse con los dioses. Nosotros tenemos nuestra propia versión de la inmortalidad, con los avances médicos y esas cosas", apunta.
Y no deja de ser irónico -matiza- pensar que el éxito de esta serie, que en su estreno en Estados Unidos el verano pasado llegó a 1,7 millones de espectadores, implica que han alcanzado esa mortalidad ansiada, aunque de otro modo al que pensaban.
"Gracias a que dejaron tanto material en sus tumbas, hoy podemos saber algo de ellos, maravillarnos con su genio artístico y con el retrato de sus vidas; y también hablar de ellos, escribir libros y hacer películas como esta. Han conseguido ser absolutamente inolvidables", afirma.
Tutankamón murió en misteriosas circunstancias, sin dejar hijos varones, y fue Ay quien le sucedió en el trono. La causa de su muerte sigue siendo un misterio. Unos investigadores creen que fue la malaria, otros hablan de problemas de salud congénitos, al ser fruto de un probable incesto; y algunos apuntan a un asesinato.
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