Entrar a un segundo mandato sin rupturas claras con ese esquema es desgastante. De ganar, Danilo no encontrará el colchón político que le brindó la antipatía de Leonel. Será un gobierno predecible, aburrido y cansado.
Danilo llegó atado. Le adeudaba gratitud a Leonel por haber puesto el Estado a favor de su campaña, pero con la carga de sus contratistas como pasivo de la heredad. Estratégicamente, Danilo fue colocando a su gente en posiciones de grandes presupuestos, mientras el poder le devolvía las lealtades políticas abandonadas. A finales del segundo año, la vida le sonreía plácidamente al presidente: una popularidad épica sobre los escombros de Leonel, el control político de los órganos del partido y las insinuantes posibilidades de una reelección. Obviamente, no todo bajó del cielo. Se hizo un trabajo fino y callado a imagen y semejanza de la personalidad del gobernante; solo habló la indiscreta dermatitis de su cara. La inflamación alcanzó los tonos más acentuados precisamente en los tiempos en que Quirino llegaba al país con bultos llenos de lodos y facturas, esos que dejaron sin fuerza a los vientos de El León y que desataron la furia de los Castillo. El rostro del presidente me recordaba La Máscara de la Muerte Rojade Edgar Allan Poe. Sospechaba de las turbulentas presiones internas que sacudían su mundo interior, dejando que los hechos hablaran sin poder decir lo que hacía. Lo que siguió fue mejor de lo esperado: en un tiempo casi medido, Leonel se volvió un harapo, la prohibición constitucional fue desmontada, los furibundos Castillo salieron del Gobierno, el PRD se rindió a sus pies, la oposición política, lánguida y perezosa, siguió durmiendo mientras las encuestas han dejado en el techo la popularidad del presidente ¿Y a dónde se fue su dermatitis?…
La cara del presidente habló por su silencio. El rubor nos dirá cómo andan las tensiones disimuladas o la verdad callada. La dermatitis de Danilo, simple o atópica –poco importa– es más sincera que su palabra; sus matices desabrigarán las apariencias. No soy dermatólogo, mucho menos enciclopedista, como presume la media de los dominicanos, pero a pesar de lo que me digan los que saben, el presidente, de personalidad tímida y calculadora, somatiza su estrés. Su flácida piel nos dirá lo que la prudencia o la conveniencia tapan, sin reparar en las raíces genéticas, inmunológicas, alérgicas, infecciosas o emocionales de su afección cutánea. No me persuaden las teorías, creo más en la cara que en las pocas palabras del presidente. Su dermatitis es generosamente sincera, pero descaradamente desleal.
Danilo empieza a disfrutar su presidencia; luce relajado, confiado e imperturbable. Le tengo miedo a ese confort. Es generalmente el estado que preludia los envanecimientos del poder, aquello que algunos suelen llamar la cresta del trono. Me convence un presidente ocupado, pero también preocupado. En un momento parecido de su mandato, Leonel se “ocupó” de su proyección internacional haciendo diez viajes por año; estaba, sin embargo, muy despreocupado. Un presidente relajado es una tentación para el ocio y los negocios del poder, para las indulgencias y los inventos políticos. Por eso no es casual que regularmente la crisis de los gobiernos empiecen en la segunda mitad de sus periodos.
Una de las despreocupaciones de Danilo que más me ocupa es la corrupción. Esta realidad alcanzó niveles frustratorios cuando en la semana antepasada el gobierno hizo un destemplado llamado a sus funcionarios a presentar su declaración patrimonial. Es bochornoso ver cómo todavía un simple trámite genera tanta apatía sin un régimen de consecuencias reales. Si para esa menuda diligencia hay que rogar –o joder– tanto, habrá que imaginar para procesar judicialmente a un funcionario. La lucha en contra de la corrupción perdió interés en la agenda del presidente, si alguna vez lo tuvo.
No es ocioso recordarle a Danilo que lo que redime o condena a un presidente en la América Latina de hoy es su decisión frente a la corrupción, convertida en la principal demanda social de la región –Guatemala, Honduras, México, Panamá, Brasil–. Su espejo es Dilma Roussef, cuyos programas han inspirado en parte las políticas sociales del gobierno de Medina. Esta señora, a los quince meses de su gobierno, alcanzó un 77 % de popularidad, puntuación récord en la historia política de su país. Hoy, la misma señora está a punto de imponer otra marca: la más baja popularidad, con un 7.7 %, acosada por el infame escándalo de la estatal Petrobas, en el cual el 69.2 % de la población cree que ella tuvo algún tipo de culpa y el 62 % se muestra a favor de llevarla a un juicio político para destituirla del cargo. Las tendencias mundiales de la participación social en los procesos políticos recientes están transmitiendo mensajes claros a los gobiernos: abrir es mejor que tapar; investigar es mejor que archivar; la impunidad es más subversiva de la gobernabilidad que las crisis económicas.
Sepa el presidente que hay ojos detrás de sus ejecutorias, de las obras y contrataciones públicas, como las plantas de carbón, proyecto que ya algunos leonelistas aseguran que con su sobrevaloración el círculo político-empresarial del presidente pretenderá el posicionamiento económico que no ha logrado; le llaman eufemísticamente “La Tercera Línea del Metro”. Danilo no ha hecho nada distinto ni relevante en el tema de la corrupción pública. El modelo de gobierno de “haciendas” personales sigue inmutable y con los mismos ministros, ajados y, en algunos casos, repulsivos. Entrar a un segundo mandato sin rupturas claras con ese esquema es desgastante. De ganar, Danilo no encontrará el colchón político que le brindó la antipatía de Leonel. Será un gobierno predecible, aburrido y cansado. Un gran compromiso con la ética pública como eje de una nueva administración y con rostros nuevos deberá ser revitalizador, de lo contrario tendremos que acostumbrarnos a las erupciones cutáneas de un presidente frecuentemente en apuros. De ser así, el ingenio del pueblo lo llamará “el presidente de la cara roja”.
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