Para los apologistas del engaño y del tigueraje, la analogía más diacrónica es el RODILLO, ese instrumento pesado que lo destruye todo y alcanza su objetivo.
Desde la sociología, en nuestra sociedad estamos en un periodo de crisis, en una inocultable decadencia, en el espacio de la desintegración social. Dado que las normas sociales y políticas no están siendo validadas en la praxis social, como cantera de internalización y cambio, de expresión de una ambigüedad que solo encuentra sala en aquellos que se benefician del caos y de la inobservancia permanente de todo aquello que sirve para regularnos como entes sociales que posibilitan la conciencia social.
Esta disonancia social, expresión de la cultura del tigueraje y del engaño, propiciara una nueva norma emergente que traerá consigo movimientos sociales que desbordaran “la comodidad” del discurso. Esa cultura del engaño y del tigueraje, traerá como antesala de la historia, la actitud de la ruptura de la genuflexión, del acomodo, del silencio y del miedo.
Aquella frase lapidaria del Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, que se refería a los mexicanos, pero que es algo propio de la naturaleza cultural de los latinoamericanos, nos retrata. Decía “El mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de sí mismo. Temeroso de la mirada ajena, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco”. Ese volverse sombra, a través de la hipocresía social, desgarba, desazona y desguaza el campo necesario de un proyecto societal. La hegemonía partidaria en su proyecto de dominación política-cultural-ideológica, nos recrea su imagen de la realidad social. Así, el carácter dual de lo social, como realidad subjetiva y objetiva a la vez, se plantea como una contraposición que dificulta la construcción social de la realidad. La acción social, como dialéctica del sentido humano, como creación de la aprehensión, se yuxtapone. La conductividad estructural se traba.
Esa disonancia en construir la conductividad estructural, niega nuestra existencia como ser: Vive y vivencia. El núcleo dominante nos aliena, nos desdobla y nos hace encontrarnos con la falsa conciencia: Así hemos sido. Estamos bien. Nos envuelven en una epidermis incontrastable de individualidad. Nada más importante fuera de su “intimidad”.
Es esa “intimidad” política a la que juegan esa elite política, a la que Robert Mitchell, denominó la ley de hierro de la oligarquía. Asumen, desde la política, un patrón de conducta que dibuja un comportamiento, enteramente desviado, con el fin de alcanzar sus propósitos. Internalizados, desde la política, lo que Lipe Collado, llamaba el tigre gallo. La característica fundamental del tíguere según José Dunker, es la “habilidad para hacer lo que tenga que hacer, aunque tenga que violar las reglas establecidas y al mismo tiempo con una apariencia de honorabilidad”.
Silvio Torres Saillant, nos vendría a caracterizar el tigueraje intelectual en la sociedad dominicana, que más que valerse de los recursos intelectuales, se construyen una imagen de esa hermosa categoría sin realmente serlo. Lo que caracteriza el tigueraje, en gran medida es la apariencia, es el cinismo y la simulación. Es el arquetipo sin el más mínimo rubor de los dilemas éticos: a) Hacemos lo que resulta más conveniente; b) Hacemos todo lo necesario para ganar; c) Pensamos nuestras opciones con relativismo.
La cultura del tigueraje no se anida automáticamente a la cultura del engaño, pero la contiene. La cultura del engaño y del tigueraje se da allí donde el caos prospera y donde la debilidad institucional campea a flor de piel. Ella es el germen de la búsqueda de logros, de éxitos y de resultados, sin miramientos, sin normas y sin tomarlas en cuenta. Para los apologistas del engaño y del tigueraje, la analogía más diacrónica es el RODILLO, ese instrumento pesado que lo destruye todo y alcanza su objetivo.
El comportamiento político de las elites se configura en esa perspectiva y los partidos y las instituciones que lo sostienen juegan y son parte de esa cultura que destruye y cercena la vida social. Lo cual dificulta la interacción social, por la ausencia de la confianza. De ahí que el comportamiento político de la ciudadanía, que es la manera de cómo nos conducimos con el sistema político, no puede ser otro que marque una nueva forma de participar, que desgarre esa tipología primaria del ser humano y que se oriente en la dimensión de trascender a través de la reciprocidad con los demás.
Como decía Albert Einstein, si queremos resultados diferentes, no podemos seguir haciendo lo mismo. Desarticular la cultura del tigueraje y del engaño, no puede ser otro que asumir la autenticidad como corolario esencial de la plenitud existencial colectiva. http://acento.com.do/2015/opinion/8257681-cultura-del-tigueraje-del-engano-y-comportamiento-politico/
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