“La profundidad de la que no quieres emerger”
Mildred Minaya, periodista de profesión, ejecutiva, conservacionista, ha logrado en ocho años lo que cualquier buzo profesional ha soñado: explorar las profundidades en paraísos para buceadores, lugares de ensueño, como Jardines de la Reina, en Cuba; Islas Galápagos, en Ecuador; Gran Caymán, México; Honduras, Bonaire, Bahamas, Cozumel, o Tierra de las Golondrinas; Haití, Roatán, Mar Rojo, en Egipto; y las islas Turkos y Caicos.
Ella es una “Barracuda” consumada, que disfruta cada inmersión en el fondo marino, por placer de observar hermosas criaturas, o para sacar botellas, plásticos y cualquier objeto contaminante que lesione la biodiversidad marina, donde sobrevive una rica variedad de seres vivos que es necesario proteger.
La idea de aprender a bucear se originó en un ambiente de trabajo de la empresa donde Mildred es ejecutiva. Un amigo sugirió el nombre de una escuela de buceo y se organizó el grupo de siete personas, seis hombres y una mujer, de diferentes áreas: Desde ese día la dama del “team” es la dinámica Minaya. Allí nacieron “Los Barracudas”.
Por sugerencia de Eladio Fernández, fotógrafo submarino, escogieron a Golden Arrow Center, institución que certifica con los más rigurosos sistemas de seguridad. En octubre del 2010 el grupo de jubilosos jóvenes se certificó en La Caleta.
“Cuando vimos los pececitos de colores brillantes, los arrecifes, los corales de diferentes formas y tamaños, fue sensacional. Aprendimos de nuestro instructor Denis Bourret y desde la primera inmersión, a ser buzos responsables, a cuidar y proteger el medio ambiente, con conciencia ecológica”. Mildred pagó 3,500 pesos a un grupo de pescadores para que liberaran a un tiburón gata capturado, que iba a ser descuartizado en Cayo Arena, Punta Rusia, Montecristi.
Mildred aprendió que sumergirse en el fondo marino, bajar veinte, treinta metros, es una vía de escape al estrés y una oportunidad única de integrarse a la naturaleza. “Después no quieres subir a la superficie.“Eso me permitió conocer después muchos lugares del mundo. Bucear, sobre todo en República Dominicana, donde no tenemos las infraestructuras que facilita el turismo de buceo, implica empujar yolas rudimentarias, ayudar a los yoleros a sacar el agua, comer en tarantines, soportar picadas de mosquitos, uñas partidas por el manejo de equipo, y ponerse traje buzo de neopreno; olvidarse de maquillaje y demás, es decir, estar en un ambiente básicamente de hombres”.
Cuba: “Nadando con tiburones” “La primera inmersión con tiburones fue en Cuba, en Jardines de la Reina. Fue emocionante, sorprendente. Tenía la referencia de un consejo que me dio Eladio, quien me dijo que cuando te acostumbres a bucear con animales grandes no vas a querer ver más pececitos”.
Estaba nerviosa, temblando cuando vi todas estas aletas desde la superficie. Conté los tiburones cercanos: diez, doce. Superé el miedo y a los tres días nadaba con tiburones como si me hubiese criado en ese ambiente. Estuvimos una semana en alta mar, buceando tres veces al día. Fue un viaje inolvidable.
Isla Wolf, Galápagos.“Navegamos toda la noche. La nostalgia de estar en medio de este mar, incomunicados con el mundo exterior y el trajín propio de la preparación de cada buceo se vuelve sal y agua con la impresionante vida marina que nos recibe en el fondo. Esta cortina de peces Ojones se hace más densa. Me arropan en medio de esta masa de agua, interfieren mi conteo de tiburones martillos. Observo a dos tiburones Galápagos que confundí con los Silky. Luego, en cubierta, aferrada al arrecife volcánico, en un intento valiente de que la corriente no me arrastre, me maravillo con la aparición de seis rayas águilas que vuelan inmutables, serenas y señoriales.
Isla Santa Cruz, Galápagos. “Quiero una foto abrazada a un tiburón”. Provoco risas en el grupo. En el último buceo del viaje, donde se supone que no veremos tiburones, se me antoja una foto con tiburón. Mi última y única inmersión. Bajamos 17 metros. A la primera vuelta, dos tiburones Punta Blanca. Uno de ellos me pasa por el lado, desciende al suelo marino y allí se queda. Quieto, adormecido. Me aproximo con sigilo, sabiendo que invado su espacio. Avanzo y el Punta Blanca allí, posando para las cámaras, esperando que me acerque más y más. Una foto para todo el año. Sustituida tan solo por la foto del próximo encuentro”.
Isla Darwin, Galápagos. “Despuntando el sol, como niños obedientes saltamos de los asientos sorprendidos por la llegada de los primeros delfines de nuestro viaje. Buscamos las cámaras. Algunos atinan a atrapar los saltos divertidos de estas bellezas del mar. Vídeos y fotos de esta persecución divina quedan para contarlo. Y para que nos crean. Nuestro segundo buceo se corona con la imponente visita de un tiburón ballena a nuestro propio barco. Lo llena todo con su presencia. Todos nos lanzamos al agua fría. No creía que nadaba al lado de un enorme tiburón ballena, ver sus ojos desproporcionalmente pequeños y la anchura de su boca chata cubierta de rémoras oportunistas y parasitarias”.
Buceo y literatura “El buceo es mi pasión desde que lo descubrí en 2010. La práctica me ha dejado estas grandes recompensas:
1.- Valorar, respetar y conservar aún más los recursos naturales
2.- Conocer nuevas geografías países.
3.- Reafirmar mi otra pasión, la buena literatura.
4.- El valor del silencio. En el mar entro en un estado de contemplación, serenidad y paz infinitas. Cuando me sumerjo, se hace difícil volver a superficie. “La profundidad de la que no quieres emerger”.
Ella es una “Barracuda” consumada, que disfruta cada inmersión en el fondo marino, por placer de observar hermosas criaturas, o para sacar botellas, plásticos y cualquier objeto contaminante que lesione la biodiversidad marina, donde sobrevive una rica variedad de seres vivos que es necesario proteger.
La idea de aprender a bucear se originó en un ambiente de trabajo de la empresa donde Mildred es ejecutiva. Un amigo sugirió el nombre de una escuela de buceo y se organizó el grupo de siete personas, seis hombres y una mujer, de diferentes áreas: Desde ese día la dama del “team” es la dinámica Minaya. Allí nacieron “Los Barracudas”.
Por sugerencia de Eladio Fernández, fotógrafo submarino, escogieron a Golden Arrow Center, institución que certifica con los más rigurosos sistemas de seguridad. En octubre del 2010 el grupo de jubilosos jóvenes se certificó en La Caleta.
“Cuando vimos los pececitos de colores brillantes, los arrecifes, los corales de diferentes formas y tamaños, fue sensacional. Aprendimos de nuestro instructor Denis Bourret y desde la primera inmersión, a ser buzos responsables, a cuidar y proteger el medio ambiente, con conciencia ecológica”. Mildred pagó 3,500 pesos a un grupo de pescadores para que liberaran a un tiburón gata capturado, que iba a ser descuartizado en Cayo Arena, Punta Rusia, Montecristi.
Mildred aprendió que sumergirse en el fondo marino, bajar veinte, treinta metros, es una vía de escape al estrés y una oportunidad única de integrarse a la naturaleza. “Después no quieres subir a la superficie.“Eso me permitió conocer después muchos lugares del mundo. Bucear, sobre todo en República Dominicana, donde no tenemos las infraestructuras que facilita el turismo de buceo, implica empujar yolas rudimentarias, ayudar a los yoleros a sacar el agua, comer en tarantines, soportar picadas de mosquitos, uñas partidas por el manejo de equipo, y ponerse traje buzo de neopreno; olvidarse de maquillaje y demás, es decir, estar en un ambiente básicamente de hombres”.
Cuba: “Nadando con tiburones” “La primera inmersión con tiburones fue en Cuba, en Jardines de la Reina. Fue emocionante, sorprendente. Tenía la referencia de un consejo que me dio Eladio, quien me dijo que cuando te acostumbres a bucear con animales grandes no vas a querer ver más pececitos”.
Estaba nerviosa, temblando cuando vi todas estas aletas desde la superficie. Conté los tiburones cercanos: diez, doce. Superé el miedo y a los tres días nadaba con tiburones como si me hubiese criado en ese ambiente. Estuvimos una semana en alta mar, buceando tres veces al día. Fue un viaje inolvidable.
Isla Wolf, Galápagos.“Navegamos toda la noche. La nostalgia de estar en medio de este mar, incomunicados con el mundo exterior y el trajín propio de la preparación de cada buceo se vuelve sal y agua con la impresionante vida marina que nos recibe en el fondo. Esta cortina de peces Ojones se hace más densa. Me arropan en medio de esta masa de agua, interfieren mi conteo de tiburones martillos. Observo a dos tiburones Galápagos que confundí con los Silky. Luego, en cubierta, aferrada al arrecife volcánico, en un intento valiente de que la corriente no me arrastre, me maravillo con la aparición de seis rayas águilas que vuelan inmutables, serenas y señoriales.
Isla Santa Cruz, Galápagos. “Quiero una foto abrazada a un tiburón”. Provoco risas en el grupo. En el último buceo del viaje, donde se supone que no veremos tiburones, se me antoja una foto con tiburón. Mi última y única inmersión. Bajamos 17 metros. A la primera vuelta, dos tiburones Punta Blanca. Uno de ellos me pasa por el lado, desciende al suelo marino y allí se queda. Quieto, adormecido. Me aproximo con sigilo, sabiendo que invado su espacio. Avanzo y el Punta Blanca allí, posando para las cámaras, esperando que me acerque más y más. Una foto para todo el año. Sustituida tan solo por la foto del próximo encuentro”.
Isla Darwin, Galápagos. “Despuntando el sol, como niños obedientes saltamos de los asientos sorprendidos por la llegada de los primeros delfines de nuestro viaje. Buscamos las cámaras. Algunos atinan a atrapar los saltos divertidos de estas bellezas del mar. Vídeos y fotos de esta persecución divina quedan para contarlo. Y para que nos crean. Nuestro segundo buceo se corona con la imponente visita de un tiburón ballena a nuestro propio barco. Lo llena todo con su presencia. Todos nos lanzamos al agua fría. No creía que nadaba al lado de un enorme tiburón ballena, ver sus ojos desproporcionalmente pequeños y la anchura de su boca chata cubierta de rémoras oportunistas y parasitarias”.
Buceo y literatura “El buceo es mi pasión desde que lo descubrí en 2010. La práctica me ha dejado estas grandes recompensas:
1.- Valorar, respetar y conservar aún más los recursos naturales
2.- Conocer nuevas geografías países.
3.- Reafirmar mi otra pasión, la buena literatura.
4.- El valor del silencio. En el mar entro en un estado de contemplación, serenidad y paz infinitas. Cuando me sumerjo, se hace difícil volver a superficie. “La profundidad de la que no quieres emerger”.
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