La democracia más allá del Estado nación
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Según Dani Rodrik, economista de Harvard, es imposible tener de manera simultánea y plena soberanía nacional, democracia y globalización. El concepto de “trilema político de la economía mundial”, que Javier Solana también exploró recientemente, es útil, pero incompleto.
El argumento de Rodrik, elaborado en su nuevo libro, indica que demasiada globalización erosiona la soberanía de los Estados-nación, sometiéndolos cada vez más a fuerzas económicas y financieras que puede que no correspondan a los deseos de la mayoría nacional. Según esta lógica, un Estado autoritario puede funcionar mejor en un mundo globalizado, porque, por ejemplo, no está limitado por preocupaciones electorales.
Con menos globalización, la toma de decisiones democráticas dentro del Estado nación estaría menos restringida por fuerzas externas – en especial por las fuerzas de los mercados financieros – lo que significa que su alcance sería más amplio. La globalización y la democracia, sin el Estado nación, también es posible, a pesar de que Rodrik es escéptico acerca de si las instituciones democráticas podrían funcionar a escala global.
Por supuesto, Rodrik no retrata este trilema como una regla estricta e inamovible. Por el contrario, su objetivo es destacar los desafíos asociados con el fomento o mantenimiento de estos tres mecanismos institucionales, ya sea de manera parcial o de manera plena. Pero, para entender al máximo el concepto de Rodrik, es necesario dar cuenta de otra dimensión: los muchos niveles de gobernanza que existen en el mundo de hoy.
El Estado nación, administrado por el gobierno nacional, permanece como la piedra fundamental del orden internacional. Sin embargo, por debajo del Estado nación existen Estados (o provincias), ciudades y regiones que pueden tener sus propias estructuras de gobierno. Por encima, existen bloques supranacionales como la Unión Europea e instituciones globales, como por ejemplo las Naciones Unidas. Cualquier discusión sobre el trilema debe tomar en cuenta estos diversos niveles de gobernanza.
El argumento de Rodrik, elaborado en su nuevo libro, indica que demasiada globalización erosiona la soberanía de los Estados-nación.
No obstante, los gobiernos subnacionales no son considerados como tan distantes, y los ciudadanos a menudo sienten que aún pueden ejercer influencia significativa sobre los mismos. Como resultado, la tensión entre la democracia y la globalización parece ser menos aguda, por ejemplo, a nivel municipal. Ayuda el hecho que los gobiernos subnacionales se centren más en temas de nivel local – como lo son aquellos relativos a infraestructura, educación y vivienda – que no se perciben como temas fuertemente influenciados por la globalización.
En el extremo opuesto del espectro están las estructuras de gobierno supranacionales, como la UE. La UE no solo se ocupa a menudo de asuntos relacionados con la globalización, como el comercio; los ciudadanos de Europa sienten que la distante y desconectada “Bruselas”, sobre la cual tienen poca influencia, está quebrantando la soberanía de los Estados nación. Este sentimiento, que se encuentra ejemplificado por el voto Brexit, puede observarse a lo largo de toda Europa.
Las formas en las que estas dinámicas pueden complicar el trilema político de Rodrik se exhibieron de manera cruda en Cataluña, donde la tensión entre la democracia local y el Estado nación es aún más aguda que aquella entre la democracia local y la globalización. De hecho, muchos catalanes están más frustrados con el gobierno nacional de España que con la globalización o la UE. Lo mismo puede decirse de Escocia con respecto al Reino Unido.
En este contexto, un repliegue hacia dentro del Estado nación que rechace la globalización, tal como ocurre en Estados Unidos bajo el liderazgo del presidente Donald Trump, se torna aún más problemático, porque amenaza con resucitar todas las patologías económicas y políticas que el nacionalismo incitó en el pasado, y conlleva aún más amenazas.
En muchos países, si no en la mayoría, las ciudades son los centros de innovación y progreso, ya que la promesa de aglomeración, economías de escala y efectos secundarios positivos atraen a empresas de alto rendimiento. Los ciudadanos se sienten cercanos a sus gobiernos municipales y orgullosos de sus ciudades, pero su orgullo por su identidad no tiene las características dañinas del nacionalismo.
A medida que el Estado nación ceda parte de su poder a los gobiernos regionales, estatales o municipales, el trilema se debilita. Tanto la democracia, con su sentido de pertenencia concomitante, como la globalización, impulsada por ciudades cosmopolitas abiertas al mundo, pueden prosperar, sin causar que ningún país pierda su soberanía.
Los beneficios de tal abordaje podrían ser profundos. Sin embargo, existen riesgos serios. A medida que las áreas metropolitanas exitosas atraigan a una parte creciente del capital, la mano de obra calificada y la capacidad innovadora de un país, es probable que las áreas rurales en particular enfrenten un declive económico: menos oportunidades de empleo, cierre de hospitales y escuelas, así como deterioro de infraestructuras. Esa tendencia, como hemos visto, crea un terreno fértil para que los políticos populistas ofrezcan soluciones simplistas, enraizadas en ideologías extremas que siembran división y socavan el progreso.
Por esta razón es vital encontrar formas de ayudar, desde el principio, a aquellos que puedan quedar atrás a consecuencia de un sistema de este tipo. En esa situación, el Estado nación conservaría un papel importante, a pesar de que sería necesario lograr un equilibrio adecuado para evitar que el trilema se reafirme a sí mismo.
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