lunes, 13 de noviembre de 2017

Apenas hablaban de sus vidas - POR ANA LAFONTAINE

Apenas hablaban de sus vidas


Carretera Internacional entre Haití y Rep. Dominicana. (Fuente externa)
Ochenta años  después la imaginación que dio lugar al genocidio se ve repoblada de nuevos fragmentos discursivos que retroalimentan la enemistad dominico-haitiana. La tesis que quisiera desarrollar se enmarca en la pertinencia de un trabajo político cultural en el tratamiento de la memoria con vista a la construcción democrática dominicana. Esta tesis nos conduce principalmente a una genealogía de los discursos de las masacres y nuevas masacres cometidas en nombre de la identidad nacional, como planteamos a continuación.
La masacre del 37 como se le ha nominado viene a ser un punto ciego de la historia moderna dominicana y a la vez la ausencia de una escritura capaz de mirarse frente a su propio espejo. El miedo al otro, al vecino, al extranjero, al inmigrante ha impregnado los discursos que intentan justificar el genocidio en defensa de ideologías, territorios, razas, naciones.
El genocidio se produjo desde el 30 de septiembre hasta el 4 de octubre y se amparó en el discurso de la dominicanizacion de la frontera, proyecto perfilado desde inicios del siglo 20 y hecho realidad con la dictadura. Quiero aportar unas ideas sobre la legitimidad en el ámbito cultural que posterior al hecho desarrolló la dictadura como mecanismo de sellar la memoria de la masacre y afirmar la dominicanización.
La dictadura consolidó su  legitimidad con base en símbolos y prácticas sociales  a los que asignó el nombre de “dominicanidad”. A partir de 1938 fueron enviados a los pueblos de la frontera tres intelectuales-funcionarios a promocionar las ideas del régimen sobre el genocidio y la “dominicanidad”. Tres escritos sobre la Frontera se convirtieron en una serie de folletos de amplia divulgación entre los sectores letrados. Ramón M. Aristy (En la ruta de los libertadores, 1943), Prestol Castillo (Paisajes y meditaciones de una frontera, 1943) y Baltasar Miró (Cartones de la Frontera, 1944), autores que recorrieron los pueblos desde Dajabón hasta Pedernales luego de la masacre para divulgar la política de “blanqueamiento” en el contexto del centenario de la República en 1944.
Los textos reflejan una narrativa similar en la que se describe la geografía del lugar y la vida de la gente de la frontera con las impresiones de los funcionarios, lugar desolado y poblado de rayanos y castizos. El análisis del discurso muestra que los funcionarios fueron más allá de hacer propaganda a la política del régimen trujillista. Buscaron sellar la memoria y fijar el nacionalismo en la vida de la gente y en los símbolos socioculturales.
Estos escritos de la frontera son la narrativa de la dominicanización de la dictadura, ofensiva cultural propia de todo régimen totalitario.
No solo en los folletos sino en gran parte de la escritura del  momento se pueden rastrear el racismo y el autoritarismo  a través del planteamiento de lo nacional y lo dominicano. Esto fue:
• La finalización del tramo de la carretera internacional.
• El cambio de nombre de pueblos y comunidades…. por nombres “dominicanos”….
• El cierre de la frontera en 1939.
• El territorio con tres nuevas provincias entre 1938-1942: “Libertador hoy Dajabón, San Rafael hoy Elías Piña y San Juan como provincia Benefactor.
• Construcción de locales del partido dominicano, fortalezas y militarización de la frontera, dominaron el espacio a lo largo- ancho y dejaron por sentado la presencia de un Estado fuerte  que controlaba el territorio.
• Colonias agrícolas creadas con inmigrantes blancos y asiáticos entre 1938 y 1940.
• Obligación a la población campesina a cultivar 10 tareas.
Crimen de Estado y prácticas sociales
El paisaje, la gente y sus prácticas sociales en la frontera fueron elementos hábilmente utilizados por los funcionarios y por la intelectualidad de la época que le hacia el juego al dictador con tal de mantener sus privilegios y alcanzar posiciones de poder.
M. Aristy en la primera parte de su texto expresa que la frontera es un lugar de guazábaras, cambrón, sequía, superstición y ranchos antihigiénicos. Prestol Castillo parte de la pregunta sobre el origen del habitante de la frontera. ¿Somos distintos de Haití? Muestra el fundamento racista de sus argumentos. La población se describe  rayana, el término rayano procede del siglo 18 colonial para designar a los habitantes de la raya que dividía el territorio ocupado por franceses y españoles. El rayano se convirtió más tarde en montero, marotero, conuquero, campesino…
“El marotero es el que siempre cruzó la frontera por los lazos ancestrales con Haití” escribe Prestol Castillo. Los escritos sobre la frontera califican a los trabajadores de la tierra como mendigos y vagos, peones en los montes. Rayano, castizo, negro fueron nombres-residuos del haitiano. Presentado como bandolero y perseguido por la justicia en la escritura de Baltasar Miró. Todo tipo de calificaciones sociales aplicadas a grupos trabajadores para vincularlos a lo bárbaro y así criminalizarlos. El rayano representa una alteración biológica porque ha heredado un perfil social primitivo y fetichista.
Los autores reconocen la negritud de la población fronteriza. Pero hacen un esfuerzo por argumentar el blanqueamiento. En Prestol Castillo “el negro nuestro fue espiritualmente, un español…” Para Aristy y Miró existían dos tipos de “negros”, el negro puro dominicano y el castizo, una alteración síquica. Contrario a esto desnudan al criollo como figura opuesta al rayano. El criollo es el nativo-propietario, arrendador de tierras, terrateniente, ganadero, rentista… y es culpado también por complicidades de convivencia con el vecino conuquero. El “conuco” se presenta como herencia haitiana muy lejos del romanticismo en muchos de los textos de historia dominicana.
Nuestros autores  arremeten contra el intercambio comercial y cultural en la frontera. El sistema de convivencia se describe como una amenaza cultural. El comercio transfronterizo  como contrabando, comercio ilícito de alcohol, viandas y mercancías. La frontera fue cerrada en 1939, no se podía cruzar sin una autorización del régimen y la violación se pagaba con la cárcel o la muerte.
El vudú y el creol en la región fronteriza eran prácticas comunes, Prestol Castillo lo relaciona con una cultura atrasada, cultura campesina, “productos que han fructificado en las bajas clases, especialmente en las campesinas”. Dajabón fue definido “pueblo del creol y de los castisos”, “español averiado”, forma despectiva de reconocimiento.
Los autores definen el vudú un canto desesperado y ebrio de la tambora, bailes de “marinbas”, y costumbres heredadas del haitiano… negadas para proponer la música del régimen. Al hablar de la Obra de Trujillo en Loma de Cabrera, Prestol Castillo dijo:  Una música surge de la tierra como raíz, y luego como bandera se levanta: el merengue, es nuestro canto nacionalista….
… El clerén, bebida común y clásica, fue prohibido tanto para el comercio como para el consumo: “Haití, es clerén, mito y misterio. Dominicana es patria de Duarte, Santana, Duvergé, Florentino y Elías Piña”.
Estos textos leídos durante largas décadas por nuestros estudiantes y contrabandeados como literatura construyeron una identificación de lo dominicano en oposición a Haití. Lo antihaitiano reconfigurado como “dominicanidad” por la dictadura. La ofensiva cultural borraba de esta manera aquellos rasgos de la diversidad del mundo de la vida en la frontera y en población en general para “ajustar” una “cultura nacional” propia de un régimen autoritario y totalitario.
Lo compartido en la frontera durante siglos fue negado de raíz… para acomodar la política estatal-autoritaria. Los escritos refieren una narración lineal de la historia y asimilar el pasado fronterizo a lo oscuro, lo sombrío, lo dramático y el presente (trujillista) a la “luz” y el “progreso”. El pasado dramático aparece como corte en 1937, el genocidio marca un recomienzo, divide lo blanco de lo negro, lo culto de lo inculto, lo civilizado de la barbarie. Así la dominicanización representó una ruptura con el tiempo, un renacimiento donde la dictadura opone “mundo viejo” y “mundo nuevo”.
Los escritores de la frontera pasaron a ser la narrativa de la dictadura, la dominicanización que sellaba el horror de la masacre, una ofensiva cultural propia de todo régimen totalitario.
La población frente a lo que estaba ocurriendo. Resulta interesante como captó Ramón M. Aristy el desconcierto de la gente ante tal intervención discursiva. Al entrevistar a empelados y a pobladores de Comendador (Elías Piña) sobre las obras de Trujillo que se ejecutaban escribió:
Hablé con mucha gente en Elías Piña. De lo que oí a técnicos, funcionarios públicos y al simple trabajador, saqué sencillas conclusiones sobre el futuro que esperaba a aquella región, que ya casi se nos escapaba. Algunos niños y uno que otro campesino nativo del lugar a los cuales difícilmente se les arrancan palabras, me dijeron, en ocasiones, tanto como aquellos o quizás más. Los primeros hablan en términos claros de la obra de dominicanización y comprenden su significado, describen el ambiente sin omitir su criterio; los otros simplemente, respondiendo a la preguntas hablan de sus vidas en aquellas tierras (Aristy, 1943).
La legitimidad de la obra trujillista provino de los intelectuales-funcionarios y empleados que elogiaban aquello que ayudaban a construir. Y habla del desconcierto de la gente, de esos otros citados por M. Aristy que apenas contestaron sus preguntas, no magnificaron a Trujillo y que apenas hablaban de sus vidas.
(*) Exposición de la autora en seminario con motivo de los 80 años de la masacre de 1937 organizado por Fundación Juan Bosch-Intec-Centro Bono-UASD y varias organizaciones de la sociedad civil. 
http://nuestrotiempo.com.do/2017/10/22/apenas-hablaban-de-sus-vidas/
Ana Lafontaine

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Estudios de historia dominicana.

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