¿Otra vez ‘El expreso de medianoche’?
Idil Esser, directora de Amnistía Internacional en Turquía, cumplirá años este sábado en prisión sometida a la perspectiva de 16 años encarcelada por ser quien es: defensora de Derechos Humanos
Madrid
El día ocho de octubre vi la noticia a través de teletipos de agencia: la fiscalía pedía 16 años de cárcel para Idil y Tanner, la directora y el presidente de Amnistía Internacional en Turquía, y nueve defensores de derechos humanos. El cinco de julio, apenas unos meses antes, tendría que haber sido un día normal para Idil Esser. Asistió a un taller sobre bienestar y seguridad digital con compañeros de otras organizaciones de derechos humanos en Estambul; el tipo de reuniones que se organizan cada semana en todo el mundo. El taller consistía en debates abiertos sobre las dificultades que encuentran y formas prácticas de abordarlas.
Pero durante el taller, la policía irrumpió en el edificio y los detuvo a todos. Inicialmente, los llevaron a diferentes comisarías de policía en Estambul y después estuvieron recluidos varios días en la Dirección de Seguridad, la principal jefatura de policía. El 18 de julio comparecieron ante un juez tras haber solicitado la Fiscalía que se los enviara a prisión en espera de juicio.
El fiscal les hizo preguntas absurdas. A Idil le preguntaron sobre una campaña de Amnistía Internacional de 2014, que tuvo lugar más de dos años antes de que se incorporara a la organización, y sobre el hecho de que hubiera hablado con Taner, el presidente de Amnistía Internacional Turquía encarcelado: ¿qué habría de extraño en que ambos hablaran entre sí?
Estas detenciones constituyen los intentos más recientes de silenciar las voces críticas en Turquía.
Conocí a Idil en Barcelona, donde celebrábamos una reunión de directores de la organización. Era 17 de julio del año 2016. Un día antes había habido un intento de golpe de Estado en Turquía que dejó decenas de muertos y heridos. Ese día, por la mañana, Idil se levantó de su silla, agitó con vigor su larga melena blanca y nos dijo que iba a regresar a Turquía, que en esos momentos de máxima zozobra su deber era estar con su gente y que, además, alguien tendría que cuidar de su gato Pamuk. Lo que vino después fue una desgracia para los derechos humanos: se han abierto investigaciones penales contra, aproximadamente, 150.000 personas, al menos 180 medios de comunicación han sido cerrados, y se calcula que 2.500 periodistas y trabajadores de medios han perdido su empleo. Más de 140 periodistas están en prisión a la espera de juicio.
Disentir se ha vuelto una actividad peligrosa en Turquía y ahora incluso se ataca a los defensores y defensoras de los derechos humanos.
Disentir se ha vuelto una actividad peligrosa en Turquía y ahora incluso se ataca a los defensores y defensoras de los derechos humanos
Estos 11 hombres y mujeres han puesto en peligro su propia seguridad para defender a otras personas. Ninguno de ellos ha hecho nada malo. Turquía los ha encarcelado, como ha encarcelado a cientos de periodistas y otras personas, y con ello alimenta la propaganda de que los defensores y defensoras de los derechos humanos son de alguna manera peligrosos y hay que pararlos. Esto es ridículo y, simplemente, no es cierto.
Siete de los ocho defensores y defensoras de los derechos humanos están en la cárcel de Silivri, en Estambul, la prisión de mayor seguridad de Turquía. Idil, y los otros defensores, no pueden recibir cartas y solo se les permite una visita semanal supervisada de una hora con sus abogados y familiares más cercanos.
Ella no tiene familia por lo que, salvo su abogado, nadie la visitó hasta septiembre, cuando finalmente se aprobaron las solicitudes de sus amistades para poder hacerlo. Se les permite leer libros y periódicos, pero no pueden recibir cartas del exterior. Están recluidas con otra persona, pero no pueden verse entre ellas.
Como indicaba recientemente Salil Shetti, Secretario General de Amnistía Internacional, que pudo visitar hace unos días a Idil: “De todas las prisiones del mundo en las que he estado, Silivri —el mayor centro penitenciario de Europa— es la más sofisticada y la más intimidante. Tras pasar por su impresionante entrada y ser sometido por los atentos guardias penitenciarios a registros corporales, detectores de metal y un escaneo del iris, me encontré en una enorme ciudad de cemento. Pero a pesar de su tamaño —Silivri está concebido para alojar a un máximo de 17.000 personas— el recorrido por el complejo está inquietantemente desierto. Sólo el ocasional ruido metálico de una puerta o el agudo sonido del silbato de un guardia rompen el opresivo silencio”.
Según hemos sabido tras la visita Idil es la misma Idil que siempre hemos conocido y amado: sonriente y positiva. “Estoy bien”, le dijo a Salil. “¿No lo ves? Estoy haciendo yoga y deporte, aprendiendo ruso, leyendo todos los periódicos y manteniéndome ocupada”.
La Idil que conocí en Barcelona es la misma Idil optimista y luchadora que está en prisión
Pero a pesar de eso, Idil reconoce que su aislamiento es muy duro. Aunque comparte celda con otra mujer, no ha podido siquiera hablar con los demás defensores y defensoras de los derechos humanos, como Özlem Dalkıran, a la que detuvieron al mismo tiempo que a ella. “Özlem está a sólo tres puertas, pero si quiero saber algo de ella tengo que buscarlo en los periódicos”.
La Idil que conocí en Barcelona es la misma optimista y luchadora que está en prisión. “Dile a todo el mundo que no se preocupe”, dijo cuando Salil se disponía a marcharse. “Estoy dispuesta a pagar el precio de mi decisión de trabajar en los derechos humanos y no tengo miedo. Mi estancia en prisión ha hecho que me sienta aún más comprometida con la defensa de mis valores. No voy a ceder”.
Pienso en ellal, y en que mañana sábado cumplirá años en prisión, sometida a la perspectiva de un futuro sombrío de 16 años encarcelada sobre la base de insinuaciones y falsedades. Leer este papel lleno de mentiras me retrotrae a mi adolescencia y a la película El expreso de medianoche, que describe la detención de un joven estadounidense por parte de la policía turca, y cómo el mal trato y las torturas sufridas en prisión representaban un intento de castigar a los traficantes y consumidores de droga. Me pregunto si la detención y acusación de Idil, Tanner y los otros nueve defensores de Estambul no es un intento de castigar, para que no hablen más, a aquellos que creen en los derechos humanos y los defienden aún a riesgo de perder años de vida en libertad. Se equivocan las autoridades de Turquía si piensan que Idil va a renunciar a ser lo que es aunque, como me escribió hace unos días, eche de menos la música, a Pamuk y estar libre con sus amigos.
Esteban Beltrán es director de Amnistía Internacional España
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