lunes, 7 de noviembre de 2016

La tentación del ultraprogresismo / @NassefPerdomo Nassef Perdomo Cordero

La tentación del ultraprogresismo

Nassef Perdomo Cordero - 7 de noviembre de 2016 
nassefLas elecciones presidenciales estadounidenses se celebran esta semana. Como cada cuatro años, existe un alto interés en nuestro país por un proceso electoral que se celebra en la segunda nación del mundo con mayor población dominicana.
Uno de los debates más interesantes que se ha suscitado se produce en los sectores a la izquierda del centro político. El punto central del mismo es si la amenaza de una administración Trump (y el subsiguiente dominio ultraconservador de la Suprema Corte) es motivo suficiente para votar por una candidata a la que se considera más que imperfecta.
El argumento es el siguiente: algunos sectores de la izquierda entienden que Clinton se encuentra demasiado ligada a los sectores bancarios y la consideran responsable de los daños que produce la política exterior estadounidense en otros países. Por respuestas, los que sí apoyan a Clinton entienden que estas críticas son válidas y discutibles, pero que la alternativa a la candidata demócrata representa un peligro existencial a una de las democracias más pobladas, poderosas y antiguas del mundo. Argumentan que Trump se ha manifestado contra los derechos de los inmigrantes, las personas de color, las mujeres y los LGBT.
Por respuesta, los opuestos a apoyar a Hillary dicen que esos argumentos son chantaje, que no están obligados a votar por “el menos malo”, que ese tipo de resignaciones políticas es lo que tiene atrapada a los ciudadanos estadounidenses entre candidatos insatisfactorios. Que lo correcto es apostar por candidaturas minoritarias que puedan crecer a futuro: como el Partido Verde.
Para cierta izquierda, los valores progresistas son absolutos y deben ser alcanzados de manera inmediata. La democracia y sus dificultades ocupan un lugar secundario, complementario. Ellos han determinado cuáles son los problemas, y las soluciones a adoptar. Sus posiciones son inflexibles porque su justicia impide ceder en lo pequeño y en lo grande.
Pienso que en esta respuesta radica la respuesta no sólo a por qué son indiferentes a los resultados de una administración Trump, sino también por qué no logran sumar los votos suficientes para ser políticamente exitosos.
Para cierta izquierda, los valores progresistas son absolutos y deben ser alcanzados de manera inmediata. La democracia y sus dificultades ocupan un lugar secundario, complementario. Ellos han determinado cuáles son los problemas, y las soluciones a adoptar. Sus posiciones son inflexibles porque su justicia impide ceder en lo pequeño y en lo grande.
Este tipo de posturas es incompatible con la democracia, un sistema en el cual las mayorías se construyen sobre la base de acuerdos y los acuerdos son, por definición, renuncias mutuas. Quien actúa en el escenario democrático no puede pretender que los demás se plegarán a sus posiciones sin obtener apoyo para las propias. Quien ve debilidad en la cesión y virtud en la intransigencia no actúa como un agente democrático. Y esto es lo que estos sectores encarnan, una ideología progresista carente del reconocimiento de valor en la opinión ajena.
Ignoran que, en democracia, los grandes logros sociales se han alcanzado por alianzas entre sectores que muchas veces tenían intereses encontrados, pero que decidieron acomodar para lograr un fin ulterior. Sorprendentemente, también ignoran que el gran logro de los sectores conservadores y ultraconservadores ha sido enfrentar unos a otros a los menos favorecidos. Es, por ejemplo, lo que ha mantenido a los Republicanos como una opción viable en la política nacional estadounidense: han logrado enfrentar a la clase trabajadora blanca con las clases trabajadoras de color.
Pero nada de esto es relevante para estos sectores que, carentes de sentido histórico, que prefieren que los Verdes obtengan su eterno resultado pírrico aunque Trump sea presidente. Imbuidos de un inquebrantable sentido de su superioridad moral, llegan a afirmar abiertamente que quizás el desastre del trumpismo es lo que hace falta para que las cosas mejoren a largo plazo.
Este es un razonamiento transparentemente apocalíptico que revela importantes coincidencias entre ellos y las doctrinas más radicales del cristianismo. Asumen que un colapso del sistema traerá sufrimientos, pero que esto servirá para purificar al electorado y exorcizar de éste los demonios ideológicos que les impide apoyarlos. 
En buen español, entienden que es aceptable que las mayorías que dicen defender sufran el recorte de sus derechos por no haberles apoyado.
Este mesianismo no sólo les impide llegar a acuerdos con otros sectores sociales, sino que también es causa importante de su fracaso en lograr éxitos electorales. Como para ellos el poder no se alcanza sobre la base de acuerdos, sino que lo merecen por ser más puros que los demás, no se preocupan en construirlo. No dedican sus esfuerzos a fomentar candidaturas municipales y locales. En estas tendrían mayores de éxito y por tanto de beneficiar a la ciudadanía con sus políticas públicas. Tendrían, además, mayores probabilidades de éxito en la construcción paulatina de un proyecto político capaz de disputar con los grandes partidos.
Pero no, quieren ganar la presidencia para desde ella “cambiar” la política a pesar de que no contarán con legisladores que les apoyen. Vale decir, juegan a la ruleta rusa con la esperanza de lograr un “buen tirano”, un déspota ilustrado que salve al pueblo de sus propias preferencias.
Si no, les da igual que un xenófobo autoritario gobierne la democracia más potente del planeta.
Y aquí es donde los extremos terminan de tocarse. Porque no sólo comparten la idea ultraconservadora de que se necesita un ungido progresista que a fuerza de voluntad doblegue todas las instituciones y a la sociedad misma, sino que, en todo caso, si no lo logran, entonces prefieren que gobierne el ungido ultraconservador antes que la demócrata impura.
Al final, valoran más la pureza ideológica que a la democracia misma. Y eso es, indefectiblemente un juicio sobre la masa de ciudadanos que no comparte todo su programa. Esa masa de ciudadanos que dice querer proteger, pero cuyo destino sólo es importante en la medida en que es un instrumento para lograr la aplicación de su programa ideológico.
Esta visión mesiánica-apocalíptica no es inevitable. No toda la izquierda es así. Ni siquiera la antisistema. Un bien ejemplo de ello son los movimientos políticos surgidos en Europa del Sur como fruto de la crisis. Particularmente PODEMOS en España y Syriza en Grecia. Movimientos que han sido duramente criticados por algunos de sus simpatizantes originales precisamente porque han decidido jugar actuar en el contexto democrático. Pero que también –particularmente en el caso de PODEMOS- han construido su proyecto político sobre la base de la participación política local.
También Portugal es buen ejemplo de una comprensión aglutinadora e inclusiva de la democracia. Allí los socialistas, los verdes, los comunistas y el “Bloque de izquierda” han puesto de lado sus diferencias para formar gobierno. Todos tendrán que ceder, pero lo asumen como parte de la lógica democrática que defienden.
La democracia es un sistema de gobierno impropio para quienes pretenden que sus posiciones son puras y no requieren de la validación de las mayorías. También es el sistema en el cual las elecciones son un momento de decisión en el que hay que decidirse entre opciones imperfectas. Y eso implica que cuando no se es mayoría a veces, como dice Chomsky, hay que votar por el que se considera menos malo.
Quien condiciona su voto a que los candidatos reflejen la totalidad de sus convicciones en realidad lo que está haciendo es afirmando que sólo sus ideas son válidas y que quien no las compartes todas está irremediablemente contaminado. Tiene derecho a ello, pero le hace un flaco servicio a la democracia.
Pero, además, aunque el voto es un derecho individual, su ejercicio se produce en un contexto colectivo y afecta la vida de los demás. Quien lo deposita afirma cuáles son sus prioridades y, en un contexto como el de las elecciones estadounidenses de este año, esa afirmación es particularmente importante. El ultraprogresismo que no distingue entre las consecuencias de que gobierne Trump o Clinton tiene vasos comunicantes con el ultraconservadurismo que sostiene al candidato republicano. El más peligroso de todos es esa expectativa de lograr que se impongan soluciones ideológicamente puras en una democracia.
Mientras tanto, del resultado de estas elecciones depende el futuro inmediato de los menos favorecidos en EEUU, que incluyen cientos de miles de emigrantes dominicanos y, por vía de consecuencias, las familias aquí que todavía dependen de ellos.- http://acento.com.do/2016/opinion/8398905-la-tentacion-del-ultraprogresismo/
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Nassef Perdomo Cordero

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