Rafael Piñeiro López
José Saramago, el premio Nobel de literatura, dijo alguna vez que el régimen cubano había defraudado todas sus ilusiones. Ocurrió específicamente en el mes de abril del año 2003, tras el fusilamiento de “los tres negritos”, como popularmente se conoció a la causa que dio inicio a los hechos de la terrible Primavera Negra. Pero el escritor portugués volvería al redil no mucho después, visitando a la isla tenebrosa y elogiando a sus líderes y sus políticas dictatoriales.
Saramago, vale decirlo, no era un discípulo de Gramsci como el semiólogo Noam Chomsky. José fue más bien un tonto útil, uno de estos intelectuales resentidos que terminan prestando servicios de marketing al dictador izquierdista de turno. Personajes como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gabriel García Márquez, Benedetti, Vázquez Montalbán y muchos otros rompieron lanzas en más de una ocasión por la “revolución” cubana, encandilados por el mito del socialismo proletario y empujados, sobre todo, por sus odios y recriminaciones al capital.
Robert Nozik nos dice que el diseño occidental de los sistemas educativos ha fabricado y alimentado la soberbia de los hacedores de palabras. En las escuelas triunfaron, allí fueron considerados superiores al resto. Les enseñaron que la recompensa es secundaria al éxito intelectual. Y esa recompensa se aviene al mecanismo distributivo de los sistemas centralizados. Una vez fuera de los recintos educacionales, el intelectual sucumbe lastimosamente ante la sociedad, culpando de ello a las imperfecciones del capital.
Es cierto, estoy generalizando. Pero digamos que por regla general el resentimiento del intelectual proviene de su fracaso. De allí esa naturaleza orgásmica que sacude a todos estos hacedores de palabras cuando se relacionan con los regímenes centralizados de izquierda, donde la competencia del pragmatismo empresarial no es un problema.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario