¡Otra vez! Otra vez el mismo sonsonete. La danza de los millones, del crecimiento económico y de la extrema desigualdad que bailarán unos pocos con la partitura de siempre: un modelo deshumanizante, elitista y socialmente excluyente, la endémica debilidad institucional que permite el peculado impune, la escandalosa acumulación de riquezas.
De nuevo, saltando sobre los hoyos fiscales taponados con impuestos y un endeudamiento que expone a República Dominicana a hundirse en la insostenibilidad financiera, la economía brinca alto, se infla en 2014 sobre la media latinoamericana con 7.1% del Producto Interno Bruto (PIB).
Pero, ¡por favor!, bájenle el tono a las trompetas y tambores que pregonan la multiplicación de riquezas no compartidas con más de medio país en vulnerabilidad y pobreza. Al igual que en el decenio anterior, la bonanza no se “derrama”, no se siente. Sí la inconformidad, el estrés del día a día cuando el dinero no alcanza.
Como siempre bailará una minoría, la quinta parte de la población que se apropia la mitad de los ingresos, entre ellos políticos corruptos, empresarios rentistas y evasores de impuestos, contrabandistas y lavadores de activos, excluyendo del festín a los pobres y clase media que, imperturbable, sumisa o en silencio cómplice, los deja hacer y deshacer, apoderarse sin sanciones del patrimonio estatal.
¡Cuidado! Que la inequidad en la distribución de la renta no siga siendo piedra de escándalo entre los condenados a la pobreza, pobreza crónica, multidimensional, que los narcotraficantes aprovechan para involucrarlos en el tráfico y consumo de drogas, sin perdonar siquiera a los niños.
¡Cuidado!, que con igual vigor con que se expande la economía, la tensión social se acrecienta en capas medias y bajas, hastiados de ajustes y desajustes, de interminables reformas fiscales sobre sus hombros desde que el país tomó la ruta del endeudamiento irresponsable.
Otra vez el mismo pentagrama económico: nuevas riquezas, la mitad ajenas, al seguir aferrado el gasto público a préstamos sin frenos ni controles. Por eso, en medio de tanta algarabía se oyen notas discordantes: la deuda pública volvió a tomar peligrosas alturas y cerró en 2014 en US$32,179.6 millones, 51% del PIB.
El camino fácil. En en vez de apostar al ahorro interno, a la productividad y competitividad, se retoma el camino fácil: préstamos y tributos, arrojando 67% del pesado fardo impositivo sobre la población de menores ingresos que pagan los platos rotos. La misma a la que transfirieron gran parte de los sucesivos déficits fiscales desde 2008, desequilibrando la economía del hogar con otra reforma tributaria para tapar el agujero financiero de 2012. Y que en 2015 sigue afectando los presupuestos familiares al rojo vivo, en llamas como la creciente violencia que ensangrienta al país y acentúa la inseguridad ciudadana.
¡Otra vez! Festejan el crecimiento de una economía de endeble competitividad, donde los que más crecen son los sectores que menos empleos aportan. Por favor, bájenle el tono, despertará la ira en los “Ni-Ni” o los “Sin-Sin”, los jóvenes excluidos de la educación y del empleo, un tercio de la población. Manos varadas, mentes ociosas, un potencial desperdiciado.
Que la música no la oigan las madres que lloran la muerte de once niños por falta de oxígeno, las madres desgarradas ante los cadáveres de hijos acribillados en “intercambios de disparos”, porque erradamente siguieron los pasos de ladrones de saco y corbata que roban el dinero que en salud, educación y empleo debe llegar a los pobres.
Que la fanfarria no la oigan 1.5 millones de dominicanos que pasan hambre, como revelan los fallidos resultados de los Objetivos del Milenio para 2015. Son parte de más de cuatro millones de pobres, como los que hurgan en zafacones o tienen por oficio “bucear” en basureros, los que viven bajo puentes o las familias del Hoyo de Pepe hacinadas en condiciones primitivas entre rocas.
Una cueva infernal, horrenda, contrario a la de “La Majagüita”, valiosa por la belleza de su arte rupestre, en peligro por estar ubicada en Loma Miranda, que a contrapelo del daño ecológico en bosques y ríos se proponen explotar, como otras concesiones mineras otorgadas a empresas extranjeras, sin importar la destrucción ambiental.
De nuevo los invariables bemoles, a diferencia de que la tasa de pobreza era de 32% en el 2000 y hoy se remonta al 40%, sin contar la indigencia que arrastra por las calles a ancianos y dementes pedigüeños.
Por favor, que las estridencias no se oigan en barrios urbanos y rurales de 24 provincias con tasas de pobreza sobre la media nacional: Elías Piña, 77% de su población; Pedernales, 68%; Baoruco, 66%; Independencia, 65%; Santiago Rodríguez y Dajabón, 64%; Barahona, 62%; Azua, 61%; Monte Plata, 60%, y El Seibo, 53%.
¡Otra vez! Los mismos sostenidos musicales: la resistencia a cambiar el modelo de desarrollo excluyente. Persiste por más que diseñen estrategias y las aprueben por ley.
En el pentagrama gubernamental se escuchan notas distintas: apoyo a la pequeña empresa y la educación, el 9-11, pero aún está pendiente la transformación requerida en el sistema político, económico y social.
¿Acaso políticos y empresarios lo harán por motu proprio sin una fuerte presión social como la que derivó en el 4% a la educación? ¿Es que los que viven en su burbuja de confort dan muestras de solidaridad, de humanismo? No, lo evidencian poblaciones empobrecidas: cantera de votos, mano de obra barata que sube la rentabilidad empresarial, imán para atraer inversionistas extranjeros que a su vez se aprovechan de la fragilidad institucional.
¡Cuidado! Puede parar la música. Difícilmente haya sostenibilidad económica con un gasto público muy superior a la capacidad productiva, erosionado por la corrupción, el empleo improductivo y planes sociales que reproducen exclusión y pobreza.
Una desigualdad desde la Colonia al siglo XXI, generadora de riquezas actualmente creadas con nuevas versiones de la esclavitud, como las edificaciones coloniales, piedra sobre piedra, entre las que caían moribundos taínos y africanos.
Como hoy, bloque a bloque, en torres y mansiones construidas por obreros con las fuerzas menguadas por una explotación despiadada, dominicanos y haitianos ilegales cuyo ingreso han fomentado gobiernos y empresarios para reventarlos con menor paga y sin seguridad social.
Como las riquezas producidas por operarios de fábricas que exceden el horario sin pagar horas extras, práctica no exclusiva de compañías de seguridad, que por un mísero jornal mantienen vigilantes doce horas, muchos envejecientes que agotan sus últimos días de vida.
Del robo del salario se nutre una economía que no apuesta a la productividad laboral, a expandir el consumo elevando el ingreso de los trabajadores. Y es que los beneficiados con este régimen esclavizante, políticos y empresarios, cada vez quieren más, más, más, y en su avaricia, por la insaciable sed de dinero y poder las reformas se postergan.
¡Cuidado! Puede parar la música.
Una responsabilidad compartida
En el actual quinquenio la bonanza persiste, pero la inequidad mantiene su tendencia expansiva, al igual que en el decenio 2000-2010, otra década perdida para los pobres, cuando el país registró altas tasas de crecimiento del PIB, sobre 5% anual, superior a la media latinoamericana.
Seguimos siendo uno de los países de la región que menos aprovecha su riqueza a favor de la gente. América Latina, con menor expansión económica, bajó la tasa de pobreza a un promedio de 27.9% y el desempleo a 6,4 %, indicadores que aquí se elevan a 40% y 14.9%, respectivamente.
Pese a la riqueza, permanecemos enquistados en problemas sociales elementales, que en más de cinco décadas de importantes logros materiales se agudizaron: alta mortalidad neonatal y materna, acentuado déficit habitacional, crisis de agua y electricidad, caos en el transporte, montañas de basura y aguas estancadas, una insalubridad que hace resurgir brotes epidémicos.
Esto evidencia, una vez más, la ausencia de un compromiso colectivo del liderazgo nacional, el fracaso de la élite política, económica y social de conducir a la población a estadios de bienestar y seguridad. Fracasaron en su rol de líderes pero no en sus propósitos, en las apetencias de dinero y poder.
Esto evidencia, una vez más, la ausencia de un compromiso colectivo del liderazgo nacional, el fracaso de la élite política, económica y social de conducir a la población a estadios de bienestar y seguridad. Fracasaron en su rol de líderes pero no en sus propósitos, en las apetencias de dinero y poder.
A fin de cuentas, quien realmente fracasó es la sociedad que, anestesiada, no logra empoderarse para reclamar las transformaciones que urge el sistema. Consecuentemente, la economía crece pero no se derrama. La historia de siempre, la “prosperidad no compartida”, como expresa un informe del Banco Mundial. No hay forma de ocultarlo. No se comparte.
Una responsabilidad de los gobernantes, de empresarios y mercaderes de la política que en el poder o en la oposición perdieron la voz para defender a los pobres.
Una responsabilidad de los gobernantes, de empresarios y mercaderes de la política que en el poder o en la oposición perdieron la voz para defender a los pobres.
Compartida por una sociedad tolerante, ciudadanos conscientes cuya inercia permite la debilidad institucional, posibilita una concentración excesiva de la riqueza en pocas manos. Consentida por profesionales que se refugian en la política, no para luchar por la equidad, sino con fines de movilidad social, por una clase media en regresión, que renegó de sus ideales de equidad y justicia, que en continua lucha por no caer en la pobreza o en el afán de ser ricos, se olvidó de los desposeídos.
http://hoy.com.do/economia-de-rd-crece-a-la-par-con-la-exclusion-atizando-la-violencia/LA
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