José Contreras ante el patíbulo
La guerra auténtica, culminación del proceso de la independencia dominicana, es la Restauración.

De ahí en adelante el autoritarismo se convertirá en algo natural en nuestra historiografía, y el continuismo despedazará sin piedad cualquier aspiración institucionalista. Es lo que estamos viviendo en el presente
Si algo es la Restauración, al margen del reconocimiento de una identidad ya cuajada, es un gigantesco molino del cual brotarán los grandes males de la nación, contra los que clamará toda la quejumbre filosófica teórica de los intelectuales dominicanos del siglo XIX y principios del XX. Ese numeroso liderazgo enfrentado en el tumulto de las incesantes contiendas, se acostumbró a empinarse a favor de sus intereses, y la hermosa y conmovedora iconografía del héroe restaurador cobró, constante y sonante, con honrosas excepciones, la buena conciencia de defender el ideal de patria. La guerra auténtica, culminación del proceso de la independencia dominicana, es la Restauración. Y ella engendró la definición de la identidad. Al mismo tiempo, parió el partidarismo, y la recua infinita de caudillos encaramados sobre el presupuesto.
Por eso, cada 16 de agosto, la figura restauradora que me llega a la memoria es la de José Contreras. Casi ciego, demasiado viejo para la época como para morir en esos afanes, caminando achacoso hacia el paredón en el que sus carceleros lo sitúan para ser fusilado, tocando a tientas la fría brisa de la mañana. La gente piensa que son los grandes momentos los que construyen la vida, pero en la piel de esa vanidad tímida de que te vean morir por la patria, hay un inventario de rostros, de pequeñas historias, de acontecimientos talvez sin importancia, que pasan como un celaje por la mente de quien en unos instantes morirá. ¿En quién pensaría ese héroe casi ciego y casi viejo, que ni siquiera podía ver la boca de los fusiles al oír el rastrillaje previo a la explosión de la pólvora? ¿No surgía, acaso, de su propia desdicha, del sacrificio que en ese mismo instante comenzaba a simbolizar, una idea de patria completamente diferente a la que luego nos legaron muchos de los prohombres de la Restauración? ¡Oh, Dios! José Contreras demudado de color ante el patíbulo es una captación turbadora de nuestro acontecer, y cada 16 de agosto vuelve a subir temblando para que lo fusilen, a él, el casi viejo achacoso que se lanzó, él primero, a defender una idea de nación en la que, en rigor, muchos de los líderes restauradores no creían.
Frente al patíbulo, los ojos que casi no ven hurgan el día que apenas se asoma, y el patriota casi viejo que ha de morir masculla una rastrera e indeseada compasión. Por pura probidad espanta una lágrima postrera que asoma, y cuando los disparos suenan, él abre el pórtico de nuestras vicisitudes, y nos dona ese símbolo que lo trasciende, hacia el cual deberíamos virarnos cada 16 de agosto.
http://acento.com.do/2017/opinion/8483389-jose-contreras-ante-patibulo/
Andrés L. Mateo - Del tiempo presente
Escritor, novelista, poeta, educador, critico literario, ensayista, investigador y filósofo. Ganador del Premio Nacional de Literatura 2004. Estudió Filología en la Universidad de La Habana. Actualmente es Decano de Estudios Generales, de la Universidad APEC. autor de las novelas Pisar los dedos de Dios,1979. La otra Penélope, 1982. La balada de Alfonsina Bairán, 1992. El Violín de la Adúltera, 2007.
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