En Directo | 02 AGO 2018, 12:00 AM
¿Envidioso?
La dirigencia del PLD nostálgico estaba conformada por soñadores profesionales. El activismo era su principal o única ocupación. Esa circunstancia determinó que la realización de cada uno estuviera trenzada a la suerte del partido.
JOSÉ LUIS TAVERAS
Si algún vestigio quedó de las raíces marxistas del PLD fue la concepción burocrática del Estado en la que los órganos del Partido Comunista tenían decisión sobre este, con la diferencia de que mientras en el viejo socialismo soviético el partido estatal tenía como misión ser la “fuerza dirigente y orientadora de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político...” (Constitución URSS, 1923) el PLD, vacío de contenido e identidad, no “educa ni orienta”.
En su quinto gobierno, el PLD terminó por absorber al Estado convirtiéndolo en dócil recipiente de sus líneas.
La dirigencia del PLD nostálgico estaba conformada por soñadores profesionales. El activismo era su principal o única ocupación. Esa circunstancia determinó que la realización de cada uno estuviera trenzada a la suerte del partido. El éxito político de la organización se debió, en gran medida, a la dedicación casi exclusiva de su dirigencia alta y media al “trabajo político”. La factoría era el partido y el activismo su modus vivendi.
La militancia del PLD estuvo sometida a un régimen robusto de disciplina, rendimiento y promoción. Con esa concepción llega al poder. Las posiciones en el Gobierno se repartieron bajo esos mismos patrones, los que con el tiempo fraguaron un sentido de pertenencia personal del puesto; hoy cada funcionario cree tener derechos adquiridos en la burocracia estatal como núcleos inamovibles, autócratas y cerrados de autoridad. Los ministerios devinieron en pequeños gobiernos donde la voluntad del funcionario perdió fronteras.
El perfil del dirigente peledeísta era el de un profesional de clase media en un proyecto pendiente de realización. El Estado le abrió generosamente ese techo. Con su consolidación en el poder, el PLD, partido o gobierno (la misma cosa), relajó el control ético de la gestión y, sobre su despojo, instituyó una estructura de dominación basada en los negocios. Las cifras perdieron acato y se encareció la participación política. Hoy, Danilo Medina, hechura de esa generación política, fortalece aún más el modelo del “Estado factoría”.
Hace unos días un amigo me comentó la discusión que tuvo que asumir en mi defensa frente a la insinuación de un precandidato presidencial del PLD de que mis posiciones críticas estaban alimentadas por la envidia. Nada nuevo. Ese es uno de los argumentos más “chopos” para descalificar la disidencia. Obvio, un juicio así no tendría validez si se arguye en circunstancias “estándares” donde el funcionario, como servidor público, administra fondos, bienes y servicios que no les pertenecen. En lógica sería poco probable envidiar a alguien que administra lo que no es suyo. Si la envidia es el “enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola lo que otra posee” o “la tristeza del bien ajeno”, entonces ese sofisma, además de incongruente, delata a quien lo propone, porque el funcionario no es dueño de lo que administra. Se envidia la fortuna, la suerte o los logros de otra persona. Trabajar en la Administración pública no es necesariamente una elección apetecible, mucho menos envidiable cuando se hace como debe ser. Dudo que un desempeño sometido a tantas exigencias y riesgos sea una ocupación razonablemente envidiada. Lo que realmente sucede es que el juicio deja ver la condición de quien valora.
Los gobiernos del PLD usaron el Estado para crear y fortalecer una clase económica vigorosa. Los puestos de la Administración y otros cargos elegibles alcanzaron cotizaciones prohibitivas, de ahí que ningún otro partido puede costear el precio electoral de una candidatura auspiciosa. El PLD ha encarecido el mercado electoral y ha hecho de ese factor un condicionamiento oneroso para cualquier intención competitiva de los demás partidos. Ya en ese contexto sí sería eufemístico hablar de una simple posición pública, más bien de una “envidiable” carrera empresarial a través de los recursos, privilegios y oportunidades del Estado y con la garantía de un sistema judicial despojado de autoridad e independencia para juzgar a los políticos. Entonces ¡sí estamos de acuerdo! Desde esa óptica ciertamente hay sobradas razones para envidiar. Es envidiable llegar a una posición endeudado, desocupado, muchas veces sin preparación, sin bienes de valor y salir con casas de veraneo, inversiones inmobiliarias, activos corrientes en la banca privada internacional y emprendimientos comerciales en próspera explotación.
La diferencia entonces la impone algo que se perdió o nunca tuvo el PLD como gobierno: raíces éticas, ese imperativo que domina el buen proceder y que impide envidiar lo que no se gana a pleno sol de la conciencia.
Un hombre no se realiza con una posición no merecida; tampoco envidia lo que no puede lograr por su propio esfuerzo. En eso, la dignidad, que es respeto por uno mismo, cuenta. Valoro mis logros porque son creaciones de mis sacrificios, yerros y talento. Les dejo a esos pobres ricos lo único que pueden exhibir: el esfuerzo robado a una sociedad anulada. Mientras, duermo muy tranquilo. ¡Que lo disfruten!
joseluistaveras2003@yahoo.com
¿Envidioso?
La dirigencia del PLD nostálgico estaba conformada por soñadores profesionales. El activismo era su principal o única ocupación. Esa circunstancia determinó que la realización de cada uno estuviera trenzada a la suerte del partido.
JOSÉ LUIS TAVERAS
Si algún vestigio quedó de las raíces marxistas del PLD fue la concepción burocrática del Estado en la que los órganos del Partido Comunista tenían decisión sobre este, con la diferencia de que mientras en el viejo socialismo soviético el partido estatal tenía como misión ser la “fuerza dirigente y orientadora de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político...” (Constitución URSS, 1923) el PLD, vacío de contenido e identidad, no “educa ni orienta”.
En su quinto gobierno, el PLD terminó por absorber al Estado convirtiéndolo en dócil recipiente de sus líneas.
La dirigencia del PLD nostálgico estaba conformada por soñadores profesionales. El activismo era su principal o única ocupación. Esa circunstancia determinó que la realización de cada uno estuviera trenzada a la suerte del partido. El éxito político de la organización se debió, en gran medida, a la dedicación casi exclusiva de su dirigencia alta y media al “trabajo político”. La factoría era el partido y el activismo su modus vivendi.
La militancia del PLD estuvo sometida a un régimen robusto de disciplina, rendimiento y promoción. Con esa concepción llega al poder. Las posiciones en el Gobierno se repartieron bajo esos mismos patrones, los que con el tiempo fraguaron un sentido de pertenencia personal del puesto; hoy cada funcionario cree tener derechos adquiridos en la burocracia estatal como núcleos inamovibles, autócratas y cerrados de autoridad. Los ministerios devinieron en pequeños gobiernos donde la voluntad del funcionario perdió fronteras.
El perfil del dirigente peledeísta era el de un profesional de clase media en un proyecto pendiente de realización. El Estado le abrió generosamente ese techo. Con su consolidación en el poder, el PLD, partido o gobierno (la misma cosa), relajó el control ético de la gestión y, sobre su despojo, instituyó una estructura de dominación basada en los negocios. Las cifras perdieron acato y se encareció la participación política. Hoy, Danilo Medina, hechura de esa generación política, fortalece aún más el modelo del “Estado factoría”.
Hace unos días un amigo me comentó la discusión que tuvo que asumir en mi defensa frente a la insinuación de un precandidato presidencial del PLD de que mis posiciones críticas estaban alimentadas por la envidia. Nada nuevo. Ese es uno de los argumentos más “chopos” para descalificar la disidencia. Obvio, un juicio así no tendría validez si se arguye en circunstancias “estándares” donde el funcionario, como servidor público, administra fondos, bienes y servicios que no les pertenecen. En lógica sería poco probable envidiar a alguien que administra lo que no es suyo. Si la envidia es el “enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola lo que otra posee” o “la tristeza del bien ajeno”, entonces ese sofisma, además de incongruente, delata a quien lo propone, porque el funcionario no es dueño de lo que administra. Se envidia la fortuna, la suerte o los logros de otra persona. Trabajar en la Administración pública no es necesariamente una elección apetecible, mucho menos envidiable cuando se hace como debe ser. Dudo que un desempeño sometido a tantas exigencias y riesgos sea una ocupación razonablemente envidiada. Lo que realmente sucede es que el juicio deja ver la condición de quien valora.
Los gobiernos del PLD usaron el Estado para crear y fortalecer una clase económica vigorosa. Los puestos de la Administración y otros cargos elegibles alcanzaron cotizaciones prohibitivas, de ahí que ningún otro partido puede costear el precio electoral de una candidatura auspiciosa. El PLD ha encarecido el mercado electoral y ha hecho de ese factor un condicionamiento oneroso para cualquier intención competitiva de los demás partidos. Ya en ese contexto sí sería eufemístico hablar de una simple posición pública, más bien de una “envidiable” carrera empresarial a través de los recursos, privilegios y oportunidades del Estado y con la garantía de un sistema judicial despojado de autoridad e independencia para juzgar a los políticos. Entonces ¡sí estamos de acuerdo! Desde esa óptica ciertamente hay sobradas razones para envidiar. Es envidiable llegar a una posición endeudado, desocupado, muchas veces sin preparación, sin bienes de valor y salir con casas de veraneo, inversiones inmobiliarias, activos corrientes en la banca privada internacional y emprendimientos comerciales en próspera explotación.
La diferencia entonces la impone algo que se perdió o nunca tuvo el PLD como gobierno: raíces éticas, ese imperativo que domina el buen proceder y que impide envidiar lo que no se gana a pleno sol de la conciencia.
Un hombre no se realiza con una posición no merecida; tampoco envidia lo que no puede lograr por su propio esfuerzo. En eso, la dignidad, que es respeto por uno mismo, cuenta. Valoro mis logros porque son creaciones de mis sacrificios, yerros y talento. Les dejo a esos pobres ricos lo único que pueden exhibir: el esfuerzo robado a una sociedad anulada. Mientras, duermo muy tranquilo. ¡Que lo disfruten!
joseluistaveras2003@yahoo.com
https://www.diariolibre.com/opinion/en-directo/envidioso-CC10474226Y dónde está la visa? | José Luis Taveras @Josel_taveras https://t.co/hDn0mZMoPg
— Orlando Díaz, Luis (@LuisOrlandoDia1) 2 de agosto de 2018
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