EL MUNDO
Lizzie Doron: “No estoy lista para rendirme”
La escritora Lizzie Doron nació en Israel poco después de su fundación. Para ella, narrar la historia de su país es contar su propia vida. En las líneas siguientes, la autora aborda su compleja relación con su terruño.
Yo nací en Israel en 1953. Soy la única hija de una pareja de sobrevivientes del Holocausto. En mayo de 1948, cinco años antes que yo, nació mi país.
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Día de la Independencia, 1958: tengo apenas cinco años e Israel, apenas diez.
Mi madre me viste; me pone una falda azul y una blusa blanca, me pone una bandera en la mano y me fija un broche en el pecho con la forma de una menorá. Le han pedido que me envíe al jardín de infantes ataviada de esta manera con motivo del Día de la Independencia. Mientras caminamos hacia la ceremonia, tomadas de la mano, veo que mi madre llora.
En medio de las sirenas, los discursos, las canciones y los bailes, percibo, pese a mi corta edad, que algo especial se celebra en este día. Me siento orgullosa y feliz, aún sin entender la historia completa.
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1960: Cuando Israel celebra su décimo segundo Día de la Independencia, yo tengo siete años de edad.
Yo participo en la ceremonia con mis compañeros de clase. Veo a mi madre junto al resto de los padres; ella me sonríe.
Con una voz clara leo en voz alta parte de la Declaración de Independencia de Israel.
"El Estado de Israel permanecerá abierto a la inmigración judía y el crisol de las diásporas; promoverá el desarrollo del país para el beneficio de todos sus habitantes; estará basado en los principios de libertad, justicia y paz, a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará libertad de culto, conciencia, idioma, educación y cultura.
Extendemos nuestra mano a todos los Estados vecinos y a sus pueblos en una oferta de paz y buena vecindad, y los exhortamos a establecer vínculos de cooperación y ayuda mutua con el pueblo judío soberano asentado en su tierra…”
También en ese momento me quedé sin entender todas las palabras, y mucho menos el significado integral del texto; pero aún hoy puedo recitar ese segmento de memoria y llena de emociones.
Grietas en la utopía
1967: Israel cumple diecinueve años y yo, catorce.
Nuestro triunfo en la Guerra de los Seis Días demuestra que debemos ser fuertes y estar dispuestos a sacrificar nuestra vida por este país. Sólo así, con ayuda de las fuerzas de defensa israelíes, podemos vencer a todos nuestros enemigos. Expresiones como "soldados heroicos” y "morir por nuestro país” pasan a ser parte de nuestra identidad. Se consolida mi convicción de que el camino que tomamos es el correcto.
En la ceremonia para honrar a los soldados caídos me eligen a mí para que recite la oración judía con que se honra a los muertos.
"Que el Estado de Israel se acuerde de sus hijos e hijas, de los soldados de las fuerzas de combate y defensa israelíes. Que los gloriosos caídos sigan viviendo por generaciones y generaciones en los corazones de los israelíes”.
Mi madre se rehusó a asistir a la ceremonia por temor a la celebración de la victoria. "En lo que respecta a las guerras, soy una experta”, me dijo. "Es peligroso apoyar a un Ejército incondicionalmente”. Pero yo no le hice caso; simplemente salí corriendo de casa dando un portazo.
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1971: Israel tiene veintitrés y yo, dieciocho.
Yo soy soldada, cumplo con el servicio militar en los Altos del Golán y tengo novio: un oficial de las fuerzas de combate y defensa israelíes.
Yo tengo la suerte de poder vivir el sueño israelí con un arma en una mano y una herramienta agrícola en la otra. En el kibutz, la más israelí de todas las fortalezas, mi novio y yo construimos un futuro juntos. En el curso de estos años me distancio de mi madre.
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1973: Israel tiene veinticinco y yo, veinte.
El 6 de octubre estalla la Guerra de Yom Kipur. Aviones sirios bombardean mi casa en los Altos del Golán; siete de mis amigos mueren en este contexto.
En un abrir y cerrar de ojos, mi sueño, mi fe y mi camino quedan destrozados.
"Quizás comprendas ahora que en una guerra no hay ganadores; sólo hay víctimas, en ambos bandos”, me dice mi madre cuando regreso hecha añicos a Tel Aviv.
Ni mi país ni yo somos lo que alguna vey fuimos.
"Yo tengo sueños israelíes”
1977: mi país tiene veintinueve años y yo, veinticuatro.
En Israel, el partido conservador Likud sucede a los socialdemócratas en el Gobierno. "¡Cambio!”, anuncia el moderador de un noticiero. También yo experimento cambios. Vivo de nuevo en Tel Aviv, intento sanar mis heridas y me refugio en mis estudios.
Mi relación con mi madre sigue siendo frágil, pero a veces, cuando nos encontramos, ella habla sobre los bosques, los ríos y la magia de la nieve en otro país. Me da la impresión de que su corazón ha redescubierto sus recuerdos de infancia. Una y otra vez le cuento –a ella y a mí misma– que Israel es un país joven, un país que apenas aprende a caminar, un país que crece y construye ciudades, calles, parques e institutos científicos. El hebreo florece como lengua, cada vez más judíos de la diáspora vienen con todo y maletas a la patria de la nación judía.
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1979: el Estado israelí tiene treintaiún años; yo tengo veintiséis.
El presidente de Egipto, Anwar el-Sadat, visita el Knéset.
Por un momento crece la esperanza de que haya paz entre el mundo árabe y nosotros. Aunque mi madre suspira aliviada, subraya que yo debo tener dos patrias. Su insistencia me molesta. Yo soy una judía nacida en Israel y tengo sueños israelíes. Ella nunca va a entender eso
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1982: Israel tiene treinta y cuatro años y yo, veintinueve.
Estoy casada y tengo dos hijos. Mi familia y mi carrera son mi vida. Este es el año en que estalla la Guerra del Líbano; como trasfondo, ataques terroristas y un creciente número de organizaciones que le niegan al Estado israelí su derecho a existir. Desde mi perspectiva, la guerra tiene lugar en el norte del país; en Tel Aviv, la vida continúa, como de costumbre. Yo vivo mi propia vida y me siento bien en mi país.
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1985: El fin de la guerra.
Un total de 645 soldados murieron en los enfrentamientos. Mi madre dice que cuando nuestros hijos mueren en nuestro territorio, también nostros perdemos la guerra. Yo callo.
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1990: Mi madre está en su lecho de muerte y me implora que me tiña el cabello de rubio. "¿Por qué?”, le pregunto. "Porque sólo las rubias sobreviven”, me contesta. "Pero, ¿por qué me pides que sea rubia?”, insisto. "Para estar del lado seguro”, me responde. Me da la impresión de que está perdiendo la razón. Intento buscar una explicación fácil para justificar lo que me dice.
Poco después de su muerte, por primera vez en mi vida, sondeo y llevo al papel la historia de mi familia y la de aquellos que murieron en el Holocausto. Los libros resultantes están cargados de narrativa judeo-israelí. Recibo reconocimiento en mi país. Con la intifada y la segunda Guerra del Líbano como trasfondo, sigo contando y escribiendo mi historia.
Entre la ilusión y la desesperanza
1992: Este año está marcado por el Gobierno de Isaac Rabin y los Acuerdos de Oslo.
La ilusión vuelve a florecer. Salgo a la calle, participo en todas las manifestaciones por la paz, me uno a una delegación especial para ver a Yasir Arafat. "Podremos tocar la esperanza”, les digo a mis hijos y los llevo conmigo a Gaza.
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1995: El asesinato de Isaac Rabin.
Mi madre patria es asesinada. Reconozco que mi pueblo se hunde en el miedo y el odio, y que considera al poder militar como la única solución. Durante los días de duelo y desesperación que siguen al atentado contra Rabin, yo opto por permanecer en mi zona de confort. Yo sigo escribiendo libros como una de las voces que cuentan la historia de la segunda generación israelí. Escribo sobre el trauma dejado por el Holocausto y sobre el sueño de llegar a ser una nación libre en nuestro propio país. Escribo sobre la experiencia de ser fuertes, sobre la supervivencia y sobre la vida.
De cuando en cuando me parece oír la voz de mi madre. Ella me envalentona, me anima a articular preguntas y a poner cosas en duda. "Tú te equivocas”, la oigo decirme.
Los límites de la literatura
2009: En medio de otra guerra en Gaza me topo con un hombre palestino de Jerusalén Oriental que está dispuesto a contarme cómo es su cotidianidad bajo la ocupación israelí. Yo veo mi conversación con él como una oportunidad para analizar el camino que he recorrido y las convicciones o suposiciones con las que crecí. Mis encuentros con él me permiten entender que su historia debe ser contada. Me digo que su historia puede unir a la gente, propiciar cambios. Pero, para mi sorpresa, el libro en el que cuento nuestra historia nunca es publicado en Israel. No tiene fundamento mi fe, hasta cierto punto ingenua, en que la literatura derriba muros, disipa mitos y abre corazones.
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2014: El segundo de mis libros dedicados a la historia de los activistas palestinos por la paz tampoco es publicado en Israel. Al final opto por confrontar ideas y pensamientos con mis historias únicamente en los "países nevados”, donde tengo muchos lectores, conocidos y amigos.
Mientras tanto, en Israel se intensifica la polarización, la solución de los dos Estados pierde respaldo, las organizaciones que defienden los derechos civiles y humanos se ven expuestas a duras críticas; en esencia, Israel pasa de ser un Estado democrático a convertirse en un Estado judío. En este tiempo, aunque la cuestión de los refugiados salta a la agenda cotidiana, Israel y sus ciudadanos se resisten a ofrecerles ayuda y protección.
El segmento de la Declaración de Independencia que yo recité siendo pequeña no parece estar al día con el espíritu de los tiempos. Las organizaciones de derechos humanos, los periodistas y los ciudadanos que no se someten al consenso prevalente son tachados de enemigos y todos aquellos que critican las decisiones del Gobierno o la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania son percibidos como traidores.
¿Y ahora qué, Israel?
2018: Se celebra el septuagésimo aniversario de la Independencia. Yo tengo 65 años.
En este día siento el dolor fantasma de todo aquello que perdí a lo largo de los años. Creo que Israel está ante decisiones fundamentales y que, con más urgencia que nunca, debe buscar respuestas a varias preguntas: ¿Quiere definirse como un Estado democrático o un Estado judío? ¿Cuánto tiempo más durará su hegemonía sobre los territorios ocupados? ¿Qué va a pasar con los refugiados en su territorio?
Israel celebra su septuagésimo Día de la Independencia y yo sigo sin estar lista para rendirme. Todavía tengo la esperanza de que mi país se oriente hacia los principios de la libertad, del derecho y de la paz, como se comprometió a hacerlo cuando fue fundado.
Y, de repente, en la víspera de nuestro Día de la Independencia, me pillo a mí misma contándole a mi difunta madre que mi esposo y yo viajamos desde hace algunos años entre dos patrias –Berlín y Tel Aviv–, que mi hijo –su nieto– ha abandonado Israel para vivir en Alemania, que mi hija –su nieta– todavía vive en Israel y se preocupa mucho por el futuro de su propio hijo. Y yo le digo que constantemente me tiño el cabello de rubio, sólo para estar del lado seguro, tal como ella me recomendó que lo hiciera cuando vivía.
La autora israelí Lizzie Doron nació en Tel Aviv en 1953. Ha escrito siete libros y recibido diversos premios internacionales por su obra. De todos sus trabajos, los primeros en aparecer en el mercado editorial alemán fueron Who the fuck is Kafka? (DTV, 2014) y Sweet occupation (DTV, 2017).
Lizzie Doron (ERC/ER)
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- Fecha 14.05.2018
- Temas Historia, Israel, Judaísmo, Amos Oz, Kipá
- Palabras clave Israel, Estado israelí, judíos, judaísmo, cultura judía, cultura hebrea, palestinos, Palestina, literatura,historia, Lizzie Doron
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