e-mail:bgp@jgseguridad.net Publicado el: 1 marzo, 2018
El discurso del Presidente
Ningún mandatario, rey, presidente, primer ministro, o cual que sea su título, tiene una varita de virtud para resolver los problemas quizá por eso el presidente Danilo Medina se refirió a “sus” soluciones, a “su” visión de lo que ocurre, de lo que le informan que ocurre.
Habló, sí, fundamentalmente y con mucha amplitud, con visible orgullo, de las obras públicas que realiza su administración, las cuales forman parte de la obligación de buen gobierno, pero también son el modo más eficiente del fomento de la corrupción.
Sí, no se extrañe de la de la afirmación tan rotunda: las construcciones, por administración o por “concursos” y “rifas” de obras del Estado, son la más perfecta y eficiente forma de fomento de la corrupción.
En la distribución de los contratos, de una y otra manera, hay formas de meter las manos para que le quede su parte a los funcionarios que intervienen en la operación, desde la formulación de los requisitos y pliegos de condiciones para cada obra, hasta los anticipos y cubicaciones que se deben abonar en el curso de la obra, “sacar” los cheques de la oficina del pagador, llámese Tesorería Nacional, Presupuesto o Contabilidad del Ministerio, lugares donde hay que “engrasar” la mano de funcionarios de cualquier nivel para que se realicen los pagos.
En eso de las obras públicas hay una fuente movida por una correa sin fin que permite que se cuelen subvaluaciones, sobrevaluaciones, colocación de materiales inadecuados en puentes, carreteras, caminos, en la adquisición de medicinas, combustibles, vehículos, muebles, inmuebles, material gastable.
Una carrera, aparentemente anárquica de construcciones realizadas por el Estado, desde la compra de los solares e inmuebles necesarios para la ubicación de las obras, hasta el uso de insumos que se sabe no contribuirán a la duración de las edificaciones, son otras de las formas de que se vale el monstruo de la corrupción que, cual hidra de las siete cabezas, introduce dinero en tantos bolsillos que habría que utilizar muchas páginas para consignarlo.
No es preciso que surja un nuevo Hércules, el personaje de la mitología griega que liquidó la hidra, se requiere, como demandaba el libertador Simón Bolívar, de hombres probos en el manejo de la cosa pública, para que hagan cumplir las tareas y las obligaciones de las distintas instituciones del Estado.
Habló, sí, fundamentalmente y con mucha amplitud, con visible orgullo, de las obras públicas que realiza su administración, las cuales forman parte de la obligación de buen gobierno, pero también son el modo más eficiente del fomento de la corrupción.
Sí, no se extrañe de la de la afirmación tan rotunda: las construcciones, por administración o por “concursos” y “rifas” de obras del Estado, son la más perfecta y eficiente forma de fomento de la corrupción.
En la distribución de los contratos, de una y otra manera, hay formas de meter las manos para que le quede su parte a los funcionarios que intervienen en la operación, desde la formulación de los requisitos y pliegos de condiciones para cada obra, hasta los anticipos y cubicaciones que se deben abonar en el curso de la obra, “sacar” los cheques de la oficina del pagador, llámese Tesorería Nacional, Presupuesto o Contabilidad del Ministerio, lugares donde hay que “engrasar” la mano de funcionarios de cualquier nivel para que se realicen los pagos.
En eso de las obras públicas hay una fuente movida por una correa sin fin que permite que se cuelen subvaluaciones, sobrevaluaciones, colocación de materiales inadecuados en puentes, carreteras, caminos, en la adquisición de medicinas, combustibles, vehículos, muebles, inmuebles, material gastable.
Una carrera, aparentemente anárquica de construcciones realizadas por el Estado, desde la compra de los solares e inmuebles necesarios para la ubicación de las obras, hasta el uso de insumos que se sabe no contribuirán a la duración de las edificaciones, son otras de las formas de que se vale el monstruo de la corrupción que, cual hidra de las siete cabezas, introduce dinero en tantos bolsillos que habría que utilizar muchas páginas para consignarlo.
No es preciso que surja un nuevo Hércules, el personaje de la mitología griega que liquidó la hidra, se requiere, como demandaba el libertador Simón Bolívar, de hombres probos en el manejo de la cosa pública, para que hagan cumplir las tareas y las obligaciones de las distintas instituciones del Estado.
Es fácil hablar de obras públicas construidas con préstamos que atan el futuro del país al pago de una deuda que se acrecienta día a día, por la irresponsabilidad de gobiernos cuya voracidad es insaciable.
Ni ese tema, ni el de la violencia nacional en las calles y en la familia, fueron debidamente enfocados.
Pero no falta mucho, nos falta salir de la marabunta cuyo pillaje nos conduce al abismo.http://hoy.com.do/el-discurso-del-presidente-11/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario