AMÉRICA LATINA
Opinión: en Colombia la paz debería ser una de las "bellezas" nacionales
Hacer posible la paz es un logro civilizatorio. Un valor nacional del que los colombianos deberían estar orgullosos, opina José Ospina-Valencia, con motivo de la celebración de un año de la firma del Acuerdo de Paz.
Los colombianos son ávidos de reconocimiento internacional. Lo que más esperan escuchar de boca de los visitantes extranjeros es que "Colombia es una belleza". Es una especie de fijación que reduce el país a la naturaleza, por la que, realmente, nadie ha tenido que esforzarse. Ya Alexander von Humboldt y su socio lo escribía hace 217 años en sus reportes enviados a Europa: "La exuberancia de la naturaleza es tan inmensa que si las maravillas no cesan nos vamos a volver locos".
Los colombianos parecen haber quedado atrapados en una percepción naturalista muy cómoda: dejar que los paisajes hablen por el país, ignorando la cruda realidad de la guerra fratricida. El respeto y atención a la mujer como cabeza de familia o de la diversidad étnica y de género, ahora más viables con el Acuerdo de Paz, no parecen dignos de tenerse en cuenta como avances que enorgullecen.
Mientras el mundo entero se aterraba de que la mayoría, aunque fuera mínima, rechazó el inicial Acuerdo de Paz del Gobierno con las FARC, en Colombia muchos aún no entienden que la alternativa era más de lo mismo: guerra, campesinos desplazados, soldados muertos, niños mutilados por minas antipersona. El avance civilizatorio de lograr una paz a través del diálogo, del consenso y las vías democráticas aún no figura dentro de esa "marca de belleza" con la que se adornan los colombianos.
Que la canciller alemana, Angela Merkel, probada en toda suerte de crisis, dijera que el proceso de paz de Colombia es "bálsamo" en este mundo convulsionado, lo entendieron muy bien los colombianos para los que la paz es más que el desarme de una guerrilla. Es la construcción de una sociedad más equitativa.
Esa postura facilista de que "¡Colombia es bella. Y punto!" tiene que ver también con la creciente crueldad de los crímenes cometidos por todas las partes del conflicto: guerrillas, paramilitares, mafias narcotraficantes y de la minería ilegal, así como de las mismas Fuerzas Armadas del Estado, 53 largos años.
Las noticias diarias de masacres, secuestros y bombardeos de oleoductos hastiaron a millones de colombianos que entonces preferían una telenovela a enterarse de cuál pueblo se tomaron anoche los "terroristas".
Romper el círculo vicioso
Hacer la paz puede resultar más complicado que hacer la guerra. ¿Cómo hacerle entender a alguien a quien la guerrilla o los paramilitares le mataron a sus padres, hijos, familiares o amigos que el baño de sangre NO tiene que seguir para redimir su pérdida?
Haber logrado romper ese círculo vicioso de querer imponer las ideas con las armas, y de asesinar a quien piense diferente, podrán incluirlo los colombianos como una de las "riquezas ciudadanas" por destacar. Claro, solo después de que la paz en Colombia sea aceptada por todos como una verdadera ganancia. Para esto falta que quienes han dejado las armas puedan participar en el concurso de ideas políticas y que todos, también sus detractores, respeten la letra del Acuerdo de Paz. Y falta, desde luego, que quienes delinquieron en el marco del conflicto confiesen sus crímenes, paguen las penas establecidas, reparen a las víctimas y aseguren la no repetición.
Un duro, pero muy ansiado encuentro: el exguerrillero Pastor Alape cara a cara con víctimas de las FARC. Aquí en Granada, Antioquia, en octubre de 2017.
Eso ES lo que se llama "construir país". Eso se llama democracia. Hacer la paz no es un cuento de Santos, ya estaba plasmado en la Constitución de 1991. Es un DEBER de todos. Pero en un país en donde se ha asesinado a unos doscientos líderes comunitarios campesinos, negros e indígenas, después de la firma del 24 de noviembre de 2016, aún no se ha logrado la distinción de "belleza de país" que muchos creen.
Los colombianos no pueden darse mucho tiempo en la construcción de ese país "digno de mostrar" que muchos anhelan. Si la destrucción de la naturaleza avanza al ritmo actual, la minería invasiva producirá más cadenas y anillos de oro, pero los páramos que producen las aguas habrán desaparecido. Entonces ya no habrá paisajes con qué engalanarse.
"El miedo a pensar y ser diferente está desapareciendo"
Manos a la obra. Sin armas apuntando, el miedo a pensar y ser diferente está desapareciendo de la mayoría de regiones del país. Cientos de iniciativas ciudadanas se toman los espacios que la democracia prevé; no como concesiones a las víctimas del fratricidio, sino como derechos, ahora sí realizables. Habiendo tumbado el telón de la guerra, los colombianos pueden ahora atacar el cáncer de su sociedad: la rampante corrupción que se roba hasta los dineros de la comida de los niños en jardines infantiles.
Y a quienes aún no han podido salir de su propia prisión creada por el odio visceral y el deseo de venganza contra los victimarios, debería animarlos saber que los hospitales que antes atendían a heridos de la guerra hoy están vacíos.
Así, quien considere necesario ponerse la mano en el pecho cantando el himno nacional, ya no tendrá que hacerlo junto a los féretros de policías y soldados muertos en combate, cuyas familias eran después olvidadas. Entonces podrán hacerlo en nombre de algo propio como una democracia que merezca este nombre. Ventajas solo posibles en una cultura de la paz. ¡Ese sí que sería una belleza de país!
José Ospina-Valencia (vt)
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- Fecha 23.11.2017
- Autor José Ospina-Valencia
- Temas Angela Merkel, Juan Manuel Santos, Colombia, Democracia, FARC, Guerrilla, Indígenas, Paz, Octavio
- Palabras clave Colombia, paz, Santos, FARC, guerrilla, victimas, victimarios, democracia, valor nacioanl, belleza,diversidad, paisajes, Acuerdo de Paz, 24 de noviembre de 2016, firma, Angela Merkel, campesino, indígenas, negros,asesinatos, minería ilegal, diversidad étnica y de género, belleza natural, Constitución, crímenes, muertos, verdad,reparación, no repetición, opinión, Latinoamérica
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