Editorial, Le Monde Diplomatique
Dictadura digital
Por Serge Halimi, agosto de 2021
¡Bienvenidos a la China occidental! La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que, en lugar de usar la coerción, los Estados pongan empeño en convencer de la utilidad –innegable– de la vacuna contra la covid-19. Pero Emmanuel Macron ha decidido lo contrario. El presidente francés, que no para de romper lanzas contra el “iliberalismo”, no concibe las libertades públicas más que como una variable de ajuste. De poca entidad, por cierto, y destinada a pasar a un segundo plano frente a todas las emergencias del día, médicas, bélicas y de seguridad. Prohibir a millones de personas tomar el tren, comer algo en una terraza o ir a una sala de cine sin previa demostración de que no están infectadas, y proporcionando para ello, diez veces al día si se da el caso, un documento de identidad que el comerciante a veces deberá comprobar personalmente, son cosas que nos hacen entrar en otro mundo. Este ya existe. En China, para ser exactos. Los agentes de policía disponen allí de gafas de realidad aumentada que, conectadas a unas cámaras térmicas colocadas encima de sus cascos, permiten detectar a una persona febril dentro de una multitud (1). ¿Es eso lo que queremos? ¿Que ahora nos toque a nosotros?
Lo cierto es que nos estamos resignando de bastante buen grado a la invasión galopante de la tecnología digital y al rastreo de nuestra vida íntima y profesional, de nuestras conversaciones y opciones políticas. A la pregunta de cómo evitar que nuestros datos, una vez pirateados nuestros teléfonos móviles, se conviertan en armas dirigidas contra nosotros, Edward Snowden declaró: “¿Qué puede hacer la gente para protegerse de las armas nucleares? ¿De las armas químicas o biológicas? Hay industrias, hay sectores, en los que no existe protección, y por eso se intenta limitar su proliferación”.
Lo que fomenta Macron es todo lo contrario al acelerar la sustitución de las interacciones humanas por una intrincada selva de portales en Internet de la Administración, robots, buzones de voz, códigos QR y aplicaciones descargables. A partir de ahora, reservar un billete o comprar en línea requiere conjuntamente una tarjeta bancaria y comunicar el número de teléfono móvil, o incluso el estado civil. Hubo una época, y no hablamos de la Edad Media, en que podíamos tomar el tren conservando el anonimato, cruzar una ciudad sin que le grabaran a uno, y sentirse tanto más libre cuanto que no se dejaba rastro alguno tras de sí. Y eso que ya había secuestros de niños, atentados terroristas, epidemias y hasta guerras.
No habrá quien ponga freno al principio de precaución. ¿Es realmente prudente, por ejemplo, compartir restaurante con una persona que ha viajado a Oriente Próximo o sufrido brotes psicóticos, que participó en una manifestación prohibida o fue parroquiano de una librería anarquista? El riesgo de no llegar al final de la comida por una bomba, una ráfaga de kaláshnikov o un puñetazo en la cara no es enorme, pero tampoco es cero... ¿Será pues en breve necesario que todos los viandantes presenten un “salvoconducto cívico” que garantice un registro de antecedentes penales en blanco y el visto bueno de la policía? Ya solo les quedaría luego pasear tranquilos por un museo de las libertades públicas, convertidas en “territorios perdidos de la República”.
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